Se me perdonará cierta extensión en la respuesta, ya que con el tema de la justicia se entra en uno de los conceptos centrales del mundo bíblico: todo el drama bíblico puede describirse como la revelación progresiva de la Justicia divina, que pone al descubierto la injusticia profunda del hombre, para que, en la medida en que éste se dispone a ser justi-ficado por Dios, reciba de parte de él una participación en su propia Justicia, en forma de una inmerecida misericordia, realizada en Jesús quien, no tebiendo pecado "se hizo pecado" por nosotros.
La palabra clave en ese apretado párrafo anterior es «revelación progresiva». Desde mi punto de vista, no me parece del todo correcto distinguir entre una justicia «del AT» y una «del NT» como si fueran dos cosas radicalmente distintas, o incluso opuestas. Es verdad que hay un crecimiento en la comprensión de la justicia divina, y un salto radical en cuanto esa justicia queda revelada en Jesús; pero todo eso no es algo ajeno al Antiguo Testamento: se inscribe en su «programa», en su búsqueda. El Antiguo Testamento busca la justicia de Cristo, y no la halla no porque sea algo heterogéneo respecto del Nuevo Testamento, sino porque aun no había llegado la plenitud de los tiempos.
En una palabra, de ninguna manera es posible -creo yo- llegar a una comprensión profunda de la justicia de Dios revelada en Jesús, si no se parte de esa búsqueda de la justicia en el AT, si no se vive de algún modo la contradicción del hombre veterotestamentario de tener a un Dios a la vez tan cercano y tan escondido. Ese drama no es sólo del Antiguo Testamento, lo volvemos a realizar cada uno de nosotros cada día, a lo que responde, también cada día, la invitación misericordiosa de Jesús de dejarnos juzgar no por leyes sino por su Persona.
Hecha esta introducción, que pretende solamente que no se opongan Antiguo y Nuevo Testamento, debemos, sí, señalar que hay una gran diferencia en el modo como el Antiguo Testamento «realiza» la justicia divina, y como lo hace el Nuevo -ya en la plenitud de la revelación-.
Cualquier atributo que le apliquemos a Dios, incluso los más sublimes, son poco, son nada frente a Él, que excede cualquier término con que podamos pensarlo, así que incluso hablar de la "justicia divina" es una metáfora, ya que Dios es mucho más que Justo, y que Bueno, y que Bello, es más que cualquier palabra que podamos pensar. Debemos decir sin embargo que desde el principio de la revelación bíblica hubo dos términos que sirvieron a expresar al Dios bíblico: justicia (hebreo sédeq) y amor o misericordia (hésed). Sin embargo no se usan como términos abstractos, son siempre parte de un movimiento, de un diálogo: más que decir que Dios es Justo, lo que hace la Biblia es narrar sus actos de justicia: más que Justo, Dios hace justicia, más que Misericordioso, Dios tiene misericordia. Son términos dinámicos, propios de una relación personal. En correspondencia, también el hombre puede hacer justicia, y de hecho es invitado por Dios a que haga justicia, y a que tenga misericordia. La justicia de Dios justifica al hombre y le abre el camino de poder tener misericordia. Lo expresa muy bien el salmo 51:
Tenme piedad, oh Dios, según tu amor (hesed),
por tu inmensa ternura borra mi delito,
....
Líbrame de la sangre, Dios, Dios de mi salvación,
y aclamará mi lengua tu justicia (sedeq).
Para el AT "ningún hombre vivo es inocente frente a Dios" (salmo 143,2), así que la justicia consiste más bien en obtener de parte de Dios la justificación. Las distintas etapas del pensamiento bíblico tienen que ver con estas «exploraciones» en torno a la tarea de buscar la justificación que viene de Dios.
No sabemos demasiado de la religión patriarcal, sin embargo, lso vestigios que han llegado a nosotros, las historias (muy reelaboradas) de Abraham, Isaac, Jacob y sus hijos, nos muestran una justicia de Dios que significa proteger a sus hombres de las calamidades. Como muy gráficamente se lo designa en el ciclo de Jacob, Dios es el "Padrino de Isaac" (Gn 31,42, la expresión aparece dos veces, pero sólo en ese relato). Justicia y salvación concreta aparecen como equivalentes en este contexto: Dios hace justicia cuando libra a sus protegidos de males (y a ser posible les permite ver la ruina de los enemigos...). La justicia humana que corresponde a esa justicia divina es «estar dispuesto«, «confiar», «esperar contra toda esperanza». Este rendir la totalidad de lo que uno es a los misteriosos «planes de Dios» es la primera lección de Justicia de la Biblia.
