Introducción general
Es sugerente y no improbable la hipótesis que aplica S. Mowinckel a este salmo. En el fondo de la acción de gracias por la salud recobrada, el salmo presenta indicios de ser un sortilegio. El salmista atribuye el origen de su enfermedad a un pecado grave cometido (cf. v. 5), pero la persistencia de la misma es consecuencia de los deseos de sus enemigos (vv. 6ss), quienes pudieron razonar así: "Este hombre ha pecado, por eso Dios le juzga; precipitemos su muerte con palabras que acaben con él". No creen en el perdón, que no tiene cabida en la magia. La grandeza del salmista consiste en creer en el perdón, en rechazar el veredicto de la gente y en huir del ámbito de la hechicería. ¿No deberá preguntarse la Iglesia por su fe en el perdón?
Este salmo de acción de gracias por la liberación obtenida está compuesto, formalmente, de elementos sapienciales (vv. 2-4) y otros propios de una lamentación: exposición de una necesidad (vv. 5-11), que es escuchada (vv. 12-13). Se cierra el salmo con una doxología con la que concluye el libro primero del salterio (v 14). Teniendo esto en cuenta, el salmo podría rezarse de la siguiente forma:
Asamblea, Bienaventuranza a los misericordiosos: "Dichoso el que cuida... los dolores de su enfermedad" (vv. 2-4).
Salmista 1.º, Exposición de la necesidad y petición: "Yo dije... les dé su merecido" (vv. 5-11).
Salmista 2.º, Confianza de ser escuchado: "En esto conozco... siempre en tu presencia" (vv. 12-13).
Asamblea, Doxología final: "Bendito el Señor... Amén, amén" (v. 14).
Dichosos los misericordiosos
Al principio impersonal del salmo, que cita la norma ética, se opone una praxis personal: quienes rodean al pobre y desvalido no cuidan de él; incluso el amigo desea su muerte. Una conducta en neta oposición evangélica. Si Jesús es el Sumo sacerdote misericordioso, nada extraña que sus preferidos fueran los pobres, que los pecadores hallaran en él un amigo, que no temiera frecuentarlos. Jesús es el rostro del "Padre de las misericordias", que exige a los discípulos la difícil tarea de ser misericordiosos como el Padre es misericordioso (Lc 6,36). En esta tarea entra el prójimo que encuentro en el camino y también quien me ha ofendido, porque Dios ha tenido misericordia conmigo (cf. Mt 18,32,s). Quien asume esta tarea merece la bienaventuranza evangélica: "Dichosos los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia" (Mt 5,7).
La enfermedad del abandono
Nuestro salmista, como Job, como tantos otros, proclama el dolor de su enfermedad física y la enfermedad moral de abandono, más dolorosa que aquélla. Jesús ha sufrido la misma enfermedad al ser traicionado por quien comía su pan (Jn 13,18) o ser negado por Pedro, y al dispersarse el resto de sus apóstoles. A diferencia del salmista, el abandono de Jesús tiene mayor intensidad. El salmista acaricia este sentimiento: "El Señor me mantiene siempre en su presencia" (Sal 40,13); Jesús, por el contrario, es el abandonado y maldito de Dios (Gál 3,13). Si el salmista rompe el sortilegio de los enemigos por la confianza en Dios, Jesús nos coloca bajo el signo de la bendición. En adelante ya no rechaza, sino que atrae; no dispersa, sino que unifica. Camino de la absoluta supresión de la maldición, el cristiano se siente impulsado a bendecir a quienes le maldicen, porque ya no está enfermo de abandono.
A quién debemos temer verdaderamente
El salmista no se mueve en un clima halagüeño. Enemigos abiertos y enmascarados acechan su caída y la de su casa. Sólo un punto es fijo: su confianza en Dios. Tampoco Jesús que sufrió en un viernes como hoy, gozó de un clima propicio: la incrédula Jerusalén, los invitados indiferentes o insolentes, los viñadores homicidas, tantas higueras estériles, los perseguidores por herencia como los escribas y los fariseos y cuantos en la hora de su muerte pretendían minarle su confianza en Dios. No obstante, Jesús muere con una oración de confianza en sus labios. Sólo a Dios hay que temer: es el único que puede perdernos totalmente y el único que nos saca del peligro mortal. Si en el mundo hemos de tener tribulaciones por el hecho de ser cristianos, alegrémonos porque nuestra recompensa será grande en el cielo. Ahora oremos por los cristianos incomprendidos y perseguidos.
