El tiempo de Adviento-Navidad es el conjunto de seis semanas que abre el año litúrgico, es decir, un ciclo completo de celebraciones.
Comienza a fines de noviembre o principios de diciembre, siempre cuatro domingos antes de Navidad, así que lo más temprano que puede empezar es el 27 de noviembre, y lo más tarde, el 3 de diciembre. A su vez finaliza el domingo siguiente a la Epifanía (6 de enero), o sea que lo más temprano que puede terminar es el 7 de enero, y lo más tarde, el 13. Siempre termina con la solemnidad de Bautismo del Señor.
Dentro de este período, las primeras cuatro semanas y poco más, hasta la Navidad, se denominan Adviento.
En la muy remota antigüedad cristiana de la Iglesia de Occidente, el año litúrgico tenía su centro el 25 de marzo, fecha en la que la mística astronómica suponía que había ocurrido la creación del mundo, la encarnación y la resurrección: así, todas las «creaciones» las había hecho Dios en el mismo día: en el equinoccio de primavera. Esta convicción mística venía acompañada por la costumbre civil de comenzar el año en el mes de marzo.
Aunque no hay en esos primeros siglos cristianos un calendario del todo uniforme y obligatorio, los vestigios que nos han llegado nos cuentan que se comenzaba el ciclo de lecturas bíblicas -con Génesis- el domingo de Pascua, y acababa al año siguiente en sábado santo. Había en el año cuatro témporas penitenciales, correspondientes a los meses 1, 4, 7 y 10, es decir, marzo, junio, septiembre y diciembre, y el centro de toda la celebración religiosa cristiana era exclusivamente la Pascua del Señor.
Es difícil saber los motivos que empujaron tiempo después a la cristiandad a celebrar el misterio de Navidad como algo separado de la Pascua y con una fecha fija; lo cierto es que la celebración del 25 de diciembre como nacimiento de Jesús comienza en Roma en el siglo IV, aunque no terminó de implantarse en la cristiandad hasta el siglo VII, y en realidad no ha quedado implantada del todo nunca en la cristiandad oriental, que celebra el nacimiento como un aspecto de la Epifanía o manifestación de Jesús al mundo, el 6 de enero, junto con la visita de los Magos, el Bautismo del Señor y las bodas de Caná.
No debe descartarse que las luchas cristológicas de los primeros siglos cristalizaran en la conciencia de la necesidad de acentuar de un modo litúrgico la verdadera humanidad de Jesús.
Hay varias hipótesis acerca de por qué celebramos el 25 de diciembre, de todas ellas, dos son las más sólidas. Una dice que puesto que se consideraba un verdadero «datum» que la Encarnación había ocurrido el 25 de marzo, el 25 de diciembre resulta 9 meses perfectos luego de aquella fecha. La otra afirma que, los cristianos reemplazamos el día romano del «Natalis Invicti», el nacimiento del invicto Sol, haciendo el puente simbólico entre el sol celebrado por los paganos y el auténtico Sol de Justicia, es decir Cristo, anunciado por el profeta Malaquías: «para vosotros, los que teméis mi Nombre, brillará el sol de justicia con la salud en sus rayos, y saldréis brincando como becerros bien cebados fuera del establo.» (3,20). Posiblemente estas dos hipótesis sean complementarias, y no haya un único motivo sino varios convergentes que fueron llevando a elegir el 25 de diciembre como fecha simbólica del nacimiento de Jesús.
Sin embargo, esto sólo nos dice cómo surgió el 25 de diciembre, pero ¿y el adviento?
Ya he mencionado que en diciembre había un tiempo penitencial eclesiástico; en la Galia (aproximadamente en la actual Francia), territorio de pujante religiosidad, ese tiempo se vinculó al 11 de noviembre, día de san Martín, y comenzó de a poco a constituir la llamada «Cuaresma de san Martín», que comenzaba en la fecha mencionada, y terminaba ya cerca del 25 de diciembre, es decir, una auténtico período penitencial de 40 días, primero obligatorio para monjes y eclesiásticos, y extendido luego al pueblo cristiano. Esta costumbre nunca llegó a ser adoptada por toda la Iglesia, sino que quedó circunscripta a Hispania y las Galias, pero preparó el terreno para la vinculación simbólica entre Adviento y penitencia.
Lo cierto es que el Adviento tiene desde el origen un doble carácter: penitencial/escatológico, ya que se prepara «cuaresmalmente» para la segunda venida del Señor, y gozoso/histórico, ya que prepara la rememoración sacramental de la primera venida del Señor.
Con el tiempo este doble carácter fue dando lugar a la peculiar estructura de lecturas y textos propios de las misas y del oficio divino de estos días: se comienza la primera semana con lecturas y oraciones que aluden netamente a la segunda venida del Señor.
Por ejemplo, veamos el prefacio III, uno de los dos que pueden utilizarse hasta el 16 de diciembre:
«En verdad es justo darte gracias,
es nuestro deber cantar en tu honor
himnos de bendición y de alabanza,
Padre todopoderoso,
principio y fin de todo lo creado.
Tú nos has ocultado el día y la hora
en que Cristo, tu Hijo,
Señor y Juez de la historia,
aparecerá, revestido de poder y de gloria,
sobre las nubes del cielo.
En aquel día terrible y glorioso
pasará la figura de este mundo
y nacerán los cielos nuevos y la tierra nueva.
El mismo Señor que se nos mostrará entonces lleno de gloria
viene ahora a nuestro encuentro
en cada hombre y en cada acontecimiento,
para que lo recibamos en la fe
y por el amor demos testimonio
de la espera dichosa de su reino.