Ese sentido no se anula luego (ni hasta ahora), pero en un segundo momento, con la religión mosaica, aparece un sentido de la justicia más complejo y elevado. Nuevamente, los vestigios de texto están muy retocados por la tradición posterior, así que es difícil saber en concreto cuánto de esta vivencia religiosa proviene realmente de época de Moisés y cuánto es reelaboración más tardía, pero a grandes rasgos podríamos decir que bajo la dirección mosaica, la justicia va a pasar al entorno de la «santidad» (hebreo qodesh), entendida como «consagración», «separación»: Dios libra a los suyos porque son suyos, porque están separados, porque no pertenecen al resto del mundo, son consagrados, llamados a ser «santos» («sed santos porque yo soy santo», frase que se repite como un motete en el Levítico, aunque como síntesis es muy posterior a la época mosaica). A este respecto es interesante la redacción de los 10 mandamientos: nosotros traducimos habitualmente con un genérico «No matar», "no robar", etc.; pero en la redacción hebrea es muchísimo más personal: «no mates tú», «no robes tú», etc. El fundamento de la justicia que Dios le exige a su pueblo no es una vaga «ley natural», sino el hecho de haber sido especialmente escogido y aparatado para el servicio divino; como bien lo expresa Dt 4:
«Cuando levantes tus ojos al cielo, cuando veas el sol, la luna, las estrellas y todo el ejército de los cielos, no vayas a dejarte seducir y te postres ante ellos para darles culto. Eso se lo ha repartido Yahveh tu Dios a todos los pueblos que hay debajo del cielo]/i], pero a vosotros os tomó Yahveh y os sacó del horno de hierro, de Egipto, para que fueseis el pueblo de su heredad, como lo sois hoy.» (el destacado es mío)
El fundamento último de esta justicia es un misterioso, inmotivado, «hesed» de Dios, un acto de amor que se expresa como perdón ante el pecado, y como elección personal, que se hará relación amorosa de persona a persona en la predicación de los profetas: «Cuando Israel era niño, yo le amé» (Os 11,1) dice el propio Dios. Con ellos, con los profetas, llegamos a una mayor profundización en la justicia divina, pero aun más en la correspondencia que el hombre, el escogido por Dios, debe tener: «...buscad la justicia, buscad la humildad; quizá encontréis cobijo el Día de la cólera de Yahveh.» (Sofonías 2,3) En algunos profetas -que ya van abriendo camino a la «apocalíptica»- la Justicia de Dios no se manifestó aun, está escondida, está a la espera del «Día de Yahvé», cuando él se revele del todo y «dé a cada uno según sus obras»; por ello la justicia humana, más que un conjunto de normas a cumplir es una preparación de toda la persona para llegar en condiciones a ese misterioso Día. El acento se desplaza al futuro, pero no así el ideal de santidad, que tiene que comenzar ya, ahora: estar preparados para el Día de la Justicia es hacerle ya ahora justicia al débil, al oprimido, al huérfano, a la viuda... las citas de los profetas sobre este punto serían inacabables.
Paralelamente a ellos, se forja un ideal de justicia no opuesto, sino complementario, el de los libros de Sabiduría (Eclesiático, Sabiduría, Job -con toda su crisis-), en los que el Plan Divino es identificado con la sabiduría, con la recta proporción de las cosas. Injusticia es, entonces, perder esa recta medida, pero no al modo del ideal griego del «justo medio», sino que el ideal del hombre está puesto en meditar la Ley, rumiar la Palabra divina para encontrar la huella de Dios en su creación, y al encontrarla y ocuparse en ello, entrar uno mismo en esa dinámica de «hombre de la Ley».
De ningún modo está en el Antiguo Testamento esa caricatura de justicia religiosa que consiste solamente en «cumplir mandamientos». Es verdad que la idea de cumplimiento está presente, sobre todo en el llamado «pensamiento deuteronomista» (rondando el siglo VI aC), pero de ninguna manera la idea bíblica de «cumplimiento» se reduce a realizar un mandato escrito de manera mecánica: siempre es el compromiso personal lo que cuenta, lo que podríamos llamar la actitud del corazón.
Precisamente porque esa idea de cumplimiento legalista está ausente del AT es que Jesús le reprochará a algunos de sus contemporáneos el haber pervertido la Ley, haberla convertido en un manojo de exterioridades, en lugar de llegar a penetrar en su espíritu, que consiste, para Jesús, en el hesed, en el amor, en la misericordia. Podríamos decir que en Jesús se resume todo ese camino que trazamos en el AT, que se concreta aun más: el hesed es actuar compasivamente en lo que nos rodea, perdonar, consolar, tender la mano, abstenerse de juzgar o hacerlo con mirada compasiva, implantar la alegría en lo que nos rodea, esperar el auxilio que viene de Dios, gozarse en la acción concreta de Dios en nuestro entorno, invisible a la mirada soberbia y autosuficiente.
