Introducción general
El salmo 23 es, posiblemente, un formulario litúrgico compuesto para los peregrinos que se dirigen al templo con ocasión de la fiesta de los Tabernáculos. En un primer acercamiento se constata la siguiente composición: una pieza hímnica que alaba al Dios creador, una reflexión sapiencial sobre la integridad del hombre (sólo el justo puede acercarse a Dios) y una nueva composición hímnica cuyo tema es Dios-Rey. Esta división heterogénea adquiere su unidad si consideramos que el Señor del universo y el Dios de la gloria es el Dios que pide integridad a quienes creen en Él.
En la celebración comunitaria, se podría escenificar, del siguiente modo o de otro:
Asamblea, Himno al Creador: "Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe, y todos sus habitantes: él la fundó sobre los mares, él la afianzó sobre los ríos" (vv. 1-2).
Salmista 1º, Cómo acercarse al monte santo: "¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro?" (v. 3).
Presidente, Respuesta: "El hombre de manos inocentes, y puro corazón, que no confía en los ídolos ni jura contra el prójimo en falso. Ése recibirá la bendición del Señor, le hará justicia el Dios de salvación" (vv. 4-5).
Asamblea, Identificación del grupo: "Éste es el grupo que busca al Señor, que viene a tu presencia, Dios de Jacob" (v. 6).
Después de una breve pausa, prosigue la
Asamblea, Interpelación a los "portones": "¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria" (v. 7).
Presidente, Pregunta: "¿Quién es el Rey de la Gloria?" (v. 8a).
Salmista 2°, Respuesta: "El Señor, héroe valeroso; el Señor, héroe de la guerra" (v. 8b-c).
Asamblea, Nueva interpelación: "¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria" (v. 9).
Presidente, Nueva pregunta: "¿Quién es ese Rey de la gloria?" (v. 10a).
Salmista 2°, Nueva respuesta: "El Señor, Dios de los ejércitos. Él es el Rey de la gloria" (vv. 10b-c).
Himno al vencedor de las aguas
Las tumultuosas aguas de los mares y los ríos son potenciales enemigos de lo creado. Pero he aquí que la voz de Dios triunfó sobre las aguas caóticas y echó sólidos fundamentos a la tierra. Es una acción que permite ver en Dios al salvador de su pueblo "ante la furia del opresor" (Is 51,13). ¿Dónde está el furor del opresor? (Is 45,18). Ha sido abatido por Cristo, que holló las aguas, ante cuya voz amainaron los vientos y las olas (Lc 8,24). Mas un río de agua viva brota del trono de Dios y del Cordero. Quienes se postran ante el Señor de los mares podrán beber gratuitamente del manantial del agua de la vida.
"Señor, ¿quién puede acudir a tu templo?"
Si Dios es tan poderoso que pone puertas al océano destructor, ¿no se sentirá el hombre aplastado por una fuerza tan ingente? ¿Quién podrá habitar en el monte de su morada? Sólo quien piensa, habla y obra rectamente con relación a su prójimo pertenece al verdadero Pueblo de Dios. Esto es valedero ante todo para el cristiano que ha de amar a Dios y al prójimo con un mismo e indiviso amor. Quien así ama es auténtico pueblo de Dios y su corazón es tan puro que un día verá a Dios: cuando Dios y el Cordero sean Santuario donde no tienen cabida los "cobardes, los incrédulos, los abominables, los asesinos, los impuros, los hechiceros, los idólatras y todos los embusteros" (Ap 21,8).
¿Quién es el Rey de la gloria?
Dios, victorioso en mil batallas, patentiza su "Yo soy" obrando en la historia. El Pueblo ha de descubrirlo en la historia personal y comunitaria. Descubrirlo, decimos, porque el "Rey de la gloria" pasó tan desapercibido a los ojos de los príncipes de este mundo, que no lo conocieron y lo crucificaron; a pesar de que había hecho su entrada en la capital del Reino con los atavíos monárquicos (Mt 21,5ss). Aún continúa viniendo nuestro soberano: "Rey de reyes y Señor de señores". Su venida y realeza ha iluminado las imágenes del Viejo Testamento. Ahora debemos contemplar el nuevo Templo de Sión, "cuya amplitud llena toda la tierra".
Resonancias en la vida religiosa
¡Somos del Señor!: El recinto sacro de Dios, que nos reveló Jesús, es todo el mundo, allí donde hay "espíritu y verdad". Él está presente y actuante en toda la creación. Todos los hombres le pertenecemos: él nos creó, nos rescató con la sangre de su Hijo. ¡Somos pertenencia de Dios! Y en todo lugar hemos de reconocerlo para vivir en la verdad.
Nosotros, consagrados, estamos llamados a simpatizar existencialmente con el mundo consagrado por la presencia de Dios. Mas también a luchar contra las profanaciones constantes de su presencia. No son profanaciones rituales, culturales, sino vitales: la profanación que emana de la idolatría, del dinero, del sexo, de la libertad y del olvido de que lo que somos y tenemos es del Señor. "En la vida y en la muerte somos del Señor".
Debemos crear ámbitos de transparencia de Dios en nuestro mundo con nuestra capacidad de relativizar lo relativo, ton nuestra búsqueda incesante de Dios. Que los hombres puedan decir de nosotros: "¡Éste es el grupo que busca al Señor!", y nosotros invitemos a los hombres a alzar sus ojos, porque el Señor los visita allí donde están.
