Quizás sea un tema muy trivial para muchos, pero adquiere especial vigencia cuando confrontamos problemas personales y pareciera que Dios no responde a nuestras inquietudes. Me he formulado muchas veces la misma pregunta y me cuesta creer que sea algo tan sencillo y que cuesta tanto explicar. En realidad lo que ocurre es que tenemos la tendencia a orar con palabras, y creo que la receta que mejor funciona es orar con silencio.
En realidad lo que hay que hacer es crear un espacio de silencio para que Dios hable. Acuérdense de Samuel en el Antiguo Testamento (1Sam 3) cuando en varias oportunidades en medio de la noche, escucha el llamado de Dios que el atribuye a su compañero de cuarto Elí. Hasta que Elí se da cuenta y le dice que solo diga: «Habla Señor que tu siervo escucha», y que Dios le hablaría.
Algunas personas sugieren repetir una palabra de manera constante hasta permitir que la mente se focalice en esa palabra y por lo tanto se vacíe de otras ideas. La palabra que a mi me funciona es «Obediencia». Quizás el resultado práctico de este método es que uno siente que todo su cuerpo se integra. Eso porque tenemos la tendencia a negar nuestro cuerpo dándole prioridad a la cabeza. El momento que sientes que la sangre fluye por todo tu cuerpo es que el método está funcionando. El dualismo es una enfermedad perniciosa que hemos heredado de los filósofos griegos y que nos impide hablar con Dios desde el total de nuestra materialidad y espiritualidad.
El hecho de repetir este método muchas veces permite que uno se familiarice con Dios. En otras palabras que Dios forme parte de tu vida. O mejor dicho que tú formes parte de la vida de Dios. Lo que quiero decir es que en cada momento de tu existencia, con todo tu ser, logres hablar con Él y sentirás que tu vida se ordena.
¿En qué sentido te ayuda todo lo anterior en tu vida diaria? Yo creo que la oración impide que las ideas negativas se posesionen en tu mente y que hagan de ti una persona melindrosa, desconfiada, temerosa. «Quien tiene a Dios nada teme», estás poniendo tu vida en Sus manos, por lo que no deberías tener miedo.
En mi caso, cuando atravesé una crisis familiar muy fuerte, me vino una tristeza muy grande y de alguna manera mi cabeza solo procesaba el dolor que me causaba mi situación familiar. Hasta que le dije a Dios: ¡Acepto esta situación! Finalmente, si la situación que uno esta viviendo es algo que Dios ha permitido, en última instancia, debe ser algo bueno para mí. Cuando aceptas la situación en que Dios te ha puesto, y le dices a Dios que la aceptas, sientes una gran paz.
Desde entonces he luchado mediante la oración con la tentación de volver sobre la temática del dolor y tratando de lograr concentrarme en lo que estoy viviendo en este momento. Una cosa que he aprendido en esta nueva forma de encarar mi vida a partir de la oración, es que primero hay que tomar riesgos. Hacer cosas que parecen imposibles.
Segundo, el esfuerzo tiene que estar dirigido principalmente a mis hermanos más desfavorecidos. Aquellos que no me pueden devolver el favor.
Tercero que cuanto más ambicioso el proyecto y más descabellado el sueño, menos probabilidades de volver sobre las causas del dolor original.
Mi frase favorita se volvió «Si no mitologizamos, patologizamos» que más o menos querría decir que si no tenemos un sueño, gastaremos nuestros esfuerzos en explicarnos por qué estamos tristes, por qué estamos desmotivados, por qué no podemos salir adelante.
La vida en el Reino de Dios es mi motivación.
"Salir adelante" en nuestro sistema opresivo es desgastante.
Gracias por compartir.
Gracias Miguel por compartir tu experiencia, con la que me siento en cierto sentido identificado.
Un fuerte abrazo.
Hola.
Me ha llamado muchísimo la atención que acabo de realizar un curso sobre coaching emocional (sin connotaciones religiosas) y madre mía la de aspectos comunes con lo que cuentas...
Gracias.