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La Biblia y su sensibilidad ante la historia

por Lic. Abel Della Costa
Nació en Buenos Aires en 1963. Realizó la licenciatura en teología en Buenos Aires, y completó la especialización en Biblia en Valencia.
Desde 1988 hasta 2003 fue profesor de Antropología Teológica y Antropología Filosófica en en la Universidad Católica Argentina, Facultad de Ciencias Sociales.
En esos mismos años dictó cursos de Biblia en seminarios de teología para laicos, especialmente en el de Nuestra Señora de Guadalupe, de Buenos Aires.
En 2003 fundó el portal El Testigo Fiel.
1 de marzo de 2004
A veces nos parece que Dios "ya no aparece como antes": tenemos forjada una idea muy imaginativa de cómo "aparecía" Dios a los antiguos. Esto se debe en parte al propio modo que la Biblia tiene de contar las cosas, y en parte también a nuestro modo de situarnos frente a ella para entenderla.

Redescubrir la esencial historicidad del hombre fue, sin duda, una de las mayores conquistas de la antropología del siglo XX. No se trata sólo de que el hombre "hace historia", o que en ella queda testimonio del obrar del hombre, sino que la historia es el lugar donde el hombre va desplegando su ser, y a partir del cual encuentra su identidad.

Por eso, aunque la teoría teológica diga que Dios se revela en la historia, si no lo vemos en concreto, si no percibimos que la historia es distinta cuando está Dios que cuando no está, es como si aquella afirmación teológica surgiera del puro voluntarismo de los creyentes.

Igmar Bergman, ese gran intérprete de la sensibilidad contemporánea, sintetiza en una magistral escena de "El huevo de la serpiente" esta ausencia de Dios, este vacío en la historia concreta: en el Berlín de entre guerras, una mujer entra a una iglesia, se arrodilla ante el sacerdote y pide la absolución; él se arrodilla también, toma la mano de ella, la apoya sobre su propia cabeza y le dice: "Dios está tan lejos, que sólo nos queda perdonarnos entre nosotros..."

Pero, ¿es cierto que Dios está ausente en la historia? ¿es verdad que ya no se muestra "como antes"?

Una insistencia casi unilateral en lo extraordinario del obrar de Dios en la Biblia ha hecho que sólo aceptemos la presencia y la actuación de Dios en la historia si viene acompañado de fenómenos para-normales y de milagros espectaculares. Esto, es cierto, es parte del modo como la Biblia cuenta las cosas, pero es también parte de la expectativa que ponemos al leerla.

Estoy casi seguro que si Jesús caminara hoy entre nosotros como lo hizo hace dos mil años no seríamos capaces de ver en Él al Hijo del Hombre: esperaríamos que realizara las 24 hs del día los hechos extraordinarios que en sus quizás 30 años de vida terrena ocuparon, en conjunto, no más de dos horas, y que los Evangelios recogen, no porque son hechos extraordinarios sino exclusivamente por su valor de "signos".

El mismo criterio aplicamos al Antiguo Testamento: es tan alta la expectativa de sobrenaturalidad con la que vamos a leerlo, que lo extraordinariamente cotidiano de sus narraciones nos terminan descolocando y dejando perplejos.

Tomemos, por ejemplo, la escenita de Gn 38,27-30:

"Al tiempo del parto resultó que tenía dos mellizos en el vientre. Y ocurrió que, durante el parto, uno de ellos sacó la mano, y la partera le agarró y le ató una cinta escarlata a la mano, diciendo: "Este ha salido primero." Pero entonces retiró él la mano, y fue su hermano el que salió. Ella dijo: "¡Cómo te has abierto brecha!" Y le llamó Peres. Detrás salió su hermano, que llevaba en la mano la cinta escarlata, y le llamó Zéraj."

El lector del Antiguo Testamento sabe que le están hablando de un antepasado nada menos que del Rey David, y para los cristianos, de un antepasado del propio Jesús; es decir de uno en la ininterrumpida cadena de transmisión de las promesas de Dios a Abraham.

