Introducción general
Si se atiende a los nombres y epítetos divinos, este salmo puede considerarse postexílico. Es la oración de un israelita en su lecho de muerte. Todos le han abandonado. El orante recurre a su única tabla de salvación: Que Dios sea su refugio en la hora de la muerte y le conduzca de la mazmorra del sheol al país de la vida. Si esta construcción vale, los enemigos del salmista serían la muerte y sus emisarios. La prisión sería el sheol. El salmo consta de dos estrofas. Cada una comienza con una invocación. La primera expone la lamentable situación en que se encuentra el orante. La segunda se expresa de forma positiva.
Puede ser salmodiado del siguiente modo:
Salmista 1.º, Situación lamentable: "A voz en grito... nadie mira por mi vida" (vv. 2-5).
Salmista 2.º, Dios, refugio y posesión: "A ti grito, Señor... cuando me devuelvas tu favor" (vv. 6-8).
La asamblea puede responder a cada estrofa repitiendo la antífona o cantando alguna canción que exprese su confianza: "Protégeme, Dios mío; me refugio en ti".
"¡Oh Tú, mi amparo en el día aciago!"
La contingencia del hombre arrastra una enfermedad mortal desde la cuna. Las circunstancias externas o la enfermedad incubada ponen de manifiesto nuestra mortal limitación. ¿Cómo escapar más allá de la frontera que limita con la muerte? El poder humano no puede salvarnos, porque es carne y no espíritu. Pero en nuestra humanidad ha amanecido una aurora de esperanza porque nuestra carne de muerte ha sido iluminada por la carne resucitada del Señor. El hombre ya no es un "ser para la muerte", sino un "ser para la vida", y la vida sin fronteras. No son los perseguidores de la humanidad quienes se saldrán con la suya, sino que serán quebrantados con doble quebranto, mientras que el creyente puede acudir a Dios invocándole: "¡Oh Tú, mi amparo en el día aciago!" (Jr 17,17).
Alegres en el dolor
El dolor sería una intolerable sinrazón de no mediar el Varón de dolores. Un hombre que pone de manifiesto sus temores ante el bautismo de sangre (Lc 12,50), que ha visto emboscadas a lo largo de su camino, con unas turbas adversas, abandonado y traicionado por los suyos, que sorbe el cáliz de la ira de Dios, mientras le desgarra su ausencia... Y, sin embargo, se pliega a lo que Dios disponga (Mt 26,39). Por eso Dios le sostiene indefectiblemente. Perfeccionado por el sufrimiento, es el guía de nuestra salvación. El cristiano besa la mano de Dios cuando le agracia con el dolor y se alegra porque ya tiene parte en los sufrimientos de Cristo (1 Pe 4,13). El dolor encubre al Espíritu de gloria, que es Espíritu de Dios.
"En la hora de la muerte, llámame y mándame ir a ti"
El paso de la agonía y de la muerte al país de la vida puede parecer un bello sueño si nadie ha retornado. Pero "Cristo resucitó de entre los muertos como primicia de los que duermen" (1 Co 15,20). Al hombre se le ofrece la posibilidad real de elegir a Dios como lote y propiedad. Quien así obra puede parecer estúpido en un mundo en el que cuenta el hacer y el poseer, pero él sabe que el campo comprado con el precio de la vida tiene un rico tesoro encerrado. Es el peso de la vida eterna. El Propietario de este lote tiene en sus manos las llaves de la muerte. Si él nos saca de las tinieblas y de la sombra de la muerte, le alabaremos con sus santos. Pidamos al Vencedor que en nuestro tránsito nos llame y mande ir hacia sí, para que le alabemos con sus santos por los siglos sin fin.
Resonancias en la vida religiosa
Acoger la voluntad del Padre, no evadirse: La soledad y el abandono de aquellos en quienes confiábamos pueden depararnos situaciones y estados de ánimo deprimentes. Hay por ello religiosos y religiosas que están huyendo, evadiéndose constantemente. No quieren aceptar ningún compromiso duradero; únicamente piensan en huir. Las palabras del salmista reflejan perfectamente su estado de ánimo: "Nadie me hace caso", "Nadie mira por mi vida", "No tengo donde huir", "Estoy agotado".