Resonancias en la vida religiosa
Amor martirial que identifica con los pobres: El proyecto de nuestra pobreza religiosa se define ante todo como opción por los pobres. No pretendemos sin más vivir con lo imprescindible, ni demostrar la capacidad de despojo del hombre, sino que, movidos por el amor del Espíritu, difundido en nuestros corazones, nos acercamos a los pobres, compartimos su mismo destino, convivimos su misma vida y luchamos por conseguir la plenitud a la que todos estamos llamados.
Seremos bienaventurados cuando cuidemos del pobre y desvalido. Gozaremos de la presencia salvadora del Señor cuando, contagiados de pobreza y humillación, recaigan sobre nosotros las enfermedades, las persecuciones y las amenazas de muerte que se ciernen sobre nuestros hermanos, los empobrecidos y oprimidos. Encontraremos la confianza del Padre que nos ama y nos mantendremos en pie delante de Él sin sonrojarnos, incluso cuando quienes están a nuestro lado nos traicionen -como Judas a Jesús- y sean cómplices de nuestra condenación.
El amor que identifica con los pobres es martirial y nos impele a recorrer el mismo camino que penosamente Jesús recorrió.
Oraciones sálmicas
Oración I: Padre misericordioso, que nos has manifestado la anchura de tu amor en Jesucristo el Señor, amigo de los pecadores, y de esta forma tienes misericordia con nosotros; danos entrañas de clemencia para que sepamos cuidar del pobre y desvalido; así seremos dichosos en la tierra y alcanzaremos la eterna bienaventuranza que concedes a los misericordiosos. Te lo pedimos, Padre, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Oración II: Tú quisiste, Dios nuestro, que tu Hijo Jesucristo experimentara el abandono y la maldición que pesaba sobre nosotros, para que nosotros entráramos en la bendición; ten misericordia de nosotros porque hemos pecado contra ti; y, porque has suprimido definitivamente la maldición, haz que bendigamos a quienes nos maldicen, ya que tú, Señor, nos mantienes siempre en tu presencia. Te lo pedimos, Padre, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Oración III: Tú eres, Señor, el único que nos saca del peligro mortal, el único amigo leal; mira benévolamente a quienes sufren por confesar el nombre de Cristo; no permitas que el enemigo triunfe de ellos, sino consérvales la salud y mantén su paciencia con la esperanza de que su recompensa será grande en los cielos. Te lo pedimos, Padre, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
[Ángel Aparicio y José Cristo Rey García]
El último salmo de la primera colección empieza por una bienaventuranza, que es proyección de una experiencia personal al plano de la categoría. El caso particular se generaliza y el género acoge el caso. Es ejemplo típico de súplica de un enfermo. Lo peculiar de este caso es que el enfermo es un hombre caritativo que solía ocuparse de los pobres; en atención a ello, espera que Dios se ocupe ahora de él. El cuerpo de la súplica (5-14) está contenido en la inclusión de la primera persona.
Enfermedad y hostilidad. Es llamativo que en el salterio el enfermo grave no provoca sentimientos de compasión. Los rivales del orante parecen estar esperando la enfermedad para desatarse, y aun los amigos flaquean en la coyuntura. ¿Es convención del género o está condicionado por creencias y costumbres de la época? La medicina de entonces no disponía de medios. Más fácilmente se curaban las heridas que las enfermedades. El Levítico diagnostica, no trata la dolencia. El enfermo puede ser una carga para la familia, una amenaza de contagio. El enfermo ha sido "tocado" por Dios o castigado por una culpa.
Pues bien, las rivalidades y enemistades latentes o patentes en aquella sociedad parecen excitarse cuando el rival o enemigo ha caído enfermo: lo que deseaban y estaban esperando; sin que ellos se manchen las manos, Dios se encarga de él. Se hace una visita de cortesía disimulando, otros son los comentarios en la calle. Si el paciente no los escucha, los imagina. Y no puede defenderse: tamben él se siente tocado por Dios. Por si fuera poco, incluso los amigos se acobardan, se dejan llevar de comentarios malignos.
En tal situacón de desolada soledad, al enfermo no le queda más que dirigirse a Dios, recordándole sus obras de beneficencia. Sano y restablecido, podrá darles su merecido a los rivales, que no han logrado cantar triunfo. [L. Alonso Schökel]
1. Un motivo que nos impulsa a comprender y amar el salmo 40, que acabamos de escuchar, es el hecho de que Jesús mismo lo citó: "No me refiero a todos vosotros; yo conozco a los que he elegido; pero tiene que cumplirse la Escritura: "El que come mi pan ha alzado contra mí su talón"" (Jn 13,18).
Es la última noche de su vida terrena y Jesús, en el Cenáculo, está a punto de ofrecer el bocado del huésped a Judas, el traidor. Su pensamiento va a esa frase del salmo, que en realidad es la súplica de un enfermo, abandonado por sus amigos. En esa antigua plegaria Cristo encuentra sentimientos y palabras para expresar su profunda tristeza.
