Al llegar a Cristo, este salmo entra en el contexto de la plenitud cristiana y despliega todo su posible significado, que hasta entonces quedaba en germen o en símbolos no aclarados: He 4,25; 13,33. [Alonso Schökel]
Salmo real, el primero de una serie de salmos que se ocupan de la persona del rey, ungido ("mesías") de Dios, en cuyo nombre ejerce la soberanía y el gobierno (véase Sal 18; 20; 21; 45; 72; 101; 110; 132). Puede que estos salmos provengan o reflejen algunas de las ceremonias relacionadas con el monarca: entronización, bodas reales, cortejos diversos, etc. Este salmo habla expresamente de la entronización del rey en Jerusalén (Sión), capital del reino, y de una rebelión de reyes vasallos. Hay motivos y expresiones paralelas a las del Sal 110. Su estructura comprende tres partes temáticamente distintas: rebelión de reyes y naciones (Sal 2,1-6); decreto de adopción (Sal 2,7-9); exhortación conclusiva (Sal 2,10-12). Como mecanismo literario, que da viveza al salmo, en la primera parte habla el salmista y cita las palabras de los reyes y las de Dios; en la segunda habla el rey israelita que, a su vez, refiere las palabras de Dios; en la tercera recobra la palabra el mismo autor. Sal 2,11 presenta especiales dificultades para la traducción.
Israel, como otros pueblos vecinos, daba especial relieve a la entronización real: era lo que hoy llamamos "coronación", es decir, la toma de posesión del trono y el inicio oficial del reinado. Uno de sus ritos era la unción con óleo sagrado, en señal de consagración. Por ella el rey se convertía en el mesías o ungido del Señor. Y por el decreto de adopción el rey quedaba legitimado como hijo adoptivo de Dios, como su más cualificado representante (Sal 2,7; véase 2 Sm 7,14; Sal 89,27-28). Se establecía así una cierta identificación entre el rey y Dios: obedecer al rey era obedecer a Dios, y rebelarse contra el rey significaba rebelarse contra el mismo Dios que lo respaldaba y a quien representaba (Sal 2,2-3).
El salmista comienza constatando un levantamiento de reyes y naciones contra el rey israelita coincidiendo tal vez con la muerte del rey anterior y con en el inicio del nuevo reinado. Con la pregunta inicial el autor expresa el asombro que le produce tamaña osadía y el fracaso a que está condenada [inútiles proyectos). Los reyes son vasallos de Israel, como se desprende de sus mismas palabras (Sal 2,3).
El Señor, rey de los cielos, unido estrechamente al rey de la tierra, reacciona: se burla de ellos y de sus proyectos (véase Sal 37,13; 59,9) y luego, encolerizado, les recuerda en tono de advertencia que el rey de Israel es "su" rey, que él mismo lo ha colocado sobre el trono en la capital sagrada. El salmista hace ahora que tome la palabra el rey y proclame el fundamento de esas relaciones que no es otro sino el decreto por el que Dios lo ha adoptado como hijo y le ha prometido su protección para que domine y someta pueblos y naciones. De hecho, una de las primeras tareas del nuevo rey consistía en asegurar la paz en sus fronteras y garantizar el sometimiento de los reyes vasallos (Sal 2,8-9; véase Sal 110).
La exhortación final es consecuencia lógica de todo lo anterior: conviene reflexionar, dice el autor a los reyes rebeldes y a todos los gobernantes de la tierra, antes de embarcarse en tan peligrosas aventuras. Deben permanecer sometidos al rey de Israel, es decir, "servir al Señor con temor y temblor", aunque sólo sea para evitar consecuencias terribles. Y si en vez de limitarse a servirle de ese modo, se acogen a él como fieles creyentes, entonces serán felices de verdad; es la bienaventuranza que cierra el salmo. Con el tiempo, este salmo se enriqueció con tonalidades mesiánicas, es decir, relativas al "mesías" futuro. En el Nuevo Testamento fue repetidamente aplicado a Cristo para corroborar su condición de Mesiás y de Hijo de Dios (véase Hch 4,25-26; 13,13; Heb 1,5; 5,5; Ap 2,26-27; 19,15).
[Casa de la Biblia: Comentarios al AT]
Este salmo no tiene título. Su comienzo es brusco, repentino. El salmista no sale de su asombro. Se trata de algo inaudito. No es que sea un hombre asustadizo, sino un hombre creyente y se sorprende que haya gente tan insensata que pretenda ir contra el "rey de Jerusalén", aquel que es "el ungido del Señor". "¿Quién es aquel que sube como el Nilo o como torrente de rápida corriente?" (Jer 46, 7). Intentan tomar a Dios por sorpresa, totalmente desprevenido.
El tiempo de composición depende de descifrar de qué rey se trata. Según los que dicen que se trata de un rey histórico, la fecha de composición sería antigua: siglo IX. Por supuesto que el salmo idealiza, con hipérboles cortesanas, la figura del monarca.
Para los que consideran que este salmo es mesiánico, el salmo se escribiría en época tardía, después del destierro. Y coincidiría con un época de humillación nacional; época en la que los judíos no tienen rey ni autonomía política. En medio de la desolación espiritual brotaría la esperanza en un sucesor legítimo de David que restauraría un futuro más glorioso.
DESARROLLO
v.1. "Se alían los reyes de la tierra contra el Señor y su ungido"
La lucha es contra Judá y su rey, es decir, contra Yavé y su ungido. Es una rebelión condenada al fracaso. Este rey representa el poder universal de Dios, "al cual pertenece la tierra y cuanto contiene" (Sal 24, 1). En Israel se ungían a los reyes y éstos entraban dentro de la esfera de Dios.
