Los cristianos no estamos en régimen de ley, sino en régimen de gracia; no vivimos por el cumplimiento de unos mandatos, sino por la fe en Cristo. Ahora bien, el salmo nos da un par de puntos de apoyo para realizar la transposición cristiana. Ante todo, el tono intensamente personal: es decir, la ley como presencia de Dios, como convivencia con Dios; Cristo, que es la Palabra, es la verdad y el camino, porque nos revela la voluntad de Dios. Por Cristo personalizamos la ley. En segundo lugar, el salmo expresa una piedad personal honda, sin formalismo ni legalismo (quince veces suena la palabra corazón); por eso puede alimentar una piedad entrañable. Finalmente, las muchas súplicas, sobre todo en la letra He, dicen que ese amor del hombre a la ley y el cumplimiento de la voluntad divina es también don de Dios, obra de Dios, gracia. [L. Alonso Schökel]
En este salmo -el más extenso del Salterio- el poeta canta las alabanzas de la Ley de Dios, sin duda para responder a los escépticos de su tiempo, que procuraban olvidarla para vivir conforme a sus intereses y concupiscencias personales. Pero la Ley en sus labios "no tiene el sentido estricto de la legislación mosaica o del Pentateuco. La palabra hebrea Tôrâh tiene una acepción más amplia; y aquí, como en los salmos 1 y 18, significa toda revelación divina como regla de vida... No es un código rígido de preceptos y de prohibiciones, sino un cuerpo de doctrina, cuya plena significación no puede ser comprendida sino gradualmente y con la ayuda de la instrucción divina" (A. F. Kirkpatrick).
Por eso la palabra Ley es sinónima en este salmo de "revelaciones divinas, promesas y enseñanzas proféticas, sobre todo la voluntad de Dios, su beneplácito" (J. Calés). A través de la Ley se revela la misericordia divina, aun cuando corrige y castiga. El salmista se extasía ante las excelencias de la Ley, que refleja la voluntad divina para con los hombres. Por ello es el objeto constante de su meditación y a ella procura conformar totalmente su vida. Se siente débil y reconoce sus caídas, y, sobre todo, confiesa la necesidad de la gracia divina para mantener su fidelidad integral a la Ley. Por eso, constantemente afloran a sus labios los gritos de socorro y de súplica para no desviarse del verdadero sendero señalado por ella en la vida.
El cumplimiento de la Ley otorga ya una satisfacción íntima al alma piadosa: da ciencia, prudencia, sabiduría para conducirse en la vida, y, al mismo tiempo, procura consuelo, alegría íntima y conciencia tranquila. No obstante, el salmista se siente rodeado de gentes impías sin consideración alguna para sus valoraciones religiosas, lo que en su sensibilidad espiritual le causa profundo pesar. Algunas veces solicita verse libre de esta situación para poder vivir plenamente su vida espiritual. Cuando pide que se le otorgue la vida, ha de entenderse en este sentido de "vivencia" plena de su personalidad espiritual: "No sólo pide ser librado de la muerte, sino de todo lo que, dentro o fuera, comprime y paraliza la vida y le impide hacer uso de ella y gozarla a placer; porque la "vida" incluye las ideas de luz, de alegría y de prosperidad. Encuentra su plena realización en la comunión con Dios" (A. F. Kirkpatrick).
En el Salmo no aparece todavía la perspectiva luminosa de la vida en Dios en el más allá, pero su profundo espiritualismo lleva a las claridades de la panorámica evangélica. Hay que recordar que la revelación se ha ido perfilando y concretando gradualmente en las diversas etapas del Antiguo Testamento; y son las almas selectas las que han sabido captar mejor el soplo íntimo del Espíritu, que inconscientemente las guiaba hacia las claridades de la plena eclosión del Nuevo Testamento. Así, la noción de "vida" en el salmo encontrará su completa significación en las revelaciones del Evangelio de San Juan a la luz cegadora de la realidad del Verbo encarnado. Pero debemos respetar los estadios de la revelación en la historia y procurar captar el sentido gradual y relativo que en cada época tiene. "El salmo está penetrado de piedad filial, profunda y mística. Sus concepciones sobre el más allá son, sin duda, cortas y confusas. Pero su espíritu hace presentir el Evangelio. Es todo lo contrario del formalismo y del legalismo que caracteriza a los fariseos" (J. Calés).
El poeta se esfuerza por inculcar las excelencias de la Ley, a la que designa con ocho (o más) sinónimos: testimonio, precepto, juicio, mandato, oráculo, estatuto, palabra, camino. Es la expresión de la voluntad divina, pero sin formulismos farisaicos. Toda ella está penetrada del sentimiento interior, sin que la formulación de la misma signifique una interferencia entre Dios y el alma piadosa. "El salmo es un reconocimiento de la gracia de la revelación, de la fuerza que la Ley da a Israel en medio del paganismo circundante y al fiel israelita en presencia de una laxitud prevalente de fe y moral. En un tiempo en que la voz de la profecía era raramente oída, o quizá se había callado, se comienza a sacar fuerza de la meditación sobre la revelación hecha a las pasadas generaciones... Es digno de notarse que el salmo, que emana del período en que la ley ritual era codificada y el templo se había convertido en centro de la religión de Israel, no contenga alusión alguna al ceremonial o al sacrificio. Sin duda que el salmista había incluido la ley ceremonial como parte de los mandamientos de Dios, pero evidentemente no la considera como la parte principal de los mismos. Todo el salmo está animado por una profunda interioridad y espiritualismo, muy lejos del literalismo supersticioso de los tiempos posteriores... Tal obediencia, aunque se queda corta respecto de la libertad del Evangelio, es al menos un paso hacia ella" (A. F. Kirkpatrick).