Nosotros, ahora, trataremos de seguir e iluminar toda la trama de este salmo, que afloró a los labios de una persona que ciertamente sufría por su enfermedad, pero sobre todo por la cruel ironía de sus "enemigos" (cf. Sal 40,6-9) e incluso por la traición de un "amigo" (cf. v. 10).
2. El salmo 40 comienza con una bienaventuranza, que tiene como destinatario al amigo verdadero, al que "cuida del pobre y desvalido": será recompensado por el Señor en el día de su sufrimiento, cuando esté postrado "en el lecho del dolor" (cf. vv. 2-4).
Sin embargo, el núcleo de la súplica se encuentra en la parte sucesiva, donde toma la palabra el enfermo (cf. vv. 5-10). Inicia su discurso pidiendo perdón a Dios, de acuerdo con la tradicional concepción del Antiguo Testamento, según la cual a todo dolor correspondía una culpa: "Señor, ten misericordia, sáname, porque he pecado contra ti" (v. 5; cf. Sal 37). Para el antiguo judío la enfermedad era una llamada a la conciencia para impulsar a la conversión.
Aunque se trate de una visión superada por Cristo, Revelador definitivo (cf. Jn 9,1-3), el sufrimiento en sí mismo puede encerrar un valor secreto y convertirse en senda de purificación, de liberación interior y de enriquecimiento del alma. Invita a vencer la superficialidad, la vanidad, el egoísmo, el pecado, y a abandonarse más intensamente a Dios y a su voluntad salvadora.
3. En este momento entran en escena los malvados, los que han venido a visitar al enfermo, no para consolarlo, sino para atacarlo (cf. vv. 6-9). Sus palabras son duras y hieren el corazón del orante, que experimenta una maldad despiadada. Esa misma situación la experimentarán muchos pobres humillados, condenados a estar solos y a sentirse una carga pesada incluso para sus familiares. Y si de vez en cuando escuchan palabras de consuelo, perciben inmediatamente en ellas un tono de falsedad e hipocresía.
Más aún, como decíamos, el orante experimenta la indiferencia y la dureza incluso de sus amigos (cf. v. 10), que se transforman en personajes hostiles y odiosos. El salmista les aplica el gesto de "alzar contra él su talón", es decir, el acto amenazador de quien está a punto de pisotear a un vencido o el impulso del jinete que espolea a su caballo con el talón para que pisotee a su adversario.
Es profunda la amargura cuando quien nos hiere es "el amigo" en quien confiábamos, llamado literalmente en hebreo "el hombre de la paz". El pensamiento va espontáneamente a los amigos de Job que, de compañeros de vida, se transforman en presencias indiferentes y hostiles (cf. Jb 19,1-6). En nuestro orante resuena la voz de una multitud de personas olvidadas y humilladas en su enfermedad y debilidad, incluso por parte de quienes deberían sostenerlas.
4. Con todo, la plegaria del salmo 40 no concluye con este fondo oscuro. El orante está seguro de que Dios se hará presente, revelando una vez más su amor (cf. vv. 11-14). Será él quien sostendrá y tomará entre sus brazos al enfermo, el cual volverá a "estar en la presencia" de su Señor (v. 13), o sea, según el lenguaje bíblico, a revivir la experiencia de la liturgia en el templo.
Así pues, el salmo, marcado por el dolor, termina con un rayo de luz y esperanza. Desde esta perspectiva se logra entender por qué san Ambrosio, comentando la bienaventuranza inicial (cf. v. 2), vio proféticamente en ella una invitación a meditar en la pasión salvadora de Cristo, que lleva a la resurrección. En efecto, ese Padre de la Iglesia, sugiere introducirse así en la lectura del salmo: "Bienaventurado el que piensa en la miseria y en la pobreza de Cristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por nosotros. Rico en su reino, pobre en la carne, porque tomó sobre sí esta carne de pobres. (...) Así pues, no sufrió en la riqueza, sino en nuestra pobreza. Por consiguiente, no sufrió la plenitud de la divinidad, (...) sino la carne. (...) Trata, pues, de comprender el sentido de la pobreza de Cristo, si quieres ser rico. Trata de comprender el sentido de su debilidad, si quieres obtener la salud. Trata de comprender el sentido de su cruz, si no quieres avergonzarte de ella; el sentido de su herida, si quieres curar las tuyas; el sentido de su muerte, si quieres conseguir la vida eterna; el sentido de su sepultura, si quieres encontrar la resurrección" (Commento a dodici salmi: Saemo, VIII, Milán-Roma 1980, pp. 39-41).
[Audiencia general del Miércoles 2 de junio de 2004]