Introducción general
Por los capítulos anteriores de este libro sagrado sabemos cuál es la genealogía y entidad de Salomón y de la Sabiduría. Salomón es un hombre desvalido como el resto de los mortales; la Sabiduría, soplo del poder divino, es imagen de lo que no tiene imagen. Salomón, heredero del trono de David, del trono divino, necesita la Sabiduría que procede de lo alto para gobernar: "por eso suplicó" (Sb 7,7). Es el paso que ha de dar el mortal antes de tomar a la Sabiduría por esposa.
La oración se divide en dos partes de idéntica estructura. En la primera, Salomón, hombre débil y carente de capacidad para entender, invoca a Dios que da a todos los hombres el dominio que poseen. En la segunda se pide que Dios, que eligió a Salomón, envíe su Sabiduría, pues sólo ella conoce lo que agrada a Dios y podrá guiar al Rey.
Para el rezo comunitario se puede pensar en dos coros o en dos salmistas, cada uno de los cuales salmodia una parte de esta intensa oración:
Coro 1.º, El hombre débil pide la Sabiduría: "Dios de los padres... será estimado en nada" (vv. 1-6).
Coro 2.º, La Sabiduría guía al soberano: "Contigo está la sabiduría... me guardará en su esplendor" (vv. 9-11).
"Te doy un corazón sabio e inteligente"
Salomón pide un corazón que entienda. Se le concede un corazón sabio e inteligente. Es decir, Dios se adentra en la hondura del hombre. Así éste percibirá el misterio al que abre la Sabiduría que viene de lo alto. Es preciso que Dios nos ilumine como al ciego de Betsaida, como a Pedro, para confesar: "Tú eres el Cristo". Quien así confiesa se adhiere a la voluntad de Dios, renunciando a la autonomía humana. Vive de toda palabra que sale de la boca de Dios o ama a Dios con todo el corazón. Para aceptar una condición de vida humana humillada, como la de Jesús, necesitamos un corazón sabio e inteligente. Quien lo posee hace vitalmente suyo ya el programa de Jesús y merece su alabanza: "Has entrado en el reino de Dios" (Mt 12,34).
Sirvamos al Señor con santidad y justicia
El rey de un pueblo legitimado o sancionado en su base por Dios, por Él elegido y santificado, necesita la Sabiduría para regir a los suyos. Sólo así gobernará con justicia y santidad. El nuevo pueblo de santos está guiado por Jesús, Sabiduría de Dios. Los hijos del pueblo reconocen y aceptan la Sabiduría divina. No son sabios ni prudentes, sólo son pequeños; pero comprenden el misterio de Jesús. Orientados por el Espíritu que Dios comunica a los hombres que le son dóciles, saben que "lo que es estimable para los hombres, es abominable para Dios" (Lc 16,15). Por consiguiente, hay que volverse locos a los ojos del mundo para hacerse sabio según Dios. El hombre pecador se deja crucificar con su sabiduría orgullosa y así renace con Cristo. Es "hospitalario, amigo del bien, sensato, justo, piadoso, dueño de sí" (Tit 1,8). Sirve a Dios con santidad y justicia.
¡Ven, Espíritu Santo!
La Sabiduría que aquí pedimos está junto a Dios, sabe lo que a Él le agrada, guía y custodia al hombre; aun el hombre más cumplido, sin ella no vale nada. Acoger la Sabiduría es lo mismo que ser dóciles al Espíritu. Ahora es posible, cuando todo está cumplido; y porque está cumplido, Jesús difunde el Espíritu sobre los suyos (Jn 19,30). En el momento del paso de este mundo al Padre, Jesús no nos ha dejado solos, nos ha enviado el Espíritu que está con nosotros para siempre. La genealogía del cristiano se remonta a las fuentes divinas. Era necesario que así sucediera para que el hombre débil y efímero tuviera un puesto entre los hijos de Dios. Pidamos a Dios, Padre de las luces, docilidad a su Espíritu. Es grande el vacío del hombre si el Espíritu nos falta por dentro.
Resonancias en la vida religiosa
Crisis de la sabiduría humana: Nos afanamos por estudiar, por aprender, por deducir conclusiones de las experiencias de la vida, por intercambiar con otros nuestros puntos de vista. Hay muchos hombres y mujeres que por ello llegan a ser considerados como sabios.
Dios, sin embargo, pone en crisis todo el valor de la sabiduría humana: "la necedad de Dios es más sabia que la sabiduría de los inteligentes", diría Pablo.
Conocer el sentido de la vida es un regalo de Dios: "Sin la sabiduría que procede de Dios no somos nada". Nosotros, los humildes, tenemos la maravillosa oportunidad de participar en la sabiduría de Dios, en aquella sabiduría con la cual hizo las cosas, creó al hombre, instauró la economía de la salvación en Cristo.
