Alfa & Omega, 08/05/08 - Poco antes del año 2000, un periódico preguntó cuál era «el personaje más importante de los siglos que estaban a punto de acabar».
Hay una historia paralela que, como creyentes, estamos llamados a barruntar e interpretar. De esta historia, María es protagonista; y de forma especialmente adecuada, puesto que su estilo es el de la penumbra discreta. Con sus apariciones -y no sólo con su contenido verbal, que no es más que Evangelio confirmado, sino también con la elección de sus intermediarios humanos-, nos recuerda de vez en cuando cuál es la única historia importante a los ojos de Dios.
La Sierva de Dios Catherina Emmerick (1774-1824) dice: «Tras la ascensión de Nuestro Señor Jesucristo, María vivió tres años en Jerusalén, tres en Betania, y finalmente, nueve en Éfeso. No en la ciudad: su casa estaba situada a tres leguas y media de allí, en una montaña que se ve a la izquierda, viniendo de Jerusalén, y que desciende con leve pendencia hacia la ciudad. Desde ella se ve Éfeso por un lado, y el mar por el otro».
Éfeso, de ser una ciudad de entre las más importantes del mundo antiguo, había quedado reducida a un cúmulo de ruinas semisepultadas. Subiendo al monte a tres leguas y media de la ciudad, como decía Emmerick, el sacerdote francés Gouyet no sólo encontró el sitio totalmente coincidente, sino que identificó también una casa antigua y aislada, rodeada todavía de la veneración de los cristianos del lugar, que sobrevivieron, y también de los musulmanes.
Años más tarde, en 1951, se escribió un informe tras la conclusión de nuevas excavaciones, por el arzobispo de Amirne, la turca Izmir, en cuyo territorio está Éfeso. El arzobispo escribe: «En 1891, el superior de los Lazaristas franceses en Turquía, después de haber leído con sus hermanos la Vida de la Santa Virgen atribuida a Emmerick, movido por el escepticismo decidió comprobar los lugares para desmentir ese relato. Tras algunos días de búsqueda fatigosa en las montañas de Éfeso, gracias a las indicaciones de los campesinos del lugar, se tuvo la sorpresa de descubrir un lugar y una casa en ruinas. Los lugareños llamaban a aquel lugar Capilla de la Toda Pura, María, o Casa de nuestra Madre María. Las excavaciones sucesivas demostrarían que el edificio derruido que se veía era la transformación en capilla de una casa de piedra, ciertamente de la época romana. Fue especialmente emocionante el descubrimiento del fogón que se encontraba entre las dos habitaciones, exactamente en el centro. Se encontró bajo el altar que, no casualmente, había sido precisamente allí, donde ardía el fuego que había calentado a la Madre de Cristo.
Aquel prelado, monseñor Andrea Policarpo Timón, después de enumerar lo que se había descubierto, concluía así su documento: «Sabiendo que las tradiciones locales, también última y especialmente consultadas con este propósito, afirman del modo más claro que la Santa Virgen habitó en Panaya Kapuli, donde moriría y tendría su tumba; dicho y considerado todo esto, nos inclinamos fuertemente a creer que estas ruinas son verdaderamente los restos de la casa habitada por la Santa Virgen».
Queda el problema de la tradición, igualmente antigua, y de alguna forma oficial, al ser atestiguada por una imponente tradición litúrgica, del lugar de la Dormitio venerado en Jerusalén, en el valle del Getsemaní. Las excavaciones realizadas aquí en 1972 han confirmado, como dice la síntesis de un arqueólogo, que el «actual tabernáculo de la llamada tumba de María da testimonio de la existencia de un centro de culto judeo-cristiano, que se remontaría seguramente a la época pre-nicena, de carácter mariano, relacionado con la memoria del final de la vida terrena de la Madre de Jesús».
Pero hay que señalar que la tradición (también los textos, por ejemplo de Tertuliano) fija en Éfeso los últimos años y la muerte de Juan, a quien María fue confiada. Además, el mismo mensaje que los Padres del Concilio de Éfeso enviaron al pueblo cristiano cita la estancia de los dos en aquella ciudad.
Vittorio Messori