Nuestra vida es la confesión de la absoluta trascendencia y soberanía de Dios, que se transparenta en la inmanencia de nuestra historia, de la aparentemente ambigua historia de nuestro mundo.-- [Ángel Aparicio y José Cristo Rey García]
1. El antiguo canto del pueblo de Dios que acabamos de escuchar, resonaba ante el templo de Jerusalén. Para poder descubrir con claridad el hilo conductor que atraviesa este himno es necesario tener muy presentes tres presupuestos fundamentales. El primero atañe a la verdad de la creación: Dios creó el mundo y es su Señor. El segundo se refiere al juicio al que somete a sus criaturas: debemos comparecer ante su presencia y ser interrogados sobre nuestras obras. El tercero es el misterio de la venida de Dios: viene en el cosmos y en la historia, y desea tener libre acceso, para entablar con los hombres una relación de profunda comunión. Un comentarista moderno ha escrito: "Se trata de tres formas elementales de la experiencia de Dios y de la relación con Dios; vivimos por obra de Dios, en presencia de Dios y podemos vivir con Dios" (G. Ebeling, Sobre los Salmos, Brescia 1973, p. 97).
2. A- estos tres presupuestos corresponden las tres partes del salmo 23, que ahora trataremos de profundizar, considerándolas como tres paneles de un tríptico poético y orante. La primera es una breve aclamación al Creador, al cual pertenece la tierra, incluidos sus habitantes (vv. 1-2). Es una especie de profesión de fe en el Señor del cosmos y de la historia. En la antigua visión del mundo, la creación se concebía como una obra arquitectónica: Dios funda la tierra sobre los mares, símbolo de las aguas caóticas y destructoras, signo del límite de las criaturas, condicionadas por la nada y por el mal. La realidad creada está suspendida sobre este abismo, y es la obra creadora y providente de Dios la que la conserva en el ser y en la vida.
3. Desde el horizonte cósmico la perspectiva del salmista se restringe al microcosmos de Sión, "el monte del Señor". Nos encontramos ahora en el segundo cuadro del salmo (vv. 3-6). Estamos ante el templo de Jerusalén. La procesión de los fieles dirige a los custodios de la puerta santa una pregunta de ingreso: "¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro?". Los sacerdotes -como acontece también en algunos otros textos bíblicos llamados por los estudiosos "liturgias de ingreso" (cf. Sal 14; Is 33,14-16; Mi 6,6-8)- responden enumerando las condiciones para poder acceder a la comunión con el Señor en el culto. No se trata de normas meramente rituales y exteriores, que es preciso observar, sino de compromisos morales y existenciales, que es necesario practicar. Es casi un examen de conciencia o un acto penitencial que precede la celebración litúrgica.
4. Son tres las exigencias planteadas por los sacerdotes. Ante todo, es preciso tener "manos inocentes y corazón puro". "Manos" y "corazón" evocan la acción y la intención, es decir, todo el ser del hombre, que se ha de orientar radicalmente hacia Dios y su ley. La segunda exigencia es "no mentir", que en el lenguaje bíblico no sólo remite a la sinceridad, sino sobre todo a la lucha contra la idolatría, pues los ídolos son falsos dioses, es decir, "mentira". Así se reafirma el primer mandamiento del Decálogo, la pureza de la religión y del culto. Por último, se presenta la tercera condición, que atañe a las relaciones con el prójimo: "No jurar contra el prójimo en falso". Como es sabido, en una civilización oral como la del antiguo Israel, la palabra no podía ser instrumento de engaño; por el contrario, era el símbolo de relaciones sociales inspiradas en la justicia y la rectitud.
5. Así llegamos al tercer cuadro, que describe indirectamente el ingreso festivo de los fieles en el templo para encontrarse con el Señor (vv. 7-10). En un sugestivo juego de llamamientos, preguntas y respuestas, se presenta la revelación progresiva de Dios, marcada por tres títulos solemnes: "Rey de la gloria; Señor valeroso, héroe de la guerra; y Señor de los ejércitos". A las puertas del templo de Sión, personificadas, se las invita a alzar los dinteles para acoger al Señor que va a tomar posesión de su casa.
El escenario triunfal, descrito por el salmo en este tercer cuadro poético, ha sido utilizado por la liturgia cristiana de Oriente y Occidente para recordar tanto el victorioso descenso de Cristo a los infiernos, del que habla la primera carta de san Pedro (cf. 1 Pe 3,19), como la gloriosa ascensión del Señor resucitado al cielo (cf. Hch 1,9-10). El mismo salmo se sigue cantando, en coros que se alternan, en la liturgia bizantina la noche de Pascua, tal como lo utilizaba la liturgia romana al final de la procesión de Ramos, el segundo domingo de Pasión. La solemne liturgia de la apertura de la Puerta santa durante la inauguración del Año jubilar nos permitió revivir con intensa emoción interior los mismos sentimientos que experimentó el salmista al cruzar el umbral del antiguo templo de Sión.
6. El último título: "Señor de los ejércitos", no tiene, como podría parecer a primera vista, un carácter marcial, aunque no excluye una referencia a los ejércitos de Israel. Por el contrario, entraña un valor cósmico: el Señor, que está a punto de encontrarse con la humanidad dentro del espacio restringido del santuario de Sión, es el Creador, que tiene como ejército todas las estrellas del cielo, es decir, todas las criaturas del universo, que le obedecen. En el libro del profeta Baruc se lee: "Brillan las estrellas en su puesto de guardia, llenas de alegría; las llama él y dicen: "Aquí estamos". Y brillan alegres para su Hacedor" (Ba 3,34-35). El Dios infinito, todopoderoso y eterno, se adapta a la criatura humana, se le acerca para encontrarse con ella, escucharla y entrar en comunión con ella. Y la liturgia es la expresión de este encuentro en la fe, en el diálogo y en el amor.
[Audiencia general del Miércoles 20 de junio de 2001]