Nuestra comunidad puede sentirse enriquecida con la sabiduría de Dios, con su Espíritu, que nos asiste en nuestros trabajos y nos hace conocer su voluntad. Aunque el mundo nos considere necios, que no nos falte la sabiduría del Espíritu; que sepamos gustar la presencia viva de Dios en la creación y en la historia humana.
Oraciones sálmicas
Oración I: Dios de nuestros padres, danos un corazón sabio e inteligente para que percibamos tu Misterio, sepamos hacer lo que a ti te agrada y te amemos con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con todas nuestras fuerzas. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Oración II: Reconocemos nuestra pequeñez para comprender el Misterio de tu Hijo Jesús; comunícanos, Padre, tu Espíritu de sabiduría para que aquello que comprendamos podamos realizarlo en santidad y justicia. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Oración III: Que seamos dóciles a tu Espíritu de sabiduría; que siempre esté a nuestro lado y trabaje con nosotros, enseñándonos lo que te agrada; Él nos guiará en todas nuestras empresas y nos guardará en su esplendor. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén. [Ángel Aparicio y José Cristo Rey García]
[La Biblia de Jerusalén da a este cántico el título de Oración para alcanzar la Sabiduría. Para Nácar-Colunga el título de este cántico es Oración de Salomón para alcanzar la sabiduría.--
Esta plegaria es una ampliación de la que hizo Salomón a Yahvé cuando se le apareció en Gabaón después de haber ofrecido el rey sabio en su honor un gran número de sacrificios (1 R 3,6-9), adaptada a los fines que el autor pretende. Podemos distinguir tres partes en ella: en la primera (vv. 1-6) invoca a Dios e implora humildemente la sabiduría; en la segunda (7-12) indica los motivos por los que necesita de ella; en la tercera (13-18) confiesa que, si el Señor no la concede, no es posible obtenerla.
Comienza con una invocación al Dios de los padres, que recibieron de Yahvé las promesas de bendecir al pueblo escogido, cuyos destinos ahora él tiene que regir; al Señor de la misericordia, lleno siempre de bondad y compasión para su pueblo, dispuesto a perdonar y socorrer en todo momento; "Padre de las misericordias y Dios de toda consolación" lo llama San Pablo; que con su palabra hizo todas las cosas, y puede, por tanto, conceder la sabiduría a Salomón. Con ella formó Dios al hombre, obra maestra de la creación. Lo hizo a su imagen y semejanza, dotado de entendimiento y voluntad, y lo constituyó rey y señor de las cosas creadas; pero en el ejercicio de este señorío ha de proceder con santidad y justicia: la primera regula las relaciones del hombre para con Dios; la segunda, las de los hombres entre sí.
Expresados los sentimientos de confianza que le inspiran la misericordia y el poder de Dios, Salomón pide al Señor la sabiduría asistente de su trono (v. 4), locución que expresa la proximidad y convivencia de la sabiduría con Dios, con la que el rey sabio implora que, como ella le asistió en la creación y asiste en el gobierno del mundo, le acompañe a él en la misión que le confía y no se vea excluido del número de los israelitas, sus siervos, que gozaron de su favor y engrandecieron al pueblo escogido. Y sabiendo que la oración del humilde penetra los cielos, se presenta ante el Señor como un siervo, cuya suerte está en sus manos, como un hombre débil de vida corta, flor que brota y se marchita, sombra que pasa, y se reconoce demasiado pequeño -Salomón subió al trono siendo todavía muy joven (tendría unos 20 años), y pronunció su plegaria al principio de su reinado- para poseer el juicio necesario para resolver los enigmas; el conocimiento preciso de las leyes y su aplicación práctica para gobernar sabiamente el pueblo escogido. Además, que, por muy buenas cualidades humanas e intelectuales que tenga el hombre, si Dios no le concede su sabiduría, resultarán vanos sus esfuerzos en orden a un buen gobierno de los hombres conforme a la voluntad de Dios.
En la segunda parte de su oración (vv. 7-12) aduce Salomón los motivos por los que precisa la sabiduría de Dios: ha sido escogido para regir al pueblo escogido y para construir un templo y un altar en el monte santo. Para llevar a cabo con éxito tan excelente misión, el rey sabio precisa tener a su lado la sabiduría de Dios. Por ello implora se la envíe desde su trono de gloria (v. 10), expresión empleada también por Cristo para designar los cielos, que refleja la majestad y grandeza del Señor, para que le asista en sus trabajos. La sabiduría, como confidente de Dios y consejera en sus obras, le guiará en sus actos y le guardará en su esplendor, como protegió y defendió de los senderos peligrosos la nube esplendorosa a Israel a su paso por el desierto. Asistido de este modo por la sabiduría, Salomón podrá cumplir con toda fidelidad su misión y ser, como David, su padre, grato a los ojos de Dios y digno sucesor de su trono.-- Gabriel Pérez Rodríguez, en la Biblia comentada de la BAC]
1. El cántico que se nos propone hoy nos presenta la mayor parte de una amplia oración puesta en labios de Salomón, al que la tradición bíblica considera el rey justo y el sabio por excelencia. Se encuentra en el capítulo 9 del libro de la Sabiduría, un texto del Antiguo Testamento compuesto en griego, tal vez en Alejandría de Egipto, en los umbrales de la era cristiana. En él se refleja el judaísmo vivo y abierto de la diáspora hebrea en el mundo helenístico.
