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El Testigo Fiel
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Biblia: Los Salmos


Salmo 13 (12): Suplica del justo que confía en el Señor
Buscador simple (o avanzado)
El buscador «simple» permite buscar con rapidez una expresión entre los campos predefinidos de la base de datos. Por ejemplo, en la biblioteca será en título, autor e info, en el santoral en el nombre de santo, en el devocionario, en el título y el texto de la oración, etc. En cada caso, para saber en qué campos busca el buscador simple, basta con desplegar el buscador avanzado, y se mostrarán los campos predefinidos. Pero si quiere hacer una búsqueda simple debe cerrar ese panel que se despliega, porque al abrirlo pasa automáticamente al modo avanzado.

Además de elegir en qué campos buscar, hay una diferencia fundamental entre la búsqueda simple y la avanzada, que puede dar resultados completamente distintos: la búsqueda simple busca la expresión literal que se haya puesto en el cuadro, mientras que la búsqueda avanzada descompone la expresión y busca cada una de las palabras (de más de tres letras) que contenga. Por supuesto, esto retorna muchos más resultados que en la primera forma. Por ejemplo, si se busca en la misma base de datos la expresión "Iglesia católica" con el buscador simple, encontrará muchos menos resultados que si se lo busca en el avanzado, porque este último dirá todos los registros donde está la palabra Iglesia, más todos los registros donde está la palabra católica, juntos o separados.

Una forma de limitar los resultados es agregarle un signo + adelante de la palabra, por ejemplo "Iglesia +católica", eso significa que buscará los registros donde estén las dos palabras, aunque pueden estar en cualquier orden.
La búsqueda admite el uso de comillas normales para buscar palabras y expresiones literales.
La búsqueda no distingue mayúsculas y minúsculas, y no es sensible a los acentos (en el ejemplo: católica y Catolica dará los mismos resultados).
en la liturgia: Salmo 12
se utiliza en:
- martes de la primera semana: Hora Intermedia
Súplica con sentimiento de urgencia, expresada en la repetición anafórica "hasta cuándo". Es la conciencia de la muerte (4) lo que imprime a la vida humana el sentimiento de prisa: Dios tiene tiempo porque es eterno, el hombre no lo tiene porque es mortal. Los tiempos de Dios y del hombre no coinciden. El hombre puede encomendar la solución a la historia que le sobrevive y continúa; pero, si la muerte es el último sueño, ¿de qué le vale? El orante no se abre a una reflexión comunitaria. Paralelo de muerte es el "fracaso", pérdida de la provisoria consistencia que es vivir. Más allá de su muerte sonará el grito de victoria de sus enemigos, que escucha mentalmente. ¿Puede el hombre orando apresurar los tiempos de Dios? (cfr. Eclo 36,10). Descubriendo su rostro Dios "da luz a los ojos", y la luz es vida. Al final se impone la esperanza en la salvación por obra de Dios. [L. Alonso Schökel]
[1 Del maestro de coro. Salmo. De David.]

2 ¿Hasta cuándo, Señor, seguirás olvidándome?
¿Hasta cuándo me esconderás tu rostro?
3 ¿Hasta cuándo he de estar preocupado,
con el corazón apenado todo el día?
¿Hasta cuándo va a triunfar mi enemigo?

4 Atiende y respóndeme, Señor, Dios mío;
da luz a mis ojos
para que no me duerma en la muerte,
5 para que no diga mi enemigo: «le he podido»,
ni se alegre mi adversario de mi fracaso.

6 Porque yo confío en tu misericordia:
alegra mi corazón con tu auxilio,
y cantaré al Señor por el bien que me ha hecho.
2-3 La pregunta, característica en este género de oración, se repite cuatro veces expresando la urgencia, la impaciencia, la intensidad con que el salmista desea mover a Dios. Dios esconde su rostro haciendo sentir su lejanía, difiriendo su auxilio, y ésta es una experiencia profunda en el corazón.
4-5 Nueva insistencia en una petición positiva y tres negativas. La pena, el fracaso, la lejanía de Dios, traen el recuerdo de la muerte.
6 Profesión de confianza, que se convertirá en alegría cordial por la salvación, y en alabanza a Dios por su beneficio.
Los versículos entre [] no se leen en la liturgia

