La Navidad es, desde luego, un misterio inagotable, lo que tiene como ventaja saber que meditemos muy en profundidad o muy en la superficie, siempre quedaremos cortos. Hace un par de años parece que (sólo lo he leído en periódicos que daban la noticia como una especie de escándalo) el Papa ha pedido expresamente quitar del belén del Vaticano las referencias lucanas e isaianas (los pastores, el pesebre, el buey y la mula), y ceñir el relato visual al estricto relato narrativo de san Mateo, es decir: una casa en vez de un pesebre, unos magos de Oriente en vez de unos pastores. Es que la Navidad es mucho más que los símbolos con los que evocamos la Navidad, y hay mucho para explorar en ella, e incluso para relatar visualmente, sin quedarnos encerrados en "o gruta o nada", "pastores o muerte". No ha "roto una tradición", ha puenteado una bella tradición del siglo XII para abrir el foco a una más bella y más amplia tradición, la de la fe y los evangelios. De todos modos no era del Papa y su decisión sobre el belén lo que quería comentar, pero me viene bien para ilustrar que las figuras e interpretaciones tradicionales de las cosas (sobre todo en asuntos de religión) pueden ayudar a llevar nuestro espíritu a la contemplación, pero también pueden encerrarnos en un conjunto limitado de significaciones, olvidando la siempre mayor riqueza que encierra cada motivo del Evangelio.
Una vuelta de tuerca
Me gustaría detenerme en la figura evangélica de los pastores, que tanta importancia tiene en los evangelios de navidad de la misa de medianoche y de la aurora. Parece que agotáramos tódo lo que tienen para decirnos esas figuras en que son pobres y humildes: Dios que nace en un pesebre, como quien no fuera el dueño de todo, rodeado de unos desposeídos que pasan la noche al aire libre. Y está bien, eso no hay duda que lo dice el Evangelio; la pobreza como lugar de la revelación privilegiada de Jesús es un tema que está en todo los evangelios, pero muy especialmente en san Lucas. Pero es que hay también más en esos pastores que la pobreza. Detengámonos en un versículo del relato, los pastores han escuchado el anuncio angélico, han quedado sobrecogidos con eso tan increible que los deja con ganas de saber un poco más de qué se trata, y entonces:
Habitualmente contamos con que allí están María, José, el Niño y los pastores, pero la escena da a entender que hay más público, «todos los que lo oyeron», así que podríamos representarnos la escena incluyendo un tercer grupo:
En realidad no sabemos quiénes son, y debemos inventar poquito, porque con mucho estaríamos reescribiendo un relato que no necesita ser reescrito; pero a los efectos de comprender este giro de tuerca sobre los pastores es importante que rompamos el cerco dialéctico que ha trazado esa tan bella interpretación visual de la escena de Belén, nuestros belenes: en nuestra imaginación, en la gruta están los pobres: la sagrada familia y los pastores, y fuera de la gruta el resto, casi como superponiendo una imagen de la Caverna de Platón: los esclavos dentro de la gruta, pero uno de ellos les lleva la verdad.
Sin embargo el relato no traza tal cerco dialéctico: la gruta, la sagrada familia, los pastores, de todo ello podemos decir que "son pobres", pero contemplan el misterio y se maravillan del anuncio unos que no sabemos si son pobres o ricos, pastores o comerciantes, a lo mejor hasta está el hijo del jefe de la sinagoga local, ¿qué podemos saber al respecto si el propio Evangelio nos ha sustraído esa información?
Lo que sí sabemos es que la mera existencia de este indeterminado grupo hace que tengamos que poner el corte dialéctico en otro lado:
Los ángeles, pudiendo anunciar a quienes estaban dentro de la gruta o en sus alrededores el sentido de eso que allí ocurre, van a buscar a unos que están fuera, en el aire de la noche, les anuncian, les explican, y los dejan para que sean ellos, unos que llegan desde el afuera del campo al adentro de la caverna quienes verdaderamente poseen la clave de lo que allí está pasando. Y si por acaso este sentido se nos rehuye o no queremos verlo, san Lucas añade: María meditaba y guardaba estas cosas. Seguramente María no dejó de extrañarse de eso tan singular: que para entender lo que ocurría allí adentro hubiera que preguntarle a unos que vienen de afuera.
