Entonces Noemí dijo: "Mira, tu cuñada se ha vuelto a su pueblo y a su dios, vuélvete tú también con ella." Pero Rut respondió: "No insistas en que te abandone y me separe de ti, porque donde tú vayas, yo iré, donde habites, habitaré. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios. Donde tú mueras moriré y allí seré enterrada. Que Yahveh me dé este mal y añada este otro todavía si no es tan sólo la muerte lo que nos ha de separar." (Rt 1, 16-17)
Mi nombre es Arturo, soy católico practicante y estoy casado con un hombre. Desde hace algo más de dos años cabalgo esa aparente contradicción. Y, tengo que reconocer, no me ha ido tan mal.
Me crie en un hogar católico, de misa dominical. Fui bautizado, tomé la comunión y me confirmé con 16 años. Lo hice porque lo sentía como mi deber, porque quería creer en lo que me habían enseñado mis padres, no porque hubiese experimentado lo que llamamos fe. Aunque me interesaban mucho la Biblia y la liturgia, mi interés era puramente intelectual. En realidad, mi mundo era todo lo que se puede medir, calcular, pesar - las ciencias naturales, especialmente la biología. Veía las contradicciones evidentes entre el mundo de la fe y la ciencia. Y trataba de ignorarlas.
Por aquel entonces, me ocultaba a mí mismo mi orientación sexual; siempre fui la clase de chaval que prefería leer o jugar a un videojuego a hablar de sexo. Cuando tenía quince años, se aprobó el matrimonio homosexual en España; la homosexualidad de repente era el gran tema mediático durante meses. Eso sirvió de catalizador para darme cuenta de que mi atracción por los chicos no era simplemente confusión adolescente. Salí del armario de manera progresiva, con amigos y familia cercana. Mi familia me apoyó en todo momento.
Cuando cumplí los dieciocho años, me fui a estudiar a otra ciudad. Allí tuve mi primera relación, mi primer amor. Y el disfrute del cuerpo, el estar enamorado, el llorar al no ser correspondido me llenó como nunca lo había hecho la fe. Ahora que ya no necesitaba la fe, daba igual si esta es compatible con la ciencia. Salí del armario por segunda vez y le confesé a mi familia que era ateo. Es decir, lo normal para un estudiante de biotecnología.
Hace seis años me vine a vivir a Berlín, y hace cuatro años conocí al que es ahora mi marido. Es alemán y cristiano luterano convencido. Cuando supe que era creyente, no pude evitar reírme para mis adentros con un poquito de condescendencia. Le preguntaba cómo podía creer en algo que escapa de toda lógica. Era absurdo. Pero era un chico guapo, inteligente y gracioso, así que le deje pasar ese defectillo.
Un día me dijo de acompañarle a una misa protestante (Gottesdienst) en la Catedral de Berlín: larguísima homilía intelectual y mucha música de órgano, como les gusta a los luteranos. No fue para mí un experiencia especialmente emocional, pero la verdad es que me gustó acompañarle. Así que comenzamos a ir juntos casi todos los domingos. Un día decidí que quería enseñarle de dónde viene la liturgia que utilizan los luteranos y fuimos juntos a una iglesia católica donde celebran según la forma extraordinaria del rito (en latín, de espaldas, etc.). Curiosamente, noté que cuando iba a una misa católica, me sentía muy bien, me sentía en casa. Durante meses, cada vez hablábamos más sobre religión e íbamos a misas, tanto católicas como protestantes, pero yo seguía definiéndome ateo. La chispa llegó durante una crisis personal.
Era Viernes Santo, misa católica, durante la Adoración de la Cruz. De repente, como un fogonazo, sentí que de verdad Jesucristo había sufrido y muerto por mí y que su resurrección es un adelanto de la resurrección de la humanidad. Sentí que había una dimensión más allá de la vida. Sentí la necesidad de rezar. Pero no fue hasta la Vigilia Pascual que decidí dar el paso: Una magnífica homilía del pastor protestante sobre lo paradójicamente absurdo y transformador que es el mensaje pascual de la Resurrección me convenció de que podía darle una oportunidad a la fe. De que quizá esta fe ya experimentada no fuera tan absurda.
En ese momento, podría haber decidido hacerme luterano como mi marido. Total, entre ateo y protestante, mi familia habría preferido lo segundo. Habría sido lo más sencillo. La Iglesia Evangélica Alemana es progresista en moral sexual: hay pastores homosexuales viviendo en pareja, se bendicen las uniones homosexuales, y estuvieron a favor de extender el matrimonio civil a parejas del mismo sexo. De hecho, en Berlín - una de las Iglesias Regionales más progresistas - ya había bodas religiosas para parejas del mismo sexo antes de que el Parlamento Alemán aprobase el matrimonio homosexual. Pero yo era católico. Mi forma de creer es católica, mi devoción es católica, mi identidad es católica. Tengo un gran respeto y aprecio por muchos pastores protestantes y por la Iglesia Evangélica Alemana en general. Es la Iglesia en que dije el "Sí, con la ayuda de Dios" a mi marido y el contacto con el protestantismo ha resultado muy enriquecedor para mi fe. Pero, por suerte o por desgracia para mí, soy lo que soy.
