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Buscador simple (o avanzado)
El buscador «simple» permite buscar con rapidez una expresión entre los campos predefinidos de la base de datos. Por ejemplo, en la biblioteca será en título, autor e info, en el santoral en el nombre de santo, en el devocionario, en el título y el texto de la oración, etc. En cada caso, para saber en qué campos busca el buscador simple, basta con desplegar el buscador avanzado, y se mostrarán los campos predefinidos. Pero si quiere hacer una búsqueda simple debe cerrar ese panel que se despliega, porque al abrirlo pasa automáticamente al modo avanzado.

Además de elegir en qué campos buscar, hay una diferencia fundamental entre la búsqueda simple y la avanzada, que puede dar resultados completamente distintos: la búsqueda simple busca la expresión literal que se haya puesto en el cuadro, mientras que la búsqueda avanzada descompone la expresión y busca cada una de las palabras (de más de tres letras) que contenga. Por supuesto, esto retorna muchos más resultados que en la primera forma. Por ejemplo, si se busca en la misma base de datos la expresión "Iglesia católica" con el buscador simple, encontrará muchos menos resultados que si se lo busca en el avanzado, porque este último dirá todos los registros donde está la palabra Iglesia, más todos los registros donde está la palabra católica, juntos o separados.

Una forma de limitar los resultados es agregarle un signo + adelante de la palabra, por ejemplo "Iglesia +católica", eso significa que buscará los registros donde estén las dos palabras, aunque pueden estar en cualquier orden.
La búsqueda admite el uso de comillas normales para buscar palabras y expresiones literales.
La búsqueda no distingue mayúsculas y minúsculas, y no es sensible a los acentos (en el ejemplo: católica y Catolica dará los mismos resultados).

2019: pasos importantes hacia el cumplimiento de la profecía del Concilio

31 de dic de 2019
Los teólogos Paolo Scarafoni y Filomena Rizzo reflexionan sobre la voz profética de Dios en la historia, que nos obliga a cambios impensados.

En la comunidad cristiana de los primeros siglos dominan la figura de Cristo y su retorno inminente. No hay interpretaciones filosóficas para leer el camino de la Iglesia y el destino humano después de la muerte: el evento final de la segunda venida de Cristo focaliza toda la atención sin dar importancia al mundo y al paso del tiempo que muy pronto terminarían.

La duración de la historia después de Cristo y la difusión del cristianismo hasta llegar a ser dominante en el mundo, exigieron atribuir un significado cristiano al paso del tiempo. En Roma, solamente en 525, el erudito monje Dionisio el pequeño, originario de Scythia, el sur de Rumanía, estudiando la fecha de la Pascua, propuso enumerar lo años según un nuevo criterio, “ab Incarnatione Domini nostri Iesu Christi”, es decir “desde la Encarnación de Nuestro Señor Jesucristo”. Sabemos hoy que se equivocó un poquito en sus cálculos. Su calendario se impuso en todo el mundo. Desde entonces las fechas de la historia tienen como referencia el nacimiento de Cristo: antes y después.

La espera por la venida final de Cristo en la gloria y la realización del Reino de Dios se nos hace muy larga. El paso al año nuevo nos interroga sobre cómo la Iglesia vive el tiempo presente. Un tiempo para acoger la novedad del Evangelio, proponer a todos los hombres la frescura del kerigma, el anuncio de la salvación. Papa Francisco en Evangelii gaudium (222-225), en Laudato sii (178) y en Amoris laetitia (3 y 261) propone el principio de que el tiempo es superior al espacio. “Se trata de privilegiar las acciones que generan dinamismos nuevos en la sociedad e involucran a otras personas y grupos que las desarrollarán, hasta que fructifiquen en importantes acontecimientos históricos. Nada de ansiedad, pero sí convicciones claras y tenacidad”.

