Introducción general
El salmo 31 es el segundo de los siete salmos penitenciales, y ¡con justicia!, porque al margen de lo episódico -de la enfermedad de la que es liberado el salmista (vv. 3-4)-, el salmo no se mueve entre la enfermedad y su curación, sino entre el pecado y el perdón. El principal pecado que confiesa el salmista es haber silenciado su propio pecado (v. 3), o no reconocerse pecador. Con su proceder pretendía engañar a Dios, y se falseaba a sí mismo. Confesado el pecado (sin contornos personales en el salmo), experimenta la alegría derivada de la misericordia de Dios. En este sentimiento se mueve prácticamente el lenguaje del salmo. Por eso es valedero para el hombre de todos los tiempos.
El rezo de este salmo de acción de gracias, con elementos sapienciales, puede hacerse de la siguiente forma: las enseñanzas pueden correr a cargo de la asamblea, mientras la acción de gracias es ejecutada por un individuo:
Asamblea, Elogio del perdón: "Dichoso el que está absuelto... no le apunta el delito" (vv. 1-2).
Salmista, De la desgracia a la felicidad: "Mientras callé... mi culpa y mi pecado" (vv. 3-5).
Asamblea, Exhortación sapiencial: "Por eso, que todo fiel... la misericordia lo rodea" (vv. 6-10).
Presidente, Invitación a la alabanza: "Alegraos, justos... los de corazón sincero" (v. 11).
¿Encubriremos el pecado?
Desde la comisión del primer pecado, la tendencia del hombre es cubrirse. Es lo que hizo el salmista, cuando Dios pide la desnudez ante Él, porque es Dios mismo quien quiere recubrirnos. ¿Seremos capaces de soportar la desnudez ante Dios? Es Dios quien nos imputa la justicia independientemente de las obras. En virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, se nos ha mostrado la justicia de Dios pasando por alto los pecados. Ahora viste con el mejor vestido al hijo que retorna a casa, apenas haya reconocido éste su pecado. Si decimos "no hemos pecado", su Palabra no está en nosotros. Si, por el contrario, reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es Dios para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia (1 Jn 1,9-10).
La liberación de la angustia
La imagen de las aguas caudalosas, destructoras del hombre cuando el pecado alcanzó altas cotas(Gn 6,5), traduce plásticamente la angustia vital. ¿Por qué permanecer angustiados? Hay un tiempo favorable en que Dios escucha. "Ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación" (2 Cor 6,2). Un tiempo apto para la conversión de todos y para el perdón de los pecados. El salmista perdonado, una vez que "se volvió" a Dios, fue liberado de sus angustias y rodeado de cantos de liberación. Su experiencia es valedera para los demás. Tanto más ahora, cuando tenemos uno que aboga ante el Padre por nosotros: Jesucristo, el justo. Él es nuestro canto eterno de liberación, si lavamos y blanqueamos nuestras túnicas en la sangre del Cordero (A 7, 14).
La alegría que nace del dolor
El salmo es, ante todo, una acción de gracias. Si en la hora de la composición el salmista rebosa de alegría, antes ha pasado por la noche del dolor. Entre ambos extremos media la consideración (vv. 3-5). Dolor y alegría desbordante son los términos que delimitan el camino de Aquel que no conoció el pecado, pero a quien Dios hizo pecado por nosotros. Con nuestra carne de pecado, Él tomó sobre sí todo el sufrimiento humano. Por lo cual Dios le exaltó y le colmó del gozo de su presencia. Cuantos antes éramos ovejas errantes, podemos volver al pastor y guardián de nuestras almas, como volvieron los discípulos dispersos por el escándalo de la cruz. Con nuestra vuelta experimentaremos la alegría proclamada por Pablo. Que el Dios de la esperanza nos colme de gozo y paz en nuestra fe (Rm 15,13).
Resonancias en la vida religiosa
La gratuidad que nos vigoriza: La progresiva pérdida de la experiencia de Dios comporta una creciente pérdida de la conciencia del pecado. La comprensión del hombre como ser autónomo, dueño de su destino, emancipado, implica en muchos casos actitudes de autojustificación, por las cuales no se acepta ser juzgado por otro juez que la propia conciencia y por las que se instaura una autosuficiencia en la consecución de los proyectos. Dios y sus mediaciones devienen entonces instancias que reducen el ámbito de la autonomía y se desprecia toda intervención puramente "graciosa", porque desvalorizaría la dignidad de la libertad humana.