En tales momentos hemos de dirigirnos al Señor, aquel que es nuestro refugio, aquel en quien el hombre conquista su libertad; con el Señor superaremos la soledad y trascenderemos cualquier estado de depresión.
Jesús pasó por trances semejantes. Aceptó la voluntad del Padre en este mundo. No se evadió, ni huyó. Su deseo esencial era ir, a través de la cruz, al Padre.
Oraciones sálmicas
Oración I: Oh Dios, refugio y fortaleza nuestra, ante ti desahogamos nuestros afanes, exponemos nuestra angustia: Mira, Señor, fíjate que no tenemos donde huir si nos faltas Tú. Pero en ti nos refugiamos, nuestro Amparo en el día aciago, con la esperanza de que, introducidos en el Misterio pascual de Cristo, quebrantarás la Muerte con un doble quebranto, y a los que en ti creemos nos asignarás un lote en el país de la vida. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Oración II: Padre de bondad, Tú quisiste que el camino de tu Hijo estuviera lleno de trampas, que nadie le hiciese caso, que sus amigos le abandonasen y traicionasen, que sorbiera el cáliz de tu ira; pero Tú miraste por su vida y le sacaste de la prisión. Muéstranos tu mano paterna en la noche del dolor, haciéndonos saborear el Espíritu de gloria oculto en los sufrimientos de Cristo. Que vive y reina contigo por los siglos de los siglos. Amén.
Oración III: Señor, Dios nuestro, Tú que atendiste a los clamores y lágrimas de tu Hijo resucitándolo de entre los muertos como primicia de los que duermen, libra a tus fieles de sus perseguidores, y, cuando llegue la hora de la muerte, devuélveles tu favor, para que, formando coro con todos los justos, den gracias al Vencedor de la muerte por los siglos de los siglos. Amén.
[Ángel Aparicio y José Cristo Rey García]
[El v. 1 de este salmo dice: "Poema de David cuando estaba en la cueva. Oración". La Biblia de Jerusalén da a este salmo el título de Oración de un perseguido. Lamentación individual que se aplicará a Cristo doliente. Para Nácar-Colunga el título de este salmo es Oración en un mortal peligro.]
Oración del justo en medio de un mortal peligro. Siguiendo el tono deprecativo de los dos salmos anteriores del salterio, el poeta describe la situación angustiada en que se halla en medio de una obstinada persecución de parte de las gentes impías. Como es ley en estos salmos deprecativos, atribuidos a David, la oración se divide en las siguientes partes: a) invocación (vv. 2-4); b) queja (vv. 4c-5); c) acto de confianza en Dios (vv. 6-7b); d) petición, acompañada de acción de gracias (vv. 7c-8).
El tono deprecativo va mezclado con el elegíaco, abundando los paralelismos sintéticos.
Plegaria de un perseguido. En situación extremadamente angustiada, el justo implora a Yahvé con todas sus fuerzas, pues sólo Él puede liberarle de tal situación. En realidad, Dios conoce bien su estado abatido, pues toda su conducta está ante sus ojos, y los peligros que le acechan no se escapan a su providencia. Se siente abandonado sin ayuda alguna humana; por eso, acude al que es su refugio y su porción entre los vivientes, el Dios de Israel, que constituye como la "heredad" o lote particular de las almas selectas. En conformidad con esta pertenencia, pide el salmista que le libre de sus perseguidores, pues su alma se halla como en la cárcel, privada de toda libertad de acción. Su liberación servirá para que los justos reconozcan su solicitud salvadora sobre los que le son fieles. El salmista piensa en el momento solemne de dar gracias a Yahvé en el templo, rodeado de todos los devotos, que formarán como una corona de honor, felicitándose de su salvación.
[Maximiliano García Cordero, en la Biblia comentada de la BAC]
1. La tarde del día 3 de octubre de 1226, san Francisco de Asís, a punto de morir, rezó como última oración precisamente el salmo 141, que acabamos de escuchar. San Buenaventura recuerda que san Francisco "prorrumpió en la exclamación del salmo: "A voz en grito clamo al Señor; a voz en grito suplico al Señor" y lo rezó hasta el versículo final: "Me rodearán los justos, cuando me devuelvas tu favor"" (LM 14,5).
