Introducción general
"El salmo 64 es un canto de alabanza que interpreta el sentimiento colectivo. Parte de Sión o del seno del pueblo, en el lugar desde donde Yahvé despliega su poder y reparte sus bienes. Es reconocimiento de una deuda de alabanza y gratitud. Esto es el primer verso; todo el resto del salmo continúa en ese tono de alabanza, especificando los motivos": perdón y acogida en su presencia; alabanza por el dominio y guía en el cosmos y en la historia, por todos los bienes de la tierra. Cada uno de estos motivos es una razón más de alabanza (A. González Núñez).
Como himno, puede salmodiarse al unísono. Tal vez, puede recitarse a tres coros, teniendo en cuenta la división estrófica: Dios misericordioso habita en Sión: "Oh Dios... los dones sagrados de tu templo" (vv. 2-5). La acción creadora de Dios: "Con portentos de justicia... las llenas de júbilo" (vv. 6-9). El dispensador de la fertilidad: "Tú cuidas la tierra... que aclaman y cantan" (vv. 10-14).
Himno a Dios que habita en Sión
La oración personal de Salomón abunda en el motivo de la audición y perdón que Dios concede desde su santo Templo. Sus ojos están realmente abiertos desde el lugar del que dijo "en él estará mi nombre". Merced al templo y a Dios que habita en él, Sión es "Villa-leal", "Ciudad de Justicia". La Sión cristiana es tanto más digna de alabanza por cuanto que ya no cabe duda sobre la posibilidad de habitar Dios con los hombres. El pueblo cristiano tiene muy cerca de sí al Dios que invoca, está en medio de nosotros. Ha levantado su tienda en medio de nuestro campamento. Si el delito nos abruma o nos sofoca el pecado, podemos dirigirnos a Cristo por haber sido tentado en todo igual que nosotros. Por consiguiente, es digno, justo y necesario, es nuestro deber y salvación entonar un himno a nuestro Dios, que habita en Sión.
Perseverad en la acción de gracias
El salmista tiene muy buenos motivos para dar gracias a Dios: el perdón, la cercanía divina, el señorío de Dios sobre lo creado, su intervención en la historia y la prodigalidad de una buena cosecha, todo esto viene de Dios y remite a Dios. La acción de gracias es hija de un espíritu bien nacido. Dar gracias a Dios por haberle escuchado, alabarle por revelarse a los pequeños, bendecirle por hacer crecer el pan, el vino y el aceite, y proclamar "la acción de gracias" sobre el pan y el vino son actos que dimensionan la amorosa gratitud de Jesús para con su Padre. De entre los muchos dones que de la merced divina hemos recibido, le alabamos y bendecimos por el pan del cielo, sustentador de la vida verdadera y anticipo del pan que se sirve en el Reino consumado. Perseveramos en "la acción de gracias". Agradecemos a nuestro buen Padre el pan eucarístico.
Las islas esperan
Quienes retornan del destierro se saciarán de los bienes de la casa de Dios (Sal 64,5). Tras ese grupo elegido y cercano hay un lento pero decidido caminar de multitudes. Vienen de las islas remotas. Su guía es Aquel que hace temblar los confines de la tierra y gritar de alegría el Oriente y el Ocaso. Hay un hervor de multitudes que vienen a Sión. A su paso, la metáfora agrícola adquiere valor humano: "Alzad los ojos y ved los campos que blanquean ya para la siega" (Jn 4,35). Son multitudes que claman y cantan, uniendo su júbilo al del sembrador y al del segador. Ya ha explotado la alegría de la cosecha. Nos la auguramos muy buena, porque la primicia, Cristo, es una excelente gavilla. Otros muchos han seguido al primero, mientras el resto espera con júbilo en el corazón.
Resonancias en la vida religiosa
¡Adoremos el misterio santo de Dios!: Dios se ha manifestado en Jesús de Nazaret, su Templo: sobrecogedoramente en la cruz, de forma entusiasta en la resurrección, seductora en la sencillez y profundidad de su vida terrestre. "¡Oh Dios, tú mereces un himno!" Quien se acerca a este Templo, quien sigue, temeroso y fascinado, las huellas de Jesús, es dichoso.
Adoremos el misterio santo de Dios, que a través del Espíritu de su Hijo resucitado ha re-creado todas las cosas, ha instaurando un nuevo orden universal y ha recapitulado rodas las cosas y todos los hombres en Cristo. Ante el signo del Hijo del Hombre, constituido en juez de la humanidad, se sobrecogerán todas las naciones y los fieles quedarán saturados de júbilo.
Adoremos el misterio santo de Dios, que fertiliza nuestra tierra y llena de júbilo la creación entera. Adoremos el misterio santo de Dios nosotros, los religiosos, que seguimos a Jesús en el modo de vida histórico que asumió; adorémoslo en la fraternidad armónica de nuestra comunidad, en la misión evangelizadora y reconciliadora que nos constituye, en el marco sacramental del universo que nos inspira. "¡Oh Dios, tú mereces un himno!".-- [Ángel Aparicio y José Cristo Rey García]
1. Nuestro recorrido a través de los salmos de la Liturgia de las Horas nos conduce ahora a un himno que nos conquista sobre todo por el admirable cuadro primaveral de la última parte (cf. Sal 64,10-14), una escena llena de lozanía, esmaltada de colores, llena de voces de alegría.
