Hace poco tiempo una amiga me mostró un cuadro de Giovanni Gasparro que había conocido en internet; inmediatamente busqué el sitio web del autor, y efectivamente tiene uno muy bien presentado, muy completo y bello, que recomiendo visitar. Puedo decir que fue un "flechazo", su obra se me apareció como realmente dotada de genio, de eso más bien indefinible pero muy real, que separa las obras de los auténticos artistas de los que simplemente pintan una obra, decorativa, sí, agradable, sí, pero no bella.
Más que Giovanni debemos decirle Giovane (supongo que este juego de palabras se lo harán hasta el hartazgo), Gasparro nació en Bari, Italia, en 1983, lo que significa que varios de los cuadros que veremos de él esta semana santa son de sus 22, 25 o 26 años. No diré que es un prodigio de manera absoluta, pero sí lo es para nuestra época, que tanto alarga el aspecto de indefinición de la juventud, en detrimento de la vitalidad y fuerza que posee, y que Giovanni Gasparro ha sabido sacarle partido.
Su obra apunta al cuerpo humano, y quizás en especial al rostro (¡y las manos!), dentro de esa dirección general, en cuadros religiosos y profanos, hay una búsqueda de representación de tema religioso, pero dentro de esto hay también genuino arte sacro, es decir: arte dirigido en especial al aspecto de misterio que tiene la fe, y con la intención de que esa obra pueda ser también vehículo del culto.
Algunas de las obras que presentamos están en L'Aquila, en la Basílica de San José Obrero, como conjunto pictórico para revitalizar uno de los edificios antiguos (siglo XIII) fuertemente dañados por el terremoto de 2009.
He escogido algunas obras y las he organizado en forma de un "recorrido" por la pasión y resurrección. Este recorrido se ajusta a las obras disponibles y por tanto evoca solo sumariamente los hechos de la Semana Santa:
Lunes Santo: «El canto de la traición» («Il canto del tradimento - Il gallo di san Pietro»). Una obra de 2009, del ciclo de L'Aquila; una de las primeras que vi en su web, y que aun antes de leer el título me hizo pensar en el gallo de la escena de San Pedro. En realidad el gallo en nuestra cultura evoca ese símbolo, pero también el trabajo, el estar prontos, el comenzar la tarea; son dos líneas simbólicas que coexisten.
Lo escogí como imagen de portada del Lunes Santo por la traición que se cierne sobre el Señor, pero no menos por la frase de Jesús «Lo que has de hacer, hazlo pronto». El lunes santo nos madruga a una semana intensa para la cual estamos despiertos y preparados, nada menos que a la tarea de contemplar el desamparo de Jesús, su entrega solitaria.
Martes Santo: «Las manos de Poncio Pilato» («Le mani di Ponzio Pilato»). En la escena evangélica (exclusiva de san Mateo) un Pilato alertado de la inocencia de Jesús por su propio juicio, pero también no menos por su mujer, es decir, un Pilato que de ninguna manera puede pasar por inadvertido, se lava las manos, despreciando así todo el significado del poder humano: es la imagen misma de la prevaricación.
El cuadro de Gasparro, perteneciente también al ciclo de L'Aquila, nos pone en contacto con un recurso expresivo del autor que veremos aparecer otras veces en cuadros subsiguientes: las manos se multiplican, son las dos manos de Pilato, pero son manos que no hablan en un solo gesto sino en muchos gestos encadenados.
Esto que para el autor es un recurso expresivo me ha llevado a pensar que todos tenemos un poco las manos en la bacía de Pilato, incluso hay una cierta "necesidad" (la necesidad sagrada no es racional, y debe ser escrita con comillas) de que nos lavemos las manos de la muerte de Jesús, sin lo cual no moriría, ¡ni seríamos salvados!
Miércoles Santo: «Ecce Homo», naturalmente, la escena del evangelio joánico corresponde a la mañana del viernes, sin embargo, me llamó la atención algo de la obra que me hizo escogerla para el miércoles, para antes del comienzo de "la acción": en ese Jesús interiormente fragmentado, donde hay retorcimiento de dolor, resignación, cansancio... hay también, y es lo que más descuella en los rostros del Rostro, alegría. Una alegría por la entrega que se trasluce perfectamente en el evangelio de Juan: «nadie me quita la vida, yo la doy voluntariamente» (10,18). La "necesidad" divina de la muerte de Jesús, y su autoentrega voluntaria son las dos caras más profundas de ese misterio de la Pasión que este Ecce Homo de varios rostros ha sabido hacer presente.
