Introducción general
Este antiguo cántico del Deuteronomio nos proporciona el formulario solemne de un proceso a distancia. Un profeta ha recibido el cometido de juzgar al "Pueblo de Dios" que ha quebrantado la alianza. Posiblemente se entablaba el proceso con cierta periodicidad. De este modo resultaba ser una apremiante llamada a la conversión, a la fidelidad. El cántico sigue de cerca los clichés literarios extrabíblicos que conocemos. Se abre con un exordio, en el que se invoca a los testigos de la alianza (vv. 1-4). Presentes los testigos, el interrogatorio trata de discernir la culpabilidad del pueblo (vv. 5-6); continúa con el recuerdo de los beneficios divinos (vv. 7-15a). Aquí se interrumpe nuestro cántico matinal.
En el rezo comunitario es conveniente que las tres partes de que consta este proceso judicial sean recitadas por tres salmistas distintos, mientras la asamblea se deja juzgar por la Palabra acusadora. El Presidente puede asumir el interrogatorio:
Salmista 1.°, El exordio: "Escuchad, cielos... es justo y recto" (vv. 1-4).
Salmista 2.° o Presidente, Interrogatorio: "Hijos degenerados... el que te hizo y te construyó" (vv. 5-6).
Salmista 3.°, Recuerdo del pasado: "Acuérdate de los días remotos... no hubo dioses extraños con Él" (vv. 7-12).
¡Dad gloria a Dios!
Convocados los cielos y la tierra como testigos del pacto, la palabra profética acusará eficazmente al pueblo. La proclamación del nombre del Señor de la Alianza pretende inducir al pueblo a reconocer la rectitud, la justicia e inocencia del sólido cimiento de Israel. Sólo Israel es pecador. Aceptar su situación es dar gloria a Dios. Hoy sigue acusando la Palabra de Dios que mora entre nosotros. Los hombres obstinados en no acogerla nos darán un consejo que nos aparte de ella: "Reconócelo tú ante Dios. A nosotros nos consta que ese hombre es pecador" (Jn 9,24). Si se rechaza la Palabra acusadora podemos ser heridos por Dios como Herodes. Si se acepta, seremos robustecidos en la fe como Abraham, escapar de la tragedia destructora que afecta al mundo y unirnos a los Seres que tributan gloria a Dios por los siglos de los siglos.
Pueblo mío, ¿qué te he hecho?
Los brazos paternos de Dios fueron la cuna de Israel. El amor creador de Israel, su fuerza fundamental y fundante, ha topado con la rebeldía del hijo: cuanto más los llamaba más se alejaban de Él. ¿Qué más pudo hacer por su pueblo que no lo haya hecho? Se impone una sosegada ponderación. El Padre renunció a su único, querido, amado Hijo, para que nosotros llegáramos a ser hijos de Dios. ¡Qué abismo de generosidad amorosa! ¡Para salvar al hijo de la esclava entrega al propio Hijo! Es válido para nosotros el interrogatorio hímnico: "¿Así le pagas al Señor, pueblo necio e insensato?" Escuchemos el improperio del Viernes Santo: "¡Pueblo mío!, ¿qué te he hecho, en qué te he ofendido? Respóndeme". Acaso se nos conceda el comportarnos bien con nuestro Dios, nuestro Padre y Creador.
Escóndeme a la sombra de tus alas
Recurrir al pasado no es necesariamente una actitud de espíritus decrépitos. Puede ser la conducta de los hombres agradecidos. Si, tal como nuestros Padres nos contaron, en tiempos pasados Dios nos asignó su tierra como heredad, si desde los comienzos de nuestra existencia nos rodeó de cuidados, si en la travesía de este ardiente desierto Él es nuestra sombra protectora, si sólo Él y no otro nos conduce, agradecerle sus beneficios es de hijos bien nacidos. La protección de Dios es una cercanía casi corporal cuando Jesús dice: "¡Cuántas veces he querido agrupar a tus hijos, como la gallina cobija a sus polluelos bajo las alas!" (Mt 23,37). Si aceptamos este cobijo no seremos rechazados, sino que, conducidos por Jesús, entraremos en la posesión perpetua de la Tierra. Supliquemos a Dios que nos esconda a la sombra de sus alas.
Resonancias en la vida religiosa
Respuesta de la comunidad agraciada: Dios Padre ha derramado sobre nuestra comunidad innumerables gestos de amor. Él nos eligió entre tantos hombres y mujeres y nos llamó "para estar con Él", haciendo de nosotros su porción elegida, el lote de su heredad. Él nos trata con exquisito cariño paterno, "como a las niñas de sus ojos", y nos lleva sobre sus plumas como el águila a sus polluelos. Jesús de Nazaret es el nombre histórico que dramatiza este loco empeño de Dios por todos nosotros y en especial por esta comunidad que hoy está en su presencia. En Él nos eligió, en Él sigue manteniendo con nosotros su alianza de amor, en Él llegaremos a la altura.
Sin embargo, nuestra conducta no es una respuesta de amor; olvidamos el amor primero con el que respondimos a la elección divina; permitimos que se pervierta y degenere.
