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El Testigo Fiel
formación, reflexión y amistad en la fe, con una mirada católica ~ en línea desde el 20 de junio de 2003 ~
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Biblia: Los Salmos
Buscador simple (o avanzado)
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Además de elegir en qué campos buscar, hay una diferencia fundamental entre la búsqueda simple y la avanzada, que puede dar resultados completamente distintos: la búsqueda simple busca la expresión literal que se haya puesto en el cuadro, mientras que la búsqueda avanzada descompone la expresión y busca cada una de las palabras (de más de tres letras) que contenga. Por supuesto, esto retorna muchos más resultados que en la primera forma. Por ejemplo, si se busca en la misma base de datos la expresión "Iglesia católica" con el buscador simple, encontrará muchos menos resultados que si se lo busca en el avanzado, porque este último dirá todos los registros donde está la palabra Iglesia, más todos los registros donde está la palabra católica, juntos o separados.

Una forma de limitar los resultados es agregarle un signo + adelante de la palabra, por ejemplo "Iglesia +católica", eso significa que buscará los registros donde estén las dos palabras, aunque pueden estar en cualquier orden.
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en la liturgia: Salmo 15
se utiliza en:
- domingo de la segunda semana: Primeras Vísperas
- jueves: Completas
Comienza en forma de súplica y en seguida desemboca en una profesión de confianza y entrega exclusiva a Dios. Aunque el autor, probablemente, no conoce la vida futura y el premio celeste, la experiencia de la intimidad con Dios le hace romper los límites de la doctrina tradicional y pronuncia fórmulas que quedan disponibles hasta recibir la plenitud de su sentido. Esto sucede en Cristo -según testimonio del Nuevo Testamento (Hch 2,31; 13,55)-, a quien el Padre no permite experimentar la corrupción, sino que lo levanta a su presencia y lo sienta a su derecha. Por Cristo, el cristiano conoce la realidad de la vida celeste, espera en ella, la pregusta en la contemplación: en este horizonte reza el salmo el cristiano con toda su capacidad de sentido. [L. Alonso Schökel]
1 [A media voz. De David.]
Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
2 yo digo al Señor: "Tú eres mi bien".
3 Los dioses y señores de la tierra
no me satisfacen.

4 Multiplican las estatuas
de dioses extraños;
no derramaré sus libaciones con mis manos,
ni tomaré sus nombres en mis labios.

5 El Señor es el lote de mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano:
6 me ha tocado un lote hermoso,
me encanta mi heredad.

7 Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
8 Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.

9 Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
10 Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.

11 Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.
V. 2. Síntesis total: en la alternativa del bien y del mal, Dios es el bien (auténtica ciencia del bien y del mal). Afirmación de fe y de experiencia religiosa: Sólo Dios es bueno, fuente de todos los bienes.
VV. 3-4. Entrega al Señor que excluye todo culto a otros dioses -sacrificio, invocación del nombre-, y excluye también la confianza satisfecha en poderes humanos.
VV. 5-6. En el reparto de la tierra prometida, el levita no obtiene ningún lote, porque el Señor ha de ser su porción y su heredad. Dios mismo ha sorteado los lotes por manos de Josué, moviendo las suertes o nombres en la copa del sorteo.
VV. 7-9. Esta porción entraña una gran intimidad con Dios: aun en privado, "de noche", en experiencia interior y no sólo por cauces oficiales. No sólo en el templo, sino en todo momento siente la presencia y compañía de Dios, fuente de alegría, descanso y serenidad.
VV. 10-11 Desde esta experiencia de intimidad, el autor espera confiado en el futuro. [L. Alonso Schökel]
Los versículos entre [] no se leen en la liturgia

Para el rezo cristiano

Introducción general

El orante de este salmo es un levita que sabe dónde está su tesoro. No en la multiplicidad de los ídolos a cuyo servicio se puede medrar, sino en el Señor de Israel, su único refugio. Le han propuesto las seguridades de dos dioses que valen más que uno (v. 3). Tal vez han acudido al apremio y a la amenaza -lo que explicaría sus insomnios (v. 7) y sus temores (v. 10)-, pero no le satisface. Está contento con la suerte que le ha tocado. El Señor es su riqueza, su parte, su heredad, su religión y sus ritos (vv. 5-4). Desde este ambiente, el sacerdote fiel desgrana sus convicciones íntimas en forma de súplica, de confianza y de entrega exclusiva.

