(SS. Francisco, en Nagasaki, 24-11-2019 ver el Mensaje sobre las armas nucleares)
La siguiente noticia corresponde al conjunto de los santos Edmundo Gennings, Suintino Wells, Poliodoro Plasden y Eustacio White, y los beatos Brian Lacy, Juan Mason y Sidney Hogdson, que el Martirologio inscribe este mismo día en dos noticias separadas.
El 18 de octubre de 1591, se promulgó un edicto real sobre la aplicación de las leyes contra los católicos en Inglaterra. El 10 de diciembre, murieron en Londres los primeros siete mártires del nuevo régimen. Entre ellos el principal era san Edmundo Gennings. Este sacerdote había nacido en Lichfield en 1567 y había sido educado en el protestantismo. Su hermano cuenta que de niño era muy serio y muy dado a mirar las estrellas, tanto en el sentido literal como en el figurado. A los dieciséis años, Edmundo entró a servir de paje en casa de un noble católico. Pronto se reconcilió con la Iglesia e ingresó en el Colegio Inglés de Reims. Parecía que la mala salud le iba a impedir realizar sus deseos pero sanó milagrosamente y pudo ordenarse a los veintitrés años, después de obtener la dispensa de edad. El P. Genings dio testimonio de la fe aun antes de salir de Francia; en efecto, en abril de 1590, cuando se dirigía a la corte con otros compañeros, los hugonotes los asaltaron, los robaron y los tuvieron prisioneros durante tres días. La expedición desembarcó en Whitby con grave peligro. El P. Genings consiguió llegar a su ciudad natal, donde se enteró de que todos sus parientes habían muerto, excepto su hermano Juan, que estaba en Londres. Allí le buscó en vano durante un mes y ya había determinado partir de la ciudad, cuando se topó inesperadamente con Juan, en Ludgate Hill. Juan no manifestó especial alegría al ver a Edmundo, pues sospechaba que era sacerdote. En seguida le vaticinó que, si estaba ordenado, lo pagaría con la vida y acarrearía la ruina y el descrédito a sus amigos. Al oír aquello, Edmundo comprendió que no era el momento oportuno para hacer el intento de convertir a su hermano, y se retiró al campo1. En el otoño de 1591, regresó a Londres y celebró la misa en la casa de san Suintino Wells, quien vivía en Gray's Inn Lane.
El señor Wells era el sexto hijo de Tomás Wells, gentilhombre de Brambridge, en Winchester. Según parece, vivió apaciblemente en el campo hasta la madurez, hizo algunos viajes al extranjero y sirvió en casa de algunos nobles. «Era un hombre de ágil inteligencia, dominaba diversos idiomas... amaba ciertas diversiones honestas e inocentes, y era siempre muy devoto en la oración...» Durante seis años, se ocupó en la «tarea más elevada de instruir a algunos jóvenes de la nobleza en virtud y letras», es decir que dirigió una escuela en Monkton Farleigh de Wiltshire. En 1585, se trasladó a Londres con Margarita, su esposa. Durante los seis años siguientes, estuvo preso por lo menos dos veces a causa de la fe y fue sometido a severos interrogatorios. El 8 de noviembre, cuando el P. Genings celebraba la misa en casa del Sr. Wells en presencia de unos cuantos católicos, llegó Topcliffe, el famoso «atrapa-curas», con una escolta. Los fieles hicieron lo posible para detener a Topcliffe y a sus hombres hasta que terminó la misa, pero inmediatamente después, éste tomó prisioneros a san Edmundo, a san Poliodoro Plasden, que era también sacerdote, a los beatos Juan Mason y Sidney Hodgson, a la Sra. Wells y a algunos otros. El Sr. Wells que estaba ausente, fue arrestado poco después.