Más de dos años después, creo haber encontrado mi lugar en la Iglesia. Doy catequesis de comunión en una parroquia. He creado un curso/grupo de discusión sobre el Antiguo Testamento en un convento franciscano. Voy con mi marido a misa los domingos, alternando iglesias. Allá donde he ido he encontrado apoyo, cariño y aceptación. Un ejemplo: cuando le pregunté a los responsables de mi parroquia si no se metían en un lío por ponerme de catequista, la respuesta fue "Si alguien está en contra de que seas catequista por amar a quien amas, es él quien tiene un problema, no tú". Pero el gran momento para mí fue cuando un sacerdote católico nos bendijo junto a la pastora protestante en nuestra boda religiosa. Aquel día nos sentimos queridos y aceptados por Dios y por nuestras Iglesias.
Sin embargo, no todo es tan bonito como a nivel de parroquia. Me duele cuando algunos obispos de mi Iglesia hablan de las personas LGBT con la sensibilidad de una alpargata, como si fuéramos una especie de alienígenas venidos a destruir toda lo que es bello y bueno. Me duele cuando un sucesor de los apóstoles decide negar el funeral cristiano a todas las personas viviendo en matrimonio con una persona de su mismo sexo. Incluso en la Iglesia Católica alemana, quizá la más abierta del mundo católico, se sigue despidiendo a trabajadores por el mero hecho de estar en una unión con una persona de su mismo sexo. A veces solo puedo sentirme triste por lo que veo y leo. Son días en los que me cuesta amar a mi Iglesia, en que la siento más madrastra que madre y hermana en la fe.
Yo quiero contribuir a cambiar esa situación. Por eso me he decidido a ser visible, porque nada puede cambiar si los que somos católicos y LGBT no damos testimonio de vida y fe. Quiero dar testimonio al mundo del Dios que se hizo humilde para salvar a la humanidad. Quiero dar testimonio de que mi marido y yo somos una comunidad de fe, esperanza y amor. Quiero dar testimonio de que nuestra fe y tradición no es la discriminación del distinto, sino que como Iglesia debemos amar hasta el extremo. Quiero dar testimonio de que la homosexualidad es parte de la diversidad creada por Dios. Y rezo por que algún día ser LGBT y católico sea tan poco contradictorio como ser católico y pelirrojo.
Gracias, Abel. Muy enriquecedor.
Muy enriquecedor tu relato, sobre todo viniendo de alguien tan inteligente como tú y que trabaja en un ámbito científico. Hay que tener valor para decir hoy en día que eres homosexual, católico y científico: habrá mucha gente que se eche las manos a la cabeza por no poder clasificarte en compartimentos estancos ni poder "usarte" en alguno de sus bandos. Sigo pensando que en Alemania hay consciencia de ello y es un país mucho más abierto al diálogo social, es decir, hay consciencia de que no todo es blanco o negro y de que hay temas nuevos que afrontar, razonar y analizar, cosa que en España nos falla. Experiencias como la tuya dan lugar a qué pensar y a reflexionar.
Un saludo desde Colonia.
Querido Abel que bueno que pasastes este buen escrito lastima que hay gente que sabemos de quien se oculta como los putos del internet y el puto viejillo Bombo Chupado del Javier Cortez Ochoa pues aquí hay alguien que no paso mi primer comentario y hoy como es el tres veremos que pasa pues valla que ser homosexual es quien no esta casado y ni casada tiene varias amistades muchas en el amor de Dios y como dice dios en chapter SEIS /6 ten muchos amigos pero de mil uno Oye tu que te escondes y echar piedras alguien te ha usado a ti como mujer o como lo que insinuas que lastima que entiendas la homosexualidad de esa forma Amar es querer y yo Quiero jojoj
Somos los padres de Arturo. Como es natural, nos ha emocionado su testimonio, aunque no nos ha sorprendido. Nos sentimos muy honrados (orgullosos, si se nos permite) por ello. Damos gracias a Dios y le pedimos que nuestro hijo Arturo siga por ese camino, tan difícil para él como homosexual. Que su testimonio sirva para allanarlo un poco para todos los demás.
Dejando aparte la sucesión de los hechos que han formado parte de la historia de su vida hasta ahora (pienso que sólo Dios puede juzgar los errores o los aciertos que haya podido llegar a cometer...), me URGE decirle que la Iglesia le ha amado, le ama y le amará siempre, como toda buena madre ama siempre a su hijo, aunque éste llegue a cometer los mayores errores, a pesar de las advertencias que aquélla le ha hecho y seguirá haciéndole, consciente de su deber como madre...
Es cierto que, a poca sensibilidad que se tenga, resulta conmovedor su relato, pero... no debemos olvidar que si, entre cristianos, no debe existir VERDAD sin CARIDAD, tampoco debe existir CARIDAD sin VERDAD...
Que el Señor le ilumine y le acoja siempre.
Querido Arturo.
Es encantador encontrar a una persona tan inteligente y sensible. Me emociona leer tu escrito, leer tu verdad.
El mundo se hace pequeño cuando observamos y conocemos a los demás y vemos que nos une el ser humanos y buenos.
Dios ya te tiene e n su lista de bendecidos. Espero con ilusión e inteligencia muy pronto estar también.
Con profundo respeto y amor.
Bertoldo Armando Quintero Plaza, desde México.
Arturo, la Palabra de Dios es explícita: "No erréis, que ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, Ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los robadores, heredarán el reino de Dios". 1 Corintios 6,9-10. No te autoengañes. La Iglesia no te margina, si quieres hacer la voluntad del Señor, ella está presta para ayudarte. Los que te aconsejan lo contrario o son emisarios de satanás o quieren quedar bien con el mundo