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Biblia: Los Salmos


Cántico de Moisés (Ex 15, 1-4. 8-13. 17-18): Himno a Dios, después de la victoria del mar Rojo
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en la liturgia: Exodo 15,1-4.8-13.17-18
se utiliza en:
- sábado de la primera semana: Laudes
La salida de Egipto y el paso del mar Rojo fueron vividos e idealizados por Israel, como la epopeya nacional y religiosa que dio nacimiento al pueblo de Dios. Siguiendo esta pedagogía que el mismo Dios nos dio al querer que esta poética epopeya fuera incluida como parte de la Biblia, la Iglesia cristiana, desde la antigüedad, se ha servido de esta narración, llena de imágenes, para cantar el triunfo de Cristo y de la Iglesia sobre el pecado y el poder del mal. El Faraón y su ejército personifican el pecado y la muerte que esclavizan al hombre; mientras que el pueblo de Israel que sale incólume de las aguas del mar Rojo, es símbolo del pueblo nacido en las aguas del bautismo. Ya el autor del Apocalipsis, en su visión del triunfo de los santos sobre la idolatría del Imperio romano, nos dice, refiriéndose a este himno de victoria, que "los que habían vencido a la bestia cantaban el cántico de Moisés, el siervo de Dios" (Ap 15, 2-3).
Cantemos, pues, al Señor, sublime es su victoria, caballos y carros ha arrojado en el mar; ha vencido el pecado, por el bautismo, y la muerte, por la resurrección de Jesucristo y la esperanza de la resurrección universal. Que nuestro entusiasmo por la victoria de la mañana de Pascua no sea, pues, inferior al entusiasmo de Israel en su cántico por la victoria sobre el Faraón y su ejército.-- [Pedro Farnés]
Himno a Dios, después de la victoria del mar Rojo

1Cantaré al Señor, sublime es su victoria,
caballos y carros ha arrojado en el mar.
2Mi fuerza y mi poder es el Señor,
él fue mi salvación.

Él es mi Dios: yo lo alabaré;
el Dios de mis padres: yo lo ensalzaré.
3El Señor es un guerrero,
su nombre es "El Señor".

4Los carros del Faraón los lanzó al mar,
ahogó en el mar Rojo a sus mejores capitanes;
[5las olas los cubrieron,
bajaron hasta el fondo como piedras.

6Tu diestra, Señor, es fuerte y terrible,
tu diestra, Señor, tritura al enemigo;
7tu gran victoria destruye al adversario,
lanzas tu incendio, y los devora como paja.]

8Al soplo de tu nariz, se amontonaron las aguas,
las corrientes se alzaron como un dique,
las olas se cuajaron en el mar.

9Decía el enemigo: "Los perseguiré y alcanzaré,
repartiré el botín, se saciará mi codicia,
empuñaré la espada, los agarrará mi mano".

10Pero sopló tu aliento, y los cubrió el mar,
se hundieron como plomo en las aguas formidables.

11¿Quién como tú, Señor, entre los dioses?
¿Quién como tú, terrible entre los santos,
temible por tus proezas, autor de maravillas?

12Extendiste tu diestra: se los tragó la tierra;
13guiaste con misericordia a tu pueblo rescatado,
los llevaste con tu poder hasta tu santa morada.

[14Lo oyeron los pueblos y temblaron,
espasmos agarraron a los jefes filisteos,
15se turbaron los toros de Edom,
temblores agarraron a los carneros de Moab,
flaquearon todos los jefes cananeos;

16los asaltaron tu espanto y tu pavor,
los dejó petrificados la grandeza de tu brazo,
mientras pasaba tu pueblo, Señor,
mientras pasaba el pueblo que te habías comprado.]

