Es un «serio problema interno» el que ha explotado dentro de la Iglesia sirio-ortodoxa. Lo reconoció el mismo Mor Ignatius Aphrem II, Patriarca de Antioquía de los sirio-ortodoxos, al dirigirse el domingo pasado a los fieles que estaban presentes en la catedral de San Jorge en Bab Tuma, en la ciudad vieja de Damasco. El «problema serio» se relaciona justamente con él, el Primado de esa cristiandad antigua y pre-calcedoniana, que también es un Sucesor de Pedro, puesto que el príncipe de los apóstoles, antes de sufrir el martirio en Roma, también guió la Iglesia de Antioquía: seis metropolitanos sirio-ortodoxos lo han acusado públicamente de «traición a la fe», y desencadenaron una tormenta de ataques en contra del Patriarca mediante algunos blog y en las redes sociales.
Las turbulencias entre el Patriarca y algunos obispos de su Iglesia comienzan con tramas complejas. Pero, oficialmente, las acusaciones más fuertes contra Mor Ignatius Aphrem II asume tonos doctrinales. Sus detractores lo acusan de «traición a la fe» porque tomó El Corán y lo elevó como signo de respeto y porque utilizó la expresión «Profeta Mohamed», refiriéndose a Mahoma, en ocasión de encuentros de carácter interreligioso. «Cristo ama a todos, y nos llama a ser constructores de paz con todos», replica el Patriarca a sus detractores. Repite que haber elevado El Corán fue solo una manera para demostrar su respeto por los cientos de millones de creyentes musulmanes que hay en el mundo. Y justamente, quienes instrumentalizan estos gestos y estas palabras para dividir a la Iglesia, «cuerpo de Cristo», son los que ofenden y reniegan de la fe de los apóstoles, «que llegó hasta nosotros al precio de la sangre de los mártires».
Los seis obispos que están contra el Patriarca salieron al descubierto con una declaración que fue difundida el pasado 8 de febrero, en la que sostienen que el Primado de la Iglesia ya no merece el título de «defensor fidei», puesto que, según ellos, habría sembrado dudas y sospechas en los corazones de los creyentes, con declaraciones y gestos que van «en contra de las enseñanzas de Jesucristo, según su Santo Evangelio». También amenazaron con ordenar obispos en todo el mundo, si el Patriarca sigue «perseverando en sus errores». Pero estas críticas de los seis obispos en contra del Patriarca también provocaron la respuesta compacta de los demás 30 obispos sirio-ortodoxos, que representan a la mayoría del Sínodo. En un comunicado, fechado el 10 de febrero, los 30 obispos indicaron que las acusaciones contra el Patriarca eran una «rebelión contra la Iglesia». Declararon, como medida preventiva, que todas las ordenaciones sacerdotales y demás actos episcopales serían inválidos sin contar con el consenso del Patriarca. También invitaron a los seis obispos «rebeldes» a arrepentirse y a volver al recto camino, mientras confirmaron la absoluta comunión con el «legítimo Sucesor de Pedro», reconociendo los rasgos paternos de su conducta, «mediante su constante presencia en medio del pueblo, sobre todo durante los tiempos difíciles».
Mediante las redes sociales, sacerdotes y comunidades sirio-ortodoxas desperdigadas por el mundo expresaron su cercanía y su solidaridad al Patriarca. Pero este episodio es solo el último de los incidentes que se han registrado recientemente dentro de muchas comunidades eclesiales del Medio Oriente y del mundo árabe. Las convulsiones que han provocado los conflictos y las contraposiciones sectarias en la región han hecho más evidentes las fragilidades y las miserias dentro de las Iglesias locales, canalizando nuevas divisiones. En junio del año pasado, el Sínodo de la Iglesia católica greco-melequita fue interrumpido debido a que anularon su participación algunos de los obispos, por lo que no se alcanzó el número legal exigido para que se llevara a cabo, quienes también pidieron la renuncia del Patriarca Grégoire III y la elección de un Patriarca nuevo. Pero también el Patriarca caldeo Louis Raphael I Saco ha debido sacar adelante una dura batalla para denunciar el éxodo de sacerdotes y religiosos que escaparon de su patria y migraron hacia el Occidente sin el consenso de sus obispos. El Patriarca sirio-católico, Ignace Youssif Younan, en diciembre del año pasado, suspendió «a divinis» a tres sacerdotes que habían enviado una carta al Papa pidiendo la renuncia de Yohanna Bedros Mouché, obispo sirio-católico de Mosul.
Los contrastes que viven las Iglesias en Medio Oriente también son un síntoma desolador de la distancia que muchos clérigos han marcado de los sufrimientos y de las tribulaciones que viven en estos tiempos muchos bautizados. Los intercambios de acusaciones doctrinales funcionan a menudo como pretextos para encubrir motivos mucho más prosaicos, mientras va aumentando el número de obispos, sacerdotes y religiosos que se han convertido en agentes financieros, enrolados en operaciones para reunir fondos, bajo la insignia del apoyo a los «cristianos que sufren». Estos procesos, a la larga, para el futuro de las Iglesias de Oriente, podrían revelarse más terribles que la violencia yihadista.