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El Testigo Fiel
formación, reflexión y amistad en la fe, con una mirada católica ~ en línea desde el 20 de junio de 2003 ~
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Biblia: Los Salmos
Buscador simple (o avanzado)
El buscador «simple» permite buscar con rapidez una expresión entre los campos predefinidos de la base de datos. Por ejemplo, en la biblioteca será en título, autor e info, en el santoral en el nombre de santo, en el devocionario, en el título y el texto de la oración, etc. En cada caso, para saber en qué campos busca el buscador simple, basta con desplegar el buscador avanzado, y se mostrarán los campos predefinidos. Pero si quiere hacer una búsqueda simple debe cerrar ese panel que se despliega, porque al abrirlo pasa automáticamente al modo avanzado.

Además de elegir en qué campos buscar, hay una diferencia fundamental entre la búsqueda simple y la avanzada, que puede dar resultados completamente distintos: la búsqueda simple busca la expresión literal que se haya puesto en el cuadro, mientras que la búsqueda avanzada descompone la expresión y busca cada una de las palabras (de más de tres letras) que contenga. Por supuesto, esto retorna muchos más resultados que en la primera forma. Por ejemplo, si se busca en la misma base de datos la expresión "Iglesia católica" con el buscador simple, encontrará muchos menos resultados que si se lo busca en el avanzado, porque este último dirá todos los registros donde está la palabra Iglesia, más todos los registros donde está la palabra católica, juntos o separados.

Una forma de limitar los resultados es agregarle un signo + adelante de la palabra, por ejemplo "Iglesia +católica", eso significa que buscará los registros donde estén las dos palabras, aunque pueden estar en cualquier orden.
La búsqueda admite el uso de comillas normales para buscar palabras y expresiones literales.
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en la liturgia: Salmo 19
se utiliza en:
- martes de la primera semana: Vísperas
Oración por el rey antes de una batalla. Un grupo, que puede ser el pueblo o el ejército, entona una serie de peticiones a favor del rey. Una voz singular anuncia que se cumplirán las peticiones. De nuevo toma la palabra el grupo para afirmar su confianza en el Señor. Concluyen con una petición. El rey es el Ungido del Señor o Mesías, y como tal es tipo del futuro Mesías. Aplicado a Cristo, el lenguaje de la guerra sagrada se convierte en símbolo de batallas espirituales, pues Cristo no invoca al Padre para que le envíe legiones de ángeles. Las imágenes de la batalla pasan más tarde al lenguaje espiritual cristiano, sobre todo de la ascética. [L. Alonso Schökel]
[1 Del maestro de coro. Salmo. De David.]
2 Que te escuche el Señor el día del peligro,
que te sostenga el nombre del Dios de Jacob;
3 que te envíe auxilio desde el santuario,
que te apoye desde el monte Sión.

4 Que se acuerde de todas tus ofrendas,
que le agraden tus sacrificios;
5 que cumpla el deseo de tu corazón,
que dé éxito a todos tus planes.

6 Que podamos celebrar tu victoria
y en el nombre de nuestro Dios alzar estandartes;
que el Señor te conceda todo lo que le pides.

7 Ahora reconozco que el Señor
da la victoria a su Ungido,
que lo ha escuchado desde su santo cielo,
con los prodigios de su mano victoriosa.

8 Unos confían en sus carros,
otros en su caballería;
nosotros invocamos el nombre
del Señor, Dios nuestro.

9 Ellos cayeron derribados,
nosotros nos mantenemos en pie.

10 Señor, da la victoria al rey
y escúchanos cuando te invocamos.
Oración por el rey antes de la batalla.
VV. 2-5. En tiempos antiguos, el Señor peleaba las batallas de su pueblo: era una guerra santa. Más tarde le toca al rey salir delante de las tropas: Dios sigue enviando su auxilio, desde el templo de Sión, sin bajar a la batalla en el arca.
V. 6. La batalla del pueblo sigue luchándose en el nombre de su Dios, porque la salvación todavía está ligada a la existencia y vida histórica del pueblo como tal.
V. 7. A la oración puede seguir el oráculo de respuesta. Aquí sigue la profesión de confianza.
V. 8. Dios, al revelar su nombre, puede ser invocado y responde a la llamada: por eso la invocación del nombre es el arma decisiva en esta guerra sagrada.
V. 10. La conclusión resume la súplica.
[L. Alonso Schökel]
Los versículos entre [] no se leen en la liturgia

Para el rezo cristiano

Introducción general

Cualesquiera que sean las hipótesis que se proponen para explicar el origen del salmo 19, parece claro que el rey y su reinado atraviesan una seria dificultad. Si el himno se ha conservado como plegaria es porque el peligro subsiste, porque Dios continúa prodigando su auxilio y porque con la ayuda del nombre de Dios existen perspectivas de victoria. Estas razones nos proporcionan cuatro claves para rezar cristianamente el presente salmo, que veremos más adelante.

