Introducción general
La Pascua judía es la síntesis de todas las festividades religiosas de Israel. Es el momento de la formación del pueblo porque es el momento de la epifanía de Yahweh. Por Pascua se entiende todo el arco temporal, geográfico, histórico y teológico que va de Egipto a la Tierra, de la esclavitud a la libertad, del Faraón a Yahweh, mediante el paso por el desierto. Hacia este acontecimiento denso retornó constantemente el alma israelita, como lo hace ahora el autor del salmo 113, en época post-deuteronomista, con la intención de alumbrar el futuro con la clara luz del pasado.
El salmo 113-A es un himno compuesto, al parecer, de cuatro estrofas. Como himno puede ser proclamado al unísono, o bien recitado a dos coros siguiendo la distribución del oficio. Si se le acompaña de alguna aclamación entusiasta hecha por todos ("Por ti, Patria esperada"... u otra), se puede asignar la recitación de cada estrofa a un salmista distinto.
Ambigüedad de los poderes terrenos
Quizá ninguna nación con la que se relacionó Israel manifieste mejor la ambigüedad del poder terreno que Egipto. Nación acogedora para los trashumantes y proscritos, pero también una tentación fácil para gente sin ideal. Imperio pagado en su fuerza y opresor de los demás. Tierra culta, pero también idólatra. Egipto es símbolo del poder de la carne, opuesto al poder del Espíritu, opuesto a Dios. Para crear el nuevo pueblo, Dios tiene que llamar a su hijo de Egipto e introducirlo en Israel. Quien sale de Egipto estima mayor riqueza los oprobios de Cristo que los tesoros de Egipto (Hb 11,26).
Transformación de lo creado
Cuando Dios se manifiesta, todo lo creado acusa su presencia. Así sucedió en la teofanía que configuró a Israel como pueblo de Dios (Ex 19,16). Algo parecido prevé el profeta para los días del retorno (Is 42,15). Mientras, los evangelistas ponen cuidado en anotar cómo se inclina la naturaleza ante Jesús, el pionero del éxodo definitivo. A su voz se calman y acallan las aguas del lago, y las montañas tiemblan en el momento de su muerte y de su resurrección. Cuando nuestra tierra sea posesión completa de Dios -con la aparición de los nuevos cielos y de la tierra nueva- habrán desaparecido los poderes destructores, y lo creado saltará de alegría ante la presencia de Dios. Ahora demos gracias a Dios que nos da en posesión una tierra excelsa.
Quien tenga sed que beba
El desierto tiene un sentido dual: lugar de la experiencia de Dios y ocasión de tentación. En Meribá surge la gran tentación: "¿Está Yahweh con nosotros o no?". Si está, que lo demuestre de una forma concreta, que nos ahorre la vida dándonos agua de beber. Situado en parecida coyuntura, Jesús prefiere afirmar el valor divino por encima de la vida. El Padre tuvo en cuenta esta heroica entrega e hizo que de su costado brotaran raudales de agua para el nuevo pueblo. Desde entonces y para siempre quien tenga sed puede acercarse a Jesús porque de su seno corren ríos de agua viva. Él es la roca espiritual que acompaña a los creyentes mientras es tiempo de éxodo.
Resonancias en la vida religiosa
Poder de Dios en nuestra frágil comunidad: El santuario de Dios en un pueblo en éxodo es el mismo pueblo, las comunidades que lo constituyen. Nosotros, comunidad de la Iglesia peregrina, gozamos de la presencia magnífica de Dios. Por ello las fronteras carcelarias del odio, de la violencia, se estremecen y retiran de nosotros. El poder de Dios en nuestra frágil comunidad conmueve los cimientos de la tierra y convierte los corazones más obstinados. Nuestra misión goza de la garantía de un futuro victorioso, avalado por la presencia del Espíritu del Señor.
Expresemos, en continuidad de fe con nuestros antepasados, la confianza en la liberación total y el compromiso de anticipar con nuestro esfuerzo la presencia poderosa de Dios entre nosotros y en nuestro mundo.
Oraciones sálmicas
Oración I: Dios, Padre Santo, que al sacarnos del Egipto opresor y pecaminoso nos has mostrado una riqueza mayor escondida en Cristo; concede al pueblo por ti rescatado que no ponga su confianza en el dinero, en el prestigio o en el mero esfuerzo humano, sino en tu Santo Espíritu, que nos ha convertido en tu santuario y en tu dominio. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Oración II: Te bendecimos y te alabamos, Padre nuestro, porque ante tu presencia huyó el mar y saltaron los montes, mientras a nosotros, hijos de ira, nos hiciste pasar por las aguas del bautismo dándonos la verdadera libertad; aumenta en nosotros la alegría de ser hijos tuyos, hasta que un día entremos en la Tierra, amasada en la carne de Cristo, y te alabemos alborozadamente con todo lo creado. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Oración III: Padre de nuestro Señor Jesucristo, de cuyo costado abierto hiciste brotar ríos de agua; derrama sobre nosotros tu Espíritu vivificante para que suspiremos y seamos saciados por las aguas que saltan hasta la vida eterna. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.[Ángel Aparicio y José Cristo Rey García]
[La Biblia de Jerusalén da a este salmo el título de Himno Pascual. Para Nácar-Colunga el título de este salmo es El Señor es el Dios único, protector de Israel.]