En la celebración comunitaria, este salmo de confianza individual puede ser rezado por un salmista, conforme a la siguiente distribución temática de las estrofas:

-- Plegaria de confianza: "Protégeme... Tú eres mi bien" (vv. 1-2).

-- Rechazo del servicio a los ídolos: "Los dioses... en mis labios" (vv. 3-4).

-- Profesión de confianza en Yahvé: "El Señor es el lote... descansa serena" (vv. 5-11).

A cada una de las estrofas la asamblea responde recitando o cantando el v. 2: "Protégeme, Dios mío; me refugio en Ti".

Cada una de las estrofas anteriormente mencionadas puede ser recitada por un salmista distinto.

Sólo uno es Bueno

¿Qué rodilla no se dobla ante los "santos" y señores de este mundo? El amor a los ídolos, la multiplicación de sus altares, considerarse "propiedad" y "lote" de un dios o intentar la conjunción de Yahvé con Baal, fueron algunas formas de prostitución idolátrica. El salmista es intransigente: su propiedad y su lote es Yahvé. Sólo existe un bien que supera toda ponderación. Uno sólo es Bueno: Dios. A los ojos de Jesús ni siquiera la vida puede retenerse, si es a costa de renunciar al Único. Quien sigue las huellas de Jesús, no puede asociar a Cristo con Belial. Su heredad, la mejor parte, no le será arrebatada. Desterremos los ídolos familiares y sociales que hay entre nosotros.

Las exigencias del amor

El salmista está irrevocablemente adherido a Dios. Su amor se enraíza en el corazón, la profundidad del hombre a la que únicamente Dios llega. Alcanza a la vida concreta manifestada en la carne. Las riquezas, en fin, palidecen al ser cotejadas con el amor. El antiguo mandamiento del amor a Dios con todo el corazón, vida y riquezas, ha hallado un terreno apto para el salmista. Ese mandamiento condensa el programa de vida que acepta Jesús y es propuesto al buen auditor de la Palabra. En torno al amor se articulan la profundidad cordial con sus manifestaciones, la hacienda repartida y también la oblación de la vida. Si "ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad..., la mayor de todas ellas es la caridad" (1 Cor 13,13). Si comprendemos vivencialmente esa fisonomía, podremos experimentar con el salmista la alegría del corazón y el gozo de las entrañas.

La alegría perpetua a la derecha de Dios

Aunque el orante no conozca la vida futura ni el gozo celeste dimanante de la Presencia divina, su experiencia de la intimidad de Dios le lleva a la acuñación de expresiones pregnantes: "No me entregará a la muerte... Me enseñará el sendero de la vida... me saciará de alegría perpetua". El alcance real de esas formulaciones se desvela en Cristo (Hch 2,31; 13,55), a quien el Padre no permitió experimentar la corrupción, sino que lo levantó a su Presencia y lo sentó a su derecha. Nosotros somos testigos de la actuación divina, pregustada en la contemplación y ardientemente esperada. En este horizonte de esperanza, de felicidad consumada, resuena el salmo con notas nuevas.

Resonancias en la vida religiosa

Vocación, fuente de felicidad: Quien ha encontrado en la vida religiosa su auténtica vocación no sufre ningún tipo de desencanto. Porque no nace su vocación de la huida, sino del compromiso humanizador. La lucidez con la que rechazamos la servidumbre de los ídolos y de otros señores de la tierra supone en nosotros renuncia, soledad y hasta amenazas. El Señor fue y sigue siendo el refugio de nuestra vida, el lote de nuestra herencia, lote hermoso y encantador. En Él está la suerte de nuestro porvenir y de nuestra liberación.

