Introducción general
Isaías, el profeta jerosolimitano, sabe que el Señor "tiene un fuego en Sión y un horno en Jerusalén" (Is 31,9). Así se explica la importancia que Jerusalén y Sión tienen para él. Sin disponer de suficientes indicios para suponer que este poema fuera compuesto al amparo de la reforma de Ezequías, las tradiciones referentes a Sión, aquí recogidas, se explican si el poema fue compuesto con motivo de una fiesta jerosolimitana, en la que se resaltaba la importancia del Templo y de Sión. Como piensa Duhm, acaso sea "el canto de cisne del profeta" uno de los últimos poemas de su largo ministerio profético.
Modo de rezarlo: considerando que toda la Iglesia, incluso la humanidad entera, ha emprendido un viaje hacia arriba, que todos somos atraídos por Dios, que todos somos alcanzados por la palabra que sale de Jerusalén y obra en nosotros, etc., este himno debe ser salmodiado al unísono.
En el extremo de la mirada
Isaías barrunta un monte que sobresale sobre el resto, no por su altura orográfica, no por méritos propios, sino porque es la morada que Dios escogió. Las gentes se animan mutuamente a subir en busca de una ley que los hermane, cansados como están de la guerra. En el monte alto de las bienaventuranzas se proclamó la ley del amor, incluso para los enemigos, la única ley que puede hermanarnos a todos los hombres bajo la paternidad de Dios. Como nos consta lo difícil que es el amor, el amor cristiano, nos estimulamos mutuamente para subir al monte excelso, que es Cristo, donde aprendemos a amar. Él nos ha dado ejemplo, para que nosotros hagamos como Él ha hecho con nosotros. Venid, subamos al monte donde se aprende a amar.
La historia es un camino hacia arriba
Hay un hervor de multitudes que camina hacia arriba. Cerca de la cumbre se escucha un "canto de ascensión". Dios atrae a todo hacia sí; la palabra de Dios no está encadenada, sino que sale, alcanza y obra. La paradójica exaltación de Jesús será signo de vida, al que acudirán de todo el mundo los hijos dispersos. De este hombre "levantado" mana el Espíritu (Jn 3,14) que permite abandonar los valles abismales, la esfera de la muerte, y pasar a la vida, a las cumbres, donde está Jesús. Hacia este Hombre levantado sobre la tierra, como la serpiente alzada en el desierto, se encaminan las generaciones humanas en busca de vida. La palabra de amor que es Cristo sale, alcanza y obra conduciendo la historia hacia el excelso monte Sión, donde está el Cordero en actitud de triunfo.
Levántate, Jerusalén, que brilla tu luz
A pesar de la oscuridad que pesa sobre la casa de Jacob, ésta encabeza la procesión hacia la luz que brota del monte. El Señor amanece sobre Jerusalén y todos los pueblos con sus reyes caminan al resplandor de su aurora. En el templo de Jerusalén brilló la Luz para todos los pueblos (Lc 2,31). Si la luz de la Ley, como pensaba el rabinismo, brillaba para todos los hombres que estaban en tinieblas, con mucha más razón esta nueva Luz que es la vida de los hombres. La rebeldía y la maldad del hombre, las tinieblas han cazado la Luz (Jn 1,10), pero no han extinguido a Aquel que se proclama Luz del mundo. Tampoco han terminado con la Iglesia, luz del mundo. Puesta sobre el candelero del mundo, alumbra a todos los que están en la casa cósmica. La Iglesia va por delante encaminando a todos los hombres hacia la ciudad que no necesita ni de sol ni de luna que la alumbre porque la ilumina la gloria de Dios. ¡Iglesia, en marcha! Camina a la luz del Señor.
Resonancias en la vida religiosa
Consistencia de la comunidad que el Señor construye: La casa que el Señor construye permanece para siempre. Llegará el fin de los tiempos y aún permanecerá. Las fuerzas del infierno no prevalecerán contra ella. La casa que el Señor construye es testigo de una historia milenaria, de fecundidad, a pesar de todas las inquietudes e inacabables amenazas. Hacia la casa que el Señor ha construido y establecido en su monte santo, que es Cristo, caminan hombres y pueblos, dispuestos a transformar sus guerras en paz de progreso y reconciliación amorosa; y Cristo los saca de su oscuridad mortal con su luz poderosa y vivificante, haciendo y ofreciendo un camino victorioso para la historia.
