La costumbre de la reunión en el "dies dominicalis" (Día del Señor, en latín, de donde sale "domingo"), parece tan antigua como la propia fe cristiana. Ya atestigua de ella el Apocalipsis 1, que habla con naturalidad del "kyriake hemera" (Día del Señor, en griego), y de la reunión cultual "el que lee y los que escuchan" (v. 3). Aunque san Lucas no menciona propiamente la eucaristía, sugiere que la reunión de los discípulos de Emaús (tan temprano como el día mismo de la resurrección) es una ·fracción del pan en el sentido que toma posteriormente, es decir, eucarístico. Hechos 20,7 da por hecho que el domingo se reúnen a la fracción del pan, ni siquiera explicar la costumbre: "El primer día de la semana, estando nosotros reunidos para la fracción del pan, Pablo, que debía marchar al día siguiente, conversaba...". Y 1Cor 16,2 sitúa la colecta de dinero en favor de las iglesias más necesitadas (signo de comunión) en el "mían sabbaton" (el primer día despuiés del sábado), dando por hecho que en ese día se reúnen las iglesias.
Esto es completamente lógico para personas acostumbradas al ritmo cultual semanal, que es tan propio del judaísmo (la semana septenaria nos viene de allí). Solo que reemplazaron el sábado, ya que posiblemente la tensión creciente con el judaísmo fue haciendo que fuera cada vez más difícil el culto público y la reunión sinagogal, además de que iban tomando conciencia de que celebraban otra cosa que el judío, y también con otra gente: los gentiles que se iban incorporando.
Lo importante es que ya "día del Señor" no es el esperado y terrible "Día de la Ira", de la que hablan los profetas (y algunos textos del NT), sino el "día que hizo el Señor", del que habla el S 118,24, y que muy pronto la fe cristiana incorporó a su liturgia pascual.
En un documento contemporáneo del fin del NT, la Didajé o Doctrina de los Doce Apóstoles (entre 80 y 100 dC, ¡aun no estaba terminado el NT!) se dice "Cuando os reuniéreis en el domingo del Señor, partid el pan, y para que el sacrificio sea puro, dad gracias después de haber confesado vuestros pecados.". La expresión griega que usa es muy curiosa: "kata kyriaken kyriou synajthentes...", que puede traducirse: "Reuniéndose cada domínica del Señor", o bien: "Cada domínica, reunidos por el Señor..." Prefiero esta segunda opción, pero lo más importante es que kyriake (dominica) no es ya adjetivo de "día", sino que se sobreentiende la palabra día, se va convirtiendo en el nombre del día, asociado al Señor (kyrios).
Por supuesto, esto no significa que haya un precepto dominical aun. Igualmente, no debemos imaginar que en esas primeras décadas todos observaran las mismas reuniones, ni en esas reuniones se celebrara el conjunto ritual que luego hemos llamado misa, sino que está su núcleo, realizado de diversas maneras: como rito exclusivo de comunión con el Señor, como comida fraterna en general, que dispara la evocación de la fracción del pan, en fin, no hay todavía "precepto dominical", como tampoco hay todavía "misa".
Sin embargo san Justino mártir, de un siglo más tarde (m. ~165), no conoce aun este nombre del día (o condesciende con su lector de no darle el nombre cristiano sino el pagano): "El día que llaman 'Del Sol'..." sin embargo el encuentro dominical se ha hecho un verdadero centro de la vida cristiana, prosigue el texto: "se celebra una reunión de todos los que moran en las ciudades o en los campos; y allí se leen, en cuanto el tiempo lo permite, las «Memorias de los Apóstoles» o los escritos de los profetas. 4. Luego, cuando el lector termina, el que preside toma la palabra para hacernos una exhortación e invitación para que imitemos esas hermosas enseñanzas. 5. Seguidamente, nos levantamos todos a una y elevamos (a Dios) nuestras preces, y estas terminadas, como ya dijimos (cf. I,65,3), se ofrece pan, vino y agua, y el que preside, según sus fuerzas, hace igualmente subir a Dios sus oraciones y acciones de gracias, y todo el pueblo expresa su conformidad diciendo: «Amén». Luego se hace la distribución y participación de la eucaristía, para cada uno. Enviándose su parte, por medio de los diáconos, a los ausentes." (Justino I-Apol. 67,3-5)
Como puede verse, a mediados del siglo II la misa es perfectamente reconocible, y está consolidada la costumbre del encuentro semanal.
En las actas de los mártires de Abitinia, del 304, consideradas por la crítica como auténticas (Actas, ed. D. Ruiz Bueno, BAC, 2003, pág. 980ss.) confiesa Saturnino, el presbítero que lidera el grupo de mártires, que su "desobediencia al emperador" solo consistió en que "Hemos celebrado tranquilamente el día del Señor [...] Porque la celebración del día del Señor no puede interrumpirse.". Aquí el "Día del Señor" es llamado, en latín, "Dominicum", ya abiertamente como sustantivo, que no depende de "día".
Para esta época comienzan ya las regulaciones del precepto en los concilios locales: el de Elvira del 303, el de Agde del 506 y muchos más, de tal modo que "el precepto" se va adueñando más y más de la costumbre cristiana, hasta llegar a ser uno de los preceptos de la Iglesia, con obligatoriedad sagrada. Pero esto cae ya fuera de la pregunta.
Para toda esta elaboración he seguido las referencias traídas pro Righetti en su Historia de la Liturgia (tomo I, pag. pdf 215-16), aunque trabajadas de otra manera. Puede leerse con mucho provecho la historia del domingo cristiano desde su fundamento bíblico hasta su conversión en precepto dominical en Abad Ibáñez y Garrido Bonaño, "Iniciación a la liturgia de la Iglesia" (Ed. Palabra, 1988).