Introducción general
El recopilador de los materiales de Isaías 1-11 ha creído necesario cerrar esta primera parte del libro con un himno antes de pasar a los oráculos contra las naciones. Formalmente es un himno perfecto: invitación a la alabanza con indicación de motivos (Is 12,1-3), proclamación de la alabanza ante las naciones (vv. 4-5), breve conclusión sintética (v. 6). Temáticamente dominan dos ideas: la insistencia en la salvación (2a.2d.3) y divulgación de la grandeza de Dios (4c.5b). Con todo, este himno es una recopilación de los temas principales desarrollados en los capítulos precedentes del libro de Isaías: nombres y títulos, la santidad de Yahvé, la cólera divina, la exaltación de Yahvé. Posiblemente debe ser datado en el post-exilio.
Se advierte en este himno una transición del singular al plural que nos permite dividirlo en dos estrofas. Aunque se refiera a un mismo grupo comunitario, podemos salmodiarlo de la siguiente forma:
Presidente, Canto al Salvador:"Te doy gracias... de las fuentes de la salvación" (vv. 1-3).
Solista, Verso de transición: "Aquel día diréis" (v. 4a).
Asamblea, Respuesta de la comunidad: "Dad gracias al Señor... el Santo de Israel" (vv. 4b-6).
Su cólera dura un instante, su bondad de por vida
Ante el tres veces santo, Israel es impuro. El pecado hace arder la cólera divina, que sus labios respiren furor y su lengua sea fuego abrasador. La ira es el amor de Dios hecho celo. El castigo purificador del destierro pondrá en primer plano la misericordia eterna de Dios. La ira se reserva para "el día de la ira", del que sólo escapará el hombre al que se le ha perdonado su pecado. Cuando la ira descargó sobre el que había venido a ser pecado por nosotros, Cristo, fuimos arrancados de la ira y reservados para la salvación. Es verdad que se ha desencadenado la ira de la Bestia, que persigue a la Mujer y a su descendencia (Ap 12,21). Es una parodia de la ira, pues Babilonia, la meretriz, será vencida cuando el Rey de reyes "pise en el lagar el vino de la ardiente ira de Dios" (Ap 19,15). Nosotros, que en otro tiempo éramos hijos de la ira, damos gracias a Dios porque ha cesado su ira y nos ha consolado.
La salvación, una fuente inagotable
El nombre de Isaías ("Dios-salva") simboliza y localiza la fuente salvadora de Israel. Salvación que si en el pasado fue liberación de Egipto, en el presente es confianza sin temor. En uno y otro caso es lícito celebrar a Dios como fortaleza, poder y salvación. La iniquidad de Israel consistió en haber abandonado a Dios, fuente inagotable de agua viva, salvadora, y haber excavado cisternas agrietadas que no pueden retener el agua. A pesar de todo, el mensaje de Isaías se abre hacia el futuro al invitar a los sedientos a beber gratuitamente. Quien sienta sed está predispuesto a adherirse a Jesús, la roca de la que mana el agua, nuevo Templo y fuente abierta en Jerusalén. Quien bebe en el costado del Traspasado recibe el Espíritu de la nueva Creación. Es un hombre nacido de nuevo y de arriba; goza de la vida que caracteriza a la creación terminada. Este hombre nuevo forma parte de la comitiva del Éxodo iniciado por Jesús.
El testimonio, respuesta de la comunidad
La comunidad posexílica puede proclamar ante el mundo cuanto Dios hizo por ella en el pasado. Corresponde a la comunidad restaurada celebrar jubilosamente las proezas de Dios, contar sus hazañas, proclamar la grandeza del "Santo de Israel", dar gracias a Dios salvador. Es la misma misión confiada a la Iglesia: primero vive la salvación que brota de sus fuentes y después la difunde por el mundo entero. Ser testigos del Resucitado en Jerusalén, en Judea y Samaria y hasta los confines de la Tierra es el programa misionero de la Iglesia. La finalidad del testimonio es llevar a otros hombres a la fe, a la adhesión personal a Jesús Mesías. Quienes aceptan el testimonio eclesial poseen en sí mismos el testimonio de Jesús, que es la Profecía de los tiempos nuevos. La sangre del Cordero y la Palabra del Testimonio son armas eficaces para vencer los poderes de la Bestia. Ser testigos de Jesús es gritar la grandeza del Santo de Israel.
Resonancias en la vida religiosa
Fuerza de nuestra debilidad: Resulta temerario querer doblegar este mundo a la voluntad de Dios. Nuestra vocación nos impulsa a ello. Pero en muchos momentos de nuestra vida nos vemos precisados a admitir la ineficacia de nuestro empeño; como si Dios nos hubiera exigido algo que excede nuestra capacidad y fuerza.
"Todo es posible para el que cree": la fe nos inyecta la fuerza y el poder del Señor; apacigua nuestra sed con el agua de la Vida y nos abre un camino de esperanza, transparente al poder invencible de Dios: "Confiaré y no temeré, porque mi fuerza y mi poder es el Señor".