El salmo 19 se compone de dos partes: petición por el rey (vv. 2-6) -parece que fue rezada por un coro (cf. v. 6)- y seguridad de haber sido escuchado (vv. 7-9) -rezada por un individuo (cf. v. 7), que quizá represente a la comunidad-. El último versículo recoge los motivos de ambas partes. Por todo ello, el salmo puede recitarse del modo siguiente:

Asamblea, Petición por el rey: "Que te escuche... todo lo que pides" (vv. 2-6).

Presidente, Seguridad de haber sido escuchado: "Ahora reconozco... nos mantenemos en pie" (vv. 7-9).

Asamblea, Conclusión: "Señor... cuando te invocamos" (v 10).

Súplica ante el peligro

Israel estuvo, a lo largo de casi toda su historia, en una situación de inferioridad con relación a sus vecinos y enemigos. Estos podían gloriarse en su aparato bélico -carros y caballos-; Israel, no. Israel llevó una existencia periclitante que finalizó en el exilio y la opresión. El Hijo de Israel, y Resto Santo del mismo, vio acrecentarse el peligro a lo largo de toda su vida. Una vez acorralado, sus enemigos le pusieron en la cruz y se mofaron de la fe del Crucificado. Una vez más ha sucumbido Israel. ¡Cuántos cristianos, por confesar el nombre del Señor, han experimentado las arremetidas del Mal, del que pedimos ser librados en el Padrenuestro! Supliquemos ahora por todos los cristianos atribulados.

"Dios está aquí"

El Dios a quien se dirige el salmista está presente en su templo. Aquí se unen el cielo y la tierra: "lo escuchaste desde tu santo cielo, desde su fortaleza le salvó su diestra" (cf. 1 R 8). Este templo, sin embargo, era imperfecto, porque el hombre no tenía abierto el acceso a Dios. Por eso, cuando el Verbo de Dios planta su tienda entre nosotros y nos manifiesta la gloria del Padre, el primer templo tenía que desaparecer y ser construido otro nuevo: el templo de su cuerpo. Quienes creen en Cristo son piedras de la nueva construcción. En la Patria definitiva no hay santuario alguno "porque el Señor, Dios todopoderoso y el Cordero, es su santuario" (Ap 21-22). Recemos este salmo conscientes de que nuestro templo es el Dios-con-nosotros.

Nuestro auxilio es el Nombre del Señor

La tradición del Éxodo ha unido la manifestación del nombre de Dios con su actuación en la historia. Yahvé no es una idea ni una potencia mágica, es un poder personal operante en la historia. El desarrollo histórico es una invitación a creer en el YO SOY y, complementariamente, la revelación descubre a Dios como "Aquel en quien hay que creer". Si Cristo es la revelación última del nombre de Dios, de su ser, toda su actuación histórica es una incitación constante a creer en él como el YO SOY. Aquellos que acepten el Nombre-sobre-todo-nombre, que le invoquen, se salvarán. Los cristianos se designan a sí mismos como "los que invocan el nombre del Señor". Tal es la importancia del Nombre, que los cristianos aceptan y confiesan durante su vida que los vencedores lo llevarán grabado en la nueva ciudad (Ap 3,12). Por eso los cristianos comenzamos nuestras acciones diarias en el nombre del Señor y rezamos el presente salmo invocando el nombre del Señor Dios nuestro: Él es nuestro auxilio y fortaleza.