Para el rezo cristiano

El autor se refiere a una experiencia de su vida, sin más horizonte universal o escatológico. Pero la intensidad de la súplica y la hondura personal de la experiencia ensanchan la capacidad significativa del salmo, que puede ser transpuesto al contexto cristiano en este nivel de profundidad. Es una súplica que puede sonar en labios de Cristo, revelándonos el misterio de su sufrimiento y su confianza. La paradoja es que el Padre escondió su rostro y dejó a su Hijo dormir en la muerte, y pareció que sus enemigos le pudieron: todo para realizar la victoria máxima, mostrando su rostro, dando luz a los ojos de Cristo, alegrando su corazón. El cristiano puede unirse a Cristo en esta oración intima y urgente, dando así más contenido a la oración del salmista. Y en labios de la Iglesia, las cuatro preguntas impacientes pueden adquirir un sentido de expectación escatológica, que es también esperanza definitiva.

Comentario exegético

Salmo de súplica individual con tres partes bien definidas y una mención de Dios en cada una de ellas: invocación a Dios y situación del salmista (Sal 13,2-3); súplica y motivos de persuasión (Sal 13,4-5); expresión de confianza y gratitud (Sal 13,6). La cuádruple pregunta del principio, ¿Hasta cuándo...?, típica de este tipo de salmos (véase Sal 6,4; 35,17; 74,10; 79,5; 80,5; 89,47; 90,13; 94,3), confiere a esta oración u n tono desgarrador y angustioso. El salmista, sin ningún tipo de preámbulos, se dirige impacientemente al Señor como para echarle en cara el "olvido" en que lo tiene y el que le haya "ocultado el rostro" (Sal 13,2). Ese olvido se nota en la situación desgraciada, no mejor especificada pero de peligro mortal (Sal 13,4), por la que el salmista está pasando, que le causa angustia y tristeza continuas (todo el día: Sal 13,3), y que está provocada por la acción del enemigo. En esta primera parte el orante ha mirado a Dios, a sí mismo, al enemigo: triple mirada que se va a repetir a continuación, en la súplica que sigue. Si Dios lo ha olvidado y le tiene el rostro vuelto, el salmista le suplica que se acuerde de él y lo mire: Mira y atiéndeme (Sal 13,4). El Señor al que suplica ya no es Señor a secas, como al principio, sino Señor Dios mío, reforzando con ese apelativo la relación personal de cariño, intimidad y mutua posesión que une a Dios y al salmista. Con la imagen del sueño-oscuridad y de la luz de los ojos, pide ser liberado de la muerte, que quizá sea el enemigo que le está venciendo dado el puesto central que ocupa en el salmo. Y refuerza su petición presentando ante Dios dos razones (en realidad una razón desdoblada) por las que debe intervenir: para que el enemigo -¿la muerte?- no cante victoria y para que no se alegren los adversarios (Sal 13,5; véase Sal 35,19; 38,17), lo que significaría una vergüenza y un deshonor para el mismo Dios. Porque hay más: Dios debe mirar y atender ya que el salmista "confía" en él, en su amor (Sal 13,6). Tanto, que se siente absolutamente seguro de la salvación de Dios y de la alegría que le producirá: mi corazón se alegrará-.. El autor juega con el motivo de la alegría: no deben alegrarse los adversarios y, de hecho, no van a alegrarse, porque la intervención de Dios va a hacer que se alegre el que, hasta ahora, se encontraba triste y angustiado. Y está tan seguro, que habla de la salvación como ya sucedida: en el último verso se expresa el propósito de "cantar" al Señor por la salvación recibida. Esta última frase ya no se dirige a Dios, sino a los oyentes, a todos los creyentes, a los adversarios, a sí mismo: la certeza de la salvación se proclama como buena noticia para todos.

Desde el principio al final ha cambiado radicalmente el clima de la oración: el grito dramático e insistente de un desesperado desemboca en el canto gozoso del que experimenta el amor y la salvación de Dios. De corazón a corazón: del corazón apenado de Sal 13,3 al corazón "alegre" de Sal 13,6. El salmo es la plegaria impaciente -¿hasta cuándo...?- de todos los que, en cualquier circunstancia, observan que la intervención de Dios parece retrasarse: es terrible la sensación del olvido y del silencio de Dios, de que nos da la espalda o nos vuelve el rostro. Es' también la súplica de la Iglesia que espera con ansia y reconoce con alegría y certeza inquebrantable la salvación definitiva de Dios y la implantación de su Reinado. [Casa de la Biblia: Comentarios al AT]

De los Santos Padres

Catequesis de Juan Pablo II

Catequesis de Benedicto XVI

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