17Lo introduces y lo plantas en el monte de tu heredad,
lugar del que hiciste tu trono, Señor;
santuario, Señor, que fundaron tus manos.
18El Señor reina por siempre jamás.
Los versículos entre [] no se leen en la liturgia

Para el rezo cristiano

Introducción general

Éxodo 15 es un canto antiguo -posiblemente del siglo XIII a. C.- utilizado en el culto israelita, quizá para la celebración de la Pascua. Es un himno al Dios guerrero, que con su acción liberadora ha mostrado su supremacía sobre los dioses (v. 11) y se ha revelado como el único salvador de Israel (v. 2). La presencia de este himno en la liturgia pone de relieve el memorial de lo acontecido y sitúa al pueblo que ora en trance de ser salvado de los asediantes enemigos.

En la celebración comunitaria, puede ser recitado por un solo salmista, al que responden todos con una antífona cantada que exprese la alegría por la victoria.

También puede ser rezado por tres salmistas que subrayen sucesivamente los temas del cántico: Proclamación de los atributos divinos: "Cantaré... mejores capitanes" (vv. 1-4). Acción divina en favor del pueblo: "Al soplo de tu nariz... hasta tu santa morada" (vv. 8-13). Acción presente y constante en favor del pueblo: "Lo introduces... por siempre jamás" (vv. 17-18).

Vinculación personal con Dios

El Dios de Israel no es "un abstracto", sino tan personal que desde antiguo se unió a la historia de los Padres. Esta vinculación, hecha juramento, es la premisa que impone una cierta necesidad a la liberación de Egipto. Es el Dios de mis padres, mi Dios: Él es mi fuerza y mi poder; por ello fue mi salvación. Son atributos divinos que justifican la "visita" de Dios a su pueblo en el pasado y la intervención favorable en el presente. También ahora nos ha visitado suscitándonos una "fuerza salvadora", que nos ha arrancado de la mano de nuestros enemigos, recordando su santa alianza (Lc 1,68-79). Como el antiguo pueblo, también nosotros hemos pasado "de la esclavitud al servicio de Dios", que se traduce en obediencia como expresión del verdadero culto. Por eso, como ellos, cantamos al Señor que reina por siempre jamás.

Un cántico al autor de maravillas

El nacimiento siempre causa admiración: la nueva vida está acechada por múltiples peligros. El Faraón, los ejércitos perseguidores, las aguas que se interponen son otros tantos peligros para el neonato Israel. A pesar de todo, el pueblo ve la luz porque le asiste el "autor de maravillas". Mayor maravilla es la apertura de los cielos sobre el Hijo del Hombre. Pero para ello, Jesús ha tenido que cumplir un nuevo Éxodo: una salida camino a la liberación definitiva. Tras Cristo, un nuevo pueblo se apresta a salir fuera del campamento en busca de la ciudad permanente. Son quienes, habiendo pasado por las aguas del bautismo, han nacido del agua y del Espíritu. Es la gran maravilla realizada por Dios, y que ahora cantamos.

Somos plantación de Dios

El Éxodo llega a su meta una vez que Dios introduce y planta al hombre en el monte de su heredad. Es el momento en que el pueblo se convierte en la heredad de Dios. Del mismo modo, el éxodo iniciado por Jesús finaliza una vez que ha llegado al Padre. En este momento el Padre construye su morada perfecta con los hombres: el santuario fundado por su mano. Quien ha tomado parte en el nuevo Éxodo es un campo de Dios, una edificación de Dios. Plantados ya en Cristo, y sobre El edificados, esperamos el crecimiento que Dios otorga, hasta ser una edificación bien trabada donde Dios habite. Entusiasmados, cantamos al Señor, sublime en su victoria.

Resonancias en la vida religiosa

La historia del dolor sin-sentido: La historia del dolor sin-sentido, deshumanizante, opresor, no puede ser inculpada al Dios bueno, sino que es engendro de hombres degenerados y perversos. Hoy son muchos los hombres que penan y mueren bajo el yugo opresor de los poderosos y homicidas, aunque sus acciones estén enmascaradas de cortesías diplomáticas o se oculten tras campañas propagandísticas de progreso, liberación y bienestar común.

