Nuestra fe tiene un evidente contenido penitencial. Todos nuestros ritos comienzan con un pedido de perdón, el símbolo central mismo, la cruz, no es sino la evocación más patente de que las relaciones con Dios parece que están siempre rotas de antemano. La propia religiosidad natural del hombre, en tanto compara la plenitud del ser de Dios con la precariedad del hombre, no puede menos que abajarse hasta el suelo y declarar su propia nada. Será por eso quizás por lo que en muchos casos, cuando se piensa en "llevar el evangelio al mundo contemporáneo" se piensa más bien en la denuncia que en el anuncio.
Sin embargo las lecturas de hoy nos abren una perspectiva distinta: la denuncia del pecado, la dimensión penitencial de la fe, no es su contenido último. Es imprescindible, claro, pero no es el objetivo; el objetivo es proclamar la cercanía de Dios, la inauguración de un tiempo nuevo en el que Dios realiza aquello que estaba contenido en germen en la creación: su presencia gozosa en la vida de cada hombre.
Eso es un rasgo muy destacable del evangelio de hoy: la cita de Isaías con la que Jesús comienza la predicación del evangelio habla fundamentalmente del establecimiento del "año de gracia" del Señor, y la cita misma ha sido leída en una clave nueva, muy propia de san Lucas, enteramente gozosa. Si vamos a Isaías 61,1-2, que es de donde se ha tomado, veremos que el pequeño fragmento dice:
«a pregonar año de gracia de Yahveh,
día de venganza de nuestro Dios»
En la predicación profética, el consuelo de Dios iba indisolublemente unido a la venganza de Dios frente a sus enemigos, la misma fe bíblica se expresa muchas veces de manera revanchista. Por muy "universalista" que fuera la predicación de un Isaías, por ejemplo, el anuncio de la "buena noticia" de que Dios vendría a liberar definitivamente a su pueblo iba unida a la convicción de que eso implicaba aplastar la cabeza de los enemigos de Israel, identificados generalmente con los pueblos vecinos y más poderosos. El día de la venida de Dios no sólo sería un día de júbilo para Israel, sino también un "Día de ira [...], día de angustia y de aprieto, día de devastación y desolación, día de tinieblas y de oscuridad, día de nublado y densa niebla", como lo expresa tan tremendamente Sofonías 1,15, inspirador de nuestro poema cristiano "Dies Irae".
El evangelio está haciendo una deliberada opción al leer a Isaías: omitir ese aspecto de venganza y condenación que muchas veces nosotros creemos esencialmente pegado a la predicación de la Buena Noticia de Jesús. Como señala Fitzmyer, conocido exégeta del evangelio de San Lucas: "La frase de Isaías que describe un período de gracia que ha de traer la liberación de Sión se usa aquí para proclamar y presentar el «tiempo de Jesús» y la nueva forma de salvación que comporta este tiempo.[...]El texto de Lucas omite la segunda parte de Is 61,2: «el día del desquite de nuestro Dios», porque esa idea no cuadra con el panorama salvífico que en este momento ve su inauguración." (El Ev. Según San Lucas, II, pág. 436)
Nosotros hoy llamaríamos a eso una "cita manipulada", y en un cierto sentido lo es: si san Lucas estuviera haciendo un estudio crítico sobre el cumplimiento en Jesús de las profecías de Isaías, la omisión de un versículo que contradice la tesis de Lucas sería una manipulación. Pero el Evangelio no es un erudito y ascéptico estudio sobre el cumplimiento de profecías antiguas, sino que es la comunicación de Dios, de que efectivamente, aunque anunciado en el pasado con voces vacilantes y a tientas, el gran Día del Señor llegó por fin. Y ese gran día pone las cosas en su lugar, todo aquello que en el pasado se le había ido "pegando" al mensaje de gracia adquieren, en virtud de la claridad de Jesús, un nuevo lugar. En definitiva, Jesús es el criterio de verdad de Isaías, y no a revés. Y ese criterio de verdad comienza por proclamar: gracia y consuelo sin condiciones de parte de Dios.
