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El Año Cero

por Eduardo Vila-Echagüe
1 de diciembre de 1997
El artículo recrea de manera ámena e históricamente sólida, el entorno histórico y político que rodeó el nacimiento de Jesús.

Sutilezas Del Calendario[/]

Se espera con gran expectativa la llegada del año 2000. También hemos visto artículos rememorando los sucesos del año mil. ¿Pero quién se acuerda del año cero, que se supone que es el que da origen a estas otras fechas?

La primera sorpresa es que al año cero no existe, según los historiadores. El año que precedió al año 1 fue el año 1 antes de Cristo. O sea que el 1 de enero del 2000 estaremos celebrando los 1999 años de la era cristiana, que comienza el año 1 después de Cristo. ¡Curiosa celebración! Es como si la gente festejara al cumplir los 99 años en lugar de los 100. Pero esto está relacionado con la polémica de si el siglo XXI comienza en el 2000 o en el 2001 y ya se ha hablado bastante de eso.

Al menos para los astrónomos el año cero sí existe. Con nuestra lógica astronómica numeramos todos los años en forma correlativa, anticipándonos a problemas como los que tendrá la industria informática en el año 2000 (y no en el 2001) cuando para muchos sistemas al año 99 seguirá... ¡el año cero! Para los astrónomos el año 1 A.C. es el año 0, el 2 A.C. es el -1 y así siguiendo. ¿Sencillo, no?

Veamos ahora que pasó en el famoso año cero. Aparentemente no pasó nada importante. Al menos de acuerdo con los relatos existentes. ¿Cómo que no pasó nada importante? -- se preguntara usted. ¿Acaso no nació Jesucristo? Para resolver ese punto le propongo hacer un poco de investigación histórica. Tome su Nuevo Testamento. Abralo en Lucas, 3, 1. Allí leerá que Juan empezó su predicación en el año décimo quinto de Tiberio César. Y en el mismo Lucas, 3, 23, podrá ver que Jesús tenía entonces como unos treinta años cuando fue bautizado. Si suponemos que la predicación de Juan llevaba ya un año cuando el bautismo de Jesús, entonces Jesús tendría unos veintinueve años cuando Juan comenzó su ministerio. Es decir que Jesús habría nacido unos 14 años antes de la llegada de Tiberio al poder. Si ahora Ud. toma su enciclopedia, podrá comprobar que Tiberio comenzó a reinar en el año 14 después de Cristo, coincidiendo con nuestra anterior conclusión.

Pues a eso mismo llegó otro historiador aficionado, el monje Dionisio el Exiguo, cuando propuso la era cristiana en el siglo VI. Pero eso es lo que pasa cuando los aficionados nos metemos a hacer historia. Si Dionisio hubiera sido un poco más concienzudo, por el relato de San Mateo se habría percatado de que Jesús nació en vida del Rey Herodes. Y por varias otras fuentes se sabe que éste ya había muerto para el año cero. En conclusión, Jesucristo no nació en el año cero, sino algunos años antes de Cristo, por paradójico que pueda parecer. Pero consideremos por ahora al año cero en un sentido más amplio, entendiéndolo como la época que rodea al nacimiento de Jesús.

Historia De Dos Ciudades [/]

La historia del año cero transcurre principalmente en dos ciudades: Jerusalén, la ciudad sagrada que es el símbolo de la Antigua Alianza, y su antítesis Roma, corazón del paganismo, centro de todos los vicios, a la que el apóstol Pedro en su primera epístola se refiere como Babilonia.

Las dos están pasando por su momento de mayor esplendor. Pero a la primera le esperan tiempos muy difíciles: testigo del drama de la Pasión en el año 33, será destruida por los romanos en el 68; a partir de allí cambiará de dominadores innumerables veces, no habiendo encontrado la paz hasta el día de hoy. Roma, en cambio, aún mantendrá su poderío durante siglos y, cuando finalmente éste se derrumbe, se convertirá en la ciudad santa de la Cristiandad, cabeza de la Nueva Alianza.

Cuando nace Jesús dos fuertes personalidades rigen estas ciudades: el rey Herodes el Grande y el emperador César Augusto. Sus historias tienen interesantes paralelismos a la vez que notables diferencias. Ambos llegaron al poder después de períodos turbulentos, sin tener mayor derecho al trono. Fueron soberanos enérgicos y grandes constructores. Los dos vivieron obsesionados con sus problemas familiares y con quién sería el heredero de su trono. Veremos que los dos manejan el problema sucesorio de manera distinta y obtienen resultados diametralmente opuestos. Pero también veremos que el problema de la sucesión de sus respectivos reinos tenía y tiene una dimensión histórica insospechada para ellos y que está vigente hasta el día de hoy. De ahí surge la importancia que el año cero tiene para nosotros.

