Todo el día, pues aquí en Japón ya es la noche del domingo, en que no cesa el recuerdo de la fiesta grande para los hijos de la Iglesia, que hoy celebramos en nuestra España, la gloria de tantos de sus hijos que murieron dando testimonio de Cristo con su vida y su muerte. El relato sobre un joven monje mártir que relaté hace unos años en las publicaciones de ETF, hoy será proclamado beato.
Desde un Japón cuya Iglesia ama a sus mártires, que también se cuentan por miles y de los cuales, como en España, solo una parte han sido batificados o canonizados, me siento feliz por esta celebración que en lo público afecta principalmente a la Iglesia de España, pero en el misterio de la Iglesia universal es una gloria para toda la Iglesia, la del Cielo y la Tierra, unida en su alabanza al Cordero con el que los mártires están unidos por la sangre y la fe, por el don de si mismos y el amor. Esta sangre que expresa con crudeza lo que es amar hasta el extremo, realizando en la debilidad humana la incommensurable misericordia que es propia de Dios.
Con una mirada humana y sentimental podemos contemplar el sufrimiento y el dolor de una vida asesinada por el odio y el rechazo a Cristo y a los suyos, pero si miramos más profundamente podremos percibir y participar en el gozo de la libertad ofrendada hasta el extremo, gozosamente, con pureza de corazón, humildemente en la pequeñez humana que los reviste, pero habitados totalmente por la fuerza del Espíritu Santo.
Confieso que admiro su valor, su generosidad, y su sonrisa al morir, muchos de ellos. Esa sonrisa que revela el gozo del Encuentro definitivo con el Padre, en Cristo y con Cristo. ¡Qué bellos es vivir... si la vida es buena! ¡Y qué bello es morir, si se muere por Cristo y en Cristo! ...Pues con el morimos y con Él resucitamos. Lo digo en presente, pero es una realidad con planos superpuestos, porque resucitaremos con Cristo, resucitamos con Cristo y resucitaremos con Cristo. Al igual que hemos muerto ya con Cristo, por nuestro Bautismo y nuestra adhesión de fe vivida a cada instante, nos permite morir día a día, en la espera de lo que en el Misterio de Dios es llevado a su plenitud, y ya en la Resurrección de Cristo está la nuestra... Los mártires viven esta realidad hasta el extremo, hasta sus últimas consecuencias.
Estoy segura que no todos eran gente fuerte o valiente; ni siquiera estoy segura de que fueran extremadamente virtuosos; probablemente tenían sus defectos y debilidades. Y quizás si les hubieran preguntado en frío si estarían dispuestos, llegado el momento a dar su vida, se hubieran cuestionado a si mismos si podrían vivir esa experiencia con valor... si no se acobardarían... Pero en el momento de vida o muerte, su opción fue clara, humildemente, conscientes quizás de no ser muy valientes, algunos de ellos, su amor a Dios les lleno de esa fortaleza que nos transmite Cristo desde la Cruz... "porque tanto amó Dios al mundo..." y ese amor es capaz de dar fortaleza a los cobardes, alegría a los tristes, virtud a los débiles, esperanza a los afligidos...
Nos puede llenar de gozo y alegría el saber que ellos eran de nuestra misma carne, de aquellos que podemos codearnos cada día y encontrarlos más o menos cercanos, más o menos simpáticos, lejos de ser personas a las que idolatrar... pero que en su sencillez viven fielmente, humildemente, según sus posibilidades, dones y carismas, pequeños o grandes, en los caminos del Evangelio de Jesús.
¡Feliz fiesta a todos!