Convidar a los católicos a volver a tener un personal contacto con la Biblia fue uno de los grandes aciertos del Concilio Vaticano II, que retoma con esto, en la década del 60, todo un impulso de los estudios bíblicos de muchas décadas antes. Debe decirse que la religión católica siempre fue explícitamente bíblica, buscando, por ejemplo, la «frase de la Biblia» donde fundamentar tal o cual enseñanza, etc… sin embargo, se evitaba que el creyente tuviera por su cuenta contacto con el texto bíblico en su conjunto, en parte por miedo al reclamo de «libre interpretación» (que como tantos slogans, prácticamente no quiere decir nada, pero llama mucho la atención), y en parte también porque la Iglesia sentía que el Libro era un poco demasiado complicado para ponerlo sin más en manos de gente que podía ver confundida su fe al leer el texto fundamental de ella. Esto para ser buenos. Las malas lenguas dirían que sustraer la Biblia del público era una manera de evitar que la Iglesia sea juzgada por ella. Como en todas las realidades grises de la historia, en muchos momentos quizás también haya sido ésta la razón. Nunca con exclusividad se hacen las cosas, ni de puro buenos ni de puro malos.
Lo cierto es que el reclamo de la Iglesia de contacto personal y directo del creyente con la Biblia es firme y decidido, y no tiene vuelta atrás… ¡sólo resta que se produzca! Estamos en los cincuenta años desde el Concilio Vaticano II, y sorprende el escasísimo conocimiento de la Biblia que aun hoy hay entre nuestros creyentes. Nuevamente, las causas son muchas, y de algunas de ellas son responsables los propios creyentes: muchos católicos siguen pensando que todo tiene que venir hecho «de arriba» (sea que ese arriba sea Dios -en el mejor de los casos-, o que ese «arriba» sean las estructuras eclesiásticas), pero en un punto el conocimiento de la Biblia no se diferencia del conocimiento de las matemáticas o de la geografía: por muy bien que los profesores expliquen, y muy interesantes que sean los libros, y muy buenos que sean los programas del gobierno -es decir, todo lo que viene «de arriba»-, si el alumno no hace un esfuerzo personal, no aprende. La Biblia también debe ser «estudiada», y no sólo por los especialistas, sino por cualquiera que pretenda no confundirse demasiado al leerla.
Ahora bien, hecho este cierto «tirón de orejas» al público en general por no esforzarse demasiado en buscar instrucción, debo decir que los «profesionales de la Biblia» (biblistas, editores, catequistas, sacerdotes, webmaster de sitios bíblicos, y un largo etcétera) hacemos realmente poco por tender un puente entre el gran estudio bíblico y el conocimiento de la Biblia que tiene el común de los católicos. Estoy, por supuesto, hablando en general, porque así como hay muchos católicos que se preocupan de crecer en su fe, también hay muchas iniciativas para difundir y propagar en un lenguaje menos especializado los estudios bíblicos. Sin embargo no es suficiente, las iniciativas tienen que multiplicarse, mucho más de lo que lo están.
Me parece que la divulgación bíblica tiene un especial problema, y lo está atravesando en este mismo momento: hay como un corte entre lo que los especialistas dicen sobre la Biblia, y lo que los divulgadores divulgan. Y esto se ha multiplicado en la era de internet, ya que muchos sitios católicos están manejados por gente que desconoce por completo el estudio bíblico católico, y cree aun que ciertas conclusiones y perspectivas son «cosas de protestantes» o «afirmaciones de gente sospechosa de herejía». No se puede seguir enseñando teorías sobre la Biblia de hace cien o doscientos años, y no aclarar en ningún lado que esas teorías ya no están vigentes, y que ningún especialista en la actualidad las validará. Por ejemplo, no se puede seguir enseñando a leer Adán y Eva -o incluso el relato de la Anunciación- como si fuera una crónica histórica sin más, sin aclarar que el estudio bíblico, por muy complicado que resulte, ya no valida esa forma de leer. Porque de esta actitud, presente en una gran mayoría de sitios católicos de internet, surgen tres problemas:
-No se está dando verdadera formación, porque se enseñan como válidas posturas del estudio que la propia Iglesia, que las enseñó en el pasado, ya no las considera válidas.
-No se está creando un clima de benevolencia entre el gran público y sus especialistas (benevolencia indispensable para que algún día el gran público pueda beneficiarse más y mejor de la enseñanza).
-Y lo más importante: no se están echando fundamentos para que de a poco el gran público pueda leer obras más complejas, entenderlas, e incluso discernir por sí mismo cuáles son aceptables y cuáles no.
Un estudiante de matemáticas de 4º año de la secundaria -pongamos por caso- resuelve ciertas ecuaciones de tercero y cuarto grado. Un alumno de 1er año no las puede resolver, pero si además en 1er año le enseñamos que 2+2 son 5, nunca las resolverá, ni en 1er año ni en 4º. Y eso es lo que se está haciendo en general con mucha divulgación bíblica por internet: se está enseñando a la gente cosas que hoy son consideradas erróneas. Que no lo fueron hace cien años, pero que hoy sí lo son. Porque el estudio bíblico tiene también un componente de estudio científico. No es todo científico, pero tiene aspectos científicos, y esos aspectos evolucionan y cambian como toda la ciencia, y deben evolucionar y deben cambiar, porque si no no se trataría de ciencia.
Es por supuesto imposible que una persona que no ha estudiado jamás la Biblia con fundamento en el estudio bíblico lea un texto actual, porque no están pensados como material de divulgación, e incluso pueden confundir al creyente… pero lo que sí debería abundar cada vez más son proyectos católicos en internet que ayuden a divulgar aspectos de los estudios bíblicos necesarios para llegar a los grandes problemas.
En tiempo de Navidad se leen en misa los árboles genealógicos de Jesús, el que trae san Mateo y el que trae san Lucas, que son por completo distintos entre sí. Los especialistas en Nuevo Testamento abordan el problema y, a pesar de sus diferencias teóricas, que siempre abundan en el estudio científico, se puede decir que lo resuelven satisfactoriamente, al menos al nivel de nuestros conocimientos actuales (a cada época su afán). Esas resoluciones son muy difíciles, y hay que tener muchos elementos teóricos para entenderlas. Sin embargo, no es buena política enseñar al gran público que la de san Lucas es por vía materna y la de san Mateo por vía paterna, porque esa respuesta, aunque sea simple, es falsa. Es exactamente como enseñar que 2+2 son 5. A la persona a la que se le enseña eso sobre las genealogías, no sólo se le está enseñando algo que no es cierto, sino que se le está privando de una legítima inquietud, y de aprovechar el tiempo si no para resolver el problema, sí para echar bases para que algún día pueda leer textos donde se explica ese problema.
Se me dirá que hace 60 años se enseñaba en catecismo esa respuesta, y que la Iglesia, con toda su autoridad, la daba por buena… y es verdad. Lo mismo que hace cincuenta años se enseñaba en Física que el átomo es como un sistema planetario, o hace 500 años se enseñaba con total autoridad que la tierra era plana, o que el sol giraba en torno a ella. Los conocimientos fácticos van cambiando, y hay que echar bases para que el gran público entienda ese cambio, lo acepte, y aprenda a estar al día en lo transitorio, y firme en lo permanente. Porque lo permanente se nos da en lo transitorio, como el Dios eterno se nos da en la realidad de un niño que va creciendo.
No se puede explicar mejor.
Tarea difícil, pero esencial para que la experiencia bíblica en nuestra vida coincida con el valor de la tradición y el magisterio llegando a una adecuada evangelización y convicción. AMN