El Concilio Vaticano II ha sido el momento de la profecía, y con la fuerza del Espíritu Santo se cumplirá, si hay colaboración. Hemos participado hace poco en el Instituto Teológico Leoniano de Anagni (en Italia), donde se ha iniciado una interesante investigación sobre eclesiología pastoral, en un encuentro con Mons. Luigi Bettazzi, uno de los pocos padres conciliares vivientes. Presentaba su libro Il mio Concilio Vaticano II. Prima. Durante. Dopo (Mi Concilio Vaticano II. Antes. Durante. Después). Nos ha impresionado la afirmación que el Concilio fuese apreciado especialmente fuera de la Iglesia, más que dentro de ella. El mundo tenía fuertes expectativas de cambio: “si cambia la Iglesia, todo cambiará”. Pero de hecho la Iglesia no cambió. El Concilio ha sido arenado, y después de la sintonía y del entusiasmo volvió el formalismo, el moralismo, las formas de sobrevivencia de lo sagrado, y el sofocar los sueños de una nueva humanidad. Entonces el mundo se arregló por su cuenta, con el ’68. La Iglesia perdió la gran oportunidad de guiar, “primerear”, junto con Cristo, ese cambio. El periodista y escritor Leo Longanesi decía que “todas las revoluciones comienzan en la calle y terminan en la mesa”. Podemos decir que también los hombres del ’68 se acomodaron en las mesas suculentas de las lobbies. Hoy parece que los sueños hayan desaparecido para todos, ahogados en el egoísmo y el dinero.

Pero ¡justamente este tiempo parece oportuno! El Espíritu Santo vuelve a soplar sobre la Iglesia y el mundo, barriendo la arena depositada. La fraternidad universal, el sínodo de Amazonía y la sinodalidad en la Iglesia, la lucha a los abusos del clero y a la corrupción, la renovación de la teología y de los estudios eclesiásticos, el papel de la mujer, el cuidado de la creación, la opción preferencial por los pobres. En este año 2019 en el alma de muchos ha vuelto el valor de ser profetas del Concilio, a pesar de todas las resistencias.

Encontramos fuertes analogías con la Iglesia naciente. En Hechos 9,43 – 11,18 Pedro en oración fue escandalizado por la visión del gran lienzo lleno de animales impuros, y por la voz que le ordenaba comerlos. Esto fue antes del bautizo del pagano Cornelio y de su familia. Con la acogida de los paganos la Iglesia se hizo universal. Pedro fue obligado a cambiar sus convicciones hasta admitir frente a los fieles circuncisos que lo reprochaban: “Si Dios, pues, les concedió también el mismo don que a nosotros que hemos creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo que pudiese estorbar a Dios?” (Hechos 11,17).

Pedro, el primer papa, era un judío y ha sido forzado por el Espíritu Santo a superar los prejuicios y el escepticismo propios de su formación y del ambiente de su pueblo, para abrirse a una Iglesia que incluyera a los paganos de su tiempo. La entrada de nuevas personas ha cambiado el rostro de la Iglesia que se ha hecho más bello. Hoy el Papa Francisco, quien ha tenido una formación espiritual y teológica preconciliar, de la cual ha hablado varias veces, y que “cristalizaba los procesos” y paraba el tiempo para no cambiar nada, parece él también forzado por el Espíritu Santo a realizar una “purificación interior” para acoger el proyecto de la Iglesia bella del Concilio que empieza a tomar forma.

El lienzo que bajó ante la mirada de Pedro estaba lleno de alimentos para él repugnantes, contra la ley, pero él se dejó trastornar y fue capaz de cambiar. Justificó frente a los hermanos judíos la fuerza del Espíritu Santo. Papa Francesco pertenecía a esa élite eclesial importante que determinaba el rostro de una Iglesia poderosa, rica e influyente en el mundo. El gran lienzo que ahora tiene adelante y que nos muestra a todos, está lleno de la humanidad sufrida y oprimida, y la voz del Espíritu lo empuja a la opción preferencial por los pobres. ¡Cuántas veces se habrá encontrado en dificultad, como Pedro, para explicar a sus hermanos el cambio hacia una Iglesia pobre! No una Iglesia de la “mística de la miseria”, sino una Iglesia che hace de las bienaventuranzas su corazón. No una filantropía de la caridad, sino el anuncio de Cristo salvador, quien promueve el hombre en el amor y en la unidad para realizar el Reino.

La voz del Espíritu Santo invita a actuar con prontitud, sin retraso, sin ansiedad, pero con determinación para acoger a todos. Hoy hay que dar espacio a muchas personas reales y de diferentes culturas, quienes en el encuentro con Jesucristo sabrán realizar, junto con nosotros, el rostro bello de la Iglesia profetizado por el Concilio.

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