En realidad, la estructura del salmo 64 es más amplia, fruto de la mezcla de dos tonalidades diferentes: ante todo, resalta el tema histórico del perdón de los pecados y la acogida en Dios (cf. vv. 2-5); luego, se alude al tema cósmico de la acción de Dios con respecto a los mares y los montes (cf. vv. 6-9a); por último, se desarrolla la descripción de la primavera (cf. vv. 9b-14): en el soleado y árido panorama del Oriente Próximo, la lluvia que fecunda es la expresión de la fidelidad del Señor hacia la creación (cf. Sal 103, 13-16). Para la Biblia, la creación es la sede de la humanidad y el pecado es un atentado contra el orden y la perfección del mundo. Por consiguiente, la conversión y el perdón devuelven integridad y armonía al cosmos.
2. En la primera parte del salmo nos hallamos dentro del templo de Sión. A él acude el pueblo con su cúmulo de miserias morales, para invocar la liberación del mal (cf. Sal 64,2-4a). Una vez obtenida la absolución de las culpas, los fieles se sienten huéspedes de Dios, cercanos a él, listos para ser admitidos a su mesa y a participar en la fiesta de la intimidad divina (cf. vv. 4b-5).
Luego, al Señor que se yergue en el templo se le representa con un aspecto glorioso y cósmico. En efecto, se dice que él es la "esperanza de todos los confines de la tierra y de los mares lejanos; (...) afianza los montes con su fuerza (...); reprime el estruendo del mar, el estruendo de las olas (...); los habitantes del extremo del orbe se sobrecogen ante sus signos", desde oriente hasta occidente (vv. 6-9).
3. Dentro de esta celebración de Dios creador encontramos un acontecimiento que quisiéramos subrayar: el Señor logra dominar y acallar incluso el estruendo de las aguas del mar, que en la Biblia son el símbolo del caos, opuesto al orden de la creación (cf. Jb 38,8-11). Se trata de un modo de exaltar la victoria divina no sólo sobre la nada, sino también sobre el mal: por ese motivo al "estruendo del mar" y al "estruendo de las olas" se asocia también "el tumulto de los pueblos" (cf. Sal 64,8), es decir, la rebelión de los soberbios.
San Agustín comenta acertadamente: "El mar es figura del mundo presente: amargo por su salinidad, agitado por tempestades, donde los hombres, con su avidez perversa y desordenada, son como peces que se devoran los unos a los otros. Mirad este mar malvado, este mar amargo, cruel con sus olas... No nos comportemos así, hermanos, porque el Señor es la esperanza de todos los confines de la tierra" (Expositio in Psalmos II, Roma 1990, p. 475).
La conclusión que el salmo nos sugiere es fácil: el Dios que elimina el caos y el mal del mundo y de la historia puede vencer y perdonar la maldad y el pecado que el orante lleva dentro de sí y presenta en el templo, con la certeza de la purificación divina.
4. En este punto entran en escena las demás aguas: las de la vida y de la fecundidad, que en primavera riegan la tierra e idealmente representan la vida nueva del fiel perdonado. Los versículos finales del Salmo (cf. Sal 64,10-14), como decíamos, son de gran belleza y significado. Dios colma la sed de la tierra agrietada por la aridez y el hielo invernal, regándola con la lluvia. El Señor es como un agricultor (cf. Jn 15,1), que hace crecer el grano y hace brotar la hierba con su trabajo. Prepara el terreno, riega los surcos, iguala los terrones, ablanda todo su campo con el agua.
El salmista usa diez verbos para describir esta acción amorosa del Creador con respecto a la tierra, que se transfigura en una especie de criatura viva. En efecto, todo "grita y canta de alegría" (cf. Sal 64,14). A este propósito son sugestivos también los tres verbos vinculados al símbolo del vestido: "las colinas se orlan de alegría, las praderas se cubren de rebaños, y los valles se visten de mieses que aclaman y cantan" (vv. 13-14). Es la imagen de una pradera salpicada con la blancura de las ovejas; las colinas se orlan tal vez con las viñas, signo de júbilo por su producto, el vino, que "alegra el corazón del hombre" (Sal 103,15); los valles se visten con el manto dorado de las mieses. El versículo 12 evoca también la corona, que podría inducir a pensar en las guirnaldas de los banquetes festivos, puestas en la cabeza de los convidados (cf. Is 28,1.5).
5. Todas las criaturas juntas, casi como en una procesión, se dirigen a su Creador y soberano, danzando y cantando, alabando y orando. Una vez más la naturaleza se transforma en un signo elocuente de la acción divina; es una página abierta a todos, dispuesta a manifestar el mensaje inscrito en ella por el Creador, porque "de la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor" (Sb 13,5; cf. Rm 1,20). Contemplación teológica e inspiración poética se funden en esta lírica y se convierten en adoración y alabanza.
Pero el encuentro más intenso, al que mira el Salmista con todo su cántico, es el que une creación y redención. Como la tierra en primavera resurge por la acción del Creador, así el hombre renace de su pecado por la acción del Redentor. Creación e historia están de ese modo bajo la mirada providente y salvífica del Señor, que domina las aguas tumultuosas y destructoras, y da el agua que purifica, fecunda y sacia la sed. En efecto, el Señor "sana los corazones destrozados, venda sus heridas", pero también "cubre el cielo de nubes, prepara la lluvia para la tierra y hace brotar hierba en los montes" (Sal 146,3.8).
El salmo se convierte, así, en un canto a la gracia divina. También san Agustín, comentando nuestro salmo, recuerda este don trascendente y único: "El Señor Dios te dice en el corazón: Yo soy tu riqueza. No te importe lo que promete el mundo, sino lo que promete el Creador del mundo. Está atento a lo que Dios te promete, si observas la justicia; y desprecia lo que te promete el hombre para alejarte de la justicia. Así pues, no te importe lo que el mundo promete. Más bien, considera lo que promete el Creador del mundo" (Expositio in Psalmos II, Roma 1990, p. 481).
[Audiencia general del Miércoles 6 de marzo de 2002]