Nuestra vocación es fuente de felicidad, de gozo interior, de serenidad. Es como caminar por el sendero de la vida, que conduce a un encuentro más pleno y definitivo con el Padre.

Oraciones sálmicas

Oración I: Tú, Dios nuestro, eres nuestro bien, la parte de nuestra heredad y nuestra copa. Nos ha tocado el lote hermoso de servirte en los asuntos del Señor, y nos encanta nuestra heredad. Instrúyenos en todo momento para que permanezcamos fieles en tu servicio y no busquemos la propia satisfacción adorando a los dioses y señores de la tierra. Te lo pedimos, Padre, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración II: Oh Dios, tenemos siempre presentes los maravillosos gestos de tu amor que constantemente nos dispensas. Tú eres el único que merece ser amado con todo el corazón, más que la vida y por encima de las riquezas; afianza nuestro amor en tu Amor; amándote a ti, el único Bueno, alégrese nuestro corazón y gócense nuestras entrañas, mientras Tú nos sacias del gozo de tu Presencia. Te lo pedimos, Padre, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración III: Quien en ti se refugia, Señor, no queda confundido, porque así como no consentiste que tu Hijo experimentara la corrupción, sino que le saciaste de alegría perpetua a tu derecha, también a nosotros nos enseñas el camino de la vida que conduce hacia ti, Señor, dispensador de vida eterna. Amén.

[Ángel Aparicio y José Cristo Rey García]

Comentario exegético

[Los versículos 2 y 3 son oscuros, y la traducción de los mismos es conjetural, por lo que varía según las versiones. La Biblia de Jerusalén da a este salmo el título de Yahvé, la parte de mi herencia. El salmista ha elegido a Yahvé. El realismo de su fe y las exigencias de su vida mística piden una intimidad indisoluble con él: necesita, pues, escapar a la muerte que le separaría de él. Esperanza imprecisa aún en el AT, que preludia la fe en la resurrección. En el v. 10, hay versiones que traducen fosa (Bibl. Jer.) por corrupción, y su aplicación mesiánica, admitida por el Judaísmo, se ha verificado en la resurrección de Cristo.- Para Nácar-Colunga el título de este salmo es El justo espera en el Señor, aun para después de su muerte. El salmista, tomando la persona del Mesías, ora al Señor y expresa su firme confianza de que le librará del poder de la muerte y le hará conocer los caminos de la vida eterna. Los Apóstoles Pedro y Pablo, en sus discursos, lo citan como vaticinio de la resurrección del Mesías, Cristo (Hch 2,25-32; 13,35-37).]

Ansias de intimidad con Yahvé

Esta composición es una expansión confidencial del alma que encuentra su felicidad en vivir en compañía de Dios, porque Él es la fuente única de todo bien. De aquí se sigue la simpatía por todos los que son fieles a su Dios y la aversión hacia los que se entregan a prácticas idolátricas. Los ídolos, lejos de otorgar la felicidad a los seguidores, son ocasión de grandes perversiones morales, de prácticas crueles e inhumanas, llegando hasta el derramamiento de sangre humana en sus libaciones. Al contrario, el que sigue a Yahvé ha encontrado su porción selecta. El salmista, consciente de este privilegio, tiene, de día y de noche, presente en su mente a su Dios y ansía y espera perpetuar esta intimidad espiritual de vida con su Dios aun por encima de la muerte.

