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El Testigo Fiel
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Ayuno

por Lic. Abel Della Costa
Nació en Buenos Aires en 1963. Realizó la licenciatura en teología en Buenos Aires, y completó la especialización en Biblia en Valencia.
Desde 1988 hasta 2003 fue profesor de Antropología Teológica y Antropología Filosófica en en la Universidad Católica Argentina, Facultad de Ciencias Sociales.
En esos mismos años dictó cursos de Biblia en seminarios de teología para laicos, especialmente en el de Nuestra Señora de Guadalupe, de Buenos Aires.
En 2003 fundó el portal El Testigo Fiel.
10 de febrero de 2016
«Rasgad vuestros corazones, no vuestros vestidos» (Joel)

El año litúrgico condensa de Adviento a Cristo Rey todo el camino de la historia de la salvación: la ansiosa espera de la salvación definitiva (Adviento) se concreta en el envío de Dios hecho hombre en el niño Jesús (Navidad), luego participamos de su predicación (primera parte del Tiempo Ordinario), pero al llegar la Cuaresma cortamos esa especie de evocación histórica de Jesús para centrarnos en la meditación de una humanidad que anda errante por el desierto, sin poder ver a Dios. El sacrificio redentor de Cristo (Semana Santa) nos devuelve a la alegría de la comunión con Dios, nos abre las puertas del paraíso cerradas por el pecado (Pascua), nos acerca de parte de Dios el Espíritu Santo, que nos guía a la verdad completa (Pentecostés), con cuya fuerza podemos dirigirnos, escuchando la palabra de Jesús (segunda parte del Tiempo Ordinario), hacia la plenitud del Reino (fiesta de Cristo Rey, fin del año litúrgico).

Pero como aun estamos en el régimen de la espera, cada año renovamos este mismo ciclo: nunca el extravío del pecado es total, pero tampoco es total aun la presencia del Reino. Es así que hoy comienza una nueva Cuaresma, y por tanto un período pentencial fuerte.

Objeciones contra las prácticas penitenciales

Varios profetas reclamaron de Israel un culto auténtico, de corazón, y no prácticas puramente exteriores:

-«No ayunéis como hoy, para hacer oír en las alturas vuestra voz. ¿Acaso es éste el ayuno que yo quiero el día en que se humilla el hombre? ¿Había que doblegar como junco la cabeza, en sayal y ceniza estarse echado? ¿A eso llamáis ayuno y día grato a Yahveh? ¿No será más bien este otro el ayuno que yo quiero: desatar los lazos de maldad, deshacer las coyundas del yugo, dar la libertad a los quebrantados, y arrancar todo yugo? ¿No será partir al hambriento tu pan, y a los pobres sin hogar recibir en casa? ¿Que cuando veas a un desnudo le cubras, y de tu semejante no te apartes?» (Is 58,4b-7)

-«No sigáis trayendo oblación vana: el humo del incienso me resulta detestable. Novilunio, sábado, convocatoria: no tolero falsedad y solemnidad. Vuestros novilunios y solemnidades aborrece mi alma: me han resultado un gravamen que me cuesta llevar. Y al extender vosotros vuestras palmas, me tapo los ojos por no veros. Aunque menudeéis la plegaria, yo no oigo. Vuestras manos están de sangre llenas: lavaos, limpiaos, quitad vuestras fechorías de delante de mi vista, desistid de hacer el mal, aprended a hacer el bien, buscad lo justo, dad sus derechos al oprimido, haced justicia al huérfano, abogad por la viuda.» (Is 1,13-17)

-«Así dice Yahveh Sebaot, el Dios de Israel. Añadid vuestros holocaustos a vuestros sacrificios y comeos la carne. Que cuando yo saqué a vuestros padres del país de Egipto, no les hablé ni les mandé nada tocante a holocausto y sacrificio. Lo que les mandé fue esto otro: "Escuchad mi voz y yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo, y seguiréis todo camino que yo os mandare, para que os vaya bien."» (Jr 7,21-23)

Y varios más; a los que se suma el propio Jesús con su crítica a los ayunos, limosnas y oraciones hechas con hipocrecía, para agradar a los hombres y no a Dios: Mt 6,1-6.16-18

Nos encarecen todos ellos que nuestras prácticas penitenciales quieran ser realmente una súplica al Señor para que vuelva su rostro a nosotros, no una descarada exhibición de cuán piadosos y religiosos somos...

