El Pueblo de Dios deber ser inclusivo, no exclusivo. Esto quiere decir que no tiene sentido que el Pueblo de Dios se vea a sí mismo como el grupo de los puros o de los elegidos. La Iglesia no es una secta.
Ser una secta equivale a ser un grupo que tiene unas creencias extremas o radicales bien definidas y que no admite matizaciones de su doctrina. Las sectas tienen carácter exclusivista y son celosas con su identidad. Una religión normal también tiene su identidad, pero es tolerante con los diversos modos de comprender y de vivir de acuerdo a su núcleo doctrinal.
Que la Iglesia no debe ser sectaria es algo así como decir que los maridos no deben ser celosos. Un marido celoso hace que la vida de su esposa sea un infierno, que no pueda tener amigos y que tan siquiera se atreva a sostener una conversación normal con un extraño que le dé los buenos días. Un marido normal admite que su esposa tiene una personalidad propia y una vida propia y no tendrá inconveniente con los contactos sociales que tenga que sostener su esposa. En un matrimonio normal un marido tiene plena confianza en su esposa, de modo que en una situación de duda siempre tendrá confianza en ella.
Lo mismo habría que decir de la Iglesia. No hay para qué ser exageradamente celosos con la pureza doctrinal de los católicos. Eso sólo provoca sectarismo y cismas (divisiones). Las fronteras de los conceptos doctrinales siempre son opacas, ambiguas, a diferencia de los núcleos, que siempre son claros y definidos.
Pasa lo mismo con todos los conceptos. El concepto de "bola" aplica claramente a la bola de jugar golf y a la bola de baloncesto, que son dos objetos distintos entre sí (no son exactamente la misma cosa). Pero si nos vamos a la frontera del concepto, entonces el asunto ya no es tan claro, como cuando alguien dice, "No coma bola".
Busque el lector la palabra "bola" en el diccionario y encontrará varias definiciones que cuadran con esa especie de orden de no comer. Igualmente encontrará un número de usos de esa palabra que no son tan claros, a diferencia de cuando uno habla de la bola de billar y la bola de baloncesto.
Los que persiguieron herejes en el pasado no se dieron cuenta de esto. Tampoco tuvieron presente la ambigüedad de las acciones y de los términos, cuando pueden significar varias cosas en diversos contextos y según diversas intenciones. Dos sacerdotes pueden hablar del dinero de un Banco dentro de dos perspectivas distintas; uno, con envidia y rencor; el otro, con admiración y buena fe. Saber lo que pasa por la mente de una persona o el significado de una acción de una persona es algo harto difícil.
En los evangelios Jesús nos exhortó a no ser como los fariseos, que se creían en posesión de la verdad, cuando en realidad eran ciegos que conducían a otros ciegos. También nos exhortó a dejar crecer el trigo con la cizaña, que ya luego Dios y sus ángeles se encargaría de separarlos.
La Iglesia por tanto debe ser tolerante con los fieles y las diversas variantes de expresión de la doctrina cristiana. Después de todo, como apuntado en otros lugares de esta publicación, el cristianismo consiste más en una vivencia de la fe en el seno de una comunidad, más que en el lograr un convencimiento doctrinal o intelectual.
Como en el caso del marido normal ante la conducta imprudente de su esposa (o de la esposa ante la conducta imprudente del marido) que no la repudia, sino que entra en diálogo con ella, así también la Iglesia como institución está llamada a dialogar con los que amenazan con el sectarismo o el cisma a causa de unas creencias o una modalidades en la manera de vivir la fe. Una cosa es el diálogo y otra, la Inquisición.
Hemos de recordar también la imagen del Buen Pastor, que buscó la oveja perdida y no la devolvió al rebaño a patadas y empellones, sino que se la echó al cuello con amor.
La Iglesia es madre también, como señalara SS Pablo VI en su comunicación a los padres conciliares al comienzo de la tercera sesión del Concilio. Una madre ama a sus hijos de manera incondicional y por eso su comportamiento no es vengativo ni rencoroso hacia los hijos descarriados.
Como una buena madre, la Iglesia en cuanto institución debe escuchar a los disidentes, sean de izquierda o de derechas y debe buscar entender sus preocupaciones y en lo que fuera necesario, debe practicar la humildad y estar dispuesta a reformarse.
La Iglesia no puede ser exclusivista, sino inclusiva.