Son fundamentalmente tres las líneas de pensamiento teológico que este libro nos propone: la inmortalidad feliz, como meta final de la existencia del justo (cf. capítulos 1-5); la sabiduría como don divino y guía de la vida y de las opciones de los fieles (cf. cc. 6-9); la historia de la salvación, sobre todo el acontecimiento fundamental del éxodo de la opresión egipcia, como signo de la lucha entre el bien y el mal, que desemboca en una salvación y redención plena (cf. cc. 10-19).
2. Salomón vivió aproximadamente diez siglos antes del autor inspirado del libro de la Sabiduría, pero ha sido considerado el fundador y el artífice ideal de toda la reflexión sapiencial posterior. La oración del himno puesto en sus labios es una invocación solemne dirigida al "Dios de los padres y Señor de la misericordia" (Sb 9,1), para que conceda el don valiosísimo de la sabiduría.
Es evidente en nuestro texto la alusión a la escena narrada en el primer libro de los Reyes, cuando Salomón, al inicio de su reinado, se dirige al alto de Gabaón, donde se alzaba un santuario, y, después de celebrar un grandioso sacrificio, durante la noche tiene un sueño-revelación. A Dios, que lo invita a pedirle un don, responde: "Concede, pues, a tu siervo, un corazón prudente para gobernar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal" (1 R 3,9).
3. La idea que sugiere esta invocación de Salomón se desarrolla en nuestro cántico mediante una serie de peticiones dirigidas al Señor, para que conceda ese tesoro insustituible que es la sabiduría.
En el pasaje, recortado por la liturgia de Laudes, encontramos estas dos imploraciones: "Dame la sabiduría. (...) Mándala de tus santos cielos, de tu trono de gloria" (Sb 9,4.10). El fiel es consciente de que sin este don carece de guía, de una estrella polar que le oriente en las opciones morales de la existencia: "Soy hombre débil y de pocos años, demasiado pequeño para conocer el juicio y las leyes. (...) Sin la sabiduría, que procede de ti, (el hombre) será estimado en nada" (vv. 5-6).
Es fácil intuir que esta "sabiduría" no es la simple inteligencia o habilidad práctica, sino más bien la participación en la mente misma de Dios, que "con su sabiduría formó al hombre" (cf. v. 2). Por consiguiente, es la capacidad de penetrar en el sentido profundo del ser, de la vida y de la historia, traspasando la superficie de las cosas y de los acontecimientos para descubrir en ellos el significado último, querido por el Señor.
4. La sabiduría es como una lámpara que ilumina nuestras opciones morales de cada día y nos lleva por el camino recto, "para saber lo que es grato al Señor y lo que es recto según sus preceptos" (cf. v. 9). Por eso, la liturgia nos hace orar con las palabras del libro de la Sabiduría al inicio de una jornada, precisamente para que Dios, con su sabiduría, esté a nuestro lado y "nos asista en nuestros trabajos" de cada día (cf. v. 10), mostrándonos el bien y el mal, lo justo y lo injusto.
Cuando la Sabiduría divina nos lleva de la mano, nos adentramos con confianza en el mundo. A ella nos asimos, amándola con un amor esponsal, a ejemplo de Salomón, el cual, siempre según el libro de la Sabiduría, confesaba: "Yo la amé y la pretendí desde mi juventud; me esforcé por hacerla esposa mía y llegué a ser un apasionado de su belleza" (Sb 8,2).
5. Los Padres de la Iglesia identificaron a Cristo con la Sabiduría de Dios, siguiendo a san Pablo, que definió a Cristo "fuerza de Dios y sabiduría de Dios" (1 Co 1,24).
Concluyamos con una oración de san Ambrosio, que se dirige a Cristo así: "Enséñame las palabras llenas de sabiduría, porque tú eres la Sabiduría. Abre mi corazón, tú que abriste el Libro. Ábreme la puerta del cielo, porque tú eres la Puerta. Si entramos por ti, poseeremos el reino eterno; si entramos por ti, no quedaremos defraudados, porque no puede equivocarse quien entra en la morada de la Verdad" (Commento al Salmo 118, 1: SAEMO 9, p. 377). [Audiencia general del Miércoles 29 de enero de 2003]