El ciclo de Navidad es también como una celebración del misterio central de nuestra fe, la encarnación. A la luz de esa fe fundamental se entiende lo que significa ser un ser humano.
Cuando el documento sobre la Iglesia en el mundo actual (Gaudium et Spes) comienza con los temas de la Iglesia y la vocación humana y la dignidad de la persona humana, está también presentando lo que podemos reconocer como un concepto del humanismo cristiano.
El ser humano posee una unidad de cuerpo y alma. Por su interioridad, es decir, por su alma, se define su dignidad y ello le distingue de todo lo demás creado, aunque eso no debe llevarlo a despreciar el cuerpo, nos plantea el documento. (§14) Además del alma tiene racionalidad, una participación de la misma luz divina. Tal inteligencia está naturalmente ordenada a la búsqueda de la verdad y del bien. De esa manera alcanza verdadera sabiduría: "Nuestra época, más que ninguna otra, tiene necesidad de esta sabiduría para humanizar todos los nuevos descubrimientos de la humanidad. El destino futuro del mundo corre peligro si no se forman hombres más instruidos en esta sabiduría". (§15)
Además de lo anterior el ser humano tiene la ley de Dios escrita en su corazón, "en cuya obediencia consiste la dignidad humana". (§16) La fidelidad a esa conciencia une a los cristianos a los demás seres humanos para buscar juntos las soluciones a los problemas apremiantes de sus vidas, particularmente los de la vida moral. De esta manera los cristianos también contribuyen al justo orden social.
En época del Concilio, lo mismo que hoy día, los hay que repudian el humanismo porque entienden que la vida humana no puede ser otra cosa que teocéntrica, o cristocéntrica, es decir, tener como centro a Dios. Por lo mismo el ser humano tiene que reconocerse inferior y por tanto se haría imposible hablar de un humanismo, algo que implica exaltar al ser humano. Sin embargo, aquí en estos apartados del documento encontramos una exaltación o reconocimiento de la grandeza humana sin que ello vaya en detrimento del honor debido a Dios.
Más aún, en el §22 y siguientes, se asocia la grandeza del ser humano al mismo Cristo, de modo que tenemos un humanismo justificado por la cristología. "Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación," nos dice. Más adelante añade, "En Él [Cristo] la naturaleza humana asumida…ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual".
Algunos padres conciliares y luego otros críticos posteriores encontraron que el documento tenía una noción demasiado secular de las cosas. Sin embargo, por lo que vemos en este tema del ser humano entendido a la luz de la Encarnación, tal crítica no se sostiene. "En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado," encontramos en el antes citado §22.