Puede leerse el texto bíblico aquí.
Es probable que los Hechos se basen aquí en una antigua tradición; de hecho, el relato es incompleto. (¿Era incompleta la fuente o prefirió el autor de los Hechos no detenerse en la situación desagradable de una Iglesia cuya concordia había presentado antes?). La división se manifiesta en un sector que los Hechos han alabado en varias ocasiones: la comunión de bienes 1. Ahora, sin embargo, esta característica ya no es un signo de koinónía, porque en la comunidad de Jerusalén hay dos grupos de creyentes judíos que luchan por los bienes comunes. ¿Por qué? El hecho de que los miembros de uno de los grupos sean llamados «helenistas» (semejantes a los griegos) y sus jefes tengan nombres griegos (6,5) sugiere que eran judíos (uno de ellos era un prosélito, es decir, un convertido al judaismo) que hablaban (¿únicamente?) griego y que desde la infancia habían asimilado la civilización greco-romana. Por contraste, podemos deducir que el otro grupo, llamado «los hebreos», hablaba arameo o hebreo (a veces también griego) y tenía una mentalidad cultural más judía2. Además de la diferencia cultural, parece que había también una diferencia teológica. Los apóstoles, que eran claramente hebreo-cristianos, no se sentían obligados por su fe en Jesús a dejar de dar culto en el templo (Hch 2,46; 3,1; 5,12.21). En cambio, Esteban, que se convertirá en jefe de los helenistas, habla como si el templo no tuviera ya sentido (7,48-50). De hecho, sabemos que los judíos de aquel tiempo estaban profundamente divididos a propósito de la pretensión de que el templo de Jerusalén fuera el único lugar de la tierra donde se podían ofrecer sacrificios a Dios; y, así, no es improbable que judíos de convicciones contrarias sobre esta cuestión llegaran a ser creyentes en Jesús. Algunos de ellos podrían haber visto la fe en Jesús como un elemento que favoreció el final de la importancia del culto del templo. En cualquier caso, el desacuerdo entre los dos grupos de cristianos jerosolimitanos se trasladó a la vida económica (desde entonces ha habido muchas luchas internas en la Iglesia), porque los hebreos (que eran sin duda el grupo más numeroso) trataban de obligar a los helenistas a alinearse con ellos, quitando a las viudas helenistas, que probablemente dependían por completo de esta ayuda, su parte de los fondos comunes. Para hacer frente a esta situación, los Doce convocaron a «la multitud» de los discípulos (tal vez un término técnico para referirse a los que podían votar) con la intención de resolver el problema. En esta sesión, los Doce evitaron las soluciones obvias y simples. Aunque eran hebreos, no se limitaron a ponerse de parte de los hebreos y a exigir que los helenistas se conformaran o lo dejaran, sino que, además, se negaron a participar en la administración de los bienes comunes; en concreto, no deseaban involucrarse en el servicio de las mesas3 con el fin de asegurar una distribución equitativa del alimento. Más bien deseaban permitir que los helenistas tuvieran sus propios líderes y administradores de los bienes comunes.
Este breve episodio ofrece a los cristianos de nuestro tiempo importantes temas de reflexión:
Primero, en ninguna otra ocasión vemos con mayor claridad el papel único de los Doce4. Como grupo simbólico al comienzo del nuevo Israel (al igual que los doce hijos de Jacob/Israel fueron considerados los antepasados de las doce tribus), los Doce tienen la función escatológica de purificar y mantener la integridad del pueblo de Dios. Son elegidos de una vez para siempre y no son nunca reemplazados. Los tronos del juicio son solamente doce y les pertenecen a ellos. En nuestro caso, la solicitud de los Doce para la totalidad del nuevo Israel se ejemplifica en su negativa a tomar una posición partidaria. Ellos preservan la koinonía con su solución, porque los helenistas tienen que permanecer como hermanos y hermanas plenamente reconocidos en Cristo. Pedro es normalmente el portavoz de los Doce, y en la Iglesia actual la función simbólica de los Doce es representada por el sucesor de Pedro cuando el Papa desempeña su misión de manera óptima. En la Iglesia hay siempre facciones que tratan de excomulgar o suprimir a sus adversarios porque no son «verdaderos católicos» o «verdaderos cristianos». Pero el sucesor de Pedro, que simboliza la unidad de todo el pueblo de Dios, tiene como principal tarea mantener la unidad de la koinonía. Una de sus grandes glorias es la de conservar a los fieles en la Iglesia y no permitir que sean expulsados.
Segundo, la aceptación de la sugerencia hecha por los Doce fue en realidad una decisión de la Iglesia primitiva en favor del pluralismo y una apropiación de lo que hoy llamamos «la jerarquía de la doctrina». Las diferencias culturales y teológicas entre los hebreos y los helenistas de Jerusalén fueron juzgadas implícitamente menos importantes que la fe común en Jesús. El mismo instinto se manifestará más tarde, cuando sea preciso decidir si los creyentes circuncisos pueden aceptar a los creyentes incircuncisos como verdaderos cristianos y en condiciones de igualdad. Desde el principio, el cristianismo no se ha gloriado en la uniformidad, excepto en los elementos fundamentales como, por ejemplo, la identidad cristológica de Jesús como personificación única de la presencia de Dios. La mayoría de los creyentes en Jesús decidieron muy pronto que tolerar diferencias en las prácticas y en las actitudes teológicas era mejor que destruir la koinonía.
