Continuas oraciones privadas y litúrgicas por el fin de la guerra y por una paz justa y duradera; apoyo espiritual y psicológico a quienes sufren traumas y duelos; esfuerzos incansables para atender las necesidades básicas de quienes lo han perdido todo; llamamientos a las comunidades católicas de todo el mundo para que no caigan en el olvido.
Todo esto y mucho más está haciendo la Iglesia en Ucrania desde que estalló la guerra a gran escala.
Obispos, sacerdotes, personas consagradas y laicos siguen siendo, sobre todo, «la sal y la luz» que contrarrestan la desesperación que quiere colarse en el alma de la gente que sufre desde hace más de dos años y medio.
Servir a la comunidad en tiempos de guerra
“Al entrar en un convento, una persona da un paso bastante radical. Con esta experiencia a sus espaldas, en un momento de desafío tan grande para su país como es la guerra, el religioso o la religiosa quiere volver a hacerlo, servir de forma radical. Luego cada uno decide qué quiere hacer exactamente”
Sor Magdalena Vytvytska, de la Orden de San Basilio el Grande, es subdirectora de la Comisión para los religiosos de la Iglesia greco-católica ucraniana. En una entrevista concedida a los medios de comunicación vaticanos, describe las actividades de la Comisión durante este período, llamando la atención sobre la importancia de la preparación para la posguerra. También habla del equilibrio entre ayudar a los demás y cuidar de uno mismo. Entre los temas abordados están la oración y las relaciones interpersonales en la comunidad religiosa como base para servir a los demás.
Los proyectos de las comunidades religiosas
«Hace más de dos años, cuando estalló la guerra – explica sor Magdalena – había mucha incertidumbre y preocupación. Los consagrados y consagradas son seres humanos y, como todo el mundo, tuvieron una primera reacción ante la guerra: algunos tuvieron miedo, otros quisieron ir al extranjero para ayudar a los refugiados, otros intentaron acercarse al frente para servir como capellanes, o decidieron permanecer cerca de la gente en los refugios antiaéreos».
La hermana ucraniana añade que hoy las comunidades religiosas han recuperado cierto equilibrio. Su Comisión está retomando los proyectos que lanzaron antes de la guerra, también en respuesta a las necesidades actuales. Han puesto en marcha otros nuevos, uno de los cuales se titula «Las Alas», cuyo objetivo es la renovación espiritual, física y mental de las personas consagradas que sirven en los territorios más cercanos al frente.
«Hay muchos consagrados y consagradas – continúa la religiosa – que, desde el comienzo de la guerra, o desde hace más de un año, están constantemente al servicio de personas en dificultad, de militares, de desplazados, de ancianos y de personas con discapacidad. Además, están expuestos a todo lo que conlleva la vida cerca de la línea del frente: estrés, fatiga, agotamiento, ansiedad, falta de sueño, etcétera. Todo ello repercute en su salud mental y física, por lo que nuestra Comisión decidió organizar para ellos un retiro de siete días en una zona próxima a la naturaleza, lejos del ruido de la guerra».
Escuela de novicios
Uno de los proyectos formativos que lleva a cabo la Comisión de religiosos es la «Escuela de novicios» que, como dice sor Magdalena, «ayudó a las novicias a soportar los primeros años de la guerra».
“Los novicios ya están a punto de tener que hacer una elección y en el contexto de la guerra, cuando todo alrededor es inestable, surgen muchas preguntas y vacilaciones”
En la «Escuela de novicios» tienen la oportunidad de conocer a gente en su misma situación, apoyarse mutuamente, compartir sus dificultades, miedos y preocupaciones. También tienen reuniones con un psicólogo y clases sobre cómo afrontar distintas situaciones».
Incertidumbre tras la guerra
La subdirectora de la Comisión para los religiosos de la Iglesia greco-católica ucraniana explica también que durante las reuniones reflexionaron sobre lo que le espera al país después de la guerra.
«La población de Ucrania está cambiando: hay menos hombres, más viudas, casi todas las personas, incluidos los niños, han sido afectadas de alguna manera por la guerra. Somos conscientes de que tenemos que prepararnos para la posguerra, porque tarde o temprano llegará, y es entonces cuando la Iglesia y las personas consagradas tendrán mucho que hacer, porque tendremos que curar las heridas y ayudar a nuestra gente a volver a la normalidad. Y los niños, en particular, necesitan ayuda en este sentido, porque son nuestro futuro, y aunque ahora sigan jugando y riendo, siguen sufriendo por dentro por lo que está pasando».
La fuerza para curar heridas
Quien quiera curar las heridas de los demás debe tener la fuerza interior para hacerlo. En situaciones extremas como la guerra, no es fácil encontrar el equilibrio entre servir a los demás y cuidar de uno mismo.
«Para los religiosos – dice sor Magdalena – funciona igual que para el resto de la gente. Todos necesitamos apoyo espiritual, que recibimos en la oración, y apoyo humano, que para nosotros es la comunidad en la que vivimos. La guerra se ha convertido en un indicador de lo fuertes que son nuestras comunidades: allí donde las personas consagradas tienen la fuerza para trabajar con los desafíos de la guerra, para ayudar a curar las heridas, significa que reciben apoyo en su propia comunidad. En cambio, los religiosos que gastan muchos recursos a causa de los problemas en las comunidades, donde no hay cercanía, comprensión y apoyo, ya no tienen recursos para trabajar fuera».
La misión de las consagradas
Durante la guerra, los institutos de vida religiosa en Ucrania se enfrentaron a retos que nunca antes habían vivido. «En los momentos de prueba – comparte sor Magdalena – todo se vuelve muy intenso, hay manifestaciones de un cierto radicalismo. También había quienes estaban dispuestas a dejar el convento para alistarse en el ejército, y también las hay que quieren servir como capellanes junto a los soldados en el frente».
Muchos superiores de congregaciones, sobre todo masculinas, han permitido a sus miembros servir como capellanes militares en el frente. «Incluso entre las hermanas hay situaciones diferentes. Algunas han expresado su deseo de servir en zonas más cercanas al frente, por ejemplo. Estamos intentando encontrar un equilibrio para que tengan la oportunidad de servir como les apetezca, pero al mismo tiempo para que no pierdan su vocación, porque en estas circunstancias una persona consagrada puede ayudar más que un laico. Y como varias congregaciones femeninas tienen también conventos bastante cerca del frente, podemos cubrir tanto la necesidad como el deseo de ese servicio».