La fuerza de nuestra debilidad es el Espíritu, que Jesús nos transmitió en el momento cumbre de su debilidad, en su muerte, cuando "entregó el Espíritu". Este Espíritu nos incita a la permanente invocación al Padre, al canto sinfónico y universal, a proclamar la grandeza de Dios en el corazón del mundo.-- [Ángel Aparicio y José Cristo Rey García]
1. El himno que se acaba de proclamar entra como canto de alegría en la Liturgia de las Laudes. Constituye una especie de culminación de algunas páginas del libro de Isaías que se han hecho célebres por su lectura mesiánica. Se trata de los capítulos 6-12, que se suelen denominar "el libro del Emmanuel". En efecto, en el centro de esos oráculos proféticos resalta la figura de un soberano que, aun formando parte de la histórica dinastía davídica, tiene perfiles transfigurados y recibe títulos gloriosos: "Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre sempiterno, Príncipe de la paz" (Is 9,5).
La figura concreta del rey de Judá que Isaías promete como hijo y sucesor de Ajaz, el soberano de entonces, que estaba muy lejos de los ideales davídicos, es el signo de una promesa más elevada: la del rey Mesías que realizará en plenitud el nombre de "Emmanuel", es decir, "Dios con nosotros", convirtiéndose en la perfecta presencia divina en la historia humana. Así pues, es fácilmente comprensible que el Nuevo Testamento y el cristianismo hayan intuido en esa figura regia la fisonomía de Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre solidario con nosotros.
2. Los estudiosos consideran que el himno al que nos estamos refiriendo (cf. Is 12,1-6), tanto por su calidad literaria como por su tono general, es una composición posterior al profeta Isaías, que vivió en el siglo VIII antes de Cristo. Casi es una cita, un texto de estilo sálmico, tal vez para uso litúrgico, que se incrusta en este punto para servir de conclusión del "libro del Emmanuel". En efecto, evoca algunos temas referentes a él: la salvación, la confianza, la alegría, la acción divina, la presencia entre el pueblo del "Santo de Israel", expresión que indica tanto la trascendente "santidad" de Dios como su cercanía amorosa y activa, con la que el pueblo de Israel puede contar.
El cantor es una persona que ha vivido una experiencia amarga, sentida como un acto del juicio divino. Pero ahora la prueba ha pasado, la purificación ya se ha producido; la cólera del Señor ha dado paso a la sonrisa y a la disponibilidad para salvar y consolar.
3. Las dos estrofas del himno marcan casi dos momentos. En el primero (cf. vv. 1-3), que comienza con la invitación a orar: "Dirás aquel día", domina la palabra "salvación", repetida tres veces y aplicada al Señor: "Dios es mi salvación... Él fue mi salvación... las fuentes de la salvación". Recordemos, por lo demás, que el nombre de Isaías -como el de Jesús- contiene la raíz del verbo hebreo yša', que alude a la "salvación". Por eso, nuestro orante tiene la certeza inquebrantable de que en la raíz de la liberación y de la esperanza está la gracia divina.
Es significativo notar que hace referencia implícita al gran acontecimiento salvífico del éxodo de la esclavitud de Egipto, porque cita las palabras del canto de liberación entonado por Moisés: "Mi fuerza y mi canto es el Señor" (Ex 15,2).
4. La salvación dada por Dios, capaz de suscitar la alegría y la confianza incluso en el día oscuro de la prueba, se presenta con la imagen, clásica en la Biblia, del agua: "Sacaréis agua con gozo de las fuentes de la salvación" (Is 12,3). El pensamiento se dirige idealmente a la escena de la mujer samaritana, cuando Jesús le ofrece la posibilidad de tener en ella misma una "fuente de agua que salta para la vida eterna" (Jn 4,14).
Al respecto, san Cirilo de Alejandría comenta de modo sugestivo: "Jesús llama agua viva al don vivificante del Espíritu, por medio del cual sólo la humanidad, aunque abandonada completamente, como los troncos en los montes, y seca, y privada por las insidias del diablo de toda especie de virtud, es restituida a la antigua belleza de la naturaleza... El Salvador llama agua a la gracia del Espíritu Santo, y si uno participa de él, tendrá en sí mismo la fuente de las enseñanzas divinas, de forma que ya no tendrá necesidad de consejos de los demás, y podrá exhortar a quienes tengan sed de la palabra de Dios. Eso es lo que eran, mientras se encontraban en esta vida y en la tierra, los santos profetas y los Apóstoles y sus sucesores en su ministerio. De ellos está escrito: Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación" (Comentario al Evangelio de san Juan II, 4, Roma 1994, pp. 272.75).
Por desgracia, la humanidad con frecuencia abandona esta fuente que sacia a todo el ser de la persona, como afirma con amargura el profeta Jeremías: "Me abandonaron a mí, manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas, que no retienen el agua" (Jr 2,13). También Isaías, pocas páginas antes, había exaltado "las aguas de Siloé, que corren mansamente", símbolo del Señor presente en Sión, y había amenazado el castigo de la inundación de "las aguas del río -es decir, el Éufrates- impetuosas y copiosas" (Is 8,6-7), símbolo del poder militar y económico, así como de la idolatría, aguas que fascinaban entonces a Judá, pero que la anegarían.