"Los pastores, pobres y humildes", dice nuestra representación visual del belén. Sí, pero añadamos: los pastores son también gente común que está ajena al misterio de lo que ocurre en Belén. Fueron especialmente convocados para anoticiarse antes que los que estaban cerca, es más: convocados para anunciar a los que estaban cerca. Ellos, que estaban lejos, tienen que anunciar a los que están cerca. Esto -cualquiera puede notarlo- no está ajeno al más genuino espíritu lucano, a su exclusiva parábola del "hijo pródigo", que es el menor y viene desde afuera, de un mundo en el que se ha enfangado en el pecado, a revelar ante el hermano mayor -que nunca ha "traicionado" al Padre- la auténtica dimensión de la misericordia divina. "El de afuera y el de adentro", "el lejano y el cercano", son por lo menos tan legítimamente lucanos como lo es "el rico Epulón y el pobre Lázaro".
Habitualmente ponemos en los pastores la cuestión de la humildad, y dejamos para los "magos de Oriente" la cuestión del anuncio a los gentiles; pero como vemos, también Lucas se las ha arreglado para que sus pastores concentraran no sólo lo explícito de la pobreza, sino lo implícito de la lejanía. Una vez más, cierto modo de disponer los elementos narrativos nos disparan y sugieren temas que serán retomados y reelaborados por la teología. Pero aun podríamos preguntarle a san Lucas: ¿qué legitima a los lejanos para hacerlos, en tanto que lejanos, portadores de una revelación? La cuestión simbólica de la pobreza se puede entender bastante bien (dentro de la gran paradoja que es el propio Jesús): el pobre y humilde de corazón es quien se percibe y se experimenta a sí mismo -y vive de acuerdo con ello- permanentemente donado y afianzado en la existencia por la voluntad amante de Dios; es, casí diríamos, "natural" que Dios se revele en los pobres y humildes más que en quienes afianzan su ser en el banco, los rendimientos a futuro, los seguros de inversiones preponderadas, etc, y que no necesitan -o no creen necesitar- ese débil ser que viene directamente de Dios. Pero, ¿los lejanos? ¿por qué los lejanos?
Todos sabemos, aunque por respeto a Jesús no lo digamos muy fuerte, que en la lógica de la vida el Hermano Mayor y el Obrero de la Primera Hora tienen razón. Dios no sólo se limitó a acoger a todos, sino que dio una especial -e incomprensible- preferencia al lejano sobre el cercano, a la cristiandad de los gentiles que armaba Pablo, por sobre la cristiandad de los judíos que estaban montando Santiago y los suyos en Jerusalén: «amé a Jacob y odié a Esaú» sigue sonando arbitrario e incomprensible, por más que san Pablo se esfuerce en mostrarnos en esa frase -precisamente en esa frase- la infinitud de la justicia misericordiosa de Dios. ¿Podemos entender un poco esta preferencia? podemos penetrar aunque sea un poco en la dimensión de la "lógica de Dios", nosotros, que pertenecemos irrecusablemente a "lógica de la vida", la del Hermano Mayor y todas sus figuras? Con cuidado, para no romper esa "lógica de Dios" que se transparenta, como una tela de gasa que sobrenadara la textura de las narraaciones bíblicas, quisiera tratar de pensar en qué clase de supuesto esconde la "lógica de Dios" para que su anuncio deba ser hecho a los pastores que están lejos, en vez de a los espectadores del belén, que están cerca.
Lo sagrado y lo profano
La "lógica del Hermano Mayor" es la lógica de la ruptura entre "lo sagrado y lo profano": yo - cerca - religiosidad - espíritu -salvación - vida // él - lejos - profanidad - secularismo - perdición - muerte. El "Dios sagrado" es siempre el mío, es aquel del que puedo decir "yo soy suyo", que viene a significar también "él es mío".
