Deberíamos poder despojarnos del peso de las palabras como nos despojamos de los kilos de más antes del verano: con apenas un poco de dieta. Pero no, el peso de las palabras es una carga mucho más difícil de desmontar; con razón decía un filósofo que el lenguaje no se define por lo que nos permite decir, sino por lo que nos obliga a decir.
Las palabras "pecado", "pureza", "impureza", y todas las relacionadas con estos centrales conceptos de cualquier religión quedaron desde hace mucho atrapadas en la esfera de las doctrinas morales, y ahora es muy difícil poder utilizarlas en un sentido más originario, poder "deslegalizarlas", es difícil quitarse la idea de que pecado es "no cumplir" con un mandato, o de que la "pureza" o la "impureza" no vienen automáticamente por cumplir o dejar de hacerlo una montaña de preceptos que ni entendemos ni tocan nuestro corazón.
Cuando llega la Cuaresma, la Iglesia nos propone, cada vez más tímidamente, que nos "purifiquemos" con ciertos "ejercicios", como no comer esto o aquello, dejar de hacer determinados días algo que nos agrada, es decir, lo que en conjunto llamamos "penitencias". Como hombres modernos nos cuesta entender el valor de esas penitencias, y como cristianos nos esforzamos por tratar de explicarlas, pero al explicarlas, las racionalizamos y "moralizamos"; decimos, por ejemplo, que con el dinero que ahorramos en tal o cual comida se puede hacer limosna, y ya nos quedamos tranquilos, porque podemos seguir haciendo mecánicamente una penitencia que ni entendemos ni nos toca de cerca, pero ahora la subsumimos en el precepto moderno de la solidaridad (precepto derivado a su vez del mensaje cristiano), y descansamos en paz, sabiendo que lo que hacemos, aunque no lo parezca, "sirve para algo".
Descansamos en paz, efectivamente: nuestro espíritu está muerto al lenguaje de la penitencia, de lo puro y lo impuro, incluso del pecado, y a la vez todo ese lenguaje está como muerto para nosotros, que sólo entendemos en términos de utilidad y transgresión.
Pero no es verdad que estemos muertos a todo ello: mientras sigamos siendo seres humanos, seguiremos vibrando con los sentimientos religiosos más primitivos y elementales, con los más auténticos, y que aun laten en la Biblia; sólo que como hombres modernos, que necesitamos que las cosas pasen primero por la cabeza para que lleguen al corazón, debemos posiblemente volver a tratar de entender las palabras que usa la Biblia, para que al entender, nos permitamos aceptar que sentimos cosas tales como nuestra indignidad y pequeñez ante la presencia de Dios, más allá de si "hemos pecado" o "no hemos pecado", o incluso si "nos hemos confesado". Cuando el salmista proclama "ningún hombre vivo es inocente frente a ti" (salmo 143,2) dice una gran verdad, que no tiene nada que ver con el cumplimiento o incumplimiento de normas, o con el "estado de gracia" en el que estemos. Es imperativo para la salud de nuestra religiosidad personal (y al cabo, para que tengamos algo auténtico que decir al mundo) volver a conectar con esas palabras, entender con el corazón el sentimiento de la santidad inmensa de Dios y nuestra indignidad radical ante ella, para poder incluso volver a sentir la gran novedad de un Jesús que, tendiendo la mano al débil, al hombre bajo el peso de una mísera existencia, proclama: "Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre".
