"Tengo siempre delante mi deshonra,
y la vergüenza me cubre la cara
al oír insultos e injurias,
al ver a mi rival y a mi enemigo."
Es decir, por la voz de los que me injurian y me echan en cara el crimen de adorarte y confesarte; de los que me echan en cara el crimen de aquel nombre por el que me son borrados todos mis delitos. Por la voz del que recrimina y vitupera, es decir, del que habla contra mí. Por la presencia del enemigo y del perseguidor. ¿Qué sentido tiene esto? Las cosas que se narraron como pasadas, no se cumplen en nosotros; las que se esperan como futuras, no aparecen todavía. Las pasadas son haber sacado al pueblo con gran gloria tuya de Egipto, haberle llevado a través de las naciones, estableciéndole en reino después de expulsar a las gentes. Las futuras son sacar de este Egipto del mundo al pueblo, teniendo a Cristo por caudillo apareciendo en su gloria, condenar a los perversos con el diablo al fuego eterno y recibir el reino eternamente de Cristo con sus santos. Estas son cosas futuras, aquéllas pasadas. Y en medio, ¿qué hay? Tribulaciones. ¿Para qué? Para que el alma que adora a Dios manifieste cuánto le adore; para que se vea si adora gratis a Aquel de quien recibe la salud gratuitamente.
Si Dios te dice: ¿Qué me diste para crearte? Pues si, ciertamente hecho, mereciste algo de mí, no lo mereciste antes de hacerte. ¿Qué contestaremos a Aquel que primeramente nos creó gratuitamente por ser bueno, no porque hubiésemos merecido algo nosotros? Además, ¿qué hemos de decir del segundo nacimiento, esto es, de la reparación? ¿Por ventura se debe a nuestros méritos que el Señor nos enviase aquella Salud perpetua? No hay tal cosa. Si nuestros méritos hubiesen influido algo, hubiera venido a condenarnos. No vino a inspeccionar los méritos, sino a perdonarnos los pecados. No existías, y fuiste hecho. ¿Qué diste a Dios? Fuiste malo, y has sido librado. ¿Qué diste a Dios? ¿Qué cosa no has recibido gratuitamente de él? Con razón se llama gracia, porque se da gratuitamente. Luego de ti se exige que le adores gratuitamente a El; no porque dé cosas temporales, sino porque ofrece las eternas.
Pero atiende a las cosas eternas, no sea que pienses mal de ellas, y, pensando carnalmente, no adores gratuitamente a Dios. ¿Pues qué? Si adoras a Dios porque te dio un espacio de tierra, ¿no le adorarás también porque te le quitó? Quizá tú dices: Le adoro porque me dará una quinta eterna. Con todo, aún le adoras con mente depravada, pues no le adoras con amor puro, aún ansías recompensa. Quieres tener en la vida futura las cosas que necesariamente dejarás aquí; quieres cambiar el deseo carnal, mas no destruirle. No se alaba el ayuno en aquel que reserva el estómago para una orgía. Algunas veces son invitados los hombres a un banquete y, queriendo asistir a él con hambre, ayunan. ¿Acaso ha de reputarse este ayuno como ayuno de mortificación y no más bien de sibaritismo? Luego no esperes que Dios te ha de dar lo que aquí te manda que desprecies. Estas cosas esperaban los judíos; por eso se hallaban desorientados en esta cuestión. Ellos esperan la resurrección, pero creen que han de resucitar para gozar de los placeres corporales que aman aquí. Por eso, cuando se les proponía por los saduceos, que no creían en la resurrección, aquella cuestión sobre la mujer que se había casado sucesivamente con siete hermanos, al preguntarles de quién de ellos sería esposa en la resurrección, claudicaban y no podían responder. Por el contrario, cuando le fue propuesta al Señor esta cuestión, como no se nos promete la resurrección en la que se busquen o reclamen los placeres de este género, sino la resurrección en la que se proporcionarán gozos eternos dimanados de Dios mismo. [San Agustín: Enarraciones]