 

Sin embargo, el propio Jesús aun presenta una objeción más fundamental:

«Entonces se le acercan los discípulos de Juan y le dicen: "¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos, y tus discípulos no ayunan?" Jesús les dijo: "¿Pueden acaso los invitados a la boda ponerse tristes mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán.» (Marcos 9,14-15)

Esto puede entenderse de dos modos: si entendemos que los días en que el Novio es arrebatado son los actuales, en los que no vemos a Jesús y el regreso de la consumación del Reino, entonces cabe hacer ayuno;  pero si entendemos que Jesús se refiere a los días de su Pasión, entonces ya no cabe el ayuno ni en general las prácticas penitenciales, porque desde que resucitó, Él está «con nosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).

A esto se suma una objeción de raíz antropológica: ¿somos capaces los seres humanos de suplicar a Dios con un corazón puro, sin doblez, como pide Jesús? ¿acaso no tiene algo de contradictorio pretender esto?: si fuéramos capaces de obrar sin hipocrecía, ¿no manifestaría eso mismo que ya estamos salvados y no necesitamos ayunar?

 

Pero la Iglesia practica el ayuno, y nos manda practicarlo

Sin embargo las prácticas penitenciales hunden su raíz en los primeros días de la Iglesia: si hay algo constante en su historia es la práctica religiosa del ayuno, la limosna y la oración con carácter penitencial y preparatorio para la acción:

«Había en la Iglesia fundada en Antioquía profetas y maestros: Bernabé, Simeón llamado Níger, Lucio el cirenense, Manahén, hermano de leche del tetrarca Herodes, y Saulo. Mientras estaban celebrando el culto del Señor y ayunando, dijo el Espíritu Santo: "Separadme ya a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado." Entonces, después de haber ayunado y orado, les impusieron las manos y les enviaron.» (Hechos 13,1-3)

Incluso el antilegalista san Pablo ayuna: «nos recomendamos en todo como ministros de Dios: con mucha constancia en tribulaciones, necesidades, angustias; en azotes, cárceles, sediciones; en fatigas, desvelos, ayunos;...» (2Cor 6,4-5)

 

En el Código de Derecho Canónico la Iglesia estipulará:

«Todos los fieles, cada uno a su modo, están obligados por ley divina a hacer penitencia; sin embargo, para que todos se unan en alguna práctica común de penitencia, se han fijado unos días penitenciales, en los que se dediquen los fieles de manera especial a la oración, realicen obras de piedad y de caridad y se nieguen a sí mismos, cumpliendo con mayor fidelidad sus propias obligaciones y, sobre todo, observando el ayuno y la abstinencia...» (canon 1249, que presenta las prescripciones de los cánones 1250-53).

 

El Catecismo, recogiendo esta obligación penitencial, explicará un sentido profundo de la triple tradición, ayuno, oración, limosna:

«La penitencia interior del cristiano puede tener expresiones muy variadas. La Escritura y los Padres insisten sobre todo en tres formas: el ayuno, la oración, la limosna (cf. Tb 12,8; Mt 6,1-18), que expresan la conversión con relación a sí mismo, con relación a Dios y con relación a los demás.» (parr. 1434)

 

Dimensión comunitaria de la fe

El canon del Código antes citado expresa muy bien un aspecto fundamental: «para que todos se unan en alguna práctica común de penitencia». Nuestra fe no tiene sólo una dimensión individual, sino también colectiva, o mejor aun, comunitaria. La Iglesia es realmente el cuerpo del que Cristo es la cabeza, y como tal, estamos siempre dirigiéndonos al Padre para implorar no por nuestra salvación sino por la de los demás, por la de todo el mundo.

De hecho, esa es la principal razón de existencia de la Iglesia y de su culto público y visible a Dios: no nuestra salvación y nuestras necesidades personales, sino las de aquellos a los que aun Dios no ha llegado, que aun no lo conocen, o conociéndolo no lo reconocen.

