En los primeros días del Concilio comenzó la discusión del primer tema, la liturgia. De ese primer intercambio o discusión del esquema sobre la liturgia muchos padres conciliares comenzaron a visualizar los lineamentos de lo que debería ser la puesta al día de la Iglesia, comenzando por su orden de culto.
El documento presentado a los padres conciliares no estaba redactado en el estilo literario tradicional – no era especulativo o "filosófico" en su argumentación, ni dependía de la fuerza de unos conceptos que habría que explicar al pueblo menos docto. Tampoco se inclinaba a denunciar unos abusos para entonces pasar a una conclusión llena de "anatemas" o condenas.
El documento propuesto se caracterizó más bien por un lenguaje descriptivo, con un gran número de alusiones bíblicas y patrísticas que más bien ilustraban sus posiciones, las que entonces no se argumentaban, sino que se explicaban. En suma, era un documento que ya demostraba lo que significa la presentación pastoral de un tema.
Con todo, de inmediato se suscitó una controversia en torno a la admisión del uso del vernáculo (la lengua materna) en los ritos litúrgicos. Cuando uno lee autores como Xavier Rhynne o Robert Kayser y otros que publicaron de inmediato en aquel momento, uno nota la agonía y la angustia por el trance de lo que estaba sucediendo. Los días de discusión parecían interminables y hasta nos relatan de la misma impaciencia de los padres conciliares, porque la actividad del aula en la basílica de San Pedro parecía divagar en todas las direcciones, con discursos de todos los tonos sin que ninguno aportara algo sustantivo y sin que pareciera que hubiera una dirección en los trabajos. Parecía que nunca se lograría algún consenso. A veces las horas se iban en discutir pequeños detalles para los efectos inconsecuentes, aunque de suma importancia para los que intercambiaban pareceres en una u otra dirección. Casi hubiese parecido que el Concilio ya se había descarrilado, cuando apenas comenzaba.
Comenzado el mes de noviembre surgió la idea de pedir que se cerrase la discusión sobre el documento sobre la liturgia y se procediese a votar. La idea era proponer una aprobación "en principio" de modo que el debate se trasladase a comité. No tenía sentido que el pleno del Concilio trabajase como si fuera un comité gigante.
La idea fue promovida por un grupo de obispos provenientes en su mayoría de Alemania, Francia, Holanda, Bélgica. A partir de entonces ese grupo de padres conciliares asumió una posición de liderazgo en el Concilio. Esto fue lo que más tarde motivó el título del libro sobre el Concilio, The Rhine Flows into the Tiber, del padre Ralph M. Wiltgen. (Disponible como El Rin desemboca en el Tíber: historia del Concilio Vaticano II, Madrid, 1999.)
Pero habían dos fuertes dudas entre los "padres del Rin": no sabían si llegarían a recibir el respaldo del pleno de los padres conciliares y en segundo lugar, había un precedente negativo en el Vaticano I. En aquel concilio, cuando se presentó el tema de la infalibilidad papal, hubo un número considerable de obispos que se opuso a la propuesta y se sucedió un debate que duró meses.
En aquel entonces, el Papa Pío IX ordenó que se detuviera la discusión y se procediera a votar de inmediato. Esto causó que un buen número de obispos se fueran del concilio, molestos por no haberse permitido el debate libre y espontáneo. También se marcharon por no querer encontrarse en la posición de tener que votarle en contra a una propuesta que obviamente era respaldada por el mismo papa.
Ahora en 1962 los "padres del Rin" no querían que se repitiese la historia al pedir que se suspendiera la discusión para proceder a votar y eso provocase una división profunda entre los padres conciliares. No querían provocar que un número de obispos se retiraran del Concilio en son de protesta. Tampoco querían sentar un precedente de evitar los intercambios y la discusión en el pleno del Concilio.
Finalmente, el 14 de noviembre decidieron arriesgarse y presentaron su iniciativa para cerrar el debate y proceder a votar sobre una moción de "aprobación en principio" del documento sobre la liturgia. El documento entonces le sería devuelto a la Comisión Preparatoria para resolver los detalles para la redacción final y entre tanto la Comisión podría recibir sugerencias y comentarios por escrito. El documento luego volvería al pleno del Concilio para su aprobación final.
Para sorpresa de los que presentaron la moción, su propuesta recibió el respaldo de 2,215 padres conciliares contra 46 que votaron en contra. Estaba claro que los que presentaban objeciones y provocaban el estancamiento de los trabajos del Concilio eran una ínfima minoría que sin embargo llamaban mucho la atención.
También se puso en evidencia que los padres del Concilio podían llegar a unos acuerdos a pesar de la gran diversidad de obispos presentes. De aquí en adelante todos los documentos del Concilio recibieron una aprobación análoga (ver Apéndice, Las votaciones). Esto fue una señal inequívoca de la acción del Espíritu Santo.
Por otro lado, una desventaja de aquella solución fue que el documento sobre la liturgia que eventualmente se aprobó en comité y luego se aprobó a nivel del pleno del Concilio, tiene pasajes contradictorios y otros que se quedaron intercalados como medida de conciliación entre diversas interpretaciones para evitar más debate. Desafortunadamente lo que en aquel momento pareció como un modo de lograr unos acuerdos convenientes, con el paso del tiempo ha provocado una perpetuación de las diferencias entre los que citan unos y otros pasajes contrapuestos.