Para Gerardo en su cumpleaños, "recapitulado", como todos nosotros, en Cristo Jesús.
En la estructura de las lecturas litúrgicas, la segunda lectura y el evangelio sólo se relacionan en fechas muy señaladas del calendario; por lo normal, va cada una "a lo suyo": la segunda lectura sigue el curso de una reflexión sobre el obrar concreto de los creyentes en la Iglesia, mientras que el Evangelio que toca cada año nos va presentado a Jesús para que podamos llegar a hacernos con convicción la pregunta de la fe: «¿quién es, en realidad, este Jesús?»
Sin embargo, la Escritura es como una partitura musical: incluso los fragmentos que no han sido planificados ni escogidos por sus relaciones internas tienen diálogos unos con otros, y Efesios habla y Marcos retoma eso dicho, y Amós lo amplía, o lo desvía, o lo ejemplifica, y el salmo lo celebra o lo resume. Basta con ir sensibilizándose a esos sutiles contactos "musicales" de los textos escriturísticos para que ya no podamos decir que dos lecturas "carecen de relación".
Este domingo Marcos nos cuenta del primer envío (misión) de los Doce a proclamar el Evangelio. La escena es de gran importancia y la narran en parecidos términos los tres evangelios sinópticos. De lo mucho que podría decirse de ella destaco que por primera vez la Iglesia se ve investida del "poder de la palabra"; porque no se trata sólo de "anunciar" el Evangelio en el sentido de comunicar un conjunto de verdades que hacen a lo que Dios quiere del mundo, sino de transformar el mundo, de obrar en él, de "curarlo":
«Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.»
Unos setenta años después de esta primera experiencia del "poder de la palabra", el predicador de Carta a los Efesios nos enuncia:
«Éste es el plan que había proyectado realizar por Cristo cuando llegase el momento culminante...»
Setenta años después, ya no es la Iglesia que por primera vez experimenta el poder de la palabra sino una Iglesia con experiencia de la Palabra, que se siente segura y confiada de poder decir en nombre de Dios: «era éste el plan...»
Notemos que Carta a los Efesios no habla con la autoridad de un teólogo, que habla por lo que ha estudiado y leído, ni habla con la autoridad de un creyente, que habla por lo que "siente" en la fe... Carta a los Efesios habla con la autoridad de la Iglesia, y se siente investida ya de la autoridad del propio Dios, como para decir, no como conjetura, no como hipóteis ni como intuición interior, sino con la verdad de quien ha sido instruida en la verdad del Espíritu: «Éste es el plan...»
Eso que nos preguntamos al pie de la cruz: «Señor, ¿por qué es necesario que el Mesías padezca? ¿cuál es el plan?»; eso que nos preguntamos en las bodas de Caná: «Señor, ¿por qué no es la hora? ¿cuándo será la hora?»; eso que nos preguntamos en el mar de Tiberíades: «Señor, ¿es que acaso quieres que perezcamos? ¿qué pretendes?, ¿qué tienes preparado?» Eso misterioso ha resultado quedar al descubierto unos años después. Basto la experiencia de la resurrección, bastó la experiencia de la transformación -interior y exterior- de los creyentes, bastó que la Iglesia descubriera que su fuerza estaba en él, en el Cristo, para que pudiera decir, no ya de oídas sino con convicción:
«Éste es el plan: anakefalaiósasthai ta panta en to Christó», lo que traducimos como "recapitular todas las cosas en Cristo".