Podemos con esto responder a la objeción que llamé "antropológica": somos precisamente los cristianos, que tenemos liberado el corazón por el bautismo, quienes mejor pertrechados estamos para hacer un ayuno agradable a Dios, que lo vuelva en favor de esta humanidad tan necesitada. Como ya hemos recibido en la fe la liberación de las ataduras del pecado, y «tenemos libre acceso al Padre en el Espíritu» (Efesios 2,18), podemos ahora ayunar, orar y dar limosna de manera eficaz, no ya con el temor de no ser agradables a un Dios del que desconocemos su rostro, sino con la certeza de ir con el rostro descubierto, reflejando «como en un espejo la gloria de Dios» (2Cor 3,18), ofreciendo sacrificios que Dios acepta con agrado.

 

La regulación de la penitencia

La penitencia que podemos hacer es muy variada; la Iglesia prescribe algunos aspectos de esas prácticas, para ayudarnos a darles expresión colectiva. Por ejemplo, todos los viernes del año son, en principio, día de abstinencia de carne (canon 1251, Cód. Der. Can.) para aquellos que están obligados a ello (los mayores de 14 años, sin límite de edad, canon 1252). Con mayor razón la abstinencia se debe observar los viernes de Cuaresma.

En cuanto al ayuno, los días en que está prescripto son solamente dos: miércoles de ceniza y viernes santo (canon 1251), que obliga a los mayores de 14 años, hasta los 59 años (canon 1252).

Sin embargo todo esto puede ser -y de hecho suele serlo- variado por las conferencias episcopales, por lo que en la práctica son solamente guías. Por ejemplo, en el territorio español la Conferencia Episcopal Española determina que la práctica de la abstinencia de carne todos los viernes del año «puede ser sustituida, según la libre voluntad de los fieles, por cualquiera de las siguientes prácticas recomendadas por la Iglesia: lectura de la Sagrada Escritura, limosna (en la cuantía que cada uno estime en conciencia), otras obras de caridad (visita de enfermos o atribulados), obras de piedad (participación en la Santa Misa, rezo del Rosario, etcétera) y mortificaciones corporales. Sin embargo, en los viernes de Cuaresma debe guardarse la abstinencia de carnes, sin que pueda ser sustituida por ninguna otra práctica.»

En cuanto al ayuno, se determina que consiste en: «consiste en no hacer sino una sola comida al día; pero no se prohíbe tomar algo de alimento a la mañana y a la noche, guardando las legítimas costumbres respecto a la cantidad y calidad de los alimentos (21 noviembre 1986, «Boletín de la Conferencia Episcopal», n. 16, 1987, págs. 155 y 156).»

Naturalmente, cada lector deberá buscar las normas que rigen en su país, que estaán publicadas seguramente en el web de la respectiva Conferencia Episcopal.

 

Penitencia, sí, pero no según la ley

La penitencia es buena, es una práctica no sólo admitida por la Iglesia, sino promovida; y si leemos atentamente los fragmentos proféticos contrarios que cité más arriba, nunca van contra los ayunos, penitencias y actos religiosos de raíz, sino contra la hipocresía humana que los vuelve inútiles y nocivos.

Esa hipocresía humana se expresa, en nuestros ambientes religiosos, muy frecuentemente como legalismo: cumplir la ley, pero sin comprometer el corazón. Algo así como si el vegetariano se convenciera de cumplir con las leyes de la Iglesia porque igual no come carne...

El legalismo nos ayuda a tranquilizar falsamente la conciencia: yo he cumplido. 

Pero hay también otra forma de legalismo -podríamos llamarlo "por exceso"-; una cierta inquietud religiosa que puede amargarnos la vida: sentir que nunca llegamos del todo a Dios, porque nunca hemos cumplido con todo lo que él pide; nunca nuestro ayuno es del todo perfecto, nunca nuestra oración la hicimos del todo concentrados, nunca nuestra limosna es suficiente.

Esa forma de legalismo es también una trampa: Jesús vino para decirnos que el Padre ve en lo secreto, no en la apariencia, no en la letra, no en el mero cumplimiento, sino en nuestra disposición, nuestra entrega, nuestro esfuerzo, incluso nuestra sed de Él. En nuestro corazón, en suma.

Y desde allí, hagamos como hagamos nuestra práctica penitencial, si hemos comprometido un corazón sincero, esa práctica será eficaz e incluso, asociada a los sufrimientos de Cristo, ayudará a traer salvación al mundo.

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