Herodes El Grande [/]

Herodes había comenzado a reinar el año 40 A.C. No era de sangre real ni tampoco era realmente hebreo sino idumeo, pueblo del desierto que había abrazado el judaísmo una generación antes. Recibió el reino de Octavio (futuro Augusto) y Marco Antonio, por sus propios méritos y porque su padre, Antípater, había ayudado a Julio César en un momento difícil de la guerra civil. Para afianzar sus derechos al trono se casó con la bella Mariamne, nieta de Aristóbulo y de Hircano, los últimos reyes Asmoneos, descendientes de los famosos hermanos Macabeos que habían recobrado la independencia de Israel hacía más de un siglo.

Todo el reinado de Herodes está marcado por la conciencia de saberse plebeyo y casi usurpador, y por el temor de que alguien con mejores títulos le arrebatara el reino. A esto se sumó la rivalidad entre su propia familia, extranjera y medio bárbara, y la de su mujer noble. Como resultado de las insidias de su hermana Salomé y sus hermanos, asesinó sucesivamente al ex rey Hircano, abuelo de su mujer, de más de 80 años, a su cuñado Aristóbulo y finalmente a su adorada Mariamne, por celos, creyendo que le era infiel con alguno de sus servidores. Muchos años más tarde, después de una interminable serie de intrigas instigadas otra vez por Salomé, esta vez ayudada por Antípater, hijo mayor de Herodes con otra mujer, encarceló y finalmente ejecutó a Aristóbulo y Alejandro, los hijos de Mariamne.

Estas muertes sucedieron muy poco antes del nacimiento de Jesús. Bien puede uno imaginarse como habrá tomado Herodes la noticia de que había nacido un Rey de los judíos, ya no de la familia de los Asmoneos sino del linaje de David, de la tribu de Judá. ¡Otro rival más, aún con mejores títulos que sus propios hijos recientemente ejecutados! La matanza de los Inocentes que nos narra San Mateo es lo mínimo que se podía esperar de él en semejantes circunstancias.

A Antípater, designado como heredero al trono, se le subieron los humos a la cabeza. No quiso esperar la muerte de su padre y conspiró para envenenarlo. Delatado por su tía Salomé, se comprobó no sólo su intento de asesinato sino también sus anteriores intrigas para perder a sus hermanos. Herodes lo encarceló y lo acusó ante el César, quien le dio venia de proceder como le dictara su corazón de padre o su responsabilidad de Rey, a su elección.

Poco después Herodes enferma y designa a otro de sus hijos, Antipas, como su sucesor. No es que tenga problemas por falta de herederos. A esa altura tiene nueve esposas y media docena de hijos varones, varios de los cuales aparecerán mencionados en los Evangelios.

Por esos días ocurre un suceso que nos da luz sobre el ambiente religioso de la Jerusalén de entonces. Herodes hacía poco que había terminado lo que consideraba la obra cumbre de su reinado: el nuevo Templo de Jerusalén, aún más magnífico que el de Salomón. Encima de la puerta del Templo había colocado una águila de oro, pretendidamente como homenaje a Dios, pero más probablemente a sus amos romanos. Esto estaba prohibido por la Ley de Moisés. Un grupo de piadosos judíos, incitados por Judas y Matías, fariseos de renombre, arrancaron el águila de su sitio. El Rey se enfureció e hizo prender a los autores de este acto, ordenando de inmediato la ejecución de los dos instigadores. Su muerte coincidió con un eclipse de Luna, lo que nos permite fechar el hecho con astronómica exactitud. Era el 13 de marzo del año 4 antes de Cristo.

Una generación más tarde veremos también a Jesús preocupado por la pureza del Templo. Reacciona airadamente ante la presencia de los mercaderes, que seguramente ya comerciaban allí en los tiempos de Judas y Matías. Pero la nueva religión empieza a mostrar sus diferencias: ya no son los objetos inanimados los que profanan el Templo, sino la impureza de nuestros corazones.

Sigamos con Herodes. Su enfermedad se agrava en medio de atroces sufrimientos. Trata de suicidarse, sin éxito. Antípater cree que ha muerto, e intenta sobornar a sus carceleros. Herodes lo sabe y ordena su ejecución. Cinco días después le toca morir a él, no sin antes cambiar nuevamente su testamento. Deja como heredero del trono de Judea a Arquelao, el mayor de los hijos que le sobreviven. A Antipas lo deja ahora como tetrarca de Galilea y Perea. Este es el Herodes Antipas de los evangelios, el que mandará a matar a Juan el Bautista y el que querrá ver a Jesús en la noche de la Pasión.