El salmo 113 A canta las maravillas del éxodo, y puede considerarse como un himno pascual. De estilo vigoroso y fresco, tiene todos los visos de ser arcaico y anterior al exilio babilónico. Al menos nada en él insinúa una época tardía de composición. Los portentos de Yahvé en la liberación de Israel de la esclavitud faraónica son tema de la épica popular hebrea desde los primeros tiempos de su vida nacional. Probablemente el salmo actual es sólo un fragmento de un himno más largo en el que se cantaban las providencias de Yahvé en favor de su pueblo en los momentos de nacer, como pueblo organizado, entre las naciones.
Las maravillas del éxodo (vv. 1-8). Israel como nación, y como teocracia vinculada a Yahvé, surgió al ser liberado de Egipto, su opresor. En virtud de esta prodigiosa liberación, el pueblo hebreo se convirtió en propiedad exclusiva de Yahvé, para el que Israel es el "primogénito" entre los pueblos. En virtud de esta elección, Judá -símbolo de todas las tribus por surgir de ella el rey David, en cuya dinastía se canalizaron las promesas mesiánicas- se convirtió en santuario de Yahvé. Allí, en su capital de Jerusalén, en su templo, estableció Yahvé su morada permanente en la tierra.
Después el salmista alude a los portentos de Yahvé en favor de su pueblo, y en primer lugar al paso milagroso del mar Rojo: el mar, al ver a Yahvé dirigiendo a su pueblo, huyó despavorido, dejando paso a los israelitas, y el mismo Jordán se echó atrás, secándose su cauce para que pasaran los protegidos de Yahvé. Las personificaciones del poeta son bellísimas. Así, presenta a los montes dando saltos de júbilo o de estremecimiento ante la presencia de la majestad divina, y a los collados retozando como corderos. El símil parece aludir a las conmociones cósmicas que acompañaron a la promulgación de la Ley en el Sinaí. En el salmo 28 se presenta al Líbano saltando como un ternero al sentir la presencia majestuosa de Yahvé, que se manifiesta en la tempestad. El poeta pregunta ahora -supuestas las admirables y audaces prosopopeyas empleadas- por qué los montes, que son el símbolo de la estabilidad e inmovilidad, se vieron obligados a obrar contra su modo de ser natural, conmoviéndose y estremeciéndose en loca agitación; y al Jordán le interroga por su curso antinatural, al volverse atrás (v. 5). Estas bellas interpelaciones resaltan más el poder omnímodo de Yahvé, que cambia las leyes naturales a su voluntad en beneficio del pueblo elegido.
La explicación de estas anomalías radica en la proximidad de la majestad divina, ante la cual la tierra debe temblar sobrecogida de tanta grandeza y poderío. El salmista apostrofa por ello a la tierra para que con sus sacudidas y temblores siga manifestando su adoración y reverencia ante el Omnipotente, como en otro tiempo temblaron las cimas del Sinaí. Pero el Ser todopoderoso no es sólo el Señor de las fuerzas de la naturaleza, sino que es el Dios de Jacob, pues se ha vinculado históricamente con un pacto y unas promesas con el patriarca y su descendencia. Por ello ha obrado milagros en favor de su pueblo cuando éste estaba sediento en las estepas de Rafidim y en los secarrales de Cades. Los portentos de los tiempos del desierto quedaron en la épica popular hebrea como los mejores exponentes de la predilección de Yahvé por su pueblo.
[Maximiliano García Cordero, en la Biblia comentada de la BAC]
1. El canto alegre y triunfal que acabamos de proclamar evoca el éxodo de Israel de la opresión de los egipcios. El salmo 113 A forma parte de la colección que la tradición judía ha llamado el "Hallel egipcio". Se trata de los salmos 112-117, una especie de fascículo de cantos, usados sobre todo en la liturgia judía de la Pascua.
El cristianismo asumió el salmo 113 A con la misma connotación pascual, pero abriéndolo a la nueva lectura que deriva de la resurrección de Cristo. Por eso, el éxodo que celebra el salmo se convierte en figura de otra liberación más radical y universal. Dante, en la Divina Comedia, pone este himno, según la versión latina de la Vulgata, en labios de las almas del Purgatorio: "In exitu Israel de Aegypto / cantaban todos juntos a una voz..." (Purgatorio II, 46-47). O sea, ve en el salmo el canto de la espera y de la esperanza de quienes, después de la purificación de todo pecado, se orientan hacia la meta última de la comunión con Dios en el paraíso.