Por eso callamos, no reconocemos nuestro pecado, no suplicamos ni dejamos dominar nuestro brío libertario; de ahí esa condición inquieta, penosa, estéril, que muchas veces nos ahoga.
El salmista nos invita a confesar y reconocer nuestro pecado; esa situación impotente en la que el hombre detecta su contingencia y su lucha inconsistente contra el Misterio fascinante que le penetra y rodea. Reconocernos pecadores, no encubrir nuestro delito, experimentar la terrible condición del culpable, es la posibilidad de experimentar la Gracia misericordiosa de Dios, que perdona y vigoriza al hombre. Sólo la Gracia, manifestada en Cristo Jesús, muerto y resucitado, perdona al mundo, justifica a los hombres, crea una nueva humanidad.
Oraciones sálmicas
Oración I: Dios clementísimo, que has mostrado tu justicia pasando por alto nuestros pecados antiguos. Nosotros, pecadores, no queremos encubrirte nuestro delito; pero Tú vístenos con la túnica del hijo que retorna, para que, alegres, podamos gozar de la dicha de quien está absuelto de su culpa, a quien Tú, Señor, no le apuntas el delito. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Oración II: Padre de bondad, mientras callamos nuestro pecado se consumían nuestros huesos rugiendo todo el día. En este día de clemencia, en el que Jesucristo el justo intercede por nosotros, no permitas que nos alcance la crecida de las aguas caudalosas, sino perdona nuestra culpa y nuestro pecado, porque Tú eres nuestro refugio y nos rodeas con cantos de liberación. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Oración III: Tú has querido, Padre santo, que tu Hijo soportara nuestras dolencias, y cargado con nuestros pecados subiera al leño, para que todos nosotros retornáramos al pastor y guardián de nuestras almas; fija tus ojos en nosotros y rodéanos de tu misericordia, Dios de la esperanza, hasta que el gozo y la paz que proceden de ti lleguen a ser un cántico de liberación cumplida. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
[Ángel Aparicio y José Cristo Rey García]
[La Biblia de Jerusalén da a este salmo el título de El reconocimiento del pecado obtiene el perdón. Se trata de un poema didáctico, cuyas dos partes, vv. 1-7 y 8-11, de ritmo distinto, se corresponden. Es uno de los así llamados Salmos penitenciales. Para Nácar-Colunga el título de este salmo es Confesión de los pecados y acción de gracias por el perdón. Composición lírico-didáctica que canta la felicidad del pecador que ha conseguido la reconciliación con Dios por el arrepentimiento y la confesión de sus pecados. No dice dichoso quien ha logrado expiar sus pecados a fuerza de holocaustos y sacrificios, sino quien ha obtenido la misericordia del Señor, el cual echará en olvido sus pecados. San Pablo cita este pasaje en Rm 4,7-8.]
Esta composición lírico-didáctica gira en torno a la felicidad del pecador que ha logrado la amistad con Dios por la confesión y reconocimiento de sus pecados. Castigado por Dios a causa de una falta grave, el salmista declara que, al decidirse a confesarlo ante Él, se sintió liberado bajo la protección de su Dios. El hombre no debe dejarse llevar de la insensatez y estulticia, como las bestias, en el camino de la vida, porque la justicia divina castiga inexorablemente al impío. Al contrario, su misericordia será la corona del que se dirige por sus caminos de sabiduría. El salmo, por tanto, es, además de una acción de gracias por el perdón otorgado, una lección de sabiduría.
Según el título, el salmo es de David; los autores que mantienen la paternidad davídica de la composición creen que fue redactado después del pecado de adulterio cometido con Betsabé y del asesinato de Urías (2 Sam 11). El Profeta Rey tardó en reconocer su pecado, pero, gracias a la intervención del profeta Natán, midió el alcance de su tropelía.
En la liturgia de la Iglesia, este salmo es el segundo de los llamados "penitenciales".
Introducción sapiencial (vv. 1-2). El Salterio se abre deseando albricias al hombre recto que camina por el camino de Yahvé, sin tomar parte en las asambleas de los pecadores (Sal 1). El salmo 31 llama dichoso al pecador que ha logrado recuperar la amistad divina por el perdón de sus pecados. Puesto que "no hay hombre que no peque" (1 Re 8,46), este segundo movimiento de penitencia en el corazón humano es totalmente necesario para rehabilitarse en los senderos de la vida. El salmista llama dichosos a los que han logrado que sus pecados fueran borrados por Dios. Las palabras empleadas para indicar las faltas no son sinónimas, sino que tienen matices concretos. La condonación de las faltas está expresada también con términos que se repiten para resaltar la virtud perdonadora de Dios. San Pablo citará éstos versos para probar que la remisión de los pecados, la justificación, es un don gratuito de Dios, fruto de su misericordia y no de la Ley mosaica (Rm 4,7-8).