El Dios de Israel, del que se puede decir "ciertamente tú eres un Dios escondido" (Is 45,15), del que se puede proclamar "a Dios nadie lo ha visto nunca, el Unigénito, el que está en el seno del Padre, él lo ha narrado" (Jn 1,18), no puede de ninguna manera estar contenido en la "lógica del hermano mayor", en la lógica de lo sagrado y lo profano, que con el pretexto de que yo soy de Dios, desemboca irremediablemente en que Dios es mío. Ese Dios de Israel, el Dios bíblico, cuya única cruzada es contra el ídolo, no contra la falta de Dios sino contra la falsificación de Dios, ese Dios que, como Dios escondido, está en ruptura con la lógica del mundo, es "totalmente otro" y distinto, es Mysterium, afirma en Belén el inicio de una "nueva continuidad" entre Dios y el mundo.
En Belén rompe Dios una continuidad, la continuidad exclusivista del Hermano Mayor, que no deja pasar a nadie a contemplar el misterio si primero no demuestra que es "de su misma cuerda", la continuidad de los que contemplan el nacimiento mismo en la gruta, porque "huelen" que allí pasa algo grande, la continuidad "religiosa". Rompe, pero no porque sí, rompe con esa continuidad para dar paso a una nueva continuidad, una continuidad que no es opuesta a la continuidad religiosa, sino más amplia, que puede, que está capacitada para contener también a la continuidad religiosa. La continuidad con cada hombre, con cada una de sus angustias, con cada una de sus alegrías, con cada una de sus infidelidades, incluso, y dispuesto a alegrarse con cada una de sus escasas pero significativas fidelidades. Y hace signos de esa ruptura y esa nueva continuidad enviando a sus ángeles a que anuncien a los que están lejos y ajenos al misterio de la gruta, ellos traen de afuera hacia adentro algo que ellos mismos tampoco comprenden, y viendo, se maravillan.
Leo estos días muchas páginas católicas sobre el sentido de la navidad, sobre lo tan religioso que es armar el Belén y lo tan irreligioso que es comer hasta el hartazgo y comprar frenéticamente, lo religioso que es el Niño, y lo secularizado que es Papá Noél. Esta misma mañana de Navidad cuatro editores de editoriales católicas gastaron tres horas de la preciosa mañana navideña en meditar cuán secularizado está el mundo, y cuán olvidado de Dios. Quizás tengan razón (la lógica del Hermano Mayor siempre tiene razón), pero también sé que estamos haciendo un catolicismo de cápsula, apiñados en torno a Belén somos esos tan necios que finalmente el relato se olvida de darnos un nombre, y quedamos -y quedaremos- anónimos y olvidados. No se trata de irnos lejos: quien está cerca está cerca y quien está lejos está lejos, y a cada uno le toca lo suyo, se trata quizás de dejar de murmurar en un mundo ya lleno de murmuraciones, de dejar de hacer tanto ruido en un mundo de por sí tan ruidoso, y pararnos a ver si por una vez más ha habido ángeles que le anunciaran a alguien -no importa si compraba en un centro comercial o dormía al raso- una nueva oportunidad y una nueva continuidad entre Dios y el mundo que -y de esto sí estoy seguro- es un mensaje central de la Natividad.
Feliz y santa Navidad
Preciosa tu reflexión!!!!!
La lógica de Dios en el anuncio a los pastores es la misma lógica del sermón de la montaña, que prefiere a los despreciables antes que a los satisfechos de la vida; la misma del pastor que busca a la oveja perdida en lugar de quedarse con las otras noventa y nueve que se consideran ya salvadas; la misma que busca a los que el mundo considera enfermos y por lo tanto perdidos para ofrecerles la sanación y sobre todo devolverles su dignidad de hijos de Dios, como el publicano que se presenta ante Dios con las manos vacías pero el corazón contrito y humillado; la misma que se relaciona y come junto a publicanos, prostitutas, "am ha aretz" (descreídos o apartados de la religión oficial, como estos pastores), pobres, ignorantes, y en general aquellos que no "merecen" el abrigo de una religiosidad (confortable y analgésica) hecha para unos pocos elegidos.
Creo que era el propio Schillebeeckx (descanse en paz) el que decía que en el momento en que Dios se convierte en "mi Dios", pasa a ser un "no Dios", un ídolo.
Un fuerte abrazo.