Jueves Santo: «Última Cena». La obra se comenta por sí sola. Quisiera solo llamar la atención en que el título va sin artículo, no es "la última cena" sino "última cena"; podrá parecer una nimiedad, pero al pensar la última cena de Jesús como "la" última cena, un poco la separamos y aislamos de las demás. la convertimos en una clase en sí misma, y perdemos de dimensión que es una cena, una cena judía como tantas cenas que habrá celebrado Jesús , primero con sus parientes, de más niño y joven, luego ya con sus nuevos parientes, sus elegidos y discípulos. Si hemos de creer a los exégetas, comer, banquetear, cenar con gente era una de las actividades predilectas de Jesús, así que Jesús cenaba, igual que nosotros. Solo que esa cena fue última, y fue última sin que nadie se lo esperara: fue última porque se fue su sangre en ella, y ya si no queda sangre, no queda con quién cenar.
El cuadro percibe eso especial que tiene esta cena, de la clase común "cena", con platos apilados luego de una larga tertulia, copas que se caen, servilletas arrugadas, panes a medio consumir, pero donde el rastro de sangre, o de vino, o de vino que es sangre, marca la llegada de lo último.
Todos tendremos una última cena, lo decisivo está en si la última sangre de esa última cena termina donde debe terminar, derramada, entregada por.
Viernes Santo: «Elì, Elì, lemà sabactani?» La obra recupera el grito de Jesús, pero no cuando Jesús lo grita sino más tarde, cuando ya se ha "cumplido", cuando lo están descolgando de la cruz. No queda ya nada de Dios en él, todo ha sido entregado y derramado. Lo que queda es un rostro increíblemente sereno, que contrasta con la angustia de la mujer: ella, como ser humano, no entiende aún que el completo vaciamiento de Dios ha alumbrado realmente un nuevo hombre: «Ahora ya pueden dormir y descansar», dice Jesús en palabras que son verdaderamente proféticas, es decir, cargadas de realidad de lo que va a ocurrir tan solo un día después. Y es lo que hace su humanidad serena al ser descolgada de la cruz.
Sábado Santo: «La Verónica», en la representación tradicional ella es la portadora del "vera icon" (el nombre de Verónica parece provenir de una deformación de esta frase), es decir, de la verdadera imagen del rostro sufriente de Jesús, impreso en el lienzo con el que una anónima mujer limpió su rostro, según la tradición devocional. En la representación de Gasparro ese rostro verdadero se disuelve en un manchón informe de sangre, en unas manos que no atinan al modo correcto de sostener el lienzo.
Aunque la estación devocional pertenece al camino de la cruz, y por tanto antes de la muerte, el cuadro me llevó hasta ese Sábado Santo, único día del año en el que Dios no está en mundo... ¡pero tampoco está el hombre!: descendió a los infiernos. Aunque miremos una y otra vez en el lienzo, aunque le demos vuelta para encontrar la posición correcta, "No está aquí".
Domingo de Pascua, y octava pascual: «Incredulidad» («Incredulità»). Manos, muchas manos, manos propias y ajenas, que intentan tocarlo, cerciorarse del gozoso anuncio: «No está aquí, ha resucitado». El cuadro está lleno de alegría. Es incredulidad, pero no una incredulidad insana, sino la incredulidad alegre y eufórica de cuando recibimos una noticia de esas que nos hacen exclamar «¿En serio? ¡No me lo puedo creer!» En el fondo la vida del creyente se mueve en ese filo de la incredulidad y la bienaventuranza de los que creen sin haber visto.
La nobleza del azul de fondo destaca ese Cristo que es ya todo vida. Nos acompañará la semana entera, no solo el día de Pascua.
Esta muestra de la obra de Giovanni Gasparro se realiza con permiso del autor. La obra inicial es "Autorretrato en un espejo roto", de 2009.