El verbo «anakefalaioo» no es muy común, y de hecho sólo se usa en la Biblia dos veces: aquí, Efesios 1,10, y Romanos 13,9, aunque en este último la palabra tiene un sentido mucho menos técnico, mucho menos "teológico" (aunque, como veremos, importante). San Ireneo de Lyon, uno de los primeros Padres de occidente que vio las mistificaciones a las que podía llevar teorizar sobre Cristo sin hacerlo vida, y luchó contra las herejías de su tiempo -que precisamente consistían en tales divagaciones, las "gnosis"- encontró en este pasaje de Efesios la inspiración que le permitió comprender a fondo el «plan de Dios» revelado en la Escritura:
«[...]el mismo Señor se confiesa Hijo del hombre, y recapitula en sí mismo a aquel hombre primordial del que se hizo aquella forma de mujer: para que así como nuestra raza descendió a la muerte a causa de un hombre vencido, ascendamos del mismo modo a la vida gracias a un hombre vencedor.» (Adv. Her. 21,1)
Pero éste ya es, como podemos notar, un uso de la palabra altamente especializado; veamos primero un uso más simple y originario, menos "técnico", tal como se peresenta en Romanos 13,9:
«En efecto, lo de: 'No adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás' y todos los demás preceptos, se resumen [anakefalaiountai] en esta fórmula: 'Amarás a tu prójimo como a ti mismo.'»
Todo eso tan vario y por momentos tan disperso, tan incomprensible en su "necesidad", esos preceptos de Dios, sumandos a los preceptos de la Iglesia, todas esas leyes que a veces suenan a caducables preceptos humanos, y de las que raramente percibimos su necesidad eterna, "anakefalaiountai", se resumen, se recapitulan, nos dice San Pablo, en un solo precepto: amarás. Y en esta palabra de San Pablo encontramos la llave de comprensión de esa palabrita que luego la tradición postpaulina de Carta a los Efesios eleva a piedra fundamental en la comprensión que la Iglesia tiene de su Cristo:
El incomprensible plan de Dios realizado en la historia humana, esa masa de marchas y contramarchas, de realizaciones parciales, fracasos, expectativas, cumplimientos y vías muertas, "ta panta", todas las cosas, así del cielo como de la tierra (nos aclara aún Efesios, por si creemos que algo podría quedar afuera) ocurrieron para ser resumidas en Cristo.
Cuando miramos una vida aislada, parcial, que nace y muere en un corte de edades, que tiene siglos precedentes, y tendrá posiblemente muchos siglos que le sucedan, una vida como la nuestra, es difícil que podamos responder a esa pregunta a la vez simple y última: ¿por qué? ¿Por qué dolor y sufrimiento, por qué una vida tan parcial, tan llena de agujeros negros, tan llena de anhelos insatisfechos, y a la vez tan colmada de revelación, de presencia divina, de instantes de verdad, de encuentro, de amor? La respuesta, la que comprende la Iglesia setenta años después de su primera misión "con poder" es que todo, absolutamente todo, ta panta, así del cielo como de la tierra, ocurre con el sentido de preparar a Cristo, de resumir al que resumirá el mundo.
No podría Cristo ser el resumen y la plenitud del mundo, si cada cristiano -en quien vive Cristo- no fuera a su vez reflejo de ese mundo, reflejo en sus alegrías y reflejo en sus penas, en los instantes de plenitud gozosa, y en la tristeza de la larga espera de quien -con toda la certeza con la que la Iglesia de 70 años después de la primera misión, y los cristianos de 20 siglos después de la Resurrección- vendrá, sin ninguna clase de dudas, a manifestar -es decir, a recapitular, anakefalaioo- el sentido oculto del sinsentido que parece amenazar nuestra vida.
amen
Abel, muy bueno lo que tiene sentido en nuestra vida, revelación divina, instantes de verdad, de encuentro de amor, hace rato mas bien en la tarde quise leer algo escrito antes de ponerme en Biblia, pero el tiempo apremiaba, y... ya cuando quise volver a lo que había visto se habia ido no me volverá a suceder, Dios bendiga a mi hermano Gerardo Bernabe, a quien por alguna razón lo olvide en alguna de mis peticiones, es muy buen hermano berna! como lo nombra siempre su esposa, quiza de esas veces que quise que el sintiera mis sentimientos, de esos instantes. Gracias!!
Abel muy bueno lo escrito.
Con amor
Rosy