Los que sufren claman y gritan denodadamente por un nuevo Éxodo, que les conduzca hacia la Patria del Amor. Hay quienes luchan, en solidaridad con ellos, para que se anticipe esta patria de alguna forma. Jesús de Nazaret fue con su vida pobre, virgen y obediente la gran parábola de lucha por un mundo nuevo dirigido y potenciado por la acción dialogante y amorosa del Dios-bueno. Jesús inició el Éxodo comunitario de los pobres oprimidos hacia la liberación definitiva. Su fuerza y su poder, impotencia y debilidad para los poderosos, logró imponerse como sublime victoria el día de Pascua, pronunciando ya la sentencia condenatoria y la derrota de los opresores y violentos, lanzados al vacío de la destrucción. Bajo ningún otro nombre que el de Jesús hay en la tierra salvación.

Nosotros, comunidad pobre, virgen y obediente, solidarios con los apenados y explotados de nuestro mundo y fieles seguidores de Jesús, no permanecemos en la pasividad, sino que nos rebelamos e impacientamos para anticipar la victoria escatológica. Nuestra vida sólo intenta colaborar en la instauración de las comunidades del Reino, donde haya amor, paz, reconciliación, comunión de bienes materiales y espirituales.

Ahora en nuestra oración cantamos la victoria total de Jesús y de los oprimidos, y le alabamos porque Él es Salvación, Magnífico, Autor de prodigios, el Señor, aunque todavía no se haya revelado totalmente su victoria.-- [Ángel Aparicio y José Cristo Rey García]

Comentario exegético

De los Santos Padres

Catequesis de Juan Pablo II

1. Este himno de victoria (cf. Ex 15,1-18), propuesto en las Laudes del sábado de la primera semana, nos remite a un momento clave de la historia de la salvación: al acontecimiento del Éxodo, cuando Israel fue salvado por Dios en una situación humanamente desesperada. Los hechos son conocidos: después de la larga esclavitud en Egipto, ya en camino hacia la tierra prometida, los hebreos habían sido alcanzados por el ejército del faraón, y nada los habría salvado de la aniquilación si el Señor no hubiera intervenido con su mano poderosa. El himno describe con detalle la insolencia de los planes del enemigo armado: "perseguiré, alcanzaré, repartiré el botín..." (Ex 15,9).

Pero, ¿qué puede hacer incluso un gran ejército frente a la omnipotencia divina? Dios ordena al mar que abra un espacio para el pueblo agredido y que se cierre al paso de los agresores: "Sopló tu aliento y los cubrió el mar, se hundieron como plomo en las aguas formidables" (Ex 15,10).

Son imágenes fuertes, que quieren expresar la medida de la grandeza de Dios, mientras manifiestan el estupor de un pueblo que casi no cree a sus propios ojos, y entona al unísono un cántico conmovido: "Mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi salvación. Él es mi Dios: yo lo alabaré; el Dios de mis padres: yo lo ensalzaré" (Ex 15,2).

2. El cántico no habla sólo de la liberación obtenida; indica también su finalidad positiva, la cual no es más que el ingreso en la morada de Dios, para vivir en comunión con él: "Guiaste con misericordia a tu pueblo rescatado; los llevaste con tu poder hasta tu santa morada" (Ex 15,3). Así comprendido, este acontecimiento no sólo estuvo en la base de la alianza entre Dios y su pueblo, sino que se convirtió también en un "símbolo" de toda la historia de la salvación. Muchas otras veces Israel experimentará situaciones análogas, y el Éxodo se volverá a actualizar puntualmente. De modo especial aquel acontecimiento prefigura la gran liberación que Cristo realizará con su muerte y resurrección.