El salmista representa aquí a la clase piadosa, y, por eso, muchas de sus expresiones trascienden sus problemas personales. Por el tono y el lenguaje parece que ha sido compuesto en los tiempos posteriores al destierro babilónico, y refleja la situación de la comunidad judía en los tiempos de Esdras o Malaquías (siglo V antes de Cristo). Algunos autores suponen que el salmo es una especie de vademécum compuesto para las jóvenes generaciones que surgían en un ambiente de laxitud moral y religiosa. La composición tiene una clara finalidad didáctica al estilo de los libros sapienciales.
Súplica en medio del peligro. La estrofa formada por los vv. 105-112, siguiendo la idea expresada en la estrofa anterior, declara que la ley es en su vida una lámpara que con su luz le descubre el sendero recto, guiándole de modo seguro en medio de los peligros de una sociedad materializada. Con toda decisión está resuelto a cumplir su juramento de ajustarse a los mandamientos divinos, que son siempre justos; pero ahora se halla sumido en la aflicción a causa de la hostilidad de sus enemigos, que conspiran contra él. Su vida está en peligro. Por eso ruega a Yahvé que acepte sus ofrendas voluntarias, sus votos y plegarias, para así contrarrestar la labor de sus enemigos, que, como cazadores avezados, le tienden lazos, le ponen una trampa para hacerle caer en la fosa. Justamente se oponen a él porque se mantiene incólume en su fidelidad a la ley. Pero el salmista declara que no se desviará de su conducta, porque los preceptos de Yahvé constituyen su herencia, o porción selecta que le ha caído en suerte, y le proporcionan el mayor gozo y alegría a su corazón lacerado. Por eso siempre está dispuesto a cumplir sus leyes, ya que son la expresión de la voluntad divina.
[Maximiliano García Cordero, en la Biblia comentada de la BAC]
El salmo 118 es un canto a la Ley, de un piadoso israelita que vive en un ambiente de indiferencia religiosa, muy parecido a muchos de nuestros ambientes actuales. La Ley significa, para él, la revelación, las promesas, la palabra misma de Dios que se dirige a su pueblo.
Después de una semana, llena probablemente de luchas, tentaciones y dificultades, esta celebración nos introduce en el domingo, figura y anticipo de aquel día sin dolor ni llanto ni aflicción, que, precisamente porque ya no pertenece a esta creación, fue llamado por los Padres "día octavo", es decir, día que no cuenta entre los siete de la primera creación y que es inicio de un mundo nuevo.
Puesto en el umbral del domingo, el fragmento del salmo 118 que vamos a escuchar puede darnos el sentido pleno de nuestro día festivo. El autor del salmo es un joven y piadoso israelita que se encuentra rodeado de indiferencia religiosa y nos hace participar de sus sentimientos, manifestándonos su propia experiencia: "¡Estoy tan afligido! Mi vida -la vida de mi integridad religiosa- está siempre en peligro, porque los malvados constantemente me tienden un lazo. Pero yo -dice al Señor- encuentro siempre luz en tu palabra, ella es una lámpara para mis pasos; iluminado por ella, aunque las tentaciones sean recias, yo no me desviaré de tus decretos".
El domingo será para nosotros y para todos los cristianos el día de la palabra amorosamente escuchada y meditada. Rodeados durante la semana de enemigos, al empezar el domingo nos disponemos a colocar la lámpara de la palabra divina ante nuestros ojos; ella iluminará nuestros pasos y así nosotros, aunque se presenten dificultades numerosas, llegaremos a poseer la alegría de nuestro corazón, nuestra herencia perpetua, inaugurada por la resurrección de Cristo en el primer domingo que vivió la humanidad.
Oración I: Que tu palabra, Señor, sea lámpara para nuestros pasos y luz en nuestro sendero; que, iluminados por ella, nunca nos desviemos de tus decretos por muchos que sean los lazos que nos tienda el enemigo. Te lo pedimos, Padre, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Oración II: Los malvados, Señor, nos tienden constantemente su lazo; no permitas que olvidemos tu voluntad; que tu palabra sea luz para nuestros pasos y que, iluminados por ella, lleguemos a poseer, en el domingo definitivo de la vida eterna, la alegría de nuestro corazón, nuestra herencia perpetua. Te lo pedimos, Padre, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Oración III: Señor, tú estás cerca de los que te invocan; escucha, pues, la oración de quienes se adelantan a la aurora pidiendo tu auxilio y salva a los que se adelantan a las vigilias meditando tu promesa. Te lo pedimos, Padre, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Oración IV: Tu palabra, Señor, es lámpara para nuestros pasos y luz en nuestro sendero; haz que, si nuestros inicuos perseguidores se acercan y nos tientan presentándonos lazos para hacernos caer, tengamos el gozo de experimentar que tus preceptos son nuestra herencia y la alegría de nuestro corazón. Te lo pedimos, Padre, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
[Pedro Farnés]