El tema es, por supuesto, amplísimo, pero me gustaría en el limitado horizonte de este artículo llamar la atención sobre algunos textos que pueden abrirnos a una comprensión menos moralista de la pureza. En muchos aspectos la Biblia no implica una novedad absoluta, sino que retoma cuestiones que están ancladas en la religiosidad natural del hombre. Este es precisamente uno de ellos: la Biblia no crea un concepto de pureza enteramente nuevo; si recorriéramos el amplio panorama de la religiosidad natural del hombre, tanto en el tiempo -buceando en al arqueología religiosa- como en el espacio -explorando la etnoantropología- nos encontraríamos que las religiones pueden ser muy diversas, incluso puede faltar la noción misma de Dios, en muchos casos el culto no se dirige a "alguien" sino a vagas "potencias", que incluso pueden no tener nombre; pero nunca faltará la referencia a la pureza, que puede darse de distintas formas: por ejemplo, ciertos días, sin que haya una razón específica, son más "propicios" que otros, ciertos personajes, más allá de sus virtudes personales, son más "santos" que otros, ciertos objetos son intocables, o atraen una mala suerte, o bien deben ser conseguidos a cualquier precio, porque están cargados de una "energía positiva". Parece que estuviera hablando en lenguaje de "new age", pero es más bien al revés: el único aspecto eficaz y auténtico de lo que llamamos "new age" es volver a tratar de conectar con el lenguaje de la religiosidad espontánea, natural, del ser humano, que no se agota en las tribus de Indonesia, sino que aun late hasta en el banquero de la Gran Manzana.
Esa "pureza" o "impureza" que el hombre detecta en algunos tiempos, en algunos objetos, en algunas personas, no se explica por razones "lógicas", desafía nuestra lógica cotidiana; por eso, cuando la tratamos de entender, la convertimos en razones muy poco convincentes, y a veces francamente absurdas. Nada más común, por ejemplo, que explicar que los judíos no comen cerdo por el peligro de la triquinosis en la antigüedad. Es posible que se libraran de la triquinosis por no comer cerdo, pero ¿no comían cerdo por ese motivo? ¿y por qué sigue siendo un persistente signo de pertenencia religiosa, tanto de judíos como de musulmanes, no comer cerdo, en estos tiempos en los que ya no valen esas mismas razones sanitarias? ¿y por qué los judíos desarrollaron la doctrina de que no comer cerdo era un signo de pertenencia religiosa no tras una peste de triquinosis, sino en la convivencia con un pueblo que apreciaba mucho el comer cerdo?
La cuestión de que los judíos o los musulmanes no comen cerdo no tiene ninguna relación directa con la triquinosis: no comen cerdo porque es un animal impuro, y es impuro porque.... ¡es impuro!
La explicación de la triquinosis vale tanto como cuando queremos explicar que hacemos penitencia para dar limosna a los pobres, y dígame Ud.: ¿no podría moderar su vida cada día, y dar 365 días de limosna, en vez de usar 40 específicos días del año para acordarse de los pobres? ¡Claro que podría! (es más, debería hacerlo) pero incluso si fuera el más austero y a la vez generoso de los hombres, que comiera poco y con mi ahorro diera de comer a un pobre cada día, aun así necesitaría la austeridad de la Cuaresma, porque la austeridad de la Cuaresma no tiene que ver con las limosnas y los pobres, sino con la purificación: son días de purificación, uno de cuyos medios puede ser precisamente el dar limosna. La penitencia cuaresmal me purifica, no por el beneficio económico al pobre sino porque... ¡me purifica!
Así son, en principio, las "razones" de estos persistentes gestos religiosos: muy poco racionales y, a lo que parece, encerrados en sí mismos, y un poco arbitrarios. Dios manda a Noé que reserve siete parejas de animales "puros", mientras que sólo una de los "impuros" (Génesis 7,2). Carece para nosotros de lógica que una naturaleza creada por Dios y declarada buena apenas unos capítulos antes, sea así "discriminada" por el propio Dios, pero así es la religiosidad natural: no llega al sentimiento de la santidad de Dios sino a través de bucear trabajosamente en los signos creados.