Nosotros, comunidad cristiana y religiosa, dejémonos construir por el Señor. No impidamos que su gracia nos edifique en el amor. Que tendremos consistencia perpetua. Aun en la vejez daremos fruto. Que en nuestra comunidad se torne la guerra en paz, la lejanía en cercanía, el desprecio o la indiferencia en aprecio y diligencia mutua. ¡El Señor ilumine nuestra existencia!
Oraciones sálmicas
Oración I: Dios omnipresente, que te has revelado en la montaña; anímanos a subir a la altura, en la que Jesús proclamó la bienaventuranza del amor que nos hermana y consumó su vida en el amor entregado, olvidándose de sí mismo, para que nosotros vivamos de ese amor. Te lo pedimos por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Oración II: Padre, que todo lo atraes hacia ti por medio de tu Hijo; concédenos que su Palabra conduzca la historia humana hacia su meta trascendente y que las fuerzas del mal huyan en retirada ante la fuerza imponente de su paz. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Oración III: Que la luz de los pueblos que es tu Hijo resplandezca, Padre, sobre la faz de tu Iglesia, para que ella, peregrina hacia tu casa, ilumine el camino de quienes aislados y oscurecidos por el pecado no encuentran el sentido de la vida. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén. [Ángel Aparicio y José Cristo Rey García]
[La Biblia de Jerusalén le pone a este cántico el título de La paz perpetua. Para Nácar-Colunga el título de este cántico es Gloria del Israel mesiánico. Jerusalén es constituida foco de luz, centro de la religión divina, y las naciones atraídas hacia ella, corren deseosas de disfrutar de tanta dicha en la paz de Yahvé, que será el Rey y Juez de todos. Panorámica netamente mesiánica universalista: todos los pueblos se acercará a Sión, que es el faro que ilumina con su Ley a las naciones.--
Sión, centro del reino universal de Yahvé.- El profeta nos presenta un horizonte luminoso mesiánico. A sus ojos surge, deslumbradora, la ciudad de Jerusalén, centro de la soberanía de Yahvé, ocupando un puesto de preeminencia entre todos los pueblos; y aun físicamente el monte en el que se asienta la Ciudad Santa aparece elevado sobre las cimas de las demás montañas del resto del mundo. Es una idealización de los tiempos mesiánicos para hacer resaltar mejor la ascendencia religiosa y moral que sobre los otros pueblos ha de tener la nueva teocracia, con Sión como capital religiosa y espiritual de todos los pueblos.
Esta preeminencia sobre todas las gentes hará despertar las conciencias de todos los pueblos para acercarse a la Ciudad Santa y comprobar con sus propios ojos lo que la constituye en la primera ciudad del universo, de forma que todos podrán constatar que allí efectivamente está el asiento de la justicia y de la equidad; por eso se la escogerá como árbitro de todas las diferencias entre los pueblos, de modo que estarán de más los instrumentos de guerra, que en esta nueva edad de paz se convertirán en medios de trabajos pacíficos, como la labranza y la recolección de las cosechas.
Históricamente esta profecía se cumple, en sus líneas esenciales, en la Iglesia católica, "el Israel de Dios", heredero de las promesas del Israel histórico. Naturalmente, la descripción de Isaías está envuelta en un ropaje poético en cuanto a sus circunstancias accidentales. Esa paz total es un desborde de imaginación oriental, como lo hará en el capítulo 11, cuando nos presente al león comiendo paja como el manso buey, y al niño metiendo la mano en la madriguera del basilisco. Son imágenes para expresar la paz total, suprema ansia de todos los corazones en todos los tiempos.-- Maximiliano García Cordero, en la Biblia comentada de la BAC]
La nueva ciudad de Dios centro de toda la humanidad.
1. La liturgia diaria de Laudes, además de los salmos, propone siempre un cántico tomado del Antiguo Testamento. En efecto, ya se sabe que, junto al Salterio, auténtico libro de la oración de Israel y, luego, de la Iglesia, existe otra especie de "Salterio" esparcido por las diversas páginas históricas, proféticas y sapienciales de la Biblia. También está constituido por himnos, súplicas, alabanzas e invocaciones, a menudo de gran belleza e intensidad espiritual.
En nuestra peregrinación ideal a lo largo de las oraciones de la Liturgia de Laudes, ya hemos encontrado muchos de estos cánticos que se hallan esparcidos por las páginas bíblicas. Ahora reflexionamos sobre uno realmente admirable, obra de uno de los más grandes profetas de Israel, Isaías, que vivió en el siglo VIII antes de Cristo. Es testigo de tiempos difíciles para el reino de Judá, pero también cantor de la esperanza mesiánica con un lenguaje poético elevadísimo.