Como los salmos anteriores, también éste es atribuido en el título a David. San Pedro recoge esta tradición y arguye en ese supuesto para probar el sentido mesiánico del salmo (Hch 2,25-32). En realidad, el Apóstol entonces no trataba de dilucidar exegéticamente el problema de la autenticidad crítica del salmo, sino de probar su relación con Cristo, y arguye tomando como base la opinión común recibida. El P. Lagrange dice a este propósito: "No tiene importancia para la argumentación de Pedro que el autor del salmo sea David u otro. Si David ha muerto, con mucha más razón cualquier otro debe sufrir las consecuencias de la muerte, a no ser su Hijo, más grande que él". La Comisión Bíblica, en decreto del 1 de mayo de 1910, mantiene la autenticidad davídica del salmo, basándose en esta cita de San Pedro. Con todo, por razones de crítica interna, no pocos autores, aun del campo católico, creen que el salmo es posterior al exilio babilónico, pues creen encontrar dependencias literarias del profeta Jeremías.

Adhesión del salmista a Yahvé (vv. 1-4). Sustancialmente, la idea central del poema es la de la confianza ciega en Dios. El salmista se acoge a la protección divina como única fuente de felicidad. Por eso lo proclama como Señor único, pues sólo en Él encuentra su dicha. Llevado de esta su vinculación a Dios, sólo le interesan los que están en buenas relaciones con Él, como los santos; en éstos tiene su complacencia, y son en realidad, a su estimación, los verdaderos príncipes y señores de la tierra.

Los autores que suponen que el salmo es de David, creen que el poeta regio expresa su fidelidad a Yahvé y a los suyos en el momento de ser expulsado a tierra de los filisteos (1 Sam 26,19). Esta expatriación forzosa habría de ser una invitación a la apostasía, ya que, en la mentalidad de los antiguos, cada región tenía sus dioses: eius religio cuius et natio. David, al contrario, al salir del territorio de Yahvé, entonaría un himno de adhesión incondicional a Yahvé y a sus seguidores, los santos, llamados tales porque adoran al Santo por excelencia y habitan en la tierra "santificada" por su presencia en el Tabernáculo. Para el salmista, los nobles o príncipes no son los que ocupan altos cargos sociales ni los que tienen bienes de fortuna conforme a la estimación popular, sino los que se amoldan a la vocación de Israel, que debe ser una "nación santa"; por eso, sus componentes -cumplidores de la ley de Dios- son considerados como santos. Esta interpretación es recta en el supuesto de la versión de los vv. 2-3 que hemos adoptado: "Yo dije a Yahvé: "Mi Señor eres tú, no hay dicha para mí fuera de ti". Cuanto a los santos que están en la tierra, "son mis príncipes en los que tengo mi complacencia"".

Pero no son pocos los autores que creen que las palabras "santos" y "príncipes" tienen aquí un sentido despectivo e irónico, por cuanto se aludiría a los apelativos que dan los idólatras a sus ídolos, los dioses cananeos.

El salmista, en todo caso, declara que no quiere participar en los cultos idolátricos, en los que no faltan las libaciones de sangre (v. 4), aludiendo quizá a los sacrificios de seres humanos a los ídolos. Esta alusión a los sacrificios humanos parece avalar la antigüedad de la composición, ya que después del exilio no se daban estos sacrificios humanos en el culto idolátrico en Palestina. Pero quizá la expresión libaciones se refiera a la efusión normal de sangre animal en los sacrificios. En todo caso, el salmista no quiere tomar parte en los actos de culto a los ídolos, ya que no les pueden ayudar en sus necesidades. Por eso no quiere ni nombrarlos: no tomaré sus nombres en mis labios.

Yahvé es la porción selecta del justo (vv. 5-8). El salmista no quiere tomar parte en los cultos idolátricos, porque no tiene más que un Dios, Yahvé, que es la parte de su heredad y su copa (v. 5). La metáfora alude a la distribución de la tierra de Canaán entre las doce tribus. A la de Leví no se le dio extensión territorial, porque su parte o hijuela fue el propio Yahvé. Debía estar dedicada exclusivamente al culto, por pertenecer de un modo especial a Dios, y por eso las otras tribus debían atender al sostén material de sus miembros. Yahvé es, pues, la porción y heredad especial de los levitas y sacerdotes; pero también lo era de Israel, de las almas piadosas. Y el mismo Israel es la heredad de Yahvé. El símil expresa bien la vinculación mutua de Yahvé e Israel.