5. La segunda estrofa (cf. Is 12,4-6) comienza con otra invitación -"Aquel día diréis"-, que es una llamada continua a la alabanza gozosa en honor del Señor. Se multiplican los imperativos para cantar: "dad gracias, invocad, contad, proclamad, tañed, anunciad, gritad".
En el centro de la alabanza hay una única profesión de fe en Dios salvador, que actúa en la historia y está al lado de su criatura, compartiendo sus vicisitudes: "El Señor hizo proezas... ¡Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel!" (vv. 5-6). Esta profesión de fe tiene también una función misionera: "Contad a los pueblos sus hazañas... Anunciadlas a toda la tierra" (vv. 4-5). La salvación obtenida debe ser testimoniada al mundo, de forma que la humanidad entera acuda a esas fuentes de paz, de alegría y de libertad. [Audiencia general del Miércoles 17 de abril de 2002]
Pues bien, el cántico que acaba de proclamarse, y que está tomado del capítulo 26 de Isaías, es precisamente la celebración gozosa de la ciudad de la salvación. Se eleva fuerte y gloriosa, porque el Señor mismo ha puesto sus fundamentos y sus murallas de protección, transformándola en una morada segura y tranquila (cf. v. 1). Él abre ahora sus puertas de par en par, para acoger al pueblo de los justos (cf. v. 2), que parece repetir las palabras del salmista cuando, delante del templo de Sión, exclama: "Abridme las puertas del triunfo, y entraré para dar gracias al Señor. Esta es la puerta del Señor: los vencedores entrarán por ella" (Sal 117,19-20).
3. Quien entra en la ciudad de la salvación debe cumplir un requisito fundamental: "ánimo firme, ... fiarse de ti, ... confiar" (cf. Is 26,3-4). Es la fe en Dios, una fe sólida, basada en él, que es la "Roca eterna" (v. 4).
Es la confianza, ya expresada en la raíz originaria hebrea de la palabra "amén", profesión sintética de fe en el Señor, que, como cantaba el rey David, es "mi fortaleza, mi roca, mi alcázar, mi libertador; mi Dios, peña mía, refugio mío, mi escudo y baluarte, mi fuerza salvadora" (Sal 17,2-3; cf. 2 S 22,2-3).
El don que Dios ofrece a los fieles es la paz (cf. Is 26,3), el don mesiánico por excelencia, síntesis de vida en la justicia, en la libertad y en la alegría de la comunión.
4. Es un don reafirmado con fuerza también en el versículo final del cántico de Isaías: "Señor, tú nos darás la paz, porque todas nuestras empresas nos las realizas tú" (v. 12). Este versículo atrajo la atención de los Padres de la Iglesia: en aquella promesa de paz vislumbraron las palabras de Cristo que resonarían siglos más tarde: "Os dejo la paz, mi paz os doy" (Jn 14,27).
En su Comentario al evangelio de Juan, san Cirilo de Alejandría recuerda que, al dar la paz, Jesús da su mismo Espíritu. Por tanto, no nos deja huérfanos, sino que, mediante el Espíritu, permanece con nosotros. Y san Cirilo comenta: el profeta "pide que venga el Espíritu divino, por el cual hemos sido admitidos de nuevo en la amistad con Dios Padre, del que antes estábamos alejados por el pecado que reinaba en nosotros". El comentario se transforma luego en oración: "Oh Señor, concédenos la paz. Entonces admitiremos que tenemos todo, y nos parecerá que no le falta nada a quien ha recibido la plenitud de Cristo. En efecto, la plenitud de todo bien es que Dios more en nosotros por el Espíritu (cf. Col 1,19)" (vol. III, Roma 1994, p. 165).
5. Demos una última mirada al texto de Isaías. Presenta una reflexión sobre la "senda recta del justo" (cf. v. 7) y una declaración de adhesión a las decisiones justas de Dios (cf. vv. 8-9). La imagen dominante es la de la senda, clásica en la Biblia, como ya había declarado Oseas, profeta poco anterior a Isaías: "¿Quién es sabio para entender estas cosas, inteligente para conocerlas?: porque rectos son los caminos del Señor, por ellos caminan los justos, mas los rebeldes en ellos tropiezan" (Os 14,10).
En el cántico de Isaías hay otro componente, que es muy sugestivo también por el uso litúrgico que hace de él la liturgia de Laudes. En efecto, se menciona el alba, esperada después de una noche dedicada a la búsqueda de Dios: "Mi alma te ansía de noche, mi espíritu en mi interior madruga por ti" (Is 26,9).
Precisamente a las puertas del día, cuando inicia el trabajo y bulle ya la vida diaria en las calles de la ciudad, el fiel debe comprometerse nuevamente a caminar "en la senda de tus juicios, Señor" (v. 8), esperando en él y en su palabra, única fuente de paz.
Afloran entonces en sus labios las palabras del salmista, que desde la aurora profesa su fe: "Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti. (...) Tu gracia vale más que la vida" (Sal 62,2.4). Así, con el ánimo fortalecido, puede afrontar la nueva jornada. [Audiencia general del Miércoles 2 de octubre de 2002]