Pero Arquelao aún no es rey. Necesita ser confirmado por los romanos. Pasa varios meses sometido a todo tipo de peticiones de sus súbditos, sin atreverse a negarles nada. Es una situación difícil que finalmente explota en la fiesta de la Pascua. Los discípulos de los dos fariseos asesinados por Herodes se acuartelan en el templo y chocan con las tropas que los van a desalojar. Hay más de 3.000 muertos. Justo en ese momento Arquelao debe partir a Roma para defender su trono frente a las acusaciones de su hermano Antipas.

En Palestina, en tanto, continúan las rebeliones. En Jerusalén la legión romana estacionada allí reprime a los revoltosos, incendiando los pórticos del Templo y saqueando su tesoro. En Galilea un grupo de bandidos toma la ciudad de Séforis, a menos de 10 km. de Nazaret. Un antiguo esclavo de Herodes opera en la zona del Jordán y es nombrado rey por sus compañeros de armas. Esta época terrible es recordada muchos años después por Gamaliel, en su discurso ante el Sanedrín que se narra en los Hechos de los Apóstoles, 5, 36.

Nuevas legiones convergen sobre Palestina para sofocar la rebelión. Un ejército árabe al mando de su rey, Aretas, enemigo mortal de Herodes, ayuda a los romanos.

Avanza sobre Galilea y toma nuevamente a Séforis. La ciudad es incendiada y sus habitantes vendidos como esclavos. Esperemos que Jesús y su familia no hubieran regresado aún de Egipto. Es muy probable que José y tal vez Jesús hayan trabajado algunos años más tarde en la reconstrucción de Séforis, que ahora tendrá un carácter marcadamente griego.

Finalmente los romanos dominan la situación. En tanto Arquelao, en Roma, logra defenderse de su hermano y conserva el trono de Judea. César Augusto, sin embargo, le niega el título de rey; sólo se podrá llamar etnarca, algo así como gobernador. César no lo sabe, pero es que ya ha nacido otro Rey de los Judíos. Título que 35 años más tarde Pilato hará inscribir sobre la cruz del Calvario proclamando, sin quererlo, la realeza de Jesús hasta el fin de los tiempos.

Lo anterior sucedía en el año 3 antes de Cristo. A partir de aquí nuestras fuentes ya no dan detalles sobre los sucesos de Palestina hasta el año 6 D.C. en que Arquelao es llamado nuevamente a Roma y finalmente desterrado debido a su mal gobierno. Judea quedará en manos de procuradores romanos hasta la época de Poncio Pilato.

Cesar Augusto [/]

Cayo Octavio era sobrino nieto de Julio César. Cuando éste fue asesinado en el 44 A.C., él tenía sólo veinte años de edad. Comenzó su carrera política cuando decidió aceptar el testamento de César. Por medio de él no sólo fue nombrado heredero de sus bienes, sino también adoptado como hijo, con lo que pasó a llamarse César él también. Se trataba de un testamento puramente civil, ya que por aquellos años en Roma aún no se podía concebir una sucesión dinástica. Sin embargo lo puso en posesión de una enorme fortuna y le dio la adhesión de los soldados veteranos de su padre adoptivo. Afianzarse en el poder le llevó más de 10 años, durante los cuales tuvo que aliarse sucesivamente con el Senado, liderado entonces por Cicerón, con los antiguos amigos de César, agrupados en torno a Marco Antonio y a Lépido, y hasta con los ex partidarios de Pompeyo, conducidos por Sexto, el único hijo aún con vida. Con una combinación de traiciones y acciones militares se libró de todos ellos. Cuando se produce la derrota final de Antonio y Cleopatra, en el año 31 A.C., queda como único amo de Roma.

Como se ve la llegada al poder de Octavio no fue muy diferente a la de Herodes. Sí encontramos notables diferencias en su vida privada. Sus dos primeros matrimonios, muy breves, se hicieron por razones de conveniencia política: el primero no llegó a consumarse y del segundo, que duró alrededor de un año, tuvo una hija que llamó Julia. Fue bajo la expectativa de ese nacimiento que el poeta Virgilio escribió su famosa Egloga IV, anunciando el fin de la edad de hierro y el comienzo de la edad de oro de manos del niño que habría de nacer. Profecía absolutamente errada en el caso de Julia, pero increíblemente aplicable al Cristo que nacería algunas décadas más tarde en Palestina.