Los jueces condenaron a muerte a Edmundo Genings y a Poliodoro Plasden por haber vuelto a Inglaterra a ejercer el ministerio sacerdotal, al Sr. Wells por haberlos hospedado, a la Sra. Wells, a Mason y a Hodgson por haberles prestado ayuda2. San Edmundo fue ahorcado, arrastrado y descuartizado. A san Swithin se le ahorcó en Gray's Inn Fields, muy cerca de la casa del Sr. Wells. En el camino de Newgate al sitio de la ejecución, Swithin gritó a alguien que se hallaba entre la multitud: «¡Adiós, amigo mío! ¡Adiós a la caza y a los buenos tiempos! Me voy a un mundo mejor». San Edmundo no había perdido aún el conocimiento, cuando comenzaron los verdugos a descuartizarle, puesto que lanzó gemidos de dolor. Su compañero de martirio le dijo: «¡Pobre amigo mío! Tus sufrimientos son muy grandes, pero están a punto de terminar. Pide por mí, santo de Dios, para que mis sufrimientos lleguen pronto». El verdugo y algunos de los presentes afirmaron que había invocado a san Gregorio mientras le arrancaban el corazón y las entrañas. Swithin se quejó de que, a pesar de su avanzada edad, le tuviesen en camisa a la intemperie, mientras preparaban la ejecución y, cuando llegó el momento dijo al verdugo: «Pido a Dios que haga de vos otro San Pablo, como lo hizo con Saulo». Topcliffe se acercó para decir a san Swithin: «Ya veis, Sr. Wells, a dónde os han conducido vuestros sacerdotes». Él replicó serenamente, ya con la soga al cuello: «Estoy muy feliz y doy gracias a Dios por haberme permitido albergar a tantos sacerdotes santos». Los santos Poliodoro, Juan y el beato Sidney, fueron ejecutados el mismo día, 10 de diciembre, en Tyburn. Con ellos sufrieron el martirio los beatos Eustacio White y Brian Lacey.
Lacey era un gentilhombre de Yorkshire, primo y compañero del beato Montford Scott. Después de ser torturado, se le condenó a la horca por haber ayudado y albergado al P. Scott. El delator había sido el propio hermano de Brian Lacey. Eustacio White, originario de Louth e hijo de padres protestantes, se había ordenado sacerdote en Roma. Cuando Eustacio se convirtió, su padre le maldijo. Ejerció su ministerio durante tres años en el oeste de Inglaterra, hasta que fue delatado, en Blanford, por su abogado, con el que había hablado con demasiada libertad sobre la religión. Durante el tiempo en que estuvo prisionero en Blanford causó tan buena impresión entre los protestantes del lugar, que éstos comentaban abiertamente su propósito de pedir a la reina que le pusiese en libertad. No obstante aquellas intenciones, el santo fue trasladado a Londres y tratado con gran crueldad. Estuvo más de seis semanas en Bridwell cargado de cadenas y mal alimentado; Topcliffe le torturó siete veces con la esperanza de que indicase los nombres de las personas que le habían dado albergue y de los sitios en que había celebrado la misa. Los jueces le condenaron por ser sacerdote. Fue martirizado en Tyburn el mismo día y en la misma forma que san Edmundo Genings. San Polidoro Plasden fue descuartizado después de su muerte.
nota 1: El propio Juan Genings confiesa que «más bien se alegró de la temprana y cruel muerte de su pariente más próximo, pues esperaba así verse libre de las exhortaciones que le haría para que se convirtiese al catolicismo». Pero, diez días después del martirio de su hermano, Juan cambió súbitamente: se convirtió al catolicismo, ingresó en la orden franciscana y llegó a ser provincial de Inglaterra.
nota 2: La Sra. Wells fue indultada y murió en la prisión once años más tarde. Su causa de beatificación no se ha llevado adelante por falta de pruebas.
Juan Genings escribió la biografía de su hermano, que fue publicada en St. Omer en 1614. Se encontrarán otras fuentes que arrojan luz sobre estos mártires en las publicaciones de la Catholic Record Society, vol. V (1908) , sobre todo pp. 204 ss., 131 ss., y passim. Véase también el artículo de Memories of Misionary Priests, pp. 169-185; B. Camm, Tyburn and the English Martyrs (1904), pp. 60-72; y J. H. Pollen, Acts of the English Martyrs, pp. 98-127.
Arena, polvo, visión borrosa, no distingo el horizonte. Ya he pasado el campo de dunas. Ahora es el solitario desierto, algún pedrusco, algunos matojos que se revuelven con las ráfagas del viento seco, las lágrimas se secan en mi cara, la lengua se seca en mi paladar, tengo muy poca agua en mi mochila y no sé si alcanzaré a salir de aquí o me quedaré seca, arruinada por la arena, absorbida por la aridez de este desierto que no termina.
