No discuto que a los católicos puedan fallarnos las formas en la comunicación. Basta con echar un vistazo a esas estatuas dragqueenizadas de Jesús para comprender el poco respeto estético que nos tenemos.
Pero creo que hay que ir más al fondo. No es sólo que fallen las formas, sino que estamos desacreditados.
Cuando sale un médico a hablar por la tele, o se publica un "estudio de una prestigiosa universidad", la gente abre los ojos y los oídos y se apresta a obedecer. Si dicen que hay que beber tres litros de agua al día, pues a beberlos. Si dicen que hay que sentarse de un modo concreto, pues a practicar. Tienen crédito. Prometen salud y bienestar, tienen un historial que razonablemente nos permite pensar que saben de lo que hablan y, por tanto, son escuchados y obedecidos. (Hablo de principios generales).
Lo mismo pasa cuando sale un actor a contar la dieta o el entrenamiento personal que sigue para poder seducir a las chonis.
O un deportista cuando cuenta qué tipo de zapatillas usa y por qué.
Es una cuestión de crédito: te importa lo que te digan, porque quieres obtener lo que ellos tienen y prestas atención a quien acredita que sabe conseguirlo y que puede darte los consejos oportunos para que tú lo consigas.
Hoy la Iglesia Católica está desacreditada en amplios sectores de la sociedad occidental.
Se desgañita ofreciendo la felicidad, la VIDA.
Pero, ¿cuántos creen hoy que la Iglesia lo único que pretende del hombre es que sea feliz?
¿Cuántos creen hoy que la Iglesia enseña el camino cierto de la Vida?
¿Cuántos piensan hoy, al ver a un obispo hablar por televisión, que es un hombre que está entregando su vida para que los demás tengan una vida mejor, que está perdiendo sus fuerzas para que otros las recuperen, que ha renunciado a cosas maravillosas para ponerse al lado de los débiles, para que los débiles sean fortalecidos y animados?
¿Cuántos piensan hoy, al ver a un obispo hablar por televisión, que lo que dice lo dice sólo porque le interesa la felicidad de todos, y que está ofreciendo un modo cierto de llegar a VIVIR?
Por lo visto no tenemos el crédito suficiente para hablar de lo que hablamos.
Será por la mala publicidad y por las campañas de desprestigio (los otros, siempre los otros).
Será porque no hemos entendido que cada generación tiene que conquistar el "derecho" de ser escuchada cuando anuncia el evangelio.
Nos ponemos un clergyman o una mitra y ya nos creemos que por eso la gente se va a sentar admirada a atendernos. Pero no funciona así.
La gente no se fía, y la culpa no siempre es de "los otros".
La Madre Teresa de Calcuta obtuvo un enorme crédito a base de lavar con amor los culos de los leprosos de Calcuta. La gente la creía porque sabían lo que ella había hecho por los demás. Era patente. Ese crédito suyo se extiende a su congregación y en cierto modo, al resto de la Iglesia. Pero el crédito va perdiendo fuerza conforme nos alejamos en el tiempo o en la distancia de quien lo ha obtenido.
Y no podemos pensar que el crédito de la Madre Teresa sirva para que un poligonero de Vallecas, sentado delante de la tele, acabe otorgando su confianza a un señor vestido de modo raro que sale por la tele un día diciéndole que no se puede ir a vivir con su novia porque eso no le hará feliz. Puede que el señor vestido de modo raro haya hecho cosas maravillosas por los demás, pero eso el poligonero no lo sabe y, lo que es peor, no siente que haya hecho ninguna cosa maravillosa por él.
El crédito se agota. No se puede vivir de rentas. Hay que abrir los ojos y, en lugar de enfadarnos porque no se respeta el derecho que creemos que tenemos a ser escuchados, ponernos manos a la obra.
Porque sólo donde lleguen nuestras manos llegará la confianza necesaria para que nuestro anuncio encuentre delante un oyente bien dispuesto.
O espabilamos, o acabaremos pareciendo un vendedor de enciclopedias enfurruñado porque los de la casa prefieren mirar el "Saber Vivir" que comprarle su enciclopedia de Moral Católica en veinte tomos encuadernados en simil piel.
Exelente !! Un respuesta a porque tanto esfuerzo sin apenas frutos.
Antes de enseñar se aprende y, cuando se enseña bien, se aprende aún más: se aprende a ver, a mirar, a tocar, a percibir, a sentir, a entender, a pensar, a conocer,...a amar... como Jesús hizo y sigue haciendo en/con/por nosotros. Cada uno como discípulo, tiene al Espíritu, para seguirle y testimoniarle. La Iglesia que se predica a sí misma, se queda en Religión y de ahí al fundamentalismo sectario hay sólo dos pasos.
Excelente artículo por su valentía y acierto con las imágenes que describen buena parte de nuestra sociedad