Su tercer matrimonio fue por amor. Se enamoró apasionadamente de Livia, que estaba casada con Tiberio Nerón. Este no tuvo inconveniente en cedérsela, pese a que estaba embarazada de su segundo hijo varón. El matrimonio con Livia le aportó dos hijastros, Tiberio y Druso, pero ningún hijo. Más adelante veremos que la gran obsesión de Octavio fue justamente esa: tener un heredero de su propia sangre para dejarle el imperio. Pero el amor fue más fuerte y el matrimonio con Livia duró para toda la vida.

Hacia el año 25 antes de Cristo el poder de Octavio se ha consolidado. El pueblo, cansado de guerras civiles, acepta su dominación. Ha llegado a un acuerdo con el senado, el que le ha conferido el título de Augusto con que lo conocerá la posteridad. Empieza a pensar en la sucesión. Julia ya tiene 14 años. La casa con su sobrino Marcelo, hijo de su hermana, el cual inicia una rápida carrera política. Toda Roma espera con alborozo un hijo de esa unión, quien presumen será el heredero del imperio. Pero en cambio lo que sucede es que Marcelo enferma y muere. Será la primera de una serie de desgracias que frustrarán una y otra vez los planes sucesorios de Augusto. También Augusto ha pasado por una grave enfermedad y ya no se siente tan seguro de su posición. Decide entonces casar a Julia con alguien de mayor peso político: su amigo de juventud, general y principal colaborador, Marcos Agripa. El mismo cuyo nombre figura en el frontis del Panteón, en Roma. Esta unión es más exitosa. De ella nacen tres varones y dos niñas. Los mayores, Cayo y Lucio César, son adoptados por Augusto como sus propios hijos, aún en vida de su padre. Los educa él personalmente, cosa insólita ya en aquellos tiempos.

En el año 12 A.C. Augusto asume también la dignidad de Pontífice Máximo, a la muerte de Lépido, quien a su vez había sucedido en ese cargo a Julio César. No sabemos qué importancia le dio a este antiguo título, que venía desde los orígenes de la República. Mal podría él imaginarse que de todos sus títulos sería el único que continuaría vigente a más de 2000 años de distancia y probablemente por muchos milenios más. Es que los Papas heredaron ese título de los primeros emperadores cristianos, y lo usan hasta el día de hoy, como se puede ver en numerosas inscripciones de la Ciudad Eterna.

Por esos años mueren sus mejores amigos Agripa y Mecenas, famoso este último por su patrocinio a las artes. También muere su hijastro Druso, gran general y excelente persona. Augusto casa a Julia con su otro hijastro, Tiberio. Pero este matrimonio no funciona. Tiberio sigue enamorado de su anterior esposa, en tanto que el comportamiento de Julia es cada vez más escandaloso. Tiberio, celoso de la atención que Augusto brinda a sus ahora hijastros, Cayo y Lucio, prefiere retirarse a estudiar a la isla griega de Rodas.

Los nietos crecen y con ellos las esperanzas de Augusto. Prepara cuidadosamente los inicios de su vida pública. Con sólo 17 años de edad, el 3 A.C., veremos a Cayo, el mayor, en la primera fila de los asistentes a la defensa que hace Arquelao de su trono frente a los ataques de Antipas. Al año siguiente tomará un mando militar en la frontera del Danubio. Pero en tanto la conducta de Julia ha llegado a tal extremo que Augusto debe desterrarla a una pequeña isla cercana a Sicilia. Justo en el momento en que el Senado le da el título de Padre de la Patria. ¡Ironías del destino! Pero al menos Augusto, a diferencia de Herodes, jamás derramará la sangre de alguno de sus parientes.

Sin darnos cuenta hemos llegado al año cero (1 A.C.), objeto de estas líneas. ¿Y qué pasó? Hay lagunas en nuestras fuentes, pero aparentemente no pasó nada importante. Lo único que sabemos con certeza es que ese año fueron cónsules Lucio Calpurnio Pisón y Cosso Cornelio Léntulo, dos aristócratas de ninguna relevancia política. Eso sería todo.