Aridez de la perversión de los hombres, aridez de las mentiras, los engaños sin motivo, aridez de la incomunicación también sin motivo, aquí no se ven cables de alta tensión que transmitan la energía, aquí no hay sombras salvo la que yo proyecto contra el suelo. Hasta aquí ha llegado la incomprensión, la falta de dignidad, ya uno casi se arrastra, pegado al polvo del desierto, respirando arena con la boca cerrada para que ni siquiera salga un lamento de dolor, nada, silencio. ¿Cómo puedo olvidar la maldad, la maledicencia, el rumor del vocerío de las malas lenguas?
¿soy un lamento mudo? ¡eh! ¿hay alguien ahí?
Dios me deja que vea cómo se mueve el Diablo, sus cabriolas, sus piruetas, sus halagos, sus rosas del desierto para conmover mi espíritu vagabundo. Ya sé con quién no tengo que hablar, ya sé con quién no puedo hablar, pero…
Aún no conocía yo al completo la aridez del desierto. Llega la noche. Me envuelvo en mi manta, hace frío, frío de muerte, soledad en grado máximo. Y miro al cielo y veo las estrellas, sí que se observa muy bien, la atmósfera límpida y exigua me deja ver los planetas, la Luna, según sus fases, y las estrellas. Y el Diablo corretea, brinca, salta, “buscando a quien devorar”.
Aquí, en la aridez, no me sujeta nada, solamente la arena juguetea conmigo, colándose por los entresijos de mi ropa y el Diablo baila su danza impertinente. Ahora no hay columna de fuego que guíe mis pasos, ni nube que me proteja del solano. La duda me atrae y cuando me tiene cerca pasa por encima de mí como un tren de mercancías y me deja dolida, tirada, arrasada, ahora no puedo moverme. Es más de lo que yo pensaba, si lo hubiera sabido me habría traído mis pistolas para poder disparar hacia las estrellas y así, con la explosión de luz, hubiera podido enderezar un poco mi cuerpo y mi camino, pero no, no me las traje, no se me ocurrió entonces que la aridez era tan espesa, tan monótona, tan sólida, tan aburrida.[...continuar leyendo...]
Señor: estamos celebrando el tiempo de Adviento, tiempo de espera, de "estar atento" para no perderme el gran acontecimiento de tu venida al mundo. Que piense en este tu gran detalle de amor. Nada te obligaba a hacerlo, ya que fui yo el culpable. Tampoco te voy a preguntar por qué lo hiciste. Tu respuesta me la das naciendo en un pesebre y muriendo en una cruz. Me pides que en el tiempo de Adviento esté pendiente de tu llegada, porque deseas que yo participe de tu alegría por liberarme de mi culpa, por comunicarme que tu Padre es también el mío y por anunciarme que te quedarás en el mundo para compartir mi vida.
Me avisas que tu presencia en el mundo no se revestirá del poder y la gloria que correspondería a un Dios-Rey, sino que lo harás envuelto en pobreza. Que te manifestarás "a los hombres de buena voluntad" porque eres un "Dios-cercano, un Dios-con-nosotros" y que para encontrarte debo convivir con los necesitados, los olvidados, con los que sufren.
Me dices que me alegre por tu venida, que "levante mi cabeza, porque se acerca mi liberación". Que llene mi interior de paz y perdón para cambiar tu pesebre en una cuna digna del Dios-Niño. Que aunque pertenezca a una sociedad agnóstica, consumista y sin valores, siembre el mensaje de paz que Tú traes y ellos buscan.
Señor: que en el tiempo litúrgico del Adviento esté atento a tu llegada y no permitas que mi indiferencia haga que llegues sin ser acogido, que pases de largo porque las luces y el consumo me hayan borrado el verdadero sentido de tu Natividad.
Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar.
Señor : Gracias por tu venida, por hacerte carne, por pasar frio para darme calor, por quedarte en la Eucaristía para compartir pan y amores. Para un humano son detalles de un amor desmedido, un amor que el mundo no conoce y que con tu nacimiento nos indicas los límites que yo debo ponerle: "amaros los unos a los otros como yo os he amado".
Sea por siempre bendito y alabado.