Por eso, mientras aguardamos su última venida,
unidos a los ángeles y a los santos,
cantamos el himno de tu gloria:
[...]» (prefacio III)
Para todo el Adviento los textos bíblicos del AT provienen en su gran mayoría de la primera parte del libro de Isaías (Isaías 1-39), pero conforme van pasando los días, el conjunto de lecturas va dejando su carácter escatológico y va adoptando un tema más explícitamente navideño. El corte rotundo se produce el día 17 de diciembre, una semana antes de Navidad, en que los textos decididamente se vuelcan en la primera venida del Señor.
El personaje que hace de transición entre la segunda venida de Cristo y la primera es Juan el Bautista, sobre quien se reflexiona extensamente a partir de la segunda semana: es el protagonista de los evangelios del domingo II y del domingo III. En cuanto a las lecturas de los días de semana, todos los evangelios desde el jueves de la segunda semana hasta el día 23 de diciembre tratan de Juan el Bautista.
En época de Jesús uno de los más importantes acentos que tenía la religión popular era el escatológico: la gente esperaba que pronto ocurriera una intervención definitiva de Dios en la historia, una consumación... naturalmente, eso no quiere decir que estuvieran dispuestos a reconocer la verdadera obra que Dios realizó en ese momento: su Hijo encarnado, muerto, resucitado y glorificado a su derecha; pero lo cierto es que era una época de agitación religiosa en el pueblo judío.
Prueba de esa agitación es el pulular en los inicios de nuestra era de movimientos al margen de la religión oficial: predicadores, profetas, grupos radicales (esenios, zelotes), y toda una literatura popular -la apocalíptica- que instaban al pueblo a una conversión y cambio de vida para preparar la gran actuación final de Dios en el mundo, identificada ya sea con la expulsión de los romanos, ya con el fin de la casta sacerdotal del templo, etc.
Uno de los símbolos religiosos que esa literatura apocalíptica había consolidado era la de la vuelta del profeta Elías. Era una convicción firme de que el final iba a estar precedido de la vuelta de un profeta, y ese profeta se pensaba que debía ser Elías, que había sido arrebatado al cielo sin probar la muerte (conforme al relato de 2Reyes 2). Otros identificaban al que debía volver con Henoc (Gn 5,24), y sin duda que su figura también fue objeto de creencias y reflexiones de gran popularidad, pero no se puede comparar con la extensión que tuvo la convicción sobre Elías, cuya vuelta estaba atestiguada incluso en escrituras canónicas como la del profeta Malaquías, 3,23-24, lectura de la que puede verse un eco en un libro -canónico para nosotros- que no formaba parte de la biblia hebrea sino de la griega, de gran difusión en época de Jesús: Eclesiástico (o Siracida) 48,1-15.
El propio Jesús, cuando sus discípulos le preguntan sobre las señales del fin, y sobre la doctrina acerca de la vuelta de Elías, dirá: «Elías ya vino» (Mc 9,11-13 y par. Mt 17,12). Esta enseñanza de Jesús hizo que la Iglesia inicial reflexionara en gran profundidad sobre Juan el Bautista, iniciador de un rito propio. Es verdad que el bautismo como rito, la inmersión en aguas purificadoras, ya existía en la religión judía, pero "hacerse bautizar" es decir, que otro -un bautizador- deba sumergir al penitente, eso es una novedad introducida por el Bautista, que da origen a su mote: «el que bautiza».
No hay duda de que la predicación del Bautista fue fundamental para el primer cristianismo, algunos de cuyos miembros venían, precisamente, del círculo de seguidores del Bautista (como Andrés, por ejemplo), e incluso es probable que el origen histórico del bautismo cristiano se relacione con el bautismo joánico (aunque tiene significado y valor nuevos); pero la presencia del Bautista en nuestra fe no hubiera sido más que una influencia exterior si el propio Jesús no hubiera unido su figura a la de Juan por medio de esa breve y misteriosa sentencia: «Elías ya vino».
La vuelta de Elías, identificado con el Bautista, contiene ya toda una doctrina sobre el significado de Jesús: si el Bautista es Elías, Jesús es la consumación de la historia. Lo propio del Adviento es mostrar que esa consumación no se ubicará solamente al fin de los tiempos, sino que ha ocurrido ya, con el sólo aparecer de Jesús en nuestro mundo, con su nacimiento. La figura del Bautista ayuda a profundizar en la Navidad, no como fiesta del "cumpleaños" de Jesús, sino como acontecimiento histórico y cósmico que actualiza hoy el fin de la historia y la manifestación plena de Dios.
El Adviento conjuga los planos del «vendrá» y el «ya vino» para ayudarnos a encontrar en el presente, en el Niño que «viene», a aquel que, aunque trascendente y escondido, ha querido permanecer para siempre Dios-con-nosotros.
Para profundizar:
-Sobre los aspectos litúrgicos:
La «Historia de la Liturgia», de Righetti, tiene en su tomo I valiosos apuntes sobre este tiempo.
La «Iniciación a la liturgia», de Abad Ibáñe y Garrido Bonaño tiene también, pág 725ss, notas de gran interés.
El «Vidas de los santos de Butler», de Thurston, tomo IV, pág. 609ss, trata de manera sintética y profunda la cuestión del origen del 25 de diciembre
-Sobre la figura del Bautista, pocos la han estudiado contemporáneamente con tanta exhaustividad como Meier en su «Un judío marginal», tomo II-1