Señor: gracias por tu resurrección, con ella me dices que quien nació en un pesebre y murió en una cruz, es Dios y Hombre verdadero. Me precisas que quien ha resucitado es persona con nombre y apellidos y en palabras del Centurión "verdaderamente este era el Hijo de Dios". Con tu resurrección me respondes también a mis quejas de por qué me habías abandonado.
San Juan Pablo II lo expresaba diciendo: "no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: '¡Yo estoy con vosotros!'". Señor: contemplando tu resurrección desde la visión de un discípulo del siglo XXI, puedo decirte que ahora no tengo razón para llorar como Maria Magdalena, ni salir corriendo porque me hayan dicho que has resucitado. No tengo que esperar para entrar en tu reino, ni pensar que la muerte sea el final del camino. Sé "dónde te han puesto", sé dónde encontrarte y no confundirte con el jardinero.
Saber que no eres ningún fantasma porque tienes "carne y hueso", y lo manifiestas preguntándome si "tengo algo que comer" algo que darte para compartirlo. Que sentados en la mesa de la Eucaristía me invitas a que "coma de ese pan porque es tu cuerpo" y que habiéndote recibido me pregunte qué parte de mi ser es Dios y dónde estoy yo. Si existe distancia que separe mi pequeñez de tu omnipotencia.
Tu resurrección Señor, debe cambiar mi vida de la misma forma que cambió la de tus discípulos. Ni ellos ni yo somos los mismos, y aunque sigamos dudando, ya no te vemos como el libertador de Israel, ni al que esperábamos que reinases con el poder de las armas. Ahora entendemos las palabras que antes nos escandalizaban. Ya no pensamos que nos equivocamos al seguir a un Maestro que murió crucificado, hoy nos alegramos por haber dejado las redes y seguir al Mesías, al Hijo de Dios.
Me alegro, Señor, por tu resurrección y me felicito cuando al hacerte el encontradizo conmigo te respondí entregándote mi vida y mi voluntad. A pesar de todo, reconozco que cuando la vida me castiga y los aconteceres se vuelven noches oscuras, te pida que me muestres tus llagas. Que tenga momentos en que no te vea o te vea como si fueras el jardinero. En esas noches debes repetirme que no eres un fantasma, que estás vivo y que me invitas a meter mi mano en tu costado. Recuérdame que por mi amor has decidido hacerte pan para que no desfallezca.
Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar.
Señor, me uno al pensar de los santos cuando dicen que tu amor es "desproporcionado" que no guardas medidas a la hora de darte y qué poco me pides a cambio. Con san Juan de la Cruz te pregunto: "Y si a las obras mías no esperas, ¿qué esperas, clementísimo Señor mío?" Señor: permanece cerca cuando me veas caminar por el Emaús de mi vida. No pases de largo y quédate conmigo porque mis días ya van declinando y Tú eres la resurrección y la vida.
Sea por siempre bendito y alabado.