Venga a nosotros tu reino

En el reino esperado e implantado por el Ungido de Dios, todos los enemigos serán aniquilados, mientras que el pueblo gozará de la liberación que sigue a la victoria. Cristo es el Rey definitivo. Personalmente subyugó al enemigo más indomable: la muerte, devorada en la victoria. Él mantiene a todo cristiano "firme e inconmovible" porque le da la victoria. Cuando el ser corruptible que todos llevamos se revista de incorruptibilidad, y el ser mortal de inmortalidad, estaremos dispuestos para participar en el festín de la victoria de Cristo. El rezo de este salmo es una alabanza por la victoria de Cristo, y una petición para que la Iglesia sea escuchada por su actitud reverente, como Cristo lo fue.

Resonancias en la vida religiosa

Marcados por el mesianismo de la cruz: Vivimos en un mundo que confía en sus evidencias científicas, en sus programaciones, en el poder prometeico del hombre y nos dirige un constante desafío. Nuestras vidas son una relativización de esos valores "supremos": desconfiamos de sus evidencias y no nos inclinamos ante sus poderes mesiánicos. Nosotros, religiosos, confiamos en el Nombre del Señor. Una actitud, la nuestra, que no nos ahorra el enfrentamiento con los poderes de este mundo. Nuestras armas, es verdad, suscitan la mofa y la risa: contamos con la debilidad de la pobreza, del celibato, del sacrificio existencial. Son las marcas que ha impreso en nosotros el mesianismo de la cruz: "Cuando el mundo os odie, tened presente que primero me ha odiado a Mí. Si pertenecierais al mundo, el mundo os querría como a cosa suya, pero no le pertenecéis".

Hay en nosotros, no obstante, una irrefrenable esperanza: somos una "comunidad de pobres" habitada por la fuerza del Espíritu, somos Santuario de Dios. Dios actúa en nuestra pobre comunidad y anticipa en ella la victoria final del mesianismo de la cruz. Estamos marcados por el poderoso nombre de Dios, que supera cualquier otro poder intrahistórico y nos lanza a una esperanza operativa y luchadora.

"Señor, da la victoria al rey. Escúchanos cuando te invocamos".

Oraciones sálmicas

Oración I: Señor, Dios nuestro, los poderes de este mundo condenaron a tu Hijo a una muerte afrentosa; sostén a cuantos confían en ti y líbralos de todo mal. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración II: Oh Dios, que en la carne resucitada de tu Hijo levantaste el santuario perfecto en el que todos tenemos cabida, escucha a tu Pueblo desde tu santo templo y muestra una vez más las hazañas de tu mano victoriosa. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración III: Señor Dios, santifica tu nombre entre quienes te invocan; así podremos alzar estandartes y llevar el nombre de los vencedores en la ciudad eterna. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración IV: Al recordar, Dios nuestro, la muerte de tu Hijo y el descenso al lugar de los muertos, celebramos tu victoria. Mantén a tu Iglesia en pie y que también ella sea escuchada por su actitud reverente. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

[Ángel Aparicio y José Cristo Rey García]

Comentario exegético

[La Biblia de Jerusalén da a este salmo el título de Oración por el rey al salir a la guerra. Para Nácar-Colunga el título de este salmo es Deprecación por el rey que va a la guerra.]

Oración por el rey que va a la guerra. Este salmo constituye, con el siguiente, una unidad literaria, pues ambos fueron compuestos con ocasión de una expedición guerrera del rey de Jerusalén contra enemigos extranjeros. En este salmo, el tono es deprecativo, mientras que el salmo 20 tiene el aire de acción de gracias por la victoria. Probablemente ambas piezas son del mismo autor.

El salmo 19 presenta al rey ofreciendo un sacrificio público en el templo antes de marchar al lugar de la batalla, para impetrar su auxilio en el duro trance, como era costumbre en Israel cuando el rey salía a campaña. Mientras el rey ofrece el sacrificio, una voz salida de en medio de la multitud le augura éxitos con la ayuda de Yahvé (vv. 2-5); la multitud responde pidiendo protección y victoria para el rey (v. 6); y éste, o un sacerdote, declara que ha sido aceptado el sacrificio, y que, por tanto, la victoria será segura (vv. 6-8); la multitud se asocia a estas declaraciones y vuelve a impetrar el auxilio divino (v. 10).

