lfa & Omega, 30/12/04 Europa ha aumentado de 15 a 25 miembros. ¿Esta ampliación es una meta, o una línea de salida?
Hemos dado un decisivo paso hacia delante: la Unión Europea sale de los confines de la Europa occidental, con los que siempre se había identificado, olvidando la Europa central, los Balcanes? Esta ampliación era natural y necesaria. Pero es un proceso que debe continuar adelante. A mi modo de ver, el país clave para la ampliación de la Unión Europea es Ucrania.
¿Pero no es Ucrania, sobre todo, un país en la zona de influencia rusa?
Es un pecado mortal que Occidente crea eso. Estoy convencido de que el futuro de las relaciones entre Europa y Rusia depende de Ucrania. Como recordaba un pensador ucraniano, si Ucrania insiste en conservar su independencia efectiva, los rusos se sentirán obligados a repensar su propia identidad. Será de hecho una puerta cerrada para el imperialismo ruso. Además, la cultura ucraniana es muy distinta de la rusa y mucho más cercana a la occidental. Al haber tenido que luchar contra los señores polacos o lituanos, los ucranianos han visto atacada su libertad más que los rusos.
¿Y Turquía? ¿Su futuro está en Europa?
¡Hablar tanto de Turquía y tan poco de otros países más cercanos es como vendarse los ojos! Personalmente, estoy a favor del ingreso de Turquía en la Unión Europea, pero pienso que será un proceso más bien largo, que deberá comprender un gran trabajo interreligioso con los musulmanes turcos.
En su opinión, ¿Europa no es entonces un exclusivo club cristiano?
Un amigo me contó la conversación que mantuvo con un musulmán, en la que le explicaba la doctrina social de la Iglesia. «Podría ser perfectamente la enseñanza social del Islam», le contestó el musulmán. A mi parecer, la nueva identidad europea debe ser construida en el diálogo entre cristianismo, judaísmo e Islam. Ellos deben constituirse en vehículos de un cierto número de valores indispensables, que en la civilización moderna se han dejado de lado o disminuido. El papel de las tres grandes religiones monoteístas es dar la vuelta al proceso de degradación del hombre.
¿Pero no cree que hablar de religión en Europa es casi una barrera psicológica? Basta ver el Preámbulo de la futura Constitución europea.
Este bloqueo es, sobre todo, francés; y tiene, por lo demás, dos orígenes: el persistente conflicto entre el poder absoluto católico antes de la Revolución Francesa y las ideas revolucionarias, y el miedo a los musulmanes. Ciertos franceses han tenido siempre miedo de las religiones y creen remediarlo con un espíritu republicano arreligioso. Entiendo el temor de los franceses a la confrontación con el Islam, pero la ley sobre el velo fue concebida de manera tragicómica? Algunas mujeres musulmanas pueden sentirse presionadas por la familia, pero esa ley producirá resultados opuestos a los perseguidos. Está en contra de los derechos del hombre. Yo prefiero el diálogo interreligioso entre cristianos, musulmanes y judíos; un diálogo que no se queda en el nivel teológico de los expertos, sino que llega también al plano social, luchando juntos contra la pobreza y el desempleo. Hace falta encontrar los instrumentos para que se dé una verdadera colaboración entre cristianos, musulmanes y judíos, en el ámbito de organizaciones orientadas al bien común. Semejante diálogo puede afectar también al ámbito cultural. En esa dirección va la declaración común sobre Europa firmada en mayo de 2003 entre representantes católicos, judíos y musulmanes de Polonia.
En definitiva, esa Declaración indicaba aquella Europa del espíritu de la que habló Juan Pablo II en Madrid.
Así es. Me parece que los creyentes de los tres monoteísmos tienen el deber común de restituir el alma a Europa. Se trata de hacer evidente el principio de la dignidad del hombre, creado por Dios y llamado, de un modo u otro, a participar de su felicidad. He aquí la importancia de la trascendencia, del sentido de la vocación, de una misión que va más allá del utilitarismo. Paralelamente, estas religiones deben poner el acento en los deberes del hombre. Se trata de una exigencia de crecimiento personal, de superación de la debilidad y de la inclinación al mal, pero también de atención al prójimo y del deber de la solidaridad.
Nicolas Senèze