El lector ya va por el capítulo 38 y sabe que el detalle del suplantamiento del mayor por el menor tiene su importancia: no es el primer "último que queda primero", ya leímos sobre Abel, sobre Jacob, ya se nos presentó a José, e incluso al lector cristiano añade a esta experiencia lectora lo que sabe del Estatuto del Reino, que "quien quiera ser mayor debe hacerse menor".

Pero la anécdota en sí misma no tiene nada de maravilloso ni de sobrenatural y seguramente formaría parte del acervo narrativo (y un poco fabulero) que cualquier comadrona contaría en una tertulia de mujeres.

El "gran pecado" de David, que le impedía construir la casa de YHVH y que nos dejó como saldo una de las historias más brillantemente narradas de la Biblia (2Samuel 11) y el exquisito salmo 51, no es más extraordinario que el trillado "acoso sexual" que cualquier hombre con un poco de poder puede realizar.

En la dramática manifestación de Dios al profeta Elías en el Horeb (1 Reyes 19, 9-13), van pasando uno a uno los clásicos "signos" de la majestad de Dios: un huracán violento que hendía montañas, un temblor de tierra, fuego, y de cada uno se aclara que "no estaba allí YHVH" hasta que llega "el susurro de una brisa suave" y en eso tan normal y corriente, tan poco divino, podrá el profeta hablar con el propio Dios y plantearle sus dudas.

En estos pocos ejemplos, extraídos de una larguísima serie que recorre toda la Biblia, vemos que ella nos muestra no tanto un conjunto de hechos raros e irrepetibles, cuanto un modo extraordinario de comprender y vivir las cosas de todos los días.

Es cierto que de tanto en tanto -tal vez no más de una vez por siglo- Dios, que es el Señor de la historia, juega a romper las barreras de lo cotidiano e intrascendente y revelarse de maneras únicas y paradigmáticas: milagros especiales, apariciones inexplicables, etc.

Pero todo eso -que algunas veces no es otra cosa que el fruto de una exacerbada imaginación mística- no es tan relevante como la actuación más sorda y callada de Dios en la historia normal, que podemos leer si vamos dejándonos conducir por la sensibilidad bíblica.

Que cada día haya en la mesa lo imprescindible para comer es para el liberal un efecto de las leyes del mercado. Pero quien acepta y practica la sensibilidad bíblica, la comida cotidiana, e incluso que no muramos aplastados por las leyes del mercado, son signos y efectos de una especial, pero repetida, acción de Dios.

La ambigüedad de las conquistas de la autonomía del hombre contemporáneo, su crecimiento en la conciencia del respeto hacia todos y su crecimiento en la manipulación de las vidas ajenas, son también lugares donde aceptamos o rechazamos a Dios, lugares donde Él está.

Si ni un pelo de nuestra cabeza cae sin que lo sepa el Padre, tampoco cae una sola bomba como mero ejercicio del equilibrio geopolítico, incluso ellas son lugares donde -con la sensibilidad adecuada y educada- podemos leer la competencia del hombre con Dios.

Los principios teóricos de todo esto se encuentran en cualquier manual de teología, pero la educación de una sensibilidad adecuada a leer el texto de Dios en la obra humana no se hace con manuales de teología sino con el texto que de la manera más natural, simplemente narrando historias, nos conduce de la mano hacia la presencia de Dios en cada instante de la historia.