Súplica de victoria a Yahvé (vv. 1-6). El salmista pone en boca de la asamblea, reunida en el santuario o templo con motivo de un sacrificio del rey que se dispone a salir en campaña, la manifestación de los mejores augurios para la empresa difícil, no exenta de peligro, que se avecina, el día del peligro, es decir, del choque armado con los ejércitos enemigos. Garantía de la protección divina será el nombre del Dios de Jacob (v. 2). La expresión Dios de Jacob es sinónima muchas veces de "Dios de Israel", pero aquí parece que el salmista alude a la especialísima protección que Dios tuvo sobre el patriarca hebreo cuando su destierro a Aram y, sobre todo, en el lance apurado del encuentro con su hermano airado Esaú (Gn 33,1s). El propio Jacob, cuando volvía enriquecido de Siria, proclamó en Betel: "Vamos a alzar allí un altar al Dios que me oyó en el tiempo del peligro". El salmista piensa ahora en el poder del antiguo Dios de los patriarcas, que ahora tiene su residencia en el santuario o templo de Jerusalén (v. 3). Desde allí ha de salir ahora el auxilio y el apoyo para el guerrero.

Cuando está el rey ofreciendo su holocausto y oblaciones para impetrar la protección (v. 4), es el momento de pedir que le sea grato el sacrificio, de forma que se acuerde de él cuando llegue el momento de dispensar su protección. Las oblaciones eran ofrendas a base de harina, aceite e incienso, mientras que los holocaustos, como su nombre indica, eran sacrificios cruentos en los que se quemaba toda la víctima; por ello eran los más aceptos a Dios. El sacerdote solía quemar sobre el altar parte de la ofrenda de harina; era el memorial o recuerdo en honor de Yahvé. En todo caso, el salmista desea que Yahvé encuentre suculento el sacrificio; expresión primitivista para desear que le sea grato y aceptable.

Supuesta esta aceptación benévola, la asamblea desea para su rey el cumplimiento de sus designios de victoria (v. 5). Seguros del triunfo, la multitud sueña ya con enarbolar la bandera de la victoria cuando vuelva de su expedición militar (v. 6). El rey era el instrumento de Yahvé, como lugarteniente suyo en la sociedad teocrática de Israel; por eso su victoria era la del propio Yahvé.

Confianza en la victoria con la ayuda de Yahvé (vv. 7-10). A los deseos de la multitud, que implora victoria para el rey, una voz oracular anuncia, en nombre de Dios, que la victoria está concedida por Yahvé a su ungido o rey. Como ungido o consagrado por Dios, tiene un particular título a ser oído en los momentos críticos de su vida. Yahvé habita en los cielos, calificados de santos, en cuanto que están "santificados" con su presencia. Todo en derredor de Dios respira santidad. La morada propia del Dios de Israel son los cielos, pero en Jerusalén tiene su morada especial en la tierra, como Señor de su pueblo, especialmente vinculado a Él.

Los gentiles confían en sus carros y en sus caballos, como los egipcios y los asirios; en cambio, la seguridad de Israel está en el nombre de Yahvé (v. 8), que tantas veces los salvó milagrosamente, primero del poder del faraón y después del ejército de Senaquerib. Estos hechos quedaron en la épica religiosa popular de Israel como modelo de la protección de Yahvé sobre su pueblo en los trances más difíciles de su historia. El salmista ahora recuerda que es Yahvé el sostén de Israel, a pesar de que carezca de medios materiales militares como los gentiles.

Basado en la protección dispensada por Dios a su pueblo, se atreve ahora a anunciar la derrota de los enemigos: cayeron derribados, mientras que ellos se mantendrán firmes resistiendo a todo ataque (v. 9). El salmo termina con una invocación en demanda de auxilio para el rey (v. 10).

[Maximiliano García Cordero, en la Biblia comentada de la BAC]

De los Santos Padres

Catequesis de Juan Pablo II

1. La invocación final: "Señor, da la victoria al rey y escúchanos cuando te invocamos" (Sal 19,10), nos revela el origen del salmo 19, que acabamos de escuchar y que meditaremos ahora. Por consiguiente, nos encontramos ante un salmo real del antiguo Israel, proclamado en el templo de Sión durante un rito solemne. En él se invoca la bendición divina sobre el rey principalmente "en el día del peligro" (v. 2), es decir, en el tiempo en que toda la nación es presa de una angustia profunda a causa de la pesadilla de una guerra. En efecto, se evocan los carros y la caballería (cf. v. 8), que parecen avanzar en el horizonte; a ellos el rey y el pueblo contraponen su confianza en el Señor, que defiende a los débiles, a los oprimidos, a las víctimas de la arrogancia de los conquistadores.