2. Es el caso del cántico que acabamos de escuchar y que se halla situado casi al inicio de su libro, en los primeros versículos del capítulo 2, precedidos por una nota redaccional posterior, que reza así: "Visión de Isaías, hijo de Amós, tocante a Judá y Jerusalén" (Is 2,1). Así pues, el himno está concebido como una visión profética, que describe una meta hacia la cual tiende, en la esperanza, la historia de Israel. No es casual que las primeras palabras sean: "Al final de los días" (v. 2), es decir, en la plenitud de los tiempos. Por eso, es una invitación a no quedarse en el presente, tan miserable, sino a saber intuir bajo la superficie de los acontecimientos diarios la presencia misteriosa de la acción divina, que conduce la historia hacia un horizonte muy diverso de luz y de paz.
Esta "visión", de sabor mesiánico, volverá a presentarse en el capítulo 60 del mismo libro, en un escenario más amplio, signo de una ulterior meditación de las palabras esenciales e incisivas del profeta, precisamente las del cántico que acabamos de proclamar. El profeta Miqueas (cf. Mi 4,1-3) recogerá el mismo himno, aunque con un final (cf. Mi 4,4-5) diverso del que tiene el oráculo de Isaías (cf. Is 2,5).
3. En el centro de la "visión" de Isaías se eleva el monte Sión, que dominará idealmente todos los demás montes, pues está habitado por Dios y, por consiguiente, es lugar de contacto con el cielo (cf. 1 R 8,22-53). De él, según el oráculo de Isaías 60,1-6, saldrá una luz que rasgará y disipará las tinieblas, y hacia él se dirigirán procesiones de pueblos desde todos los rincones de la tierra.
Este poder de atracción de Sión se funda en dos realidades que brotan del monte santo de Jerusalén: la ley y la palabra del Señor. Realmente constituyen una sola realidad, que es fuente de vida, de luz y de paz, expresión del misterio del Señor y de su voluntad. Cuando las naciones llegan a la cima de Sión, donde se eleva el templo de Dios, sucede el milagro que desde siempre espera la humanidad y hacia el que suspira. Los pueblos renuncian a las armas, que son recogidas para forjar con ellas instrumentos pacíficos de trabajo: las espadas se transforman en arados, las lanzas en podaderas. Así surge un horizonte de paz, de shalôm (cf. Is 60,17), como se dice en hebreo, palabra muy usada en la teología mesiánica. Cae, finalmente para siempre, el telón sobre la guerra y sobre el odio.
4. El oráculo de Isaías concluye con un llamamiento, que va en la línea de la espiritualidad de los cantos de peregrinación a Jerusalén: "Casa de Jacob, ven, caminemos a la luz del Señor" (Is 2,5). Israel no debe ser un mero espectador de esta transformación histórica radical; no puede rechazar la invitación puesta al inicio en labios de los pueblos: "Venid, subamos al monte del Señor" (Is 2,3).
También a los cristianos nos interpela este cántico de Isaías. Al comentarlo, los Padres de la Iglesia de los siglos IV y V (Basilio Magno, Juan Crisóstomo, Teodoreto de Ciro, Cirilo de Alejandría) lo veían realizado con la venida de Cristo. Por consiguiente, identificaban la Iglesia con el "monte de la casa del Señor... encumbrado sobre las montañas", del que salía la palabra del Señor y hacia el que confluirán los pueblos paganos, en la nueva era de paz inaugurada por el Evangelio.
5. Ya el mártir san Justino, en su Primera Apología, escrita aproximadamente el año 153, proclamaba la realización del versículo del cántico, que dice: "de Jerusalén saldrá la palabra del Señor" (cf. v. 3). Escribía: "De Jerusalén salieron doce hombres hacia todo el mundo. Eran ignorantes; no sabían hablar, pero gracias al poder de Dios revelaron a todo el género humano que habían sido enviados por Cristo para enseñar a todos la palabra de Dios. Y nosotros, que antes nos matábamos los unos a los otros, no sólo no luchamos ya contra los enemigos, sino que, para no mentir y no engañar a los que nos interrogan, de buen grado morimos confesando a Cristo" (Primera Apología, 39,3: Gli apologeti greci, Roma 1986, p. 118).
Por eso, de modo particular, los cristianos aceptamos la invitación del profeta y tratamos de poner los cimientos de la civilización del amor y de la paz, en la que ya no habrá ni guerra "ni muerte ni llanto ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado" (Ap 21,4). [Audiencia general del Miércoles 4 de septiembre de 2002]