Una segunda metáfora confirma la idea de que Yahvé es el cáliz o copa del salmista; alusión a la costumbre de dar el padre de familias a beber el cáliz común a sus hijos y huéspedes. Algunos autores creen que se alude a la costumbre de echar suertes en un cáliz o copa. En todo caso, se expresa la alegría del salmista, que se siente privilegiado al poder tener como heredad suya al propio Yahvé, el cual garantiza su lote, es decir, su íntimo bienestar y felicidad. Realmente ha sido afortunado en la distribución, pues las cuerdas cayeron para él en parajes amenos (v. 6). Ahora el símil está calcado en la costumbre de medir con cuerdas las diversas partes para determinar la hijuela de cada miembro de la familia. Él ha sido afortunado, pues su parcela cayó en la parte más feraz del terreno.

Agradecido, el salmista quiere bendecir a Yahvé, que le aconseja y le hace ver que su verdadero bien está en el propio Yahvé, que le ha cabido en suerte; su conciencia le instruye de noche, cuando medita secretamente en el lecho sobre la elección divina sobre él. En las horas tranquilas de la noche es cuando el salmista oye la voz de Dios reflejada en su conciencia.

Consecuencia de esta meditación profunda y secreta sobre su suerte privilegiada es su entrega sin reservas a Yahvé, al que tiene siempre ante su mente; y precisamente en esta su vinculación constante a su Dios está su seguridad inconmovible: no vacilaré (v. 8). Yahvé está siempre a su derecha, protegiéndole contra todo peligro.

El sendero de la vida (vv. 9-11). Este sentimiento de seguridad bajo la protección de Yahvé hace que el justo se entregue a transportes de alegría que penetran todo su ser: el corazón, las entrañas y la carne. Esta triplicidad de términos resalta enfáticamente la gran alegría que embarga al salmista al sentirse bajo la protección divina. Con Él descansa sereno, porque podrá hacer frente a todos los peligros.

Movido de esta confianza, el salmista espera que su Dios no le dejará ir al seol, o región subterránea donde están los difuntos. Espera que su Dios protector le libre del peligro de muerte, de ver la fosa. Esta expresión equivale a morir, ser relegado al sepulcro. Así, fosa y seol son dos términos paralelos para designar la muerte.

El salmista expresa su esperanza de librarse de la muerte por intervención divina, que le enseñará el sendero de la vida (v. 11); es decir, le permitirá vivir en plenitud junto a Él, saciándole de gozo en su presencia y de alegría a su diestra. Los salmistas encuentran su felicidad en vivir en intimidad litúrgica con Yahvé en su templo. Él es el dispensador de toda felicidad, y sólo en vida es posible tener relaciones con Dios, ya que en el seol no se le puede alabar, aunque la región tenebrosa está sometida a su dominio. En sus ansias de felicidad, el salmista aspira a convivir para siempre con su Dios. Quizá en estas frases haya un presentimiento de otra vida en ultratumba en unión con Yahvé, como se declara en el libro de la Sabiduría (3,17s). En Prov 12,28, el "sendero de la vida" es el sendero de la justicia, y, como tal, se contrapone a los caminos que conducen al seol y a la muerte. Creemos que, en la perspectiva del salmo, la antítesis "no está entre esta vida y la otra, sino entre la vida con Dios o sin Dios" (Kirkpatrick).