Confesión y perdón (vv. 3-5). El sufrimiento y la enfermedad han servido para abrir los ojos al salmista y concentrarse, reconociendo así sus debilidades y transgresiones. Según la mentalidad del A.T., las enfermedades eran consecuencia de pecados perpetrados más o menos conscientemente. Tocado por la mano de Yahvé, que pesaba sobre él -sin duda enviándole una grave enfermedad-, empezó a pensar en los posibles pecados que le hubieran acarreado tal desventura. Al principio se sentía reacio a reconocer sus faltas pasarlas, y, así, mientras callaba, la enfermedad seguía avanzando, y sus huesos se consumían mientras él gemía día y noche (v. 3); pero, al no sentir compunción por sus pecados, estos gemidos no le servían de nada. Debilitado constantemente, su vigor, su savia juvenil de primavera se fue convirtiendo en sequedad de estío fruto seco, al consumirse por la fiebre.
Pasada esta primera situación recalcitrante, el salmista piensa profundamente sobre su situación, y decide reconocer y confesar sus pecados, que pudieran ser causa de su enfermedad. Reconocido y confesado su pecado con sinceridad, al punto siente que se le ha perdonado, lo que representa el principio de su rehabilitación física y espiritual. Dios acoge siempre al corazón contrito y arrepentido.
Yahvé, refugio del justo angustiado (vv. 6-7). La lección del salmista tendrá repercusión en los fieles piadosos, pues de él aprenderán a confesar a tiempo su pecado, reconociendo sus infidelidades y culpabilidad; de este modo se verán libres del desbordamiento de las aguas caudalosas que amenacen anegarles, es decir, del peligro de muerte, bajo cualquier forma que se presente. Este símil es corriente en la literatura sapiencial para reflejar la situación apurada en determinados momentos graves de la vida; el que confiese sus pecados se verá a salvo de la inundación de muchas aguas, pues, apegado a Yahvé, se hallará como en roca inaccesible. Los fieles piadosos sabrán así invocar a Yahvé en el tiempo propicio de su manifestación benevolente y perdonadora. El salmista se apropia estas consideraciones y proclama a Yahvé como refugio suyo en los momentos de angustia, pues cambia las situaciones de peligro en momentos de triunfo, en los que no faltan los cantos de liberación o de gozo por la salvación conseguida gracias a su protección.
El camino de la sabiduría (vv. 8-11). Los vv. 8-9 parecen ser los consejos de un sabio a su discípulo, que han sido insertados en el salmo, y en ellos se trata de hacer ver que el camino de la impiedad lleva a la desazón, mientras que la fidelidad a Yahvé le trae los beneficios de su piedad (v. 10). El que se empeñe en seguir sus caminos alejado de Dios, será como las bestias, sin entendimiento, a las que hay que embridar con el freno para sujetar su ímpetu. Dios se encargará de domarlos por el sufrimiento y la desgracia, para que, arrepentidos, se acerquen a Él (v. 9). El impío tendrá que seguir la senda del dolor, mientras que el que confía en Yahvé se verá cercado, no del castigo y sufrimiento -medios que utiliza Dios para volverlos al buen camino, tirándoles del freno y de la brida, como a los animales-, sino de la benevolencia y piedad divinas (v. 10).
El salmo se cierra con una invitación para que todos los rectos de corazón se alegren con la liberación del justo de su situación angustiada. Este v. 11 tiene un aire de interpelación litúrgica en la asamblea de los fieles en el templo, para que éstos se percaten de los caminos secretos de la Providencia, que por la confesión de los pecados otorga el perdón y devuelve a los pecadores la amistad divina.
[Extraído de Maximiliano García Cordero, en la Biblia comentada de la BAC]
1. "Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado". Esta bienaventuranza, con la que comienza el salmo 31, nos hace comprender inmediatamente por qué la tradición cristiana lo incluyó en la serie de los siete salmos penitenciales. Después de la doble bienaventuranza inicial (cf. vv. 1-2), no encontramos una reflexión genérica sobre el pecado y el perdón, sino el testimonio personal de un convertido.
