José era pobre, y además de ello, no demasiado, por no decir nada, inteligente. Tanto que ni el padrenuestro fue capaz de aprender. Lo que sí hacia muy bien era cantar romances, historias de
amor de princesas, salvadas por un caballero, de las fauces de un león. Pero aprender a rezar era imposible.
Don Blas el cura, había optado por dejarlo por imposible, lo que sí le tenía prohibido era que cantase aquellas canciones en Misa, «Es un sacrilegio, hay que respetar la casa de Dios»,
añadía, como si a Dios le molestasen las canciones del bueno de José.
Pero como éste no sabia hacer otra cosa, aunque fuera por lo bajini, las tarareaba, y procuraba quedarse escondido en la iglesia, porque tampoco tenía mucho donde dormir. Si no fuera por el bueno
de Don Blas, que mal genio fuera era un santo, más de una vez habría dormido en la calle.
Cuando por fin conseguía, quedarse a solas con El Señor, miraba muy serio para el altar, sonreía a la imagen de La Virgen, y a continuación empezaba: «ahora Jesús te voy a cantar la historia
de la princesa encerrada en el castillo», y así una tras otra iba desgranado sus canciones ante el Sagrario.
Hasta que entraba Don Blas y lo sacaba de allí, «si aprendieras el padrenuestro, mejor sería, mira lo que le vas cantar al Señor, y a la Santísima Virgen».
José no entendía qué había de malo, y además el no sabía hacer otra cosa. Seguro que en aquella boda a la que acudió el Señor y se les acabaron los peces, y él trajo vino del cielo... ¿o
no fue así?, tanto daba. Lo importante es que allí, Jesús había hecho un milagro, y seguro que en la boda cantaron y bailaron, claro que más debía de saber don Blas. ¿pero que culpa tenía él
si no sabia otra cosa? Él era el juglar de Dios.
Aquella mañana al entrar don Blas en la capilla, sé encontró el cuerpo inerte de José, bendijo el cadáver y...
Cuando José llego al cielo, San Pedro, que fue terco en vida y lo sigue siendo en el paraíso, no quería dejarlo entrar, entonces apareció Jesús: «¿Qué pasa Simón» -dijo al príncipe de
sus apóstoles- «¿quién es este hombre?». Simón respondió, que uno que pretendía entrar en el cielo sin mérito alguno, uno que ni siquiera había aprendido a rezar el padrenuestro, que cantaba
romances y coplas en las iglesias.
Entonces Jesús sonrió, se acerco a José, le dio un beso y le dijo: «Mira tú por dónde, mi juglar se llama como mi segundo padre. No sabes los ratos tan buenos que nos has hecho pasar con tus
canciones. Que hablaban de nosotros Tres, porque hablaban de Amor. Los demás venían a pedir, y si daban gracias era pidiendo otra cosa. Tú me alegrabas mis noches en el Sagrario. Pasa José, quiero
presentarte a nuestra familia, tuya y mía, y tienes que seguir cantando. Me encantan las historias de princesas: Yo también fui un caballero que fue rescatar a una princesa encerrada en otra
cárcel. Por cierto los ángeles cantores llevan todos una cinta, y un arpa, ahora te daré la tuya. ¡Ah! también tengo que enseñarte a David, mi antepasado, buen músico...»
Don Blas miro asombrado el cuerpo de José, sobre su frente había una cinta que decía «José, el juglar de Dios», y todo su rostro brillaba con una luz inmensa. La imagen de La Virgen María
sonreía.
Y Don Blas cayo de rodillas, diciendo «José mi buen José pide por este cura pobre e ignorante que no vio, que tu eras el que dabas a Dios lo que quería, lo que Él te había dado.»