Carácter mesiánico del salmo. Desde la época apostólica se ha dado a este salmo un sentido marcadamente mesiánico, fundándose en la aplicación que hace San Pedro en su alocución el día de Pentecostés. Efectivamente, el apóstol toma pie de la afirmación del salmista según la versión de los LXX (v. 10: "no permitirás que tu santo vea la corrupción") y ve en ella un anuncio de la resurrección de Jesucristo. Esta esperanza no se cumplió en David, porque murió y no resucitó, luego se cumplió en Jesús, que murió, pero resucitó: "Israelitas, escuchad estas palabras: A Jesús Nazareno (...) Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte; no era posible que ella lo retuviera bajo su dominio, porque David dice de él: "Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas, y mi carne descansa esperanzada. Porque no me entregarás a la muerte, ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia". Hermanos, permitidme hablaros con franqueza: el patriarca David murió y lo enterraron, y conservamos su sepulcro hasta el día de hoy. Pero era profeta y sabía que Dios le había prometido sentar en su trono a un descendiente suyo; cuando dijo que "no lo entregaría a la muerte y que su carne no conocería la corrupción", hablaba del Mesías, previendo su resurrección. Pues bien, Dios resucitó a este Jesús y todos nosotros somos testigos" (Hch 2,24-36). "El significado del Sal 15,8-11 en la interpretación mesiánica de Pedro es el siguiente: el Mesías, durante su permanencia en la tierra, se alegra de su constante unión con Dios y de la protección que él le dispensa sin interrupción. Dios no lo abandonó ni siquiera en medio de los horrores de la muerte. Su cuerpo no cayó en descomposición, y su alma no se vio sujeta a una existencia sombría en el reino de los muertos. Es llamado de nuevo a la vida, y llega a la unión celestial con Dios" (A. Wikenhauser).

San Pablo, en su discurso en la sinagoga de Antioquía de Pisidia, utiliza también el texto para probar la resurrección de Cristo: "Dios resucitó a Jesús de entre los muertos. (...) Por eso dice también en otro lugar: "No dejarás a tu fiel conocer la corrupción". Ahora bien, David, después de haber servido en sus días a los designios de Dios, murió, se reunió con sus padres y experimentó la corrupción. En cambio aquel a quien Dios resucitó, no experimentó la corrupción" (Hch 13,35-37).

Entre los Padres esta interpretación fue común. La Comisión Bíblica, en su decreto de 1 de julio de 1933, mantiene el sentido mesiánico del salmo y su alusión a la resurrección. No determina si ese sentido mesiánico y esa relación del salmo con la resurrección de Cristo se ha de tomar en sentido literal o típico. La dificultad para aplicar los textos del salmo a Cristo en sentido literal individual radica en ciertas expresiones de los vv. 1-7 del mismo salmo, que ciertamente no se pueden poner en labios de Cristo, pues se alude por parte del salmista al miedo de caer en la idolatría y apartarse de Yahvé. Por eso parece más razonable considerar el salmo como mesiánico en sentido típico.

[Maximiliano García Cordero, en la Biblia comentada de la BAC]

De los Santos Padres

Catequesis de Juan Pablo II

1. Tenemos la oportunidad de meditar en un salmo de intensa fuerza espiritual, después de escucharlo y transformarlo en oración. A pesar de las dificultades del texto, que el original hebreo pone de manifiesto sobre todo en los primeros versículos, el salmo 15 es un cántico luminoso, con espíritu místico, como sugiere ya la profesión de fe puesta al inicio: "Mi Señor eres tú; no hay dicha para mí fuera de ti" (v. 2). Así pues, Dios es considerado como el único bien. Por ello, el orante opta por situarse en el ámbito de la comunidad de todos los que son fieles al Señor: "Cuanto a los santos que están en la tierra, son mis príncipes, en los que tengo mi complacencia" (v. 3). Por eso, el salmista rechaza radicalmente la tentación de la idolatría, con sus ritos sanguinarios y sus invocaciones blasfemas (cf. v. 4).