Cuando llegamos a las leyes de pureza del libro del Levítico, la sensación de desamparo y de lejanía es total; de hecho, posiblemente Levítico sea uno de los libros menos leídos y comentados de la Biblia (nos acordamos de él sólo en las polémicas sobre la homosexualidad, ya que está allí el único versículo del AT que menciona la cuestión, pero claro: desconocemos tanto el libro que disparatamos en su interpretación). Allí, por ejemplo, se dice que la mujer es "impura" en el período de su regla, pero no sólo ella: "todo lecho en que se acueste mientras dura su flujo será impuro como el lecho de la menstruación, y cualquier mueble sobre el que se siente quedará impuro como en la impureza de las reglas..." (levítico 15,26).
Cuando llegamos a una cuestión tan central como el nacimiento, nos dice: "Habla a los israelitas y diles: Cuando una mujer conciba y tenga un hijo varón, quedará impura durante siete días; será impura como en el tiempo de sus reglas", y luego agrega: "Mas si da a luz una niña, durante dos semanas será impura, como en el tiempo de sus reglas, y permanecerá sesenta y seis días más purificándose de su sangre." (Levítico 12,5)
Quien quiera buscar argumentos sobre el "fanatismo machista" de la Biblia, lo tiene aquí servido en bandeja. Ahora bien, ¿realmente la pureza y la impureza se basan en puros prejuicios y carecen de razón?
En principio habría que decir que no hay una razón última y definitiva por la que algo puede ser declarado religiosamente puro o impuro. Es más, a lo largo de la historia religiosa del hombre (¡e incluso tan sólo a lo largo de la Biblia!) nos encontramos con que los objetos más dispares y contradictorios han sido declarados puros o impuros, o alternativamente puros e impuros. En la propia Biblia, el mismo Dios que declara puros unos animales e impuros otros, y que manda a los israelitas apartarse como de la peste de los "gentiles", hombres impuros, manda luego a Pedro que "mate y coma" animales de toda especie (Hechos 10), como símbolo de que los gentiles han sido "purificados" por el propio Dios, y pueden ser admitidos en la "asamblea de los santos". Se podría alegar que ese pasaje del Nuevo testamento es precisamente eso: del Nuevo Testamento, donde ya no rigen los criterios religiosos del Antiguo; pero si atendemos al cuidado lenguaje de ese episodio, en ningún momento rechaza los criterios del Antiguo testamento, no dice que los animales (y a fortiori los gentiles) no sean impuros, lo que dice es que Dios los ha purificado; no declara simplemente que mate y coma (lamentablemente los traductores han cuidado poco el detalle en esa frase), sino que usa un verbo de contexto ritual: sacrifica y come. El Nuevo Testamento no desconoce ni rechaza los criterios de pureza del Antiguo: los asume y amplía: en Jesús Dios ha "purificado" el mundo, lo ha hecho puro y agradable a él, puede ser "sacrificado" y "ofrecido".
La razón propia de lo puro y lo impuro en cualquier religión se basa en una división simbólica entre lo que es "de Dios" y lo que es "del hombre", en una división entre lo que pertenece a la "esfera de lo divino" y lo que pertenece a la "esfera de lo cotidiano y profano". No hay una razón intrínseca al cerdo o a la vaca para ser puros o impuros, pero hay una "razón diferencial": si no hubiera un cerdo impuro, no habría un ternero puro, y no se podría hacer la ofrenda, no se podría estar en contacto con Dios. La declaración de pureza o impureza es un hecho de pura tradición religiosa, que se basa en apenas rasgos "objetivos", por eso es tan fácil reírse de las tradiciones religiosas, porque no se percibe en ellas nada serio si no se ha penetrado con el corazón en su vivencia.