Todo ello estaba ya en el Antiguo Testamento, Jesús lo resume y lo eleva a exigencia cotidiana, sin la cual no se nos reserva ningún «Reino de los Cielos». Las credenciales del Reino ya no son la sangre o el nacimiento (¡ni siquiera el pertenecer a los que confiesan a Cristo! cfr. Mt 25,34), sino la misericordia concreta, ejercida con los que nos rodean (nuestros «prójimos»). En cierto sentido podría decirse que en la predicación religiosa de Jesús no hay nada que no pudiéramos encontrar, con mayor o menor desarrollo, en el AT, lo que justifica las palabras que recoge Mateo: «No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento.» (5,17)
«Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo.» (1Jn 2,1)
La novedad radical que trae Jesús no está tanto en sus palabras cuanto en loq ue él hace: soporta como cordero inocente toda la injusticia de un mundo sumido en la injusticia, en el pecado, en la ausencia de Dios; la soporta, la siente como propia, la sobrelleva consigo («Elí, Elí, lemá sabactani»), y al romper la barrera del mérito, al sufrir sin merecerlo de ninguna manera, abre una nueva etapa, en la que Dios no está «del otro lado» sino en el nuestro, padece con nosotros, sufre con nosotros, se alegra también con nosotros: nos hace de su familia.
Es una nueva Justicia. No es la justicia conmutativa de los paganos, entre dos que están a uno y otro lado del mostrador y se intercambian bienes, ni siquiera la justicia distributiva y solidaria de uno que tiene algo y reparte a los que no tienen, sino una justicia que consiste en repartir la propia vida en la vida de los otros, exactamente como lo dejó hecho y significado Jesús en la Eucaristía. De esa justicia Jesús apenas si habla... pero la realiza, durante toda su vida, y especialmente al morir en la cruz. Si tuviéramos sólo sus palabras, podríamos quedarnos en un mensaje de solidaridad universalista, muy valioso y fundamental para hacer ONG's (¡que tan necesarias son, no lo digo con ironía!); pero él da un paso más allá y realiza la nueva Justicia, la de su persona, no la de su mensaje ni de su religión.
Esa justicia no tiene un «programa a cumplir», porque mientras quede con nosotros resto de nuestra propia persona, no lo hemos dado todo. es exigente y a la vez compasiva, porque sabe que la tarea de darse a sí mismo no es mecánica, lleva sus marchas y contramarchas. El camino de despojarse de sí mismo, a nosotros, tan aferrados a nuestro yo, no termina nunca. Nos impactan los ejemplos de solidaridad de los santos -y son impactantes, claro está- pero la solidaridad es sólo una parte de la justicia cristiana; no puede faltar, pero no basta con ella. Como concluye el propio Jesús en la escena del joven rico: primero darlo todo, sí, incluso el todo que pide es radical; pero termina: «luego, ven y sígueme». El seguimiento de la persona de Jesús, no de sus mandatos, ni de sus enseñanzas, ni de sus ejemplos, sino de él mismo, es la culminación de la Justicia -Dios y hombre fundidos en uno- del Nuevo Testamento. Como lo dirá resumidamente la Carta a los Filipenses al introducir el himno del despojamiento divino (Flp 2,6-11): «tened los mismos sentimientos de Cristo Jesús».
El tema hace a una valoración del pensamiento bíblico que es siempre muy personal, por eso, no se encotrará dos autores que expliquen la justicia según la Biblia de la misma manera. Algunos textos a tener en cuenta:
-El Vocabulario de teología bíblica de X. Leon-Dufour es siempre una referencia sólida, sobre todo teniendo la facilidad de consultar una muy buena versión web.
-Los cuadernos bíblicos Verbo Divino nº 105 y 115, llamados «La justicia en el AT» y «La justicia en el NT», son también confiables y muy completos (se consiguen en nuestra biblioteca para descargar en pdf, y son además de fácil adquisición en papel).
-Al hilo del «pensamiento deuteronomista» que mencioné en el artículo, me permito recomendar un artículo mío: Notas al salmo 1, que puede ayudar a entender el concepto de «retribución», y la cuestión sapiencial de «rumiar la Ley».
Por supuesto, el tema de la Justicia divina se puede leer en cualquier escrito de teología bíblica, ya que es un concepto central como ningún otro.