Tercero, este episodio ilumina algunos aspectos de la naturaleza y los orígenes de la estructura de la Iglesia. Jesús no había esbozado ningún proyecto que especificara la manera de administrar la comunidad de los que creían en él. En el momento descrito en Hechos 6 (¿ca. 36 d.C.?), los creyentes siguen aumentando y discutiendo entre sí: dos factores sociológicos que plantean siempre la necesidad de una definición más clara de la autoridad. Los Doce se niegan a convertirse en administradores de grupos locales; sin embargo, en este momento es necesario nombrar a miembros que se encarguen de la administración. En consecuencia, siete diáconos son elegidos administradores de los cristianos helenistas. Es probable que en aquel momento fueran elegidos también los administradores de la comunidad hebreocristiana; en adelante (Hch 11,30; 12,17; 15,2.4.6.13.22.23; 21,18), Santiago, el hermano del Señor, y los ancianos (presbíteros) aparecen como autoridades en Jerusalén junto a los apóstoles. La elección de administradores en 6,6 se realiza en un contexto de oración y con la imposición de manos. Con demasiada frecuencia, cuando los cristianos contemporáneos piensan en la estructura de la Iglesia, adoptan puntos de vista simples, por no decir simplistas. En el extremo más progresista del abanico cristiano, la estructura de la Iglesia es vista simplemente como un desarrollo sociológico que se puede cambiar con una votación. En cambio, en el extremo ultraconservador se piensa que la estructura de la Iglesia fue establecida por Jesús y no puede ser cambiada. Precisamente porque Jesús no esbozó ningún proyecto, la estructura de la Iglesia se ha desarrollado para hacer frente a las nuevas necesidades, y por ello los factores sociológicos han tenido un papel importante. No obstante, según la autocomprensión cristiana, ha sido el Espíritu Santo dado por Cristo resucitado el que ha guiado la evolución de la Iglesia de modo que su estructura expresara concretamente la voluntad de Jesucristo para su Iglesia. (Por esta razón, los cristianos están convencidos de que algunos aspectos fundamentales de esa estructura son inmutables). En otras palabras, siguiendo la analogía de la encarnación, en la Iglesia y en su estructura hay un elemento humano y un elemento divino. El reconocimiento de esta realidad permitirá las adaptaciones necesarias en la estructura de la Iglesia para responder a las necesidades de nuestro tiempo, pero sin pretender que todas las generaciones sean libres para reinventar la Iglesia.
Cuarto, los Hechos dicen que «la multitud» de la comunidad de Jerusalén reconoció la bondad de la propuesta de los Doce y la aprobó. No obstante, como veremos a continuación, la decisión tomada tuvo resultados imprevistos y causó muchos problemas a las autoridades cristianas de Jerusalén. Ciertamente, ninguno de los que participaron en aquella reunión pudo prever que su decisión llevaría a la Iglesia muy lejos. (Deberíamos reconocer siempre la posibilidad de que los resultados de cualquier decisión importante en la Iglesia vayan más allá de las previsiones y que a menudo no haya manera de detener en un punto que nos parece prudente el empuje del movimiento que hemos iniciado)...
Notas:
1-Es decir, un aspecto de la koinonía, o comunión en un sentido amplio y prrofundo: fe, bienes, y sobre todo, sentirse y vivir como miembros de la misma familia de Dios. (n. ETF)
2-Pablo, que probablemente sabía hebreo y arameo, además de griego, se consideraba «hebreo» (2 Cor 11,22; Flp 3,5) en su estricto comportamiento como judío antes de la conversión; no obstante, no sabemos si el término «hebreo» significa para él lo mismo que para el autor de los Hechos.
3-Porque en Hechos 6,2 el verbo «servir» es diakonéin, esta escena se ha interpretado como la institución de los primeros diáconos. La posición de los jefes helenistas elegidos en este episodio es distinta de la de los diáconos descritos en las cartas Pastorales. Si, a costa de ser anacrónicos, quisiéramos aplicar a su papel un término eclesiástico posterior, estos administradores estarían más cerca de los obispos que de los diáconos.
4-Hay que poner de relieve que en la imagen global del Nuevo Testamento «los Doce» y los «apóstoles» no son términos equivalentes, aun cuando los Doce eran también apóstoles. Los apóstoles (un grupo más amplio que los Doce, como indica con meridiana claridad 1 Corintios 15,5.7 cuando distingue entre «los Doce» y «todos los apóstoles») tienen la tarea de proclamar que el Señor ha resucitado y reunir a los creyentes. En la teología tradicional, los obispos son «sucesores de los apóstoles» (no «sucesores de los Doce» como tales), porque heredan la solicitud por las Iglesias que surgió de la misión apostólica.
Tomado de la obra «Cristo en los evangelios del año litúrgico», ed. en español de Sal Terrae, 2010
Mis saludos: No soy expertoen teologia ni en doctrina cristiana. Sin embargo, me parece muy interesante y fructuoso presentar estos escritos y comentarios añadidos a la lectura de las Escrituras. Los católicos venimos arrastrando un enorme desconocimiento de La Palabra y de la formación de la Iglesia a través de la historia. Creo es hora de actualizarnos.
Gracias
Carlos Rodolfo