Podemos entresacar, sin embargo, algún criterio: lo puro o impuro religioso es aquello que está "demasiado cerca" de lo divino, que me hace chocar de frente con Dios. Un parto, por ejemplo, me pone de lleno ante la vida como misterio, como algo que en último término no puede ser controlado; puedo comprender muchos mecanismos de la vida, y casi descifrar el genoma humano que codifica hasta los últimos secretos de la naturaleza biológica de cada individuo, pero un niño que nace a pesar de todo, un llorón que se abre paso en la maraña de amenazas naturales que durante nueve meses intentan eliminarlo, me pone de frente al "Dios de vivos y no de muertos", no termino de entender, por mucha biología del nacimiento que conozca, cómo es que logró sobrevivir, cómo es que yo mismo sobreviví a esos débiles períodos de la vida. Cuando conectamos con los sentimientos elementales que nos suscitan cosas tan cotidianas como un parto, nos damos cuenta que el parto toca lo sagrado, lo hace presente, lo "dice", y entendemos que el hombre religioso antiguo haya entendido que la parturienta debe realizar un ejercicio de profanización, debe volver a ser una mujer común y corriente, antes de poder volver a la comunidad.
¿Pero por qué declarar a la parturienta "impura" en vez de "sagrada"? eso es algo propio del universo bíblico; por el contrario, en la religión natural más bien la parturienta es sagrada, y se invoca a las divinidades parturientas para obtener no sólo fecundidad sino también éxito en la guerra y en las empresas. Pero la Biblia no es religiosidad "elemental" ni "natural". Para la Biblia el precepto supremo es que nada suplante a Dios, ni siquiera indirectamente, ni siquiera "por una buena causa":
"Escucha, Israel: Yahveh nuestro Dios es el único Yahveh. Amarás a Yahveh tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Queden en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Se la repetirás a tus hijos, les hablarás de ellas tanto si estás en casa como si vas de viaje, así acostado como levantado; las atarás a tu mano como una señal, y serán como una insignia entre tus ojos; las escribirás en las jambas de tu casa y en tus puertas." (La "Shemá", síntesis de la religión bíblica, Dt 6,4-9)
Cualquier cosa que pueda volverse para el hombre tan cercano a lo sagrado que el hombre pueda confundirlo con lo Santo mismo, la Biblia lo declara impuro, es impuro no por opuesto a Dios, sino por estar demasiado cerca:
-es impura la parturienta, porque en ella queda visible la vida como auténtico milagro;
-es impura la menstruante, porque el misterio (para el hombre antiguo) de su flujo de sangre es percibido como requisito para la vida;
-es más impura la mujer que nace que el varón, no por un anacrónico criterio de "discriminación de la mujer", sino porque la mujer podrá parir, y el varón no.
-es impura toda efusión de semen, y por tanto, son impuras las simples relaciones sexuales de dos esposos (Lv 15,18), porque conectan con la donación de la vida.
Y así muchísimo más. Nada de todo esto tiene que ver con lo "bueno" y lo "malo", sino con la percepción de un misterio, tan fascinante que puede "alejar" del centro de vida del hombre bíblico: "Yahvé es el único Yahvé", no es Dios el misterio de la vida, no es Dios ese instante de abandono y vacío de una relación sexual amorosa, no es Dios nada de lo que en el mundo profano del hombre es agradable, placentero o fascinante.
Por supuesto, subsiste también en la Biblia un criterio religioso "natural" sobre lo puro y lo impuro, y así, hay objetos y acciones que son impuros por el simple código cultural, sin que haya ninguna razón de fondo, tan sólo la necesidad de expresar por medio de contrastes lo que es puro y bueno ante Dios.
A veces nos "colamos" en la polémica de Jesús con los fariseos, y la leemos como si Jesús planteara algo así como el fin de toda religión; para cierta mentalidad racionalista-cristiana, la frase de Jesús "el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado" viene a funcionar como una especie de criterio hermenéutico supremo, que permite desechar todo lo que no se acomode a un humanismo horizontal y secularizado.
