‘Fiducia supplicans’ (FS) es quizás el documento vaticano que más tinta ha hecho correr en este siglo. No pocos le han acusado de ser confuso y de crear confusión. Yo pienso, contrariamente, que es un documento clarificador. De confusión se puede hablar porque existía –y existe– en el pensamiento y en el actuar de muchos pastores, pero no es la Declaración quien la ha creado.
1. La reafirmación de la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio y la moral sexual.
“La presente Declaración se mantiene firme en la doctrina tradicional de la Iglesia sobre el matrimonio, no permitiendo ningún tipo de rito litúrgico o bendición similar a un rito litúrgico que pueda causar confusión “ (FS, Presentación). El matrimonio es “unión exclusiva, estable e indisoluble entre un varón y una mujer, naturalmente abierta a engendrar hijos… Solo en este contexto las relaciones sexuales encuentran su sentido natural, adecuado y plenamente humano. La doctrina de la Iglesia sobre este punto se mantiene firme” (FS 4).
Es difícil ser más rotundo y claro. Quienes echaron las campanas al vuelo creyendo encontrar un cambio en la doctrina sobre el matrimonio y la sexualidad, seguramente porque lo propugnaban y deseaban, confundieron su deseo con la realidad de lo escrito.
En el otro extremo, quienes recibieron con miedo y prevención esta declaración, pusieron el temor como aporte propio, porque lo llevaban dentro, pero sin razón objetiva: no tienen nada que temer.
2. La proclamación de que “Dios quiere que todos se salven”, que “su misericordia es eterna” y que “la misericordia se ríe del juicio”, por expresar con palabras bíblicas el principio de que “la Iglesia es el sacramento del amor infinito de Dios” (FS 43).
No es nada novedoso recordar que “los sanos no necesitan del médico” y que Jesús “no ha venido para los justos, sino para los pecadores”.
3. La profundización del “sentido pastoral de las bendiciones”, que, por cierto, es el título del documento.
Se nos propone descubrir que bendecir no tiene como único sentido ratificar y mostrar acuerdo con un acto o una situación, sino también implorar la ayuda y la gracia de Dios para quienes se encuentran en situación irregular, incorrecta o de necesidad. En esta segunda acepción no se trata de una bendición ritual y litúrgica.
Si partimos y aceptamos estos tres elementos, todo el resto queda iluminado y claro. Pero, es cierto, no hay peor sordo que quien no quiere oír.