Sea este cántico del Deuteronomio una fuerte llamada a nuestra inconsciencia. Que sus palabras solemnes y proféticas destilen como rocío fecundo en nuestros corazones para que, reconociendo nuestro pecado, apartándonos del mal y uniéndonos más íntimamente a nuestro Dios y Padre, le demos gracias.-- [Ángel Aparicio y José Cristo Rey García]
1. "Moisés, ante toda la asamblea de Israel, pronunció hasta el fin las palabras de este cántico" (Dt 31,30). Así se introduce el cántico recién proclamado, tomado de las últimas páginas del libro del Deuteronomio, precisamente del capítulo 32. De él la liturgia de Laudes ha seleccionado los primeros doce versículos, reconociendo en ellos un gozoso himno al Señor que protege y cuida de su pueblo con amor en medio de los peligros y de las dificultades de la jornada. El análisis del cántico ha revelado que se trata de un texto antiguo, pero posterior a Moisés, en cuyos labios fue puesto para conferirle un carácter de solemnidad. Este canto litúrgico se remonta a los inicios de la historia del pueblo de Israel. No faltan en esa página orante referencias o semejanzas con algunos salmos y con el mensaje de los profetas. Así, se convirtió en una expresión sugestiva e intensa de la fe de Israel.
2. El cántico de Moisés es más amplio que el pasaje propuesto por la liturgia de Laudes, que constituye sólo su preludio. Algunos estudiosos han creído detectar en esta composición un género literario que se define técnicamente con el vocablo hebreo rîb, es decir, "pleito", "litigio procesal". La imagen de Dios que se nos presenta en la Biblia no es de ningún modo la de un ser oscuro, una energía anónima y violenta, o un hado incomprensible. Es, por el contrario, una persona que tiene sentimientos, actúa y reacciona, ama y corrige, participa en la vida de sus criaturas y no es indiferente a sus obras. Así, en nuestro caso, el Señor convoca una especie de tribunal, en presencia de testigos, denuncia los delitos del pueblo acusado y exige una pena, pero su veredicto está impregnado de una misericordia infinita. Sigamos ahora las etapas de esta historia, considerando sólo los versículos que nos propone la liturgia.
3. Se mencionan inmediatamente los espectadores, testigos cósmicos: "Escuchad, cielos; (...) oye, tierra..." (Dt 32,1). En este proceso simbólico Moisés actúa casi como un fiscal. Su palabra es eficaz y fecunda como la de los profetas, expresión de la palabra divina. Notemos la significativa serie de imágenes que se usa para definirla: se trata de signos tomados de la naturaleza, como la lluvia, el rocío, la llovizna, el chubasco y el orvallo, gracias a los cuales la tierra verdea y se cubre de brotes (cf. v. 2).
La voz de Moisés, profeta e intérprete de la palabra divina, anuncia la inminente entrada en escena del gran juez, el Señor, cuyo nombre santísimo pronuncia, exaltando uno de sus numerosos atributos. En efecto, el Señor es llamado la Roca (cf. v. 4), título que aparece con frecuencia en nuestro cántico (cf. vv. 15, 18, 30, 31 y 37); es una imagen que exalta la fidelidad estable e inquebrantable de Dios, opuesta a la inestabilidad y a la infidelidad de su pueblo. El tema se desarrolla mediante una serie de afirmaciones sobre la justicia divina: "Sus obras son perfectas; sus caminos son justos; es un Dios fiel, sin maldad; es justo y recto" (v. 4).
4. Después de la solemne presentación del Juez supremo, que es también la parte agraviada, la atención del cantor se dirige hacia el acusado. Para definirlo recurre a una eficaz representación de Dios como padre (cf. v. 6). A sus criaturas, tan amadas, las llama hijos suyos, pero, desgraciadamente, son "hijos degenerados" (cf. v. 5). En efecto, sabemos que ya el Antiguo Testamento presenta una concepción de Dios como padre solícito con sus hijos, que a menudo lo defraudan (cf. Ex 4,22; Dt 8,5; Sal 102,13; Si 51,10; Is 1,2; 63,16; Os 11,1-4). Por eso, la denuncia no es fría, sino apasionada: "¿Así le pagas al Señor, pueblo necio e insensato? ¿No es él tu padre y tu creador, el que te hizo y te constituyó?" (Dt 32,6). Efectivamente, no es lo mismo rebelarse contra un soberano implacable que contra un padre amoroso.
Para hacer concreta la acusación y lograr que la conversión aflore de un corazón sincero, Moisés apela a la memoria: "Acuérdate de los días remotos, considera las edades pretéritas" (v. 7). En efecto, la fe bíblica es un "memorial", o sea, es redescubrir la acción eterna de Dios que se manifiesta a lo largo del tiempo; es hacer presente y eficaz la salvación que el Señor donó y sigue ofreciendo al hombre. El gran pecado de infidelidad coincide, entonces, con la "falta de memoria", que borra el recuerdo de la presencia divina en nosotros y en la historia.
5. El acontecimiento fundamental, que no se ha de olvidar, es el paso por el desierto después de la salida de Egipto, tema central del Deuteronomio y de todo el Pentateuco. Así se evoca el viaje terrible y dramático en el desierto del Sinaí, "en una soledad poblada de aullidos" (cf. v. 10), como se dice con una imagen de fuerte impacto emotivo. Pero allí Dios se inclina sobre su pueblo con una ternura y una dulzura sorprendentes. Además del símbolo paterno, se alude al materno del águila: "Lo rodeó cuidando de él; lo guardó como a las niñas de sus ojos. Como el águila incita a su nidada, revolando sobre los polluelos, así extendió sus alas, los tomó y los llevó sobre sus plumas" (vv. 10-11). El camino por la estepa desértica se transforma, entonces, en un itinerario tranquilo y sereno, porque está el manto protector del amor divino.
El cántico evoca también el Sinaí, donde Israel se convirtió en aliado del Señor, su "porción" y su "heredad", es decir, su realidad más valiosa (cf. v. 9; Ex 19,5). De este modo, el cántico de Moisés se transforma en un examen de conciencia coral para que, por fin, a los beneficios divinos ya no responda el pecado, sino la fidelidad.
[Audiencia general del Miércoles 19 de junio de 2002]