Es una opción neta y decisiva, que parece un eco de la del salmo 72, otro canto de confianza en Dios, conquistada a través de una fuerte y sufrida opción moral: "¿No te tengo a ti en el cielo? Y contigo, ¿qué me importa la tierra? (...) Para mí lo bueno es estar junto a Dios, hacer del Señor mi refugio" (Sal 72, 25.28).

2. El salmo 15 desarrolla dos temas, expresados mediante tres símbolos. Ante todo, el símbolo de la "heredad", término que domina los versículos 5-6. En efecto, se habla de "lote de mi heredad, copa, suerte". Estas palabras se usaban para describir el don de la tierra prometida al pueblo de Israel. Ahora bien, sabemos que la única tribu que no había recibido un lote de tierra era la de los levitas, porque el Señor mismo constituía su heredad. El salmista declara precisamente: "El señor es el lote de mi heredad. (...) Me encanta mi heredad" (Sal 15,5-6). Así pues, da la impresión de que es un sacerdote que proclama la alegría de estar totalmente consagrado al servicio de Dios.

San Agustín comenta: "El salmista no dice: "Oh Dios, dame una heredad. ¿Qué me darás como heredad?", sino que dice: "Todo lo que tú puedes darme fuera de ti, carece de valor. Sé tú mismo mi heredad. A ti es a quien amo". (...) Esperar a Dios de Dios, ser colmado de Dios por Dios. Él te basta, fuera de él nada te puede bastar" (Sermón 334, 3: PL 38, 1469).

3. El segundo tema es el de la comunión perfecta y continua con el Señor. El salmista manifiesta su firme esperanza de ser preservado de la muerte, para permanecer en la intimidad de Dios, la cual ya no es posible en la muerte (cf. Sal 6,6; 87,6). Con todo, sus expresiones no ponen ningún límite a esta preservación; más aún, pueden entenderse en la línea de una victoria sobre la muerte que asegura la intimidad eterna con Dios.

Son dos los símbolos que usa el orante. Ante todo, se evoca el cuerpo: los exégetas nos dicen que en el original hebreo (cf. Sal 15,7-10) se habla de "riñones", símbolo de las pasiones y de la interioridad más profunda; de "diestra", signo de fuerza; de "corazón", sede de la conciencia; incluso, de "hígado", que expresa la emotividad; de "carne", que indica la existencia frágil del hombre; y, por último, de "soplo de vida".

Por consiguiente, se trata de la representación de "todo el ser" de la persona, que no es absorbido y aniquilado en la corrupción del sepulcro (cf. v. 10), sino que se mantiene en la vida plena y feliz con Dios.

4. El segundo símbolo del salmo 15 es el del "camino": "Me enseñarás el sendero de la vida" (v. 11). Es el camino que lleva al "gozo pleno en la presencia" divina, a "la alegría perpetua a la derecha" del Señor. Estas palabras se adaptan perfectamente a una interpretación que ensancha la perspectiva a la esperanza de la comunión con Dios, más allá de la muerte, en la vida eterna.

En este punto, es fácil intuir por qué el Nuevo Testamento asumió el salmo 15 refiriéndolo a la resurrección de Cristo. San Pedro, en su discurso de Pentecostés, cita precisamente la segunda parte de este himno con una luminosa aplicación pascual y cristológica: "Dios resucitó a Jesús de Nazaret, librándole de los dolores de la muerte, pues no era posible que quedase bajo su dominio" (Hch 2,24).

San Pablo, durante su discurso en la sinagoga de Antioquía de Pisidia, se refiere al salmo 15 en el anuncio de la Pascua de Cristo. Desde esta perspectiva, también nosotros lo proclamamos: "No permitirás que tu santo experimente la corrupción. Ahora bien, David, después de haber servido en sus días a los designios de Dios, murió, se reunió con sus padres y experimentó la corrupción. En cambio, aquel a quien Dios resucitó -o sea, Jesucristo-, no experimentó la corrupción" (Hch 13,35-37).

[Audiencia general del Miércoles 28 de julio de 2004]

Catequesis de Benedicto XVI

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