Jesús no abolió, ni mucho menos, el fondo religioso, la profundidad de la ley de pureza del AT; le vemos curar al leproso, tras lo cual le manda:
"vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio." (Mc 1,44)
Personalmente no creo que se trate de una simulación, no creo que se trate de un mero acomodarse a los criterios culturales que lo rodeaban, ¡Jesús no era hombre de acomodarse a los criterios de lo que lo rodeaba! Pienso que cuando Jesús manda cumplir con esos rituales de la Ley, y cuando él mismo los cumple, es porque no desdeña su sentido profundo, no desdeña lo que expresan de voluntad humana de llegar a Dios. Jesús no rechaza el culto y las leyes del culto. Pero es muy firme en rechazar la manipulación hipócrita de esos criterios religiosos tan sutiles, y no tendrá empacho en echarle a los fariseos a la cara el haber pervertido el concepto de pureza religiosa, aplicándolo a vasos, platos y comidas, en vez de al corazón del hombre:
"Vosotros, los fariseos, purificáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis llenos de rapiña y maldad. ¡Insensatos! el que hizo el exterior, ¿no hizo también el interior? Dad más bien en limosna lo que tenéis, y así todas las cosas serán puras para vosotros." (Lc 11,39ss)
Como vemos, también Jesús vincula la limosna a la pureza, pero no al modo racionalista chabacano, que supone que lo que vuelve religiosa a la mortificación es que uno ahorra para poder dar limosna, sino por algo que es específico de la predicación de Jesús:
Las leyes de pureza de la religión natural buscan revelar y destacar el lugar de Dios en la profanidad del hombre; pero lo que Jesús revela -con su palabra, y sobre todo con su obrar- es que ese "lugar de Dios" no es el que espontáneamente imaginamos, sino que más bien Dios vive en lo débil, lo escondido, lo abandonado del mundo. Por eso, cuando dirigimos nuestra mirada a lo débil y escondido (incluso de nosotros mismos) todas las cosas llegan a ser puras para nosotros, y nosotros puros para Dios.
Pero es difícil sostener la mirada en lo débil, mantenerse al pie de la cruz.
La bibliografía sobre este tema es muy amplia, pero porque en realidad toca a muchos otros de índole filosófica y religiosa. Vale la pena explorar autores que hayan tomado contacto con distintas religiones, para pode evaluar qué aspectos del mundo bíblico son específicos y cuáles son, aunque nosotros los conozcamos por la Biblia, algo que atañe a toda forma de religiosidad; por ejemplo, son siempre recomendables las obras de Mircea Eliade en cuanto al conocimiento del lenguaje religioso en un sentido muy amplio.
La obra de Rudolf Otto, «Lo santo», y su secuela «Ensayos sobre lo numinoso» pueden ayudar a formarse un concepto más profundo (y por ende menos moralista) del hecho religioso, en particular en relación a este tema y de ese último libro recomiendo el ensayo «¿Qué es pecado?».
En el fundamental «Instituciones del Antiguo Testamento», de R. De Vaux, es imposible señalar un único lugar donde se trate la cuestión de la pureza y la impureza en el lenguaje bíblico, ya que todo el tratado supone esta cuestión, pero naturalemente, quien quiera leer cuestiones siempre sugerentes y profundas, puede recurrir al capítulo dedicado al culto y en especial los sacrificios en el antiguo Israel (pág 566 y ss, de la edición castellana).
Más sintético, pero igualmente interesante puede leerse la sección correspondiente a los sacrificios expiatorios en «Instituciones religiosas de Israel», de John Castelot, en el tomo V del Comentario Bíblico san Jerónimo. Cualquiera de estos libros se consigue en pdf en la Biblioteca de El Testigo Fiel.
La paz. Reflexión pertinente, grs. por dedicación al portal ETF que representa un apoyo para los que queremos seguir creciendo en la fe. Dios les cuide.
uuff por que se acabo, quería seguir leyendo mas....
..Uuff... ¡me costó trabajo acabarlo!. "Lo bueno si breve dos veces bueno".
¡Dios mío, crea en mi un corazón puro! (Los Salmos)
Revelación del Padre a los pequeños: "Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las revelaste a los pequeños. (Evangelio)
excelente. Ufa! TB QUERIA seguir leyendo..