Parte de una visión sapiencial, que abarca un horizonte de todos «los hijos de Adán». El hombre que niega a Dios es «necio», el que lo busca es «sensato», dos categorías sapienciales, de humanismo. De negar a Dios se sigue el mal obrar. Estos malhechores tienen que aprender en una manifestación numinosa, y ací pasan a un contexto de salvación.
En el contexto cristiano, Sión es símbolo de la Iglesia, donde Dios habita con su pueblo. Desde este centro brota la salvación para cuantos quieren buscar a Dios e invocarlo (Hcb2,21); y también viene la protección frente a los enemigos que intentan devorar este pueblo escogido.
En Rom 3,10-13 se citan los vv.2-3. En Jesucristo, inerme e inocente, se deciden las conductas de los hombres. [L.Alonso Schökel]
Salmo de lamentación individual, con tintes didácticos y proféticos, estructurado en tres partes: situación de la humanidad (Sal 14,1-4); confianza en la justicia divina (Sal 14,5-6); súplica por la salvación de Israel (Sal 14,7). Este salmo se encuentra repetido en Sal 53 con ligeras variantes, y recoge el tema de la situación general de maldad e injusticia que reina en el mundo (Sal 11 y 12).
La falta de fe en la existencia y en la acción providencial de Dios -ateísmo practico- se refleja en la conducta: la seguridad de que no hay quien "pida cuentas" lleva a los hombres a una inconsciencia peligrosa y a un desbordamiento de la maldad con el prójimo (véase Sal 10,4.11; 73,11; 94,7). El panorama que pinta el salmista es sombrío: no hay nadie, ni una persona siquiera en toda la humanidad (Sal 14,2: hombres = "hijos de Adán"), que sea juicioso, que busque a Dios, que obre el bien; todos se obstinan en su rebeldía, que consiste en "devorar" a los justos y a los humildes (Sal 14,1-4). Pero Dios existe y lo advierte todo (véase Sal 11,4; 33,13- 15), aunque parezca que no termina nunca de convencerse de la maldad humana -bendita "inocencia" de Dios- y que siempre espera que la cosa no sea tan grave (Sal 14,2). Por eso los que niegan la existencia o la vigilancia de Dios no son más que necios, conclusión que se anticipó al principio del salmo (Sal 14,1). Cuando Dios ponga manos a la obra, que ya lo ha hecho, quedará de manifiesto tal necedad. Entonces aprenderán los que no quieren aprender (Sal 14,4), los que tan seguros estaban en sus opiniones y en sus perversidades e injusticias, y van a temblar de terror, al darse cuenta de la existencia de Dios -que ellos negaban- y de su toma de postura clara a favor de los pobres y de los oprimidos - a los que ellos "devoraban"- (Sal 14,5). Ellos se reían de los planes y la forma de vida de los humildes, considerándolos estúpidos y sin fundamento. La sonrisa se les helará en los labios al descubrir que detrás de esos proyectos estaba Dios, que los humildes podían estar seguros porque su refugio era el mismo Señor (Sal 14,6). Y en eso consiste la verdadera sensatez: buscar a Dios, refugiarse en él y actuar justamente.
En consecuencia, el panorama no es tan sombrío: hay un grupo de hombres, "mi pueblo", que parece identificarse con "los justos" y "los humildes", hombres que "invocan a Dios" -en contraste con los malvados, que lo ignoran (Sal 14,5)-, hombres que practican la verdadera sensatez. ¿Se refiere el salmista sólo a los israelitas, su pueblo, o abarca a todos los hombres, israelitas o no, que sean religiosos y honestos? En el primer caso el salmo estaría estableciendo un contraste entre toda la humanidad, malvada y opresora, y el pueblo de Israel, justo, religioso, humilde y oprimido por los demás pueblos. En el segundo caso la distinción se establece entre los hombres justos y los injustos, tengan la religión y la raza que tengan. Nosotros preferiríamos esta segunda hipótesis, aunque por el último verso (Sal 14,7) parece que se debe preferir la primera.
A veces la intervención de Dios parece retrasarse (véase Sal 13); no es, pues, extraño que el salmista termine con una súplica ferviente por la salvación de Israel y la expresión de su confianza total en que el Señor cambiará la suerte del pueblo, ahora perseguido y vejado, colmándolo de gozo y alegría (Sal 14,7; véase el mismo motivo más desarrollado, en Sal 85,2 y Sal 126,1). [Casa de la Biblia: Comentarios al AT]
Este salmo es idéntico al 53, y ambos tienen el texto muy oscuro y corrompido, en tal forma que no nos sirve una recensión para esclarecer la otra. Quizá ambas dependan de una fuente común que los escribas no han entendido bien y la han transmitido defectuosamente. Para tener un sentido probable de algunos versos, como 4-6, es preciso acudir a reconstrucciones hipotéticas más o menos verosímiles. De ahí que las versiones modernas no coincidan en los detalles.
El salmista se hace eco de una corrupción religiosa y moral que domina descaradamente la sociedad de Su tiempo (1-3), y apostrofa a los sacerdotes, a los que considera como principales responsables de esta luctuosa situación (v.4), lanzando contra ellos una terrible amenaza (5-6); y termina con una súplica a Yahvé para que se restablezca el buen sentido religioso y moral en la sociedad (v.7). La estructura literaria de la composición se asemeja a la del salmo 11: dos estrofas iguales de tres versículos cada una, con una conclusión. Sustancialmente es un poema sapiencial que se cierra con una aspiración mesiánica '. Según el título, la composición es del rey David. Pero, por no mencionarse la idolatría—vicio capital antes del exilio en Israel—, no pocos autores modernos creen que es de época posterior al destierro babilónico. El salmista arremete contra la clase sacerdotal, que tenía especial fuerza después del exilio; pero ya en los tiempos de los profetas de la monarquía los sacerdotes eran desenmascarados por extraviar al pueblo de los caminos tradicionales del yahvismo. [M. García Cordero, Biblia comentada de la BAC]