Si no es la gracia gratuita, el perdón ya concedido y realizado, si no es esa la nota central, el punto más firme e inmutable de nuestra predicación de Jesús... no estamos predicando a Jesús. Me dirán que la nota penitencial, el "temor y temblor" ante la llegada de Dios figuran de pleno derecho en la Biblia, y que la expectación del Juicio la rezamos en el Credo. Eso es también absolutamente cierto; sin embargo es una verdad subordinada: el centro de la predicación de Jesús es la gracia, el "sí" incondicional y definitivo de Dios al hombre; y si es ese el centro de la predicación de Jesús, no puede menos que ser también el centro de nuestra predicación de Jesús, a lo cual subordinar todo el resto.
Para confirmar esta lectura de que Jesús reinterpretó el anuncio bíblico de la venida de Dios en términos de gracia y aceptación incondicional, viene en auxilio la primera lectura: la liturgia ha querido unir a la proclama del Evangelio una lectura del AT que aparentemente tiene poco que ver.
Es la vuelta del Destierro, la reconstrucción nacional, han pasado muchos años en Babilonia, con escasa esperanza, por no decir humanamente nula, de volver a decir "esta es la tierra de Israel"; Dios les abrió una puerta en la persona del rey persa Ciro, los judíos pueden volver a su tierra, reconstruir su templo, retomar su vida religiosa. Pero algo dentro de ese pueblo, en su alma, ha cambiado, la experiencia del destierro fue también una experiencia nueva y distinta de Dios, baste recordar las notas de profunda nostalgia religiosa de un salmo del destierro como el "Junto a los ríos de Babilonia" (S. 137): no, ciertamente que la vida religiosa de Israel no puede desenvolverse como antes del destierro, han visto un semblante misterioso y serio de Dios, lo han visto retirarse de la historia, alejarse del hombre como nunca lo habían experimentado, ciertamente que la nueva experiencia de Dios requiere también una época nueva en la expresión de Dios. En ese contexto del retorno se han recopilado las tradiciones antiguas, todo aquello que formaba el entramado religioso, oral en parte, en parte escrito, y en muchos casos inorgánicamente acumulado, y se han puesto por escrito por primera vez en forma de Ley. La Ley para el Israel que vuelve del destierro no son una serie de preceptos rituales y morales que hay que cumplir, sino que la palabra "Ley" (Torah) abarca mucho más: la ley es la narración del despliegue de Dios en la historia de Israel, la Biblia llama "Ley" a ver por escrito la acción de Dios en la vida de estos hombres, que se traduce en respuestas que estos hombres están llamados a dar. A ese proceso de escritura de esta Ley la Biblia lo resume en la obra de Esdras: él es el gran promulgador de la Ley con posterioridad al Destierro. Suele entenderse que lo que ocurrió en la época de Esdras es la promulgación del Pentateuco tal como lo conocemos nosotros, es decir, no como un conjunto de tradiciones diversas, sino como una obra que expresa en su conjunto la esencia Israel como pueblo teofánico, como pueblo de la manifestación de Dios.
Lo que leemos en la primera lectura de hoy parece que tiene poco que ver con el evangelio, sin embargo vemos que la lectura culmina con la misma clase de afirmación de la gracia que hará Jesús: frente a la tendencia de la religiosidad natural de sentir vergüenza ante Dios, al comparar nuestra nada y miseria con Él (simbolizado en "el pueblo entero lloraba al escuchar las palabras de la ley"), el libro de Esdras proclama: este día es de gozo, no de luto, esta palabra es de presencia, no de ausencia, de aceptación, no de condena.
Si conseguimos mantener frente al mundo esa actitud de fundamental aceptación, de fundamental comprensión y espíritu de redención gozosa, también nuestras palabras de reproche y conversión sonarán distintas, y seguramente tendrán incluso más efecto. No se trata de ninguna "positividad ne age", porque no provienen de nuestra fuerza de voluntad, sino de la aceptación que aprendemos en el Hijo, al ser aceptados gratuita e incondicionalmente por él.