Nuevas desgracias se ciernen sobre Augusto. En el 2 D.C. Lucio César muere en Marsella, camino a España. 18 meses después muere Cayo en Asia, durante el transcurso de una misión diplomática. Los planes para sus sucesión vuelven a fojas cero. Ya no le queda otro que Tiberio, con el que nunca ha simpatizado demasiado. Se ve obligado a adoptarlo como hijo y asociarlo al imperio, pero aún intenta una última jugada. Obliga a Tiberio a adoptar a su sobrino Germánico, hijo de Druso, quien está casado con Agripina, nieta de Augusto, de la cual tiene varios hijos. De esta forma cree asegurar el trono para un descendiente de su sangre.

Cuando finalmente muera Augusto, en el 14 D.C., las cosas no serán como las había planeado. Germánico morirá en circunstancias misteriosas algunos años después. Tiberio hará matar a Agripina y a varios de sus hijos. Pese a todo dos descendientes de Augusto alcanzarán la dignidad imperial, Calígula y Nerón, pero lo paradójico es que sus nombres quedarán en la historia como los dos peores emperadores romanos, verdaderos monstruos de locura y crueldad.

¡Pobre Augusto, tanto esfuerzo por conseguir un heredero! Pero no hay duda de que logró fundar un gran imperio, el imperio más universal del que se tenga memoria. Abierto a todos los hombres sin distinción de razas. Por su trono pasarán emperadores italianos, españoles, africanos, sirios, árabes, tracios, godos e ilirios. Imperio que en lo político durará 500 años en Occidente y otros 1000 más en Oriente. Que será la base cultural de Europa y de todas las regiones del mundo colonizadas por ella. Y que en cierta forma es continuado hasta el día de hoy por esa institución igualmente universal, igualmente abierta a todos los hombres, que es la Iglesia Católica Romana. La capital, el idioma y muchos aspectos de su organización y administración provienen de aquel imperio que fundara Augusto allá por el año cero.

Jesus De Nazareth [/]

¿Qué podemos concluir de la historia de estos dos padres procurando un heredero para sus respectivos reinos? Pues que al mismo tiempo que a ellos le sucedían estas cosas, se estaba desarrollando la verdadera historia que nos importa, curiosamente en términos muy similares: padres, hijos, reinos y herederos.

Fue efectivamente en ese momento en que cerca de la Jerusalén de Herodes aparece un singular Maestro que nos habla de otro reino, el reino de los cielos, gobernado por su padre Dios, y del cual hemos sido instituidos como herederos. Un reino en el que todo es al revés, donde se proclama la felicidad de los pobres y de los que sufren; donde los más importantes deben ser servidores de los demás. Un reino que empieza en esta Tierra y que no tendrá fin. Un reino en que el único impuesto que hay que pagar es el del Amor.

Sus discípulos, un puñado de gente humilde, reciben de su Maestro el encargo de llevar este Mensaje hasta los últimos rincones de la tierra. ¡Y lo consiguen! Nutridos en la antigua religión de Israel, apoyándose en la riqueza del pensamiento griego y aprovechando la infraestructura del Imperio Romano, han logrado que la Iglesia fundada por su Maestro esté presente en todos los países del mundo, empezando por la misma Roma.

Lo que pasó después da y dará para infinidad de páginas. Pero mi intención era hablarles del año cero, aquel oscuro año en el que aparentemente no pasó nada, pero en el cual empezaron a pasar tantas cosas que, 2000 años después, la humanidad aún divide la historia en: antes de Cristo y después de Cristo.

Comentarios
por Ecazes (200.109.208.---) - mar , 04-oct-2005, 00:00:00

Facil de leer, ameno. Puso juntos un monton de datos que normalmente estan disgregados en varias fuentes.
Gracias, muy bueno.

por Invitado (190.160.123.---) - mi , 24-oct-2007, 00:00:00

Muy interesante el artículo, entretenido y bien escrito.

por Dolores (i) (88.31.147.---) - sb , 19-sep-2009, 08:23:39

Está más que escrito y asegurado,cuáles son nuestros orígenes tanto en la ciencia como en religión,usted mismo lo acaba de corroborar,en mi familia por parte de mi abuelo,existió sangre romana por el apellido Muñoz,perteneciente por lo que he podido leer a Lucio Muño o Nuño(si no me equivoco)cristiana y católica por González,mi abuela llevaba la misma sangre que mi abuelo porque se apellidaba González y llevaba sangre judía porque el primer apellido que era Rosa,la historia a lo largo de los tiempos ha ido demostrando en ciencia y religión,que todos,hasta el día de hoy,siguen existiendo,dándose misteriosa y científicamente probado,que existen personas en estos tiempos que tienen la misma genética de la familia de Jesucristo y su condición religiosa.Muchas gracias por su escrito,me ha ayudado mucho.

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