La composición del Salmo es, más bien, compleja: después del testimonio personal (cf. vv. 3-5) vienen dos versículos que hablan de peligro, de oración y de salvación (cf. vv. 6-7); luego, una promesa divina de consejo (cf. v. 8) y una advertencia (cf. v. 9); por último, un dicho sapiencial antitético (cf. v. 10) y una invitación a alegrarse en el Señor (cf. v. 11).
2. Nos limitamos ahora a comentar algunos elementos de esta composición. Ante todo, el orante describe su dolorosísima situación de conciencia cuando "callaba" (cf. v. 3): habiendo cometido culpas graves, no tenía el valor de confesar a Dios sus pecados. Era un tormento interior terrible, descrito con imágenes impresionantes. Sus huesos casi se consumían por una fiebre desecante, el ardor febril mermaba su vigor, disolviéndolo; y él gemía sin cesar. El pecador sentía que sobre él pesaba la mano de Dios, consciente de que Dios no es indiferente ante el mal perpetrado por su criatura, porque él es el custodio de la justicia y de la verdad.
3. El pecador, que ya no puede resistir, ha decidido confesar su culpa con una declaración valiente, que parece anticipar la del hijo pródigo de la parábola de Jesús (cf. Lc 15,18). En efecto, ha dicho, con sinceridad de corazón: "Confesaré al Señor mi culpa". Son pocas palabras, pero que brotan de la conciencia; Dios responde a ellas inmediatamente con un perdón generoso (cf. Sal 31,5).
El profeta Jeremías refería esta llamada de Dios: "Vuelve, Israel apóstata, dice el Señor; no estará airado mi semblante contra vosotros, porque soy piadoso, dice el Señor. No guardo rencor para siempre. Tan sólo reconoce tu culpa, pues has sido infiel al Señor tu Dios" (Jr 3,12-13).
De este modo, delante de "todo fiel" arrepentido y perdonado se abre un horizonte de seguridad, de confianza y de paz, a pesar de las pruebas de la vida (cf. Sal 31,6-7). Puede volver el tiempo de la angustia, pero la crecida de las aguas caudalosas del miedo no prevalecerá, porque el Señor llevará a su fiel a un lugar seguro: "Tú eres mi refugio: me libras del peligro, me rodeas de cantos de liberación" (v. 7).
4. En ese momento, toma la palabra el Señor y promete guiar al pecador ya convertido. En efecto, no basta haber sido purificados; es preciso, luego, avanzar por el camino recto. Por eso, como en el libro de Isaías (cf. Is 30,21), el Señor promete: "Te enseñaré el camino que has de seguir" (Sal 31,8) e invita a la docilidad. La llamada se hace apremiante, sazonada con un poco de ironía mediante la llamativa imagen del caballo y del mulo, símbolos de obstinación (cf. v. 9). En efecto, la verdadera sabiduría lleva a la conversión, renunciando al vicio y venciendo su oscura fuerza de atracción. Pero lleva, sobre todo, a gozar de la paz que brota de haber sido liberados y perdonados.
San Pablo, en la carta a los Romanos, se refiere explícitamente al inicio de este salmo para celebrar la gracia liberadora de Cristo (cf. Rm 4,6-8). Podríamos aplicarlo al sacramento de la reconciliación. En él, a la luz del Salmo, se experimenta la conciencia del pecado, a menudo ofuscada en nuestros días, y a la vez la alegría del perdón. En vez del binomio "delito-castigo" tenemos el binomio "delito-perdón", porque el Señor es un Dios "que perdona la iniquidad, la rebeldía y el pecado" (Ex 34,7).
5. San Cirilo de Jerusalén (siglo IV) utilizó el salmo 31 para enseñar a los catecúmenos la profunda renovación del bautismo, purificación radical de todo pecado (Procatequesis n. 15). También él ensalzó, a través de las palabras del salmista, la misericordia divina. Con sus palabras concluimos nuestra catequesis: "Dios es misericordioso y no escatima su perdón. (...) El cúmulo de tus pecados no superará la grandeza de la misericordia de Dios; la gravedad de tus heridas no superará la habilidad del supremo Médico, con tal de que te abandones a él con confianza. Manifiesta al Médico tu enfermedad, y háblale con las palabras que dijo David: "Reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado". Así obtendrás que se hagan realidad estas otras palabras: "Tú has perdonado la maldad de mi corazón"" (Le catechesi, Roma 1993, pp. 52-53).
[Audiencia general del Miércoles 19 de mayo de 2004]