Este salmo es una súplica intensa, marcada por una serie de verbos de imploración dirigidos al Señor: "clamo al Señor", "suplico al Señor", "desahogo ante él mis afanes", "expongo ante él mi angustia" (vv. 2-3). La parte central del salmo está profundamente impregnada de confianza en Dios, que no queda indiferente ante el sufrimiento del fiel (cf. vv. 4-8). Con esta actitud san Francisco afrontó la muerte.
2. A Dios se le interpela hablándole de "tú", como a una persona que da seguridad: "Tú eres mi refugio" (v. 6). "Tú conoces mis senderos", es decir, el itinerario de mi vida, un itinerario marcado por la opción en favor de la justicia. Sin embargo, por esa senda los impíos le han tendido una trampa (cf. v. 4): es la imagen típica tomada del ambiente de caza; se usa frecuentemente en las súplicas de los salmos para indicar los peligros y las asechanzas a los que está sometido el justo.
Ante ese peligro, el salmista lanza en cierto modo una señal de alarma para que Dios vea su situación e intervenga: "Mira a la derecha, fíjate" (v. 5). Ahora bien, en la tradición oriental, a la derecha de una persona estaba el defensor o el testigo favorable durante un proceso, y, en caso de guerra, el guardaespaldas. Así pues, el fiel se siente solo y abandonado: "Nadie me hace caso". Por eso, expresa una constatación angustiosa: "No tengo a dónde huir; nadie mira por mi vida" (v. 5).
3. Inmediatamente después, un grito pone de manifiesto la esperanza que alberga el corazón del orante. Ya la única protección y la única cercanía eficaz es la de Dios: "Tú eres mi refugio y mi lote en el país de la vida" (v. 6). En el lenguaje bíblico, el "lote" o "porción" es el don de la tierra prometida, signo del amor divino con respecto a su pueblo. El Señor queda ya como el fundamento último, y único, en el que puede basarse, la única posibilidad de vida, la esperanza suprema.
El salmista lo invoca con insistencia, porque está "agotado" (v. 7). Le suplica que intervenga para romper las cadenas de su cárcel de soledad y hostilidad (cf. v. 8), y lo saque del abismo de la prueba.
4. Como en otros salmos de súplica, la perspectiva final es una acción de gracias, que ofrecerá a Dios después de ser escuchado: "Sácame de la prisión, y daré gracias a tu nombre" (v. 8). Cuando sea salvado, el fiel se irá a dar gracias al Señor en medio de la asamblea litúrgica (cf. ib.). Lo rodearán los justos, que considerarán la salvación de su hermano como un don hecho también a ellos.
Este clima debería reinar también en las celebraciones cristianas. El dolor de una persona debe encontrar eco en el corazón de todos; del mismo modo, toda la comunidad orante debe vivir la alegría de cada uno: "Ved: qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos" (Sal 132,1). Y el Señor Jesús dijo: "Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,20).
5. La tradición cristiana ha aplicado el salmo 141 a Cristo perseguido y sufriente. Desde esta perspectiva, la meta luminosa de la súplica del salmo se transfigura en un signo pascual, sobre la base del desenlace glorioso de la vida de Cristo y de nuestro destino de resurrección con él. Lo afirma san Hilario de Poitiers, famoso doctor de la Iglesia del siglo IV, en su Tratado sobre los salmos.
Comenta la traducción latina del último versículo de este salmo, la cual habla de recompensa para el orante y de espera de los justos: "Me expectant iusti, donec retribuas mihi". San Hilario explica: "El Apóstol nos enseña cuál es la recompensa que ha dado el Padre a Cristo: "Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre. Para que, al nombre de Jesús, toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre" (Flp 2,9-11). Esta es la recompensa: al cuerpo, que asumió, se le concede la eternidad de la gloria del Padre. El mismo Apóstol nos enseña qué es la espera de los justos, diciendo: "Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo" (Flp 3,20-21). En efecto, los justos lo esperan para que los recompense, transfigurándolos como su cuerpo glorioso, que es bendito por los siglos de los siglos. Amén" (PL 9, 833-837).
[Audiencia general del Miércoles 12 de noviembre de 2003]