No hay duida de que lo principal de las lecturas de este domingo es meditar sobre el envío, el ministerio, la necesidad de orar por las vocaciones, y todos esos aspectos fundamentales de la vida misionera de la Iglesia.
Sin embargo, hay también otro tema más callado que recorre la primera lectura, el salmo y el Evangelio, y que podemos sintetizar en el versículo del salmo: «Somos tu pueblo, Señor, ovejas de tu rebaño».
En la lectura del Éxodo leemos, de boca de Dios mismo: «vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos», y, lo más sorprendente, en labios de Jesús: «No toméis el camino de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos; dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel.»
¿Es que la misión no es para todos los hombres y todos los pueblos? ¡sí! no obstante, la liturgia de hoy intenta que pensemos conjuntamente no sólo la misión, el hecho de llevar la Palabra de Dios a todos los hombres, sino también otra cuestión tan fundamental como ésa: cuando llevamos la Palabra ¿qué? ¿qué es lo que en realidad le estamos ofreciendo a aquel a quien le llevamos la Palabra?
¿La salvación? sí, naturalmente, al proclamarle el Evangelio le proclamamos la salvación en Cristo. Pero sabemos que no hay ningún otro nombre en el que los hombres se puedan salvar. Hay una "salvación en Cristo", pero no hay una "salvación en Budda", una "salvación en Mahoma" ni una "salvación en la ética del mundo".
Llevar la salvación es llevar el único Nombre en el que los hombres pueden ser salvados, en el Nombre-sobre-todo-nombre.
Entonces, con una mano en el corazón, todos sabemos que Dios salvará, en el nombre de Jesús, a aquel mahometano que creyó rectamente, a aquel buddista que buscó a Dios con sinceridad de corazón y a aquel ateo que buscó sin concesiones la verdad ética; porque todos ellos buscaban a Jesús sin saberlo, y proclamaban a Jesús sin saberlo. Entonces, si se salvarán de todos modos, ¿para qué la misión? ¿qué "plus" agrega la misión que no esté contenido ni en la verdad ética ni en la recta conciencia?
«vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos»: "entre", "en medio de", viviendo en el mundo como no-del-mundo, en esperanza ya salvos y con la mirada puesta en la meta. Frente a la misión, la liturgia nos lleva a meditar en: "la misión ¿para qué?"
¡Para alcanzar ya desde ahora el anticipo de la gloria futura! ¡De eso habla la misión! de la esperanza de los impacientes, de los que no queremos aguantar hasta el fin del mundo, ni siquiera hasta nuestro fin personal, nuestra muerte; de los que queremos estar ya, ahora mismo, en el Señor del cielo y de la tierra.
«Ahora mismo»
San Pablo puede proclamar gozozamente en la segunda lectura: «Y no solamente eso, sino que también nos gloriamos en Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación.»
El fruto de la Misión no es la salvación. La salvación la dará Dios a quien no sabemos, quizás a quien menos esperamos. El fruto de la misión es entrar ahora en el gozo del banquete, es entrar ahora a formar parte del Reino, en el mundo pero no del mundo, ciudadanos del cielo, anticipo de la gloria futura, certeza de lo que no se ve.