2. Sigamos ahora la trama temática y espiritual de esta breve composición orante. Al inicio (cf. vv. 1-2) se evoca el éxodo de Israel desde la opresión egipcia hasta el ingreso en la tierra prometida, que es el "santuario" de Dios, o sea, el lugar de su presencia en medio del pueblo. Más aún, la tierra y el pueblo se funden: Judá e Israel, términos con los que se designaba tanto la tierra santa como el pueblo elegido, se consideran como sede de la presencia del Señor, su propiedad y heredad especial (cf. Ex 19,5-6).
Después de esta descripción teológica de uno de los elementos de fe fundamentales del Antiguo Testamento, es decir, la proclamación de las maravillas de Dios en favor de su pueblo, el salmista profundiza espiritual y simbólicamente en los acontecimientos que las constituyen.
3. El Mar Rojo del éxodo de Egipto y el Jordán del ingreso en la Tierra santa están personificados y transformados en testigos e instrumentos que participan en la liberación realizada por el Señor (cf. Sal 113A, 3.5).
Al inicio, en el éxodo, el mar se retira para permitir que Israel pase y, al final de la marcha por el desierto, el Jordán remonta su curso, dejando seco su lecho para permitir que pase la procesión de los hijos de Israel (cf. Jos 3-4). En el centro, se evoca la experiencia del Sinaí: ahora son los montes los que participan en la gran revelación divina, que se realiza en sus cimas. Semejantes a criaturas vivas, como los carneros y los corderos, saltan de gozo. Con una vivísima personificación, el salmista pregunta entonces a los montes y las colinas cuál es el motivo de su conmoción: "¿Por qué vosotros, montes, saltáis como carneros, y vosotras, colinas, como corderos?" (Sal 113A, 6). No se refiere su respuesta; se da indirectamente por medio de una orden dirigida en seguida a la tierra: "Tiembla, tierra, ante la faz del Señor" (v. 7). La conmoción de los montes y las colinas era, por consiguiente, un estremecimiento de adoración ante el Señor, Dios de Israel, un acto de exaltación gloriosa del Dios trascendente y salvador.
4. Este es el tema de la parte final del salmo 113A (cf. vv. 7-8), que introduce otro acontecimiento significativo de la marcha de Israel por el desierto, el del agua que brotó de la roca de Meribá (cf. Ex 17,1-7; Nm 20,1-13). Dios transforma la roca en una fuente de agua, que llega a formar un lago: en la raíz de este prodigio se encuentra su solicitud paterna con respecto a su pueblo.
El gesto asume, entonces, un significado simbólico: es el signo del amor salvífico del Señor, que sostiene y regenera a la humanidad mientras avanza por el desierto de la historia.
Como es sabido, san Pablo utilizará también esta imagen y, sobre la base de una tradición judía según la cual la roca acompañaba a Israel en su itinerario por el desierto, interpretará el acontecimiento en clave cristológica: "Todos bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que les seguía; y la roca era Cristo" (1 Co 10,4).
5. En esta misma línea, un gran maestro cristiano, Orígenes, comentando la salida del pueblo de Israel de Egipto, piensa en el nuevo éxodo realizado por los cristianos. En efecto, dice así: "No penséis que sólo entonces Moisés sacó de Egipto al pueblo; también ahora el Moisés que tenemos con nosotros..., es decir, la ley de Dios, quiere sacarte de Egipto; si la escuchas, quiere alejarte del faraón... No quiere que permanezcas en las obras tenebrosas de la carne, sino que salgas al desierto, que llegues al lugar donde ya no existen las turbaciones y fluctuaciones del mundo, que llegues a la paz y el silencio... Así, cuando hayas llegado a ese lugar de paz, podrás hacer ofrendas al Señor, podrás reconocer la ley de Dios y el poder de la voz divina" (Omelie sull'Esodo, Roma 1981, pp. 71-72).
Usando la imagen paulina que evoca la travesía del Mar Rojo, Orígenes prosigue: "El Apóstol llama a esto un bautismo, realizado en Moisés en la nube y en el mar, para que también tú, que fuiste bautizado en Cristo, en el agua y en el Espíritu Santo, sepas que los egipcios te están persiguiendo y quieren ponerte a su servicio, es decir, al servicio de los señores de este mundo y de los espíritus del mal, de los que antes fuiste esclavo. Estos, ciertamente, tratarán de perseguirte, pero tú baja al agua y saldrás incólume; y, después de lavar las manchas de los pecados, sube como hombre nuevo dispuesto a cantar el cántico nuevo" (ib., p. 107).
[Audiencia general del Miércoles 3 de diciembre de 2003]