Enrique Dans ha escrito un artículo estupendo criticando el modo que muchas empresas tienen de relacionarse con sus clientes. La bidireccionalidad de la red, la posibilidad de poner comentarios en cualquier medio que se precie, el deseo de ser, en fin, escuchado, es un rasgo fundamental del modo en que hoy se perciben las comunicaciones. Y no sólo en Internet. Internet lo ha cambiado todo, también el modo en que esperas que te traten en la pescadería o en la parroquia.
Cuando entras en una web y no tienes posibilidad alguna de dejar un comentario, o de ponerte en contacto con el autor, lo que percibes es que no le importas nada. Punto. El sentimiento de antipatía es casi inmediato.
Enrique Dans habla de las empresas. A mí me gustaría reflexionar sobre si en la Iglesia, en sus distintos niveles, desde las congregaciones vaticanas hasta las parroquias, nos hemos dado del todo cuenta de los cambios culturales en que nos movemos. Sé que la Iglesia no es una empresa, pero, cuando hablamos de comunicación, las características y dificultades de la misma son más bien transversales.
Y pienso en ese Jesús que bajó todas las barreras interpersonales. Se dejó empujar por la multitud -esa multitud en que habían mujeres menstruantes- y se dejó tocar por leprosos. Y paseó tranquilamente por el templo dejando que cualquiera le abordase con cualquier tipo de pregunta. Jesús no parece pensar que todos esos acercamientos interpersonales vayan a minar en absoluto su autoridad. Al contrario.
Dejar que la gente te aborde, te cuestione, hable contigo, ponga un comentario... no disminuye la autoridad del mensaje eclesial, mientras que, por otro lado, te obliga a esforzarte en hacerlo asequible, a responder a las preguntas que plantea hoy -no a las que planteaba en el siglo XIII- , a aprender el lenguaje de los destinatarios de hoy. Y, sí, también ayuda a descubrir las propias limitaciones relacionales y pedagógicas. Y a desear la conversión.