Uno de los aspectos principales de la reforma litúrgica ordenada por el Concilio Vaticano II fue precisamente el de dar cabida en el año litúrgico a mayor cantidad de textos bíblicos, y en especial a la totalidad del evangelio. Así que precisamente fue ese el motivo de que se distribuyera la lectura a lo largo de tres años: para poder leer en misa todos los evangelios.
El ciclo A tiene como evangelio fundamental a san Mateo
El ciclo B a san Marcos
El ciclo C a san Lucas
Y el evangelio de Juan se lee en los tres ciclos, en momentos escogidos de cada tiempo litúrgico.
La incorporación de san Marcos representó una auténtica novedad, ya que de alguna manera pesó durante siglos sobre ese evangelio el prejuicio de algunos Padres de la Iglesia de que "no era más que" el resumen de San Mateo, cuando más bien el estudio bíblico contemporáneo ha sacado a la luz la enorme originalidad de ese evangelio, el más breve de todos, que no contiene ni una sola frase que no esté en los otros, pero cuyo autor ha sabido disponer la narración de modo que, con idénticas palabras, se penetrara en la figura de Jesús desde un ángulo distinto a como lo contemplan Mateo y Lucas.
Por supuesto, el cambio de los evangelios en los tres ciclos va acompañado también del cambio en las otras lecturas, en especial de la primera, que es la que coordina con el evangelio.