Comentarios
por Maite (80.58.8.---) - sb , 13-mar-2004, 00:00:00

Es verdad,si Jesús estuviese hoy visible entre nosotros, pasaría por uno de tantos, y es que como bien dices, nos hemos acostumbrado a leer, "sólo los signos".
Hace poco, vi en video, "cómo Dios", en esta pelicula, el protagonista, ocupa durante una semana el lugar del Todopoderoroso, y hace cada "chapuza", una de ellas, consiste en simulando el paso del "Mar Rojo" separar una sopa de tomate, otro hacer que le toque a todo un pueblo la loteria.
Cuando Dios( me encanto, porque era negro); se le vuelve aparecer, le dice, " la gente nunca sabe lo que pide, separar la sopa, fue un truco de magia, ¿sabes cuales son los verdaderos milagros? La fuerza que cada día, doy a cada hombre y mujer, para seguir luchando. Eso es el milagro, que les toque a todos la loteria a la vez es una tragedia.
Muchos se estan preguntando hoy en España, dónde estaba Dios, el 11M. Porque Dios tiene que ser siempre el culpable de nuestros fallos, nunca el Autor de nuestros aciertos. Dios no queria este atentado ni ninguno. A muchos es posible que les hubiéra gustado, que un ángel hubiése, detenido la mano de los criminales terroristas. O que estos se hubiesen quedado petrificados. olvidando, que tampoco detuvo a los asesinos de su propio Hijo.
Se les podría decir, a los que hoy hacen esta pregunta ¿dónde estaba Dios?
Lo que Jesús nos revelo. Que estaba allí, en los vagones, sufriendo y muriendo.
Porque eso es lo grande de la Revelación, más importante que el paso del Mar Rojo, o la curación del Ciego de Nacimiento, el que Dios se haga uno de nosotros, para compartir nuestro dolor, para hacerlo Redentor pues es el suyo.
Para curar a todos los ciegos de nacimiento, no fisicos, aunque como ejempplo curase a uno físico, sino espirituales. como los terroristas del 11M y todos los terroristas y asesinos de la Historia, porque esa es la enseñanza, que por ejemplo el milagro del Ciego nos quiere revelar. Nadie esta excluido del perdón de Dios. Cualquiera si quiere puede aceptar el regalo de la salvación.
también los terroristas del 11 M y del 11S
Y los que trabajan en la Dator, y que son igual de criminales
y cada uno de nosotros. aunque Gracias a Dios y por su Misericordia no seamos criminales.
Eso es lo grande.
Lo mismo que el mayor milagro, de Jesús, en su vida mortal, no fueron los que, como bien dices, se recopilan en unas pocas páginas o linéas. Sino el que siendo Dios, por la noche no le quedaba más remedio, que decir a uno de los suyos "chico, pasame una manta, que me he quedado helado, y aún encima parece que va llover, con el buen día que hacia"
Maite

por Maricruz (221.89.37.---) - jue , 29-abr-2004, 00:00:00

Qué bien que lo has dicho, tal como es, Abel. Ciertamente que podría pasar Jesús desapercibido para la mayoria, exactamente como en su tiempo,. Combatido por el stato quo, pero reconocido por algunos que tendrían los sentidos del corazón preparados para ver y oir lo que no se puede ver y oir con los sentidos carnales o psíquicos, cuando no participan de la luz interior. "Quien tenga oidos..."

Se me ocurre que el desarrollo de nuestra percepción de Cristo nos habría de llevar a reconocerle en toda situación, en toda persona, que entiendo que es lo que expresas en esa presencia y acción de Dios en toda la historia, incluso entre las bombas y horrores.

Me has hecho recordar una cosa que he pensado a veces, como dentro del horror de las guerras o la pobreza extrema se dan tantos hechos heróicos a nivel espiritual y humano, verdaderas manifestaciones de santidad que en tiempo normal quedaría dormidas.. Entre las bombas o asesinatos, en la pobreza y las situaciones límite se dan quizás unas posibilidades espirituales que se podrían comparar a las más heróicas renuncias de la santidad. No por ser situaciones límite, sino por el hecho de vivir estas situaciones límite en una /"consciencia despierta"/ en Dios, o habitada por el Espíritu de Dios. En este salto de consciencia se puede dar una gran conversión o una gran iluminación.

Y, como consecuencia, el momento de la muerte podría ser el de la "situación límite" máxima. Una de las cosas que tengo muchas ganas de conocer es precisamente este momento de la muerte y de encuentro con Dios.

Ya ves, Abel, que nos haces pensar, eh?

por Rosy (189.164.247.---) - sb , 26-mar-2011, 07:49:42

Abel bien narrado la Biblia y su sensibilidad en la historia, Dios que es el Señor de la historia juega a romper las barreras de lo cotidiano e intrascendente, es hermoso lo del profeta Elías, siempre encanta escucharlo "hasta que llega el sususrro de una brisa suave" y en eso tan normal y corriente, tan poco divino, podrá el profeta hablar con el propio Dios y plantearle sus dudas. Gracias

Rosy

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