Es fácil comprender por qué la tradición cristiana transformó este salmo en un himno a Cristo rey, el "consagrado" por excelencia, "el Mesías" (cf. v. 7). Entra en el mundo sin ejércitos, pero con la fuerza del Espíritu, y lanza el ataque definitivo contra el mal y la prevaricación, contra la prepotencia y el orgullo, contra la mentira y el egoísmo. Resuenan en nuestros oídos, como fondo, las palabras que Cristo pronuncia dirigiéndose a Pilato, emblema del poder imperial terreno: "Sí (...), soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz" (Jn 18,37).

2. Examinando la trama de este salmo, nos percatamos de que revela en filigrana una liturgia celebrada en el templo de Jerusalén. Se encuentra congregada la asamblea de los hijos de Israel, que oran por el rey, jefe de la nación. Más aún, al inicio se vislumbra un rito sacrificial, según el modelo de los diversos sacrificios y holocaustos ofrecidos por el rey al "Dios de Jacob" (Sal 19,2), que no abandona a "su ungido" (v. 7), sino que lo protege y sostiene.

La oración está fuertemente marcada por la convicción de que el Señor es la fuente de la seguridad: realiza el deseo expresado con confianza por el rey y toda la comunidad, a la que el rey está unido por el vínculo de la alianza. Ciertamente, se percibe un clima de guerra, con todos los temores y peligros que suscita. La palabra de Dios no se presenta entonces como un mensaje abstracto, sino como una voz que se adapta a las pequeñas y grandes miserias de la humanidad. Por eso, el salmo refleja el lenguaje militar y el clima que reinan en Israel en tiempo de guerra (cf. v. 6), adaptándose así a los sentimientos del hombre que atraviesa dificultades.

3. En el texto de este salmo, el versículo 7 marca un cambio. Mientras los versículos anteriores expresan implícitamente peticiones dirigidas a Dios (cf. vv. 2-5), el versículo 7 afirma la certeza de que el Señor ha escuchado las oraciones: "Ahora reconozco que el Señor da la victoria a su ungido, que lo ha escuchado desde su santo cielo". El salmo no precisa en qué signo se basa para llegar a esa conclusión.

En cualquier caso, expresa netamente un contraste entre la posición de los enemigos, que cuentan con la fuerza material de sus carros y su caballería, y la posición de los israelitas, que ponen su confianza en Dios y, por eso, salen victoriosos. Se piensa espontáneamente en la célebre escena de David y Goliat: frente a las armas y a la prepotencia del guerrero filisteo, el joven hebreo opone la invocación del nombre del Señor, que protege a los débiles e inermes. En efecto, David dice a Goliat: "Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina, pero yo voy contra ti en nombre del Señor de los ejércitos. (...) El Señor no salva por la espada ni por la lanza, porque del Señor es el combate" (1 Sam 17,45-47).

4. El salmo, a pesar de aludir a una circunstancia histórica concreta, vinculada a la lógica de la guerra, puede convertirse en una invitación a no dejarse arrastrar nunca por la violencia. También Isaías exclamaba: "¡Ay de los que se apoyan en la caballería, y confían en los carros porque abundan y en los jinetes porque son muchos; mas no han puesto su mirada en el Santo de Israel, ni han buscado al Señor" (Is 31,1).

A toda forma de maldad el justo opone la fe, la benevolencia, el perdón, el ofrecimiento de paz. El apóstol san Pablo exhortará a los cristianos: "No devolváis a nadie mal por mal; procurad hacer el bien ante todos los hombres" (Rm 12,17). Y san Eusebio de Cesarea (siglos III-IV), historiador de la Iglesia de los primeros siglos, comentando este salmo, ensanchará su mirada también al mal de la muerte, que el cristiano sabe que puede vencer por obra de Cristo: "Todas las potencias adversas y los enemigos de Dios ocultos e invisibles, puestos en fuga por el mismo Salvador, caerán derrotados. En cambio, todos los que hayan recibido la salvación, resucitarán de su antigua caída. Por eso, Simeón decía: "Este está puesto para caída y resurrección de muchos", es decir, para la derrota de sus adversarios y enemigos, y para la resurrección de los que habían caído pero ahora han sido resucitados por él" (PG 23, 197).

[Audiencia general del Miércoles 10 de marzo de 2004]

Catequesis de Benedicto XVI

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