Dios aparece metido, encarnado en las realidades humanas del pueblo: con sus debilidades y miserias, pero llevando la historia adelante. La dinastía de David tiene una sucesión oscura y frágil. No obstante hay un hilo conductor que va llevando al pueblo hacia el reino de Cristo, "hijo de Abraham, hijo de David" (Mt 1, 1).
Un creyente debe hacer "teología de la historia", es decir, debe mirar su vida y los acontecimientos con ojos de fe. Lo que hace grande mi vida no es lo que yo hago sino lo que Dios hace a través de mí.
v.3. "Rompamos sus coyundas. Sacudamos su yugo"
Para comprender el significado profundo de estas palabras hay que situarse en Egipto, la tierra de la esclavitud y ver a un Dios salvador, liberador. "El yugo que soportaban y la vara de sus espaldas, el látigo de sus capataces, Tú los quebraste como el día de Madían" (Is 9, 3).
El Dios de la Biblia, el Dios de la historia, es un Dios que pasa rompiendo yugos, liberando al pueblo de la esclavitud. Lo que más hiere a este Dios es que alguien se sienta aplastado, esclavizado por Él.
La auténtica libertad está en el servicio gozoso y espontáneo a Dios. El pecado nos destroza, nos aliena, nos esclaviza. "El que hace el pecado se hace esclavo del pecado" (Jn 8, 34). Es importante descubrir a Dios como fuente perenne de libertad.
v 4. "El que habita en el cielo sonríe"
Se destaca en esta parte un acusado tono antropomórfico: la risa, la cólera, la burla no son realidades que están en Dios, sino son modos humanos de concebirlo.
En contraste con la agitación de los pueblos y los reyes de la tierra, aparece una calma infinita en la zona celeste, dominada por la figura de Yavé.
Rompe su silencio con una sonrisa. No es una risa loca ni humillante. Es una conmiseración teñida de tristeza. "Sonríe con lágrimas de amor en los ojos" (Ebeling).
Es como si una hormiguita quisiera alzarse contra un hombre. Este se sonreiría y le diría: "Pobrecilla".
v.7. "Él me ha dicho: Tú eres mi hijo. Yo te he engendrado hoy"
En esta lectura del protocolo se actualizan las palabras dichas por Dios al rey David: "Yo consolidaré el trono de su realeza para siempre. Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo" (2 Sam 7, 13-14).
Es importante descubrir, desde las instituciones del Antiguo Testamento, la fuerza que tiene la Palabra de Dios para evocar, hacer presente y actualizar los acontecimientos del pasado. Las palabras dichas un día a David se actualizan en los reyes que le suceden. Y cada uno puede escuchar de generación en generación: "Yo te he engendrado hoy".
Debemos actualizar la Palabra de Dios como dicha para nosotros hoy. Y, sobre todo, en la Eucaristía en la que Cristo se hace presente en el altar cada día como si fuera la primera Cena del Señor.
v.8. "Te daré en herencia las naciones"
Palestina es un reino insignificante y, de pronto, en la pluma del poeta se convierte en un inmenso imperio. El reino prometido desborda los límites de Israel y amplía la visión hacia un horizonte ilimitado... A este rey humano le respalda Yavé Creador y Señor de toda la tierra.
Nosotros somos muy poca cosa, sin embargo, en Cristo estamos llamados a heredar una herencia inmensa y eterna (Ef 1, 11). Desde una mirada meramente humana, nuestro mundo se va reduciendo, se va haciendo cada vez más pequeño. Es Dios quien abre en nosotros nuevos horizontes inmensos e insospechados.
v.9. "Los quebrarás como jarro de loza"
¿Qué significan estas palabras? Según el ritual egipcio, el rey demostraba su poder universal rompiendo simbólicamente vasijas de tierra que llevaban nombres de reyes y de naciones extranjeras.
A través de nuestra vida todos nos fabricamos ídolos, dioses de barro, que debemos destruir con el celo de Moisés al bajar de la montaña.
v.10. "Y ahora, reyes, sed sensatos"
Después de la proclamación de los poderes del ungido sigue una advertencia a manera de ultimátum, a los reyes y pueblos enemigos que han aparecido en la revuelta. Es una llamada a la sensatez. Todavía tienen tiempo para reflexionar, para cambiar de actitud. Este rey que habita en Jerusalén, ciudad de paz, no se goza con la guerra y la destrucción. Busca la paz con los otros pueblos y naciones. Lo que caracteriza a este rey no es el aplastar y humillar, sino el perdonar y levantar.
A través de todas las páginas de la Biblia, Dios nos está llamando a la conversión. Dios nos ofrece mil oportunidades. A veces, también con urgencia, a manera de ultimátum. Lo importante es saber escuchar esta voz de Dios hoy y no diferir para mañana nuestro retorno a la sensatez, a la cordura, a la auténtica felicidad. "Si hoy escuchan la voz de Dios, no endurezcan el corazón" (Sal 94, 8).
v.12. "Dichosos los que se refugian en Él"
El salmo no termina con un ultimátum amenazador, sino con la posibilidad a una existencia feliz. El salmo termina en un tono positivo. La obediencia a este rey es siempre garantía de felicidad.
En realidad ésta es siempre la tónica del Dios bíblico: siempre busca una salvación, es decir, una solución no utópica, sino realista.
Tal vez los profetas de desdichas -tan frecuentes en nuestros días- deberían revisar sus posturas y actitudes a la luz de la Palabra de Dios.