Por eso, nuestro himno resuena de un modo especial en la liturgia de la Vigilia pascual, para destacar con la intensidad de sus imágenes lo que se ha realizado en Cristo. En él hemos sido salvados, no de un opresor humano, sino de la esclavitud de Satanás y del pecado, que desde los orígenes pesa sobre el destino de la humanidad. Con él la humanidad vuelve a entrar en el camino, en el sendero que lleva a la casa del Padre.

3. Esta liberación, ya realizada en el misterio y presente en el bautismo como una semilla de vida destinada a crecer, llegará a su plenitud al final de los tiempos, cuando Cristo vuelva glorioso y "entregue el reino a Dios Padre" (1 Co 15,24). Precisamente a este horizonte final, escatológico, la Liturgia de las Horas nos invita a mirar, introduciendo nuestro cántico con una cita del Apocalipsis: "Los que habían vencido a la bestia cantaban el cántico de Moisés, el siervo de Dios" (Ap 15,2-3).

Al final de los tiempos se realizará plenamente para todos los salvados lo que el acontecimiento del Éxodo prefigura y la Pascua de Cristo ha llevado a cabo de modo definitivo, pero abierto al futuro. En efecto, nuestra salvación es real y profunda, pero está entre el "ya" y el "todavía no" de la condición terrena, como nos recuerda el apóstol san Pablo: "Porque nuestra salvación es en esperanza" (Rm 8,24).

4. "Cantaré al Señor, sublime es su vitoria" (Ex 15,1). Al poner en nuestros labios estas palabras del antiguo himno, la Liturgia de las Laudes nos invita a situar nuestra jornada en el gran horizonte de la historia de la salvación. Este es el modo cristiano de percibir el paso del tiempo. En los días que se acumulan unos tras otros no hay una fatalidad que nos oprime, sino un designio que se va desarrollando, y que nuestros ojos deben aprender a leer como en filigrana.

Los Padres de la Iglesia eran particularmente sensibles a esta perspectiva histórico-salvífica, pues solían leer los hechos más destacados del Antiguo Testamento -el diluvio del tiempo de Noé, la llamada de Abraham, la liberación del Éxodo, el regreso de los hebreos después del destierro de Babilonia,...- como "prefiguraciones" de eventos futuros, reconociendo que esos hechos tenían un valor de "arquetipos": en ellos se anunciaban las características fundamentales que se repetirían, de algún modo, a lo largo de todo el decurso de la historia humana.

5. Por lo demás, ya los profetas habían releído los acontecimientos de la historia de la salvación, mostrando su sentido siempre actual y señalando la realización plena en el futuro. Así, meditando en el misterio de la alianza sellada por Dios con Israel, llegan a hablar de una "nueva alianza" (Jr 31,31; cf. Ez 36,26-27), en la que la ley de Dios sería escrita en el corazón mismo del hombre. No es difícil ver en esta profecía la nueva alianza sellada con la sangre de Cristo y realizada por el don del Espíritu. Al rezar este himno de victoria del antiguo Éxodo a la luz del Éxodo pascual, los fieles pueden vivir la alegría de sentirse Iglesia peregrina en el tiempo, hacia la Jerusalén celestial.

6. Así pues, se trata de contemplar con estupor siempre nuevo todo lo que Dios ha dispuesto para su pueblo: "Lo introduces y lo plantas en el monte de tu heredad, lugar del que hiciste tu trono, Señor; santuario, Señor, que fundaron tus manos" (Ex 15,17). El himno de victoria no expresa el triunfo del hombre, sino el triunfo de Dios. No es un canto de guerra, sino un canto de amor.

Haciendo que nuestras jornadas estén impregnadas de este sentimiento de alabanza de los antiguos hebreos, caminamos por las sendas del mundo, llenas de insidias, peligros y sufrimientos, con la certeza de que nos envuelve la mirada misericordiosa de Dios: nada puede resistir al poder de su amor. [Audiencia general del